Memorias de un perdedor (Capítulo: En el zoo)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

Moderadores: Megan, kassiopea

Responder
Snorry
Me estoy empezando a viciar
Mensajes: 316
Registrado: 23 Nov 2018 14:01
Contactar:

Memorias de un perdedor (Capítulo: En el zoo)

Mensaje por Snorry »

SÁBADO: CONTRARIANDO A HERÁCLITO. MI HIJA HACE UN MATE. ME REENCUENTRO CON ZOOM.





La bestia no se dejaba ver. El jamelgo de los ríos tropicales permanecía sumergido en la exigua cisterna. Abortando el devenir de Heráclito involuntariamente, al permanecer en un río estanco, creía estar en posesión del llavín de la inmortalidad. Sí, bien es cierto que me gusta dejarme llevar, en ocasiones, por la fantasía de que las ideas se generan en una dimensión pre-verbal, asequible para las rudimentarias bestias, y quizás sea así porque yo mismo soy un auténtico animal.
Mientras aguardo bajo la sombra de un árbol, partículas de vidrio fundido proliferan por toda mi jeta. Apuro con singular impericia un helado de chocolate. África y yo contemplamos el telegrama que nos remite el animalito en forma de gruesas burbujas. El rostro de África, adornado a brochazos por el polo de fresa, se enciende con la risa.
--Vamos hija, vayamos a ver otros animalitos y luego volvemos –digo con un hilo de voz. África agria el gesto, negros nubarrones se apretan en el cielo de su expresión. De todos los malditos animales que ofrecía el zoo en sus calabozos con atrezo de vida salvaje, África se ha encaprichado en el hipopótamo filosofante. ¿Cuánto podía durar el ejercicio de apnea? ¿Trataba de batir un récord? Y, sin embargo, comprendo en cierto modo la preferencia de África, por descarte. Habíamos visto al oso pardo erguirse sobre su tren inferior y bailar un vals minimalista. El elefante, elegantemente vintage con su batamanta de arcilla cuarteada, mostraba una altiva indiferencia al fotografiarte con su ojo-cámara. El rinoceronte me había divertido por un instante: guarnecido con fundas de cartón-piedra, un simulacro de lanza coronaba su testa, y esperaba con tenacidad milenaria al caballero, derribado en la liza, para continuar con el torneo medieval. Los primates, niños perdidos en la eternidad, retozaban en un espacio límbico, contemplando el fruto de su evolución con despeinada entereza; de tanto en tanto rompían la solemnidad con sarcásticos alaridos, que asocio con los arrebatos de Esparvel. Los alados presidiarios revoloteaban en sus celdas, con un desquiciado vigor de ánimo. Ellos no tienen, como yo, una puerta por dónde salir y dejarlo todo atrás, y sin embargo manifiestan aparentemente una apaciguada alegría de vivir.
La culminación del hastío de los tiempos estaba formalmente representada en la zona del terrario, donde nada más entrar un hedor milenario te ubicaba sensitivamente en la petrificación inexorable de la existencia.
Una vaharada de aire ardiente me achicharró los vellos del cogote.
−A la mierda con las contemplaciones, se va a enterar el jodido hipopótamo −grito para mis adentros. Y a continuación arrojo un pedrusco del tamaño de un ratón, al que le había echado el ojo hacía rato. Lo lanzo en vaselina, sobre la ciénaga intemporal. Cesa, pues, el burbujear y la superficie se concreta en un manto marrón-verdoso. África me mira con burlona estupefacción, con una categoría de miedo feliz que ubico en el registro de la ternura. Pero la bestia no parecía alterarse más allá de la contracción de algún esfínter, o en todo caso la sensación de peligro lo había afianzado en su guarida subacuática. Ah, pero comenzó a emerger el trasero del hipopótamo, que había reculado con una lenta maniobra de convoy de mercancías, remontando una rampilla de acceso al tanque de agua. Al contemplar que la cola del bicho comenzaba a oscilar con la intensidad creciente de una hélice, recuerdo cierta escena de algún documental.
−¡Salgamos de aquí, África, rápidoooo!
Y salimos por piernas escuchando a nuestras espaldas un blando tableteo de ametralladora, y, viéndonos incendiados de viva sugestión, sobrepasamos de un salto el parapeto de un parterre, cayendo sobre el tórrido césped, a buen recaudo, riendo a la vez que falsamente aterrorizados por la bélica amenaza. Como sospechaba, el hipopótamo había comenzado a proyectar emplastos a discreción. Un par de fétidas cataplasmas superaron el recinto y fueron a caer sobre la cabeza y el torso de un niño que, despistado, comía un sándwich de cuatro pisos, sentado sobre un banquito de madera.
