La he acabado. El segundo tercio de la novela es precisamente lo contrario a lo que debe ser el segundo tercio taurino. Se hace un poco pesado, sin chispa, le falta animación a la descripción del ambiente de los emigrados y conspiradores españoles en Francia e Inglaterra y la historia de los personajes novelescos aquí principales interesa poco y aburre bastante. La cosa remonta con el estallido de la Revolución y el pronunciamiento de Cádiz. Galdós ofrece un vigoroso retrato de la batalla de Alcolea; otra batalla de guerra civil, la última de un reinado repleto de ellas...
Españoles: La ciudad de Cádiz puesta en armas con toda su provincia (...) niega su obediencia al gobierno que reside en Madrid, segura de que es leal intérprete de los ciudadanos (...) y resuelta a no deponer las armas hasta que la Nación recobre su soberanía, manifieste su voluntad y se cumpla. (...) Hollada la ley fundamental (...), corrompido el sufragio por la amenaza y el soborno, (...) muerto el Municipio; pasto la Administración y la Hacienda de la inmoralidad; tiranizada la enseñanza; muda la prensa (...). Tal es la España de hoy. Españoles, ¿quién la aborrece tanto que no se atreva a exclamar: "Así ha de ser siempre"? (...) Queremos que una legalidad común por todos creada tenga implícito y constante el respeto de todos. (...) Queremos que un Gobierno provisional que represente todas las fuerzas vivas del país asegure el orden, en tanto que el sufragio universal echa los cimientos de nuestra regeneración social y política. Contamos para realizar nuestro inquebrantable propósito con el concurso de todos los liberales, unánimes y compactos ante el común peligro; con el apoyo de las clases acomodadas, que no querrán que el fruto de sus sudores siga enriqueciendo la interminable serie de agiotistas y favoritos; con los amantes del orden, si quieren ver lo establecido sobre las firmísimas bases de la moralidad y del derecho; con los ardientes partidarios de las libertades individuales, cuyas aspiraciones pondremos bajo el amparo de la ley; con el apoyo de los ministros del altar, interesados antes que nadie en cegar en su origen las fuentes del vicio y del ejemplo; con el pueblo todo y con la aprobación, en fin, de la Europa entera, pues no es posible que en el consejo de las naciones se haya decretado ni decrete que España ha de vivir envilecida. (...) Españoles: acudid todos a las armas, único medio de economizar la efusión de sangre (...), no con el impulso del encono, siempre funesto, no con la furia de la ira, sino con la solemne y poderosa serenidad con que la justicia empuña su espada. ! Viva España con honra!
Y están bien concebidas y conseguidas las páginas que transcurren en San Sebastián, en ese Hotel de Inglaterra donde la corte recibe las noticias y debe preparar su equipaje para Francia. Triste fin para una desdichada Reina a la que no prepararon para su tarea, a la que amargaron su vida íntima y que no supo o no quiso escapar de las malas influencias.
Al pie del tren que la llevará a Francia y a punto de abandonar para siempre España, parece despedirla Galdós con el mismo tono que el pueblo de San Sebastián; sin acritud, con cierto respeto y más bien con la melancolía que dan las oportunidades frustradas:
No volverás, pobre Isabel. Te llevas todo tu reinado, más infeliz para tu pueblo que para ti. Impurificaste la vida española; quitaste sus cadenas a la Superstición para ponérselas a la Libertad. En el corazón de los españoles fuiste primero la esperanza, después la desesperación. Con tu ciego andar a tropezones por los espacios de tu Reino has torcido tu Destino, y España ha rectificado el suyo, arrojando de sí lo que más amó... Vete con Dios, y ahora... aprende a pensar... Piensa en lo que ayer fuiste, en lo que hoy eres.
