Sensaciones encontradas al leer la que es la primera novela de Charlie Donlea. Se trata sin duda de un autor con un talento innato para la escritura, al que le sobra capacidad narrativa pero falta oficio. Así se intuye desde los primeros capítulos, en los que se alterna la narración de los dos personajes protagonistas. Los relativos a Becka y pertenecientes a la narrativa más pura se acoplan como por ensalmo a la voluntad del lector, embebiéndolo en una historia fluida y precisa como un reloj suizo. Es puro deleite literario, volar sobre las palabras hasta alcanzar súbitamente el final de un capítulo que siempre se antoja escaso.
Los protagonizados por Kelsey, sin embargo, más cercanos a la intriga y salpicados por una nimia investigación policial, no logran mantener en vilo a su público, adoleciendo de una trama un tanto alambicada, con ciertas aristas que despistan tanto por cantidad como por imprecisión en su enfoque. Las páginas de más que se ansían en torno a Becka resultan aquí un exceso ciertamente digerible pero no del todo disfrutable. Resulta curioso cómo Donlea responde mejor en un entorno intimista y cómo se atabala cuando el espectro se amplía y los tempos se difuminan. Un error atribuible a su inexperiencia en éste, su primer volumen.
Todo lo anterior invita a pensar que posteriores libros de este autor (ya publicados en su lengua materna) supondrán un salto de calidad notable, toda vez que logre pulir esos defectos aquí reseñados. Porque para los errores existe la redención, que en ocasiones se da con el tiempo. No así para el engaño que, por malintencionado, nunca se olvida. Y es en este punto donde el autor hace gala de su mayor defecto. Llegado cierto momento del relato Donlea omite información intencionadamente, obligando al lector a dar por hecho el escenario más plausible y hasta cierto punto inapelable. Nada hace presagiar otra posibilidad que no sea
la muerte de Brad tras su suicidio |
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Y así es como alcanzamos un desenlace en el que ni la argucia tramposa del escritor logra sorprender por lo inaudito de tal dislate. Por si fuera poco, la argumentación resolutiva de la trama resulta de una simpleza insoslayable, fútil e inerte. Cómo se puede emplear tal artimaña para ni tan siquiera lograr un clímax acorde a lo que cabría esperar. Cómo se puede desperdiciar una historia basada en sofismas que no deberían sino elevar sus estándares gracias a lo falaz.
Tres estrellitas para una novela que he disfrutado como pocas pero a la que la ausencia de empeño y trabajo del autor le resta profundidad y empaque y la aleja de la excelencia, si bien su mayor pecado siempre será la treta empleada por Donlea, vergonzosa y vergonzante a partes iguales. El propio autor reconoce no haber leído un libro hasta que alcanzó la edad de 20 años. A pesar de ello posee un don que todos desearían. La paradoja del niño guapo que ni tan siquiera sabe ronear. Me acercaré a tu próxima novela, Donlea. Pero será tu última oportunidad. Porque al que carece de oficio no se le presume potencial.