−¿Qué está haciendo, imbécil? −resuena una voz a pocos pasos de nosotros. Se trataba de un operario del zoo, a tenor de las botas de agua y el mandil de goma−. ¿Sabe la multa que le puede caer?, ahora mismo llamo a los vigilantes.
El operario muestra un excepcional rictus facial. Las cejas permanecían fijas en posición elevada, como si el músculo occipitofrontal se hubiera acortado dramáticamente. Ostenta gafas de cristales rotundos. No puedo evitar contraerme en una carcajada como un acordeón.
−Encima se va a pitorrear –y el operario acercó un grueso artefacto a la oreja, decidido a avisar a los guardas.
Pero resulta que me he reído porque he reconocido a Zoom, a quien no había vuelto a ver desde el bachillerato, y en el frenesí de la incontinencia hilarante se ha mezclado la alegría nostálgica y los recuerdos gamberros. Así que bueno, charlamos un rato de los remotos tiempos, de los desdibujados recuerdos, mientras África no cejaba en tirar de mi camiseta para atraer la atención. Zoom, percatándose de la impaciencia de África, la conquista con una marrullería, y le dice que si aguarda un poquito le va a traer una sorpresa. Lo vemos desaparecer por un pasadizo que conduce a la parte trasera del recinto del hipopótamo, y reaparecer de nuevo acarreando un carro de supermercado atiborrado de pelotas de baloncesto. Las pelotas resultan ser sandias, a punto de hervir bajo la reverberación de un incendio universal. El jamelgo filosofante hace girar el tonel de su cuerpo para ofrecer sus abiertas fauces en la inmediatez de la verja. Yo he visto una síntesis lúdica de esta situación en algún juguete de sobremesa. Pero bajo esta rechoncha candidez, habita un pendenciero. No obstante, estos pillos, han sabido tunear sus glándulas a lo largo de milenios de ensayo y error, para generar y esparcirse ellos mismos crema protectora solar, granjeándoles esta particularidad entre las bestias, en su idioma de alaridos, el sobrenombre de tiquismiquis. Y bien, veo que Zoom golpea la verja con un tubo metálico, gesto que propicia un desencajamiento aún mayor de las mandíbulas del obeso dandi, superando, diría uno, el ángulo de ciento ochenta grados, a la par que emite un disonante lamento gutural. Pero entonces ocurre el milagro de la duplicación y vemos otro trasero gordo reculando por la rampa en una pesada maniobra de hormigonera, así que para regocijo de África, al rato tenemos a la pareja de nuestro campeón de apnea aparcada en batería junto a su compañero, alardeando de unos incisivos del diámetro de una farola. África, en un involuntario ejercicio de emulación, maravillada, había abierto de par en par sus pequeñas fauces infantilmente hipopotámicas. Zoom comienza a lanzar las verdinegras pelotas sobre el piso del recinto y el espantoso espectáculo de deglución provoca en África ruiditos de histeria feliz. El niño damnificado se nos une, ceñudo, para ver la función en primera fila. Yo me hago el sueco pero Zoom considera oportuno compensarle ofreciéndole uno de esos balones vegetales para que lo lance con torpe determinación. Entonces alarga otro para África, y uno imagina en primera instancia que sus bracitos no pueden soportar tal magnitud de peso, así que se asombra uno luego de verla correr sujetando con fuerza atlántica el balón, mientras ejecuta los tres pasos reglamentarios para elevarse después desde la línea de triples, en un salto olímpico, por encima de la verja y ejecutar con maestría un mate sobre el aro hocico basculante. Pero, claro, esto no es más que una concesión fantasiosa de padre, de uno que ha sujetado a África por las axilas y la ha arrimado a la verja, para que después de varios intentos agotadores, en el fuego de la tarde, la maldita sandia consiga caer del lado de los comebolas.
Avatar de Usuario
posman
Lector ocasional
Mensajes: 53
Registrado: 20 Nov 2022 23:39

Re: Memorias de un perdedor (Capítulo: En el zoo)

Mensaje por posman »

