El sello
A veces creo que escribir puede ser algo parecido a desnudarse y quedarse petrificado así. No estoy muy seguro si eso sea algo bueno... Pero vamos a ello. Buscando en mis memorias mas lontanas, no recuerdo la primera vez que algo sellé. Es de suponer que fue en el SERUM. Si te preguntas, lector, que es el SERUM, solo te diré que no he vivido peor soledad que la que viví en el SERUM. Una cicatriz indeleble dejó en mi alma y otra en mi mano derecha; pero esa historia es intima, y no la desnudare ahora. Hoy se me atoró en el pensamiento otro personaje, y prefiero parrafear de sellos.
Trabajo en un hospital público y supongo, sin temor a equivocarme y haciendo uso de matemática elemental, que debo haber sellado y firmado más de trescientos mil papeles, y el asunto va en aumento. Así es, al parecer mi garabato no vale nada... no me pidan autógrafos. Parece algo exagerado, pero esta sociedad, obsesionada con las formas, así lo obliga. Todo necesita una firma y una responsabilidad adherida al acto. Hay gente que nace, pero no existe ante la ley, si no se firma un papel que lo certifique. Vuelven mis memorias al SERUM... Recuerdo a don Angelito, el partero del pueblo, un hombre "bonachón" que trajo a este mundo doliente a muchos pequeñitos, pequeñitos que hoy seguramente serán también padres... Muchos años han pasado ... "Son gente pobre", me decía, y yo, estúpido inocente, apretaba fuerte el sello en el formato, garabateaba mi firma y daba valor legal a la existencia del neonato sin cobrar siquiera “un gracias” de los padres. Fue sencillo para él hasta que me enteré de sus negocios oscuros... Pero esa es otra historia que tampoco me escuece ahora. No la rascaré. Nacimientos, muertes... recetas, constancias, certificados, órdenes y un largo etcétera; todo firmado con un sello tantas veces presionado contra un papel, que mi nombre, hecho en altorrelieve, terminó haciéndose un amasijo amorfo e ininteligible con el tiempo.
El hecho es que un día cualquiera me dijeron los de la farmacia : "Doctor, ya no vamos a despachar sus recetas porque su sello es solo una mancha y no se entiende nada".
Bueno, debo reconocer que la vida lo va deformando todo; lo que es físico, y lo que no es físico aún más. Esto último es lo más triste. Cuando se deforma el alma, se hace ininteligible para los que nos conocieron de jóvenes... conozco casos.
Fue así que mi sello también envejeció.
Lo que los de la farmacia no sabían es que ese asunto era algo que tenía yo muy bien calculado...Lo llamaré con falsa inocencia: "Anonimato". Así es que el asunto de seguir sellando con un sello plano, no se debía a falta de recursos para hacerme de otro sello. Tampoco se debía a falta de tiempo para mandar a hacer uno nuevo o algo parecido; aunque debo reconocer, con vergüenza, que siempre he sido un procastinador convicto y congénito. El asunto era el siguiente, y lo confieso hoy sin ninguna vergüenza: Si alguien, después de ser atendido por mi persona, concluía que era yo un matasanos yatrogenico o médico inmerecedor de ser llamado así, no sabría a quién maldecir. Si contrariamente, alguien pensaba que era yo el hombre digno de ser su médico de cabecera, no sabría a quién bendecir con su inefable carga. Y así, por muchos años fui un hombre anónimo, un médico sin nombre, un recuerdo bueno o malo; un recuerdo misterioso y así es exactamente como me gustaba. Cuando me dijeron que mi sello indescifrable ya no servía, supe que la paz del anonimato terminaría. Cumplí con mandar a hacerme un nuevo sello, uno de esos "Trodat", modernos y con tampón incluido. El viejo lo guardé y aún lo tengo, como recuerdo invaluable de tiempos mejores.
Hogaño es imposible ser anónimo, y ya no depende en nada de los sellos. Llegaron en su momento las insensibles maquinas a las que llamamos "Computadoras", y mi nombre aparece ahora impreso en cada papel que firmo y sello. Cada día, sufro las consecuencias de ello.
Este año me enteré, con agridulce emoción, que cumplí veinticinco años ejerciendo mi oficio , y por añadidura, también "sellando" y firmando. Ya sospechaba que tarde o temprano me alcanzaría la mano infinita del tiempo. Espero de corazón que mi sello se esté imprimiendo en la vida de las personas y no en los papeles que se llevan firmados.
En cuanto al sello, solo puedo decir que envejecimos juntos, y seguramente ya estamos empezando a parecernos... un poco más ininteligibles cada día.