Caítulo II - Abismo
Parte II
Leviatan.
¿De quién es esta presencia repugnante que se atreve a observarme? Es repulsiva. Solo me provoca. Mis garras ansían desgarrarlo. Su similitud con el Eterno es tanta como su hostilidad. No me agrada en lo absoluto. Esto es imposible, pero en la quietud del abismo, es claro. Continuo mi camino de entre la oscuridad en espera del Eterno. ¡Me está siguiendo! Me echó sobre las aguas, más rápido de lo que acostumbro.
—¡Espera! ¡Aguarda! ¿Qué sucede, madre? —escucho jadeando a Lyh, mi cría —Aun no soy tan veloz como tú.
¿Pero qué me pasa? Por poco y dejo sola a Lyh. No puedo permitirme esto. Fue un regalo del Eterno. Una muestra de su amor. Envuelvo con mi cuerpo alargado a Lyh, en una posición defensiva. No quiero que note mi incertidumbre. Ofrezco perdón por mis acciones.
—Actúas muy rara —responde con vacilo—. ¡Mira! Ahí viene. ¡Si! Vamos, es hora de jugar.
La luz del Eterno se deja ver. Llegó el momento de disfrutar su presencia. Pero siento algo distinto, algo que me perturba. Lyh no deja de andar como torbellino de entre el abismo. Cada vez que mira al Eterno, se alegra más y más. Le muestra como ha aprendido a controlar su llama y el ardor de su interior. El resplandor de su ser burbujea el abismo. Es hermoso.
—¿No vas a jugar, madre? —son las palabras de Lyh, llenas de alegría, acompañados de energía que deslumbran las aguas —. ¡No puedo esperar más!
El Eterno habla con nosotras, su voz nunca cambia. Es tan cálida y llena de paz. Tal y como la escuché al momento en que vine a existir. Nos dice que el juego consiste en ofrecer un sacrificio.
—¿Qué? ¿Una de nosotras debe ser el sacrificio? —exclamo consternada.
—¡Yo quiero ser el sacrificio! Por favor, déjenme serlo —habla Lyh, sin ningún remordimiento—. Ya lo decidí.
Consiento a su petición, ¿Qué va a suceder? De pronto recordé aquella visión en la que dos bestias luchaban entre sí en medio del vacío. Eran feroces y violentas. Había caos por doquier. Al final hubo una gran lumbrera que iluminó la batalla y las eliminó. Esto dio paso a un gran templo del cual emanaba energía pura y traía orden. Por más que intento no verlo, parece como si esas dos bestias fuéramos Lyh y yo. No quiero verla sufrir.
El Eterno indica a Lyh ponerse en un pilar que ha creado especialmente para ella. Le pide que yazca ahí y cierre sus ojos. Se dirige hacia mí y no puedo aceptar lo que me ordena. ¡¿Qué extinga a mi cría?! ¡¿Qué es lo que está diciendo?! Sus palabras penetran mi alma, desgarrando. ¿Qué me sucede? Pierdo el gobierno de mi cuerpo. Forcejeo conmigo misma para poder ver aquella luz y escuchar esa voz impostada que me disturbe. Mientras lo hago, me vuelve a pedir que extinga la vida de Lyh.
—¡Leviatán, hazlo ahora! —habla con autoridad el Eterno. Pero no puedo hacerlo. No puedo matar a mi cría. ¿Qué juego es este? Peor ¿Quién podría pedir esto? — ¡Leviatán! —insiste severamente.
Mi cuerpo alargado no responde ante tales órdenes. Lucho en hacer la voluntad del Eterno, pero es más valiosa la vida de mi cría que Él.
—¡No lo haré! —exclamo sin control—. ¡No puedo hacerlo! ¡Ella es mi cría, tú me la diste! ¡Fue un regalo como muestra de tu amor! ¿¡Ahora pides que la sacrifique!? —cuestiono con poder al Eterno—. Nadie le hará daño, ni siquiera tu.
Mientras continúo escuchando esa voz desconocida, el ardor de mi ser empieza a iluminar las aguas. No puedo contenerme mas y doy paso a toda mi furia sobre al abismo. Irguiéndome, expulso toda mi ira en llamaradas que destruyen todo lo que toca, en busca de quien pretende dominarme.
—¡Madre! ¿Qué sucede? No estes así —trata de calmarme Lyh, a lo que me vuelve en sí al mirarla. Conozco muy bien el poder del Eterno, ¿Cómo fue que perdí el control? —solo es un juego, madre.
Miro a mi alrededor. Solo veo un abismo agitado y la ausencia de quien sofocaba mi alma.
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