Todo sea por la causa.., así es como definiría este relato. Porque, ¿a qué va uno al zoológico?, pues a ver animales. Pero si alguno de ellos no se deja ver pues menudo marrón y, si encima se va con niños o niñas que cuando a estos se les mete una idea en sus cabecitas.., uno tiene que ser muy bueno mintiendo para convencerlos a riesgo de que nos crezca la nariz. Pero eso son gajes del "oficio", daños colaterales generados porque, de vez en cuando, hay que disfrazarse de esforzado Caballero al que mandan a las cruzadas a liberar la tierra santa y la no santa pues, una vez allí no se tiene muy claro de qué va la historia. Menos mal que en esta ocasión apareció del pasado un superhéroe que conocía el talón de Aquiles de esas bestias y resolvió la situación convirtiendo a la niña en la heroína de tan grandiosa gesta glorificando de paso al Caballero para toda la eternidad.
Buen trabajo. Saludos
—Estaba tan asustado que hasta el miedo me abrazaba..
Snorry
Me estoy empezando a viciar
Mensajes: 316
Registrado: 23 Nov 2018 14:01
Contactar:

Re: Memorias de un perdedor (Capítulo: En el zoo)

Mensaje por Snorry »

posman escribió: 31 Mar 2023 12:04 Todo sea por la causa.., así es como definiría este relato. Porque, ¿a qué va uno al zoológico?, pues a ver animales. Pero si alguno de ellos no se deja ver pues menudo marrón y, si encima se va con niños o niñas que cuando a estos se les mete una idea en sus cabecitas.., uno tiene que ser muy bueno mintiendo para convencerlos a riesgo de que nos crezca la nariz. Pero eso son gajes del "oficio", daños colaterales generados porque, de vez en cuando, hay que disfrazarse de esforzado Caballero al que mandan a las cruzadas a liberar la tierra santa y la no santa pues, una vez allí no se tiene muy claro de qué va la historia. Menos mal que en esta ocasión apareció del pasado un superhéroe que conocía el talón de Aquiles de esas bestias y resolvió la situación convirtiendo a la niña en la heroína de tan grandiosa gesta glorificando de paso al Caballero para toda la eternidad.
Buen trabajo. Saludos
Gracias por el original y divertido comentario, posman.
Saludos
Avatar de Usuario
lucia
Cruela de vil
Mensajes: 84497
Registrado: 26 Dic 2003 18:50

Re: Memorias de un perdedor (Capítulo: En el zoo)

Mensaje por lucia »

Me han gustado tanto el mensaje original, sobre todo el final, como el comentario posterior de Posman sintetizándolo :D

¡Menudos padrazos!
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

Imagen Mis diseños
Snorry
Me estoy empezando a viciar
Mensajes: 316
Registrado: 23 Nov 2018 14:01
Contactar:

Re: Memorias de un perdedor (Capítulo: En el zoo)

Mensaje por Snorry »

lucia escribió: 01 Abr 2023 20:18 Me han gustado tanto el mensaje original, sobre todo el final, como el comentario posterior de Posman sintetizándolo :D

¡Menudos padrazos!
Gracias, lucia.
Dulce castigo, el de ser padres!
Avatar de Usuario
Gavalia
Chucho
Mensajes: 11874
Registrado: 03 Jul 2008 13:32
Ubicación: Perrera municipal

Re: Memorias de un perdedor (Capítulo: En el zoo)

Mensaje por Gavalia »

El mío tiene ya treinta y cuatro años, ahora es él quien me levanta para alcanzar a lanzar la bola.
En cuanto al relato, que está bien escrito es más que obvio, así que solo puedo decir que me ha divertido leerlo, ole por eso, máxime sabiendo lo complicado que es conseguir la carcajada del lector. No deja de notarse tu gusto por los palabros raros, pero en este caso bastante oportunos.
La imagen del crio lleno de mierda hipopotámica jajajaja, no se me va de la cabeza.
Saludos.
En paz descanses, amigo.
Snorry
Me estoy empezando a viciar
Mensajes: 316
Registrado: 23 Nov 2018 14:01
Contactar:

Re: Memorias de un perdedor (Capítulo: En el zoo)

Mensaje por Snorry »

La mía tiene 22vahora. Se encaprichó aquella tarde, hace mucho, en esperar a que emergiera el puto hipopótamo. Lo demás es fruto de mi demencia. Mi pequeña está en muchos cuentos, también estaba en la granja del Capi.
Gracias!
Responder