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Luego, una noche, me invitó a la Biblioteca del Congreso, donde el Cuarteto de Cuerda de Budapest tocaba a Mozart; durante el último movimiento del Quinteto para clarinete, me agarró la mano, le empezaron a brillar las mejillas y cuando volvimos a casa y nos metimos en la cama, me dijo Sally: —Voy a hacerlo, Alex.
De pronto uno de ellos desenfunda un chistu (quién es el loco que sube al Txindoki con un acordeón?) y se pone a tocar la melodía del Eusko gudariak. Otro se arranca a cantar, animoso, estentóreo. Los demás le hacen el coro, al principio un poco cortados, enseguida a voz en cuello. Don Victoriano los bendice de uno en uno, el gesto hierático, la mano lacia, y cuando acaba la canción manda a uno a cerciorarse de que no se acerca gente por ningún costado del monte.
En la cocina él abre una botella de Meerlust y sirve una fuente de galletas saladas y queso. Al volver la encuentra de pie ante las estanterías, con la cabeza ladeada, leyendo los títulos de los lomos. Él pone música: el quinteto para clarinete de Mozart.
Ahora que Grady estaba allí, Teddy procuraba pasar con él el mayor tiempo posible. Insistía en que Grady viera películas antiguas de ciencia ficción con él, o fumara hierba mientras escuchaban Abbey Road o Dark Side of the Moon o Frampton Comes Alive!
"Ella encendió una lámpara y puso encima su pashmina roja, que daba una luz anaranjada. Sacó del armario un tupper con la cena, un sándwich de atún y huevo duro y una ensalada de pasta que le habían traído las niñas y que le había preparado Lourdes. De poder elegir, también querría haberse marchado así, con esa luz tenue, con la música que sonaba, bajito, en el Spotify del móvil, Spiegel im Spiegel, de Arvo Pärt, una y otra vez. Le miró y le devolvió la mirada con una sonrisa. Volvió a mirarle y estaba dormido. Así se fue. Dormido. Nunca más ha vuelto a escuchar a Arvo PÄrt, ni a pensar cuando llueve que le gusta la lluvia, ni a comer ensalada de pasta ni sándwiches de atún y huevo duro"
"Quiero hablar de mi compañera de clase, A. H. Es una chica dulce y tranquila, de pelo largo. Su rostro, en frágil, recuerda a la Nausicaä de El valle del viento. (...)Después he sabido que tiene leucemia . Ahora está en el hospital, siguiendo un tratamiento. (...)Está noche también la pasará tendida en la cama del hospital. Es posible que escuche este programa. Pido Tonight, de West Side Story, para ella, que ya no podrá interpretar a Julieta en la Fiesta de la Cultura. "
Un grito de amor desde el centro del mundo, Kyoichi Katayama, p. 23.
Re: La música en un fragmento literario
Publicado: 08 Ene 2015 04:38
por Melinoe
Eran humildes y, a su manera, elegantes; se dedicaban por entero a la «creación artística» y la música los elevaba a todos por encima de cualquier ruido terrenal. Tocaban cuando no les quedaba dinero, tocaban cuando se enamoraban, tocaban cuando se desengañaban de sus amores; en este último caso tocaban música melancólica. Quien llegaba a su casa oía la música desde el mismo momento en que entraba. «Parece que Marta va a dejar a su novio», constataba desde el jardín el amigo de la familia que conocía las costumbres de la casa y sabía que Marta llevaba varios días tocando la Sonata en la mayor de César Franck, pieza que solía interpretar tras un desengaño amoroso. Marta cambiaba de novio muy a menudo, así que esa sonata de César Franck se hizo muy popular en Hietzing.
"A la mañana siguiente me desperté de una pesadilla poblada por mi antiguo compañero de patrulla Deverson, coleccionista infatigable de los <<40 Principales>> y de vello púbico femenino. Las canciones aparecían todas en mis sueños: Runaway de Del Shannon, Chanson d'amour de Art y Doddie Todd, Blue Moon por los Marcells. Me tomé tres excedrinas para olvidar y me fui a una tienda del centro comercial de Santa Mónica ..."
