Comenzada lectura. Llevaba demasiado tiempo sin un Zola.
Lo leo en francés; qué maravillosamente bien se leen los clásicos en esta lengua, la verdad, es una gozada absoluta.
De momento me están gustando mucho tanto el planteamiento como los personajes. Esa Renée que lo tiene todo, y sin embargo (o quizá precisamente por eso) se siente hastiada de la vida, el aburrimiento la mata y se consume deseando "otra cosa"..., no "algo más", sino "otra cosa", algo distinto... pues ¡me encanta!
Y los líos de sociedad, la mirada condescendiente sobre los "nuevos ricos" (albañiles enriquecidos, les llama a los constructores
) a los que los protagonistas miran por encima del hombro mientras los utilizan para enriquecerse ellos más aún... ¡resulta tan actual! Poco hemos aprendido, desde luego.
Y las envolventes y detalladísimas descripciones, y la fantástica pintura de ambientes, es que me encantan. Eso es lo que se me fija en la memoria cuando leo a Zola, y ya pueden pasar años desde la lectura, que permanece. Las bambalinas del teatro en
Naná, los colores y los olores del mercado en
El vientre de París, el agobio de la mina en
Germinal, aquella excursión al Louvre desde Montmartre en
La taberna... son recuerdos tan imborrables como si de verdad hubiera estado allí
Y el arranque de este libro, que nos mete dentro del carruaje de Renée en su paseo por el Bois -algo que ya nos han contado Alejandro Dumas hijo, Maupassant y muchos otros- está a la misma altura en fuerza y en poder de evocación.