¡Terminado! Y la verdad es que ha ido de menos a más.
El primer tercio del libro lo vi como insustancial, una muestra de esa sociedad parisina anterior a la Primera Guerra Mundial, de gente rica frívola, que viven en una eterna fiesta, con la presentación de los principales personajes, un Chéri insoportable, mimado, un niñato que está con Léa, una millonaria que hizo fortuna desde la nada como muchas otras como la madre de Chéri, que suben gracias a sus encantos, y que se dedica a enamorar jovencitos. En realidad, ellos no quieren a nada ni a nadie solo a ellos mismos.
Pero, pero, poco a poco va cambiando, para mostrar que los ricos también lloran, que dentro tienen su corazoncito y que tienen capacidad de amar realmente, son humanos como los demás.
El plan de Chéri y su madre,
casarse con una niña rica, a pesar de que Chéri ya es lo suficientemente rico nunca se tiene suficiente dinero, eso es una constante y proviene probablemente del origen de su madre, incluso él se enorgullece de que lo puedan haber considerado un gigoló por haber vivido a costa de Léa, al fin y al cabo sería como continuar la saga familiar, va viento en popa. |
Pero lo que no cuenta es en las consecuencias reales que para Chéri y Léa tiene esa decisión, porque en realidad
se quieren, y no te das cuenta del valor de lo que tienes hasta que lo pierdes. Y a partir de ahí empieza un camino de los dos en el que ambos se hacen adultos, Léa no lo era aún con 49 años. |
En ese punto de inflexión, la mejor parte es la de la reunión de arpías y viejas glorias con Lili a la cabeza, con unas descripciones irónicas, sarcásticas incluso, y un reflejo de lo que puede llegar a ser Léa, y de lo que es patéticamente Madame Peloux, por lo que
Justo al final de lo que yo llamo esa segunda parte se produce un encuentro entre las dos enemigas íntimas, madame Peloux y Léa, que también es muy interesante, por la esgrima verbal entre ambas, esos ataques tan finos, esas respuestas tan oportunas, pero que Léa ya mira con cariño, como si ambas necesitaran de esa vieja enemistad para sentirse vivas aún.
La última parte es la que se podría llamar el reencuentro, tan anhelado por ambos, y sin embargo, esa noche de amor es un espejismo, al despertar y por mucho que el desayuno siga siendo brioche con chocolate, la casa y la sirvienta sean la misma, nada es lo que era, pero no porque no sea igual, sino porque son ellos los que han cambiado, y ambos se dan cuenta, con lo que los esfuerzos patéticos de Léa por organizar la huida de los dos topan con la realidad, de la que ella se da cuenta inmediatamente, él no está enamorado de ella, está enamorado del recuerdo que tenía de ella, de la persona que era antes, pero también él no es él mismo, es una nueva versión. |
Es curioso que en la vida real Colette tuvo otro oficio, además de el de escritora, montó una empresa de institutos de belleza, e iba por todas partes dando conferencias y al mismo tiempo aplicaba y vendía sus tratamientos de belleza a esas grandes damas ricas de las que hablaba en estas novelas, y que tan bien conoce y satiriza (Os recomiendo el libro Trabajos forzados de Daria Galateria, que dedica un amplio capítulo a Colette). Todos esos tratamientos perseguían, y persiguen, la eterna juventud, crear la apariencia de que el paso del tiempo no existe, y sin embargo esta novela trata sobre eso, precisamente, el paso del tiempo, el cumplir años, y los cambios que ello conllevan en las personas, eso que llaman madurez.