Discernible del resto en cuanto a disposición, el autor sorprende con un escrito en el que las páginas no acostumbran a contar con huecos como los que se prodigan con tanta naturalidad en los diálogos. Tanto es así que incluso éstos tienden a adoptar la arquetípica forma de cualquier composición narrativa al uso, fundiéndose con ésta en infinidad de ocasiones. Las interpelaciones, por tanto, dan lugar a circunloquios que redundan en el carácter férreo a que responde la narración desde el inicio. Todo ello propicia que en la praxis la longitud estática de la novela se transforme en una más dinámica que se ve multiplicada por su inusual estructura.
Esta peculiaridad que a priori incita a estimar un ritmo más lento del habitual, con todo lo que ello supone (hastío, desinterés, abulia), cuenta a su vez con otras disonancias narrativas que actúan como resorte sobre las que eyectar una historia de largo recorrido. Tal es el caso, en primera instancia, de un plantel inusitadamente extenso que favorece un complejo solaz así como un
tempo sostenido durante toda la novela, el cual se acelera como es menester en los últimos compases de la misma. La disparidad de figuras que aquí se dan cita fomenta el referido divertimento: desde la voluntad enhiesta de Bru al controvertido carácter de Víctor Israel (con una evolución y trasfondo personal dignos de mención), pasando por el tino y valía de El Niño, la lealtad sin fisuras de Hacha, el encanto innato de Císcar o el carácter solitario de El Viejo, por nombrar sólo algunos de la totalidad de personajes que supera con holgura la veintena. En mayor o menor medida se ofrecen pinceladas de gran parte de ellos, procurando mayor incidencia en el esbozo de los personajes principales, como resulta obvio.
La otra particularidad que propicia el ensimismamiento del lector recae en el uso del prisma narrativo apropiado por Orange. En un mismo capítulo se suceden las narraciones de diversos caracteres sin espacio plausible para sucumbir al tedio. El recorrido de la cámara se circunscribe a todo tipo de planos, promoviendo con soltura la contextualización de la acción y evitando el desplazamiento inherente a este método.
La trama, intimista en origen, da paso a un entramado cuyo nacimiento data de otros tiempos, ciñéndose a la historia negra de
nuestro país, y que se hace extensiva a Europa |
. La motivación que se esconde tras los actos invita a la reflexión, ofreciendo una disyuntiva moral para la que no existe juicio sencillo. Conforme avanza la historia, gana en complejidad al introducir nuevas variables en una ecuación que se rinde a una ambivalencia que se transforma en una pluralidad ciertamente inabarcable. Las raíces fagocitan antagonistas, secundarios y toda suerte de hechos que aportan enjundia a una operación que trasciende el micro en aras a alcanzar el macro.
Los tan ansiados
plot twists, diseminados inteligentemente en puntos muy concretos, se concentran sin embargo mayoritariamente tanto en el capítulo
como en
las últimas líneas de la novela |
. El impacto de los mismos va
in crescendo hasta unas sorpresas finales ante las que el público objetivo no puede sino asistir ojiplático.
Entre todo este cúmulo de bondades se aprecia un único defecto que engloba varios sucesos y hace referencia a su escasa verosimilitud. Tal es el caso de personajes que, inasequibles al desaliento y
mediante, se antojan superhéroes en detrimento de una versión más anclada a un plano realista. Resulta inconcebible que salgan incólumes de todo tipo de encontronazos, disparos e infortunios varios. En cuanto a la credibilidad de ciertos aspectos de la trama, resulta llamativo por ejemplo que
la familia de Bru al completo sea conocedora de los más variopintos secretos y no haya existido filtración alguna en más de tres décadas |
. O que la
sustracción de bebés no haya suscitado sospechas en el seno familiar o al menos con la suficiente fuerza acreedora de una investigación pormenorizada |
. Pertenecen, en último término, a incongruencias que restan cierta calidad al conjunto global, si bien sus virtudes superan por mucho a sus defectos.
Cuatro estrellitas y media para una novela policíaca que se expande longitudinal y transversalmente, alterando constantemente una frecuencia de onda que establece diversos umbrales entre los que Orange ha hallado su zona de confort. Realmente compleja en oficio y ejecución, es clara muestra de en lo que un trabajo denodado puede desembocar. Va a dar mucho ju(e)go esta naranja.