Voy llegando a la recta final de este precioso camino recorrido al atardecer en compañía de este señor de apariencia un tanto profesortornasolada aunque con bigotillo equilátero (así aparece en la portada de mi edición).
Desde luego, nadie puede decir que no era un gran estilista, tanto en su escritura como, si nos atenemos a los comentarios de este libro, en sus gestos, en su comportamiento, aunque infinitamente más entregado en la primera que en los segundos.
Lo que definitivamente no me parece que fuera es un gran filósofo. Él mismo nos dice que: "Evito la ideas. Olvido las expresiones exactas"
No alcanzo a comprender como alguien con un pensamiento tan fino en otros aspectos pueda hacer suya esa idea del relojero que tan bien, por otra parte, expresa aquí:
Nunca he comprendido que quien una vez ha considerado este gran hecho de la relojería universal pudiese negar al relojero en el que el mismo Voltaire no dejó de creer. Comprendo que, atendiendo a ciertos hechos aparentemente desviados de un plan (y sería preciso conocer el plan para saber si son desviados), se atribuya a esa inteligencia suprema algún elemento de imperfección. Eso lo comprendo, aunque no lo acepte. Comprendo hasta que, atendiendo al mal que existe en el mundo, no se pueda aceptar la bondad infinita de esa inteligencia creadora. Eso lo comprendo, aunque tampoco lo acepte. Pero que se niegue la existencia de esa inteligencia, o sea de Dios, es cosa que me parece una de esas estupideces que tantas veces afligen, en un punto de la inteligencia, a hombres que, en todos sus demás puntos, pueden ser superiores; como los que se equivocan siempre en las sumas o, también, y poniendo ya en juego la inteligencia de la sensibilidad, los que no sienten la música, o la pintura, o la poesía.
O como puede llegar a ejercer a estas alturas, o a las suyas que tampoco son tan lejanas, de ese dualismo que aquí nos profesa:
Pero, aunque nunca pueda caer en el abismo de suponer que una cosa pueda ser otra sólo porque se encuentran en el mismo lugar, como la pared y mi sombra sobre ella, o que el depender el alma del cerebro signifique algo más que el depender yo, para mis trayectos, del vehículo que uso para realizarlos, creo, sin embargo, que hay entre lo que en nosotros es sólo espíritu y lo que en nosotros es espíritu del cuerpo una relación de convivencia en la que pueden aparecer discusiones.
O encontrar algo tan contradictorio con mucho de lo dicho en otras muchas partes del libro como el determinismo que emana de esta sentencia:
La vida nos lanza como una piedra, y nosotros vamos diciendo por el aire «Aquí estoy yo, moviéndome».
Imagen que además no es suya, sino de Spinoza
“Una piedra recibe de una causa externa … cierta cantidad de movimiento con la cual, después de haber cesado el impulso de la causa externa, continuará necesariamente moviéndose (…) Y lo que aquí se dice de la piedra, hay que aplicarlo a cualquier cosa singular … toda cosa es determinada necesariamente por una causa externa a existir y a obrar de cierta y determinada manera (…) Esa piedra … creerá que es totalmente libre y que la causa de perseverar en el movimiento no es sino que así lo quiere. Y ésta es esa famosa libertad humana, que todos se jactan de tener, y que tan sólo consiste en que los hombres son conscientes de su apetito e ignorantes de las causas por las que son determinados.”
Y otra cosa que hubiera jurado que no me encontraría en el libro es una gota de humor, con la cantidad de gotas de lluvia que se vierten a lo largo del libro, y, sin embargo, me ha sorprendido mucho y gratamente leer un diálogo un tanto disparatado en el que se decía:
Mi única simpatía, en las gramáticas, era para las excepciones y para los pleonasmos… lo más antipático que hay en las gramáticas es el verbo, los verbos… Son las palabras que dan sentido a las frases… Una frase decente debe poder tener siempre varios sentidos… ¡Los verbos! Un amigo mío que se suicidó -cada vez que mantengo una conversación un poco larga suicido a un amigo- había tratado de dedicar toda su vida a destruir los verbos…