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), me tomo la libertad de dejarlo por aquí 
espero que os guste un poquito 
Me gustaba observarla. Esos ojos del color de la miel me hipnotizaban. La conocía bien, cuando mi nana se ausentaba ella nos cuidaba. Se notaba que le gustaba, así podía despreocuparse de abrillantar la plata o de quitar el polvo. Decía que era limpiar sobre limpio, que era perder el tiempo, que prefería estar con nosotros en el jardín, jugando a las prendas o con Mimí, nuestra perrita, que la adoraba. Cuando pienso en mis matrimonios, recuerdo aquella tarde.
Después de unos días de lluvia, un sol triunfante invitaba a disfrutar del exterior y salimos al jardín. Hacía días que Marie andaba algo despistada, con una leve sonrisa pintada en su rosto que aumentaba la dulzura de un carácter alegre y resuelto. A pesar de ser una niña, intuía un cambio en ella, algo misterioso que yo no alcanzaba a comprender, por eso la observaba con más ahínco. Aquella tarde, cuando todos estaban concentrados en colorear los dibujos que nos había traído papá, la seguí a la cocina y me escondí tras las puertas. La vi trajinar despacio, preparándose un té, un respiro. Mimí merodeaba entre sus piernas, intentando llamar su atención. Pero ella no estaba allí. Cuando se giró, removiendo lentamente la infusión, pude ver su mirada. Aquella expresión la llevo grabada en mi interior. Era una mirada cálida, profunda. Suave e intensa. Que prometía sin esperar nada. Eran los ojos del amor.
Cinco meses después se casó con el panadero de nuestro pueblo y se marchó. La vi algunas veces. En ocasiones, ella en persona nos traía el pan a la casa y, aunque desprendía aquella alegría suya e irradiaba paz, no volví a ver aquella mirada en sus ojos.
Y yo sigo buscándola.
Me quedo atento a más microrrelatos que escribas. 