¿Escribimos un relato entre todos? (Juego)

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Gretogarbo
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Capítulo I Aquí

Capítulo II
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba la política pesquera solo pescó pezqueñines. Sin embargo, comprobó que la infancia canosa es demasiado corta para malgastarla en libros de Harry Potter o de Miguel Corner. Pretendía sufragar la edición de una maravillosa novela negra, con abundantes ilustraciones de Beatrix Poter. Aunque no tenía un editor seguro, continuaba escribiendo y tirando a la
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oscall
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Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba la política pesquera solo pescó pezqueñines. Sin embargo, comprobó que la infancia canosa es demasiado corta para malgastarla en libros de Harry Potter o de Miguel Corner. Pretendía sufragar la edición de una maravillosa novela negra, con abundantes ilustraciones de Beatrix Poter. Aunque no tenía un editor seguro, continuaba escribiendo y tirando a la basura capítulos
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Gretogarbo
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Capítulo I Aquí

Capítulo II
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba la política pesquera solo pescó pezqueñines. Sin embargo, comprobó que la infancia canosa es demasiado corta para malgastarla en libros de Harry Potter o de Miguel Corner. Pretendía sufragar la edición de una maravillosa novela negra, con abundantes ilustraciones de Beatrix Poter. Aunque no tenía un editor seguro, continuaba escribiendo y tirando a la basura capítulos enteros que no
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Edgardo Benitez
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Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba la política pesquera solo pescó pezqueñines. Sin embargo, comprobó que la infancia canosa es demasiado corta para malgastarla en libros de Harry Potter o de Miguel Corner. Pretendía sufragar la edición de una maravillosa novela negra, con abundantes ilustraciones de Beatrix Poter. Aunque no tenía un editor seguro, continuaba escribiendo y tirando a la basura capítulos enteros que no

eran suficientemente explícitos
¡Hay vida antes de la muerte!
Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni les importa.
Pero si te pego en el centro, será por filosofía.
Pero por poesía, serás mi centro.
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Capítulo II
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba la política pesquera solo pescó pezqueñines. Sin embargo, comprobó que la infancia canosa es demasiado corta para malgastarla en libros de Harry Potter o de Miguel Corner. Pretendía sufragar la edición de una maravillosa novela negra, con abundantes ilustraciones de Beatrix Poter. Aunque no tenía un editor seguro, continuaba escribiendo y tirando a la basura capítulos enteros que no eran suficientemente explícitos sobre la vida
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Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba la política pesquera solo pescó pezqueñines. Sin embargo, comprobó que la infancia canosa es demasiado corta para malgastarla en libros de Harry Potter o de Miguel Corner. Pretendía sufragar la edición de una maravillosa novela negra, con abundantes ilustraciones de Beatrix Poter. Aunque no tenía un editor seguro, continuaba escribiendo y tirando a la basura capítulos enteros que no eran suficientemente explícitos sobre la vida
.Pero un día
¡Hay vida antes de la muerte!
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Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba la política pesquera solo pescó pezqueñines. Sin embargo, comprobó que la infancia canosa es demasiado corta para malgastarla en libros de Harry Potter o de Miguel Corner. Pretendía sufragar la edición de una maravillosa novela negra, con abundantes ilustraciones de Beatrix Poter. Aunque no tenía un editor seguro, continuaba escribiendo y tirando a la basura capítulos enteros que no eran suficientemente explícitos sobre la vida.
Pero un día sobrevino un cataclismo
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Pero un día sobrevino un cataclismo
que descolocó a
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Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba la política pesquera solo pescó pezqueñines. Sin embargo, comprobó que la infancia canosa es demasiado corta para malgastarla en libros de Harry Potter o de Miguel Corner. Pretendía sufragar la edición de una maravillosa novela negra, con abundantes ilustraciones de Beatrix Poter. Aunque no tenía un editor seguro, continuaba escribiendo y tirando a la basura capítulos enteros que no eran suficientemente explícitos sobre la vida.
Pero un día sobrevino un cataclismo que descolocó a Antoñín. Sucedió
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Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba la política pesquera solo pescó pezqueñines. Sin embargo, comprobó que la infancia canosa es demasiado corta para malgastarla en libros de Harry Potter o de Miguel Corner. Pretendía sufragar la edición de una maravillosa novela negra, con abundantes ilustraciones de Beatrix Poter. Aunque no tenía un editor seguro, continuaba escribiendo y tirando a la basura capítulos enteros que no eran suficientemente explícitos sobre la vida.
Pero un día sobrevino un cataclismo que descolocó a Antoñín. Sucedió
que estando en
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Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba la política pesquera solo pescó pezqueñines. Sin embargo, comprobó que la infancia canosa es demasiado corta para malgastarla en libros de Harry Potter o de Miguel Corner. Pretendía sufragar la edición de una maravillosa novela negra, con abundantes ilustraciones de Beatrix Poter. Aunque no tenía un editor seguro, continuaba escribiendo y tirando a la basura capítulos enteros que no eran suficientemente explícitos sobre la vida.
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Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba la política pesquera solo pescó pezqueñines. Sin embargo, comprobó que la infancia canosa es demasiado corta para malgastarla en libros de Harry Potter o de Miguel Corner. Pretendía sufragar la edición de una maravillosa novela negra, con abundantes ilustraciones de Beatrix Poter. Aunque no tenía un editor seguro, continuaba escribiendo y tirando a la basura capítulos enteros que no eran suficientemente explícitos sobre la vida.
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con ínfulas de
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Capítulo II
Antoñin era un niño malote. Tiempo atrás había trapicheado por los suburbios vendiendo apuntes de matemáticas, asignatura que traía a todos de cabeza, y se sacaba unas perrillas que le daban a mayores para comprar revistas porno. Nadie sabía de sus fetiches, que acumulaba en un rincón del desván. Allí guardaba todos los calcetines manchados de sus amantes. Al encontrarlos, su madre le obligó a devolverlos. Furioso, los metió en una caja de Ikea que le sobraba de la mudanza que había hecho hace tiempo cargado de cachivaches sadomaso. Los más brutos eran unas espuelas para caballo que daban pinchazos en los glúteos, generando placer a la víctima y al victimario. Este último tendía a aplicarse descargas umbrías de estrellas perdidas en un firmamento oscuro con luces aladas de luciérnagas para recordarnos que el Big Bang es esa errática y abismal luminaria interna de todo ser.
Rápido aprendió que comprender sin sentir no era suficiente para ser un personaje la mar de masculino, por mucho que le advirtieron de los peligros de las fanecas cuando se hacen mal. Entonces tuvo una gran idea, haría un espeto en medio bidón lleno de aceite de oliva virgen lampante que sería un éxito. Se metió dentro y esperó por él hasta que estuvo bien aliñado y reposado. Salió con trozos de sardinas y un boquerón en escabeche. Como a él no le importaba la política pesquera solo pescó pezqueñines. Sin embargo, comprobó que la infancia canosa es demasiado corta para malgastarla en libros de Harry Potter o de Miguel Corner. Pretendía sufragar la edición de una maravillosa novela negra, con abundantes ilustraciones de Beatrix Poter. Aunque no tenía un editor seguro, continuaba escribiendo y tirando a la basura capítulos enteros que no eran suficientemente explícitos sobre la vida.
Pero un día sobrevino un cataclismo que descolocó a Antoñín. Sucedió que estando en Port Aventura, un hombre mal encarado se le acercó con ínfulas de viejo hidalgo castellano
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