Y así acaba la IV serie de los Episodios Nacionales. Es diferente a las anteriores en primer lugar porque no hay un héore protagonista, por más que al consultar los Manuales de Literatura se le suela adjudicar ese papel a García Fajardo. Pues no es así
. y su lugar no es comparable al de un Araceli, un Monsalud o un Calpena. Lo que se apuntaba ya en las dos series precedentes aquí se consolida. Pepe es verdad que protagoniza los dos primeros episodios - casi los únicos que se narran en primera persona- pero en los demás pasa a segundo plano cuando no desaparece totalmente de escena. De esta manera, son varias las tramas y subtramas novelescas y varios los personajes que asumen el impulsar la trama ficticia que se hilvana con la Historia: la vasta raza de los Ansúrez y la parentela de los Ibero, la bella Lucila y los Halconero, ese Santiuste-Confusio que se mueve al vuelo de la faldas hasta acogerse a las plumas de Historiador creativo, Teresa Villaescusa, una madrileña a lo Margarita Gautier, Mita y Ley, pareja de salvajes rebautizados por el amor... Y, por supuesto, una inmensa nómina de secundarios y episódicos: Domiciana, la monja exclaustrada, Manolo Tarfe, aristócrata jugando a revolucionario, el renegado El-Nasiry, Baldomero Galán, el padre Ibrahim, la traviesa Eufrasia, el erudito Miedes, etc. etc.
En la urdimbre de la ficción no es donde Galdós, a mi juicio, está más fino ni sobrado de ideas, pero es que ése precisamente no es su punto fuerte como escritor. Siempre he pensado que Galdós es gigantesco como creador de personajes y describiendo ambientes. Pero los argumentos de sus novelas, en general, nunca son una maravilla de originalidad (ni falta que le hace). El lector siempre recuerda mucho mejor a sus personajes que los avatares de sus vidas. Por lo menos eso me pasa a mí
. Personajes con una fuerza increíble e inolvidables, que a uno le parece haber conocido en persona: Jacinta y Fortunata, el Pitusín, María Encarnación, Don Lope, Villaamil, doña Lupe la de los Pavos, Guillermina Pacheco, Ido del Sagrario, Felipe Centeno, Máximo Manso, las Miau y los Rubín, Torquemada... Son seres en carne y hueso, llenos de defectos y/o de virtudes, con una fuerza tremenda, pero a los que no les pasa nada extraordinario, nada que no les pase a tantos otros. Son muy normales. En la IV serie creo que no abundan personajes inolvidables -los hay, pero menos de los que cabría esperar- y el conjunto de novelas, como conjunto en sí, resulta irregular, alternándose pasajes de gran interés - sobre todo los relacionados con la Historia y los personajes históricos- con otros francamente aburridos (muchos más, eso sí, los primeros que los segundos). Con todo, aun en las peores novelas y en la speores páginas siempre encuentra uno joyitas en párrafos, episodios, expresiones escenas, comentarios y juicios al pie de la Historia... No puedo decir que me haya entusiasmado esta IV serie pero sí que posee muchos méritos para motivar a su lectura.
Haciendo un breve balance y tirando de memoria
... "Las tormentas del 48" me parece muy mejorable. "Narváez" tiene una primera parte buenísima( la de Atienza) y decae en su segunda (esto le pasa a varias novelas de la serie). "Los duendes de la camarilla" sí es una buena novela y al mismo nivel se sitúa "La revolución de julio". "O'Donnell" es espléndida ( a mi juicio, la mejor de la IV serie). Luego siguen los tres episodios en el extranjero: "Aita Tettauen" - que tiene, sobre todo, un pórtico fabuloso (con las descripción del ambiente prebélico en Madrid) además de momentos "a la cervantina" muy bellos y emocionantes- y "Carlos VI en la Rápita -inferior en calidad- forman una unidad. "La vuelta al mundo en la Numancia" es un episodio donde a mí me parece ver un sentido alegórico; está bien pero el acontecimiento histórico posee un interés y unas posibilidades a las que yo creo que Galdós no le termina de sacar todo su provecho-"Prim" es excelente y "La de los tristes destinos" sólo cojea en su parte intermedia.
Con todo, con sus aciertos y sus errorcillos, ¡viva el Garbanzo Garbancero y el ratoncito de doña Emilia!