"Réquiem por Brown" James Ellroy.
Re: La música en un fragmento literario
Publicado: 07 Feb 2015 17:51
por imation
"No lo oí llegar.
De repente el tiempo aminoró... O a lo mejor fue mi cerebro el que se aceleró...
Cuando me atropelló, Yoko Ono estaba cantando 'Yes, I'm Your Angel'...Podía oírla perfectamente. Su voz...sonaba alta, clara y hermosa."
Y le contó cómo había perdido la vista, cosa que nunca le había contado a nadie. Era una historia muy triste. Aquel sábado por la noche quitó la cadena de las cuerdas del piano y tocó algo que había estado recordando y practicando por la mañana, una pieza llamada Claro de luna, de Beethoven, según Ojos de Algodón creía recordar.
Aquella tarde estuvimos sentadas durante hora y media mientras Finn nos pintaba. Tenía puesto el Réquiem de Mozart, que a él y a mí nos encantaba. Aunque no creo en Dios, el año anterior había convencido a mi madre de que me dejara unirme al coro de la iglesia católica de nuestra ciudad para poder cantar el Kyrie de Mozart en Semana Santa. En realidad no sé cantar, pero la cosa es que, si cierras los ojos mientras cantas en latín y te pones al fondo para posar una mano en la fría pared de piedra de la iglesia, puedes imaginarte que estás en la Edad Media. Por eso lo hacía. Por ese motivo me metí en aquello.
El Réquiem era un secreto entre Finn y yo. Solo de nosotros dos. No necesitábamos ni mirarnos cuando lo ponía. Los dos comprendíamos. Una vez, me llevó a un concierto en una bonita iglesia de la Calle 84 y me dijo que cerrara los ojos y escuchara. Aquella fue la primera vez que lo oí, y me enamoré de esa música.
"¿Había también algo para beber? Por supuesto que había. De noche nos juntábamos en el barracón con nuestra cerveza y todas nuestras intrucciones, cigarrillos abundantes que había allí en la cómoda y los podías coger y nadie decía nada, y maestras y chicas de salón y pequeñas sirvientas negras trajinando allí en la cocina. (Menudo sitio para estar, eh.). Y al cabo de un rato iba y aparecía nada menos que un musicante con su violín o con una gaita bajo el brazo y se sentaba allí y tocaba Ave María hasta que se te saltaban las lágrimas. Luego los muchachos empezaban una de las de ahora-vamos-todos, de las buenas, eh, Phil the Fluter´s Ball o la Darling Gril from Clare una cosa bonita de verdad". (O’Brien., En Nadar-Dos-Pájaros, p. 88).
Con sinceridad, sin intentar inventarme ninguna biografía, yo me metí en política por las canciones. Estaban en mi casa, en discos de vinilo, en cintas: "... y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir, en cualquier selva del mundo, en cualquier calle."
De todas las canciones que había en casa, la que mejor me sé es la de los viejos árboles. (...) Y claro: "somos como esos viejos árboles", te imaginas a gente recia, mayor; no a unos chicos como debían ser mi padre y mi madre entonces.
Pensó en un tipo de enlace no exactamente químico que explicara por qué algunas ideas hibernan pero no se extinguen y son como un gas reactivo que conecta la radionovela de la prostituta enamorada o el estudio número 12 para piano de Chopin con el callado heroísmo del científico que se niega a aprobar una investigación amañada en una película ingenua.
El padre de Blancanieves, Belén Gopegui.
Re: La música en un fragmento literario
Publicado: 05 Nov 2015 16:15
por elultimo
El cónsul entró, replegó el balcón y cerró la nave cuando empezaban a caer los goterones. Subió por la escalera de caracol hasta la cabina del ápice de la nave. La habitación circular estaba a oscuras salvo por las silenciosas explosiones de los relámpagos, que atravesando el cielo perfilaban los remolinos de lluvia. El cónsul se desnudó, se tendió en el duro colchón y conectó el sistema de sonido y los sensores externos de audio. La furia de la tormenta se fundió con la violencia de la Cabalgata de las Walkirias de Wagner.