La boda de Emilio (Relato sin género concreto)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

Moderadores: Megan, kassiopea

Responder
Avatar de Usuario
Tente
Lector voraz
Mensajes: 172
Registrado: 22 Abr 2019 15:45

La boda de Emilio (Relato sin género concreto)

Mensaje por Tente »

Nunca me han gustado las bodas. A unos se les nota demasiado el fastidio por no haber podido eludir el compromiso y a otros se les ve demasiado preocupados porque todo salga bien. Sólo una pequeña parte de los invitados, los amigos de los novios, parecen dispuestos a pasarlo en grande, comer y beber al menos.

La verdad es que llevo años sin ir de boda, sobre todo porque ya no me invita nadie. A mi edad lo normal es que se casen los hijos y los sobrinos, por eso me sorprendió tanto recibir la invitación de Emilio. Después de tantos años el muy granuja se nos casa. Si no me equivoco es todavía un par de años más viejo que yo. ¿Quién querrá casarse con un carcamal que andará ya rozando los cincuenta? Alguna solterona del pueblo, seguro. O quizás haga como el tío Alberto de la Canción de Serrat, “qué suerte tienes cochino…”

Casi me apetece ir, demasiados años sin pasarme por el pueblo y tengo que reconocer que la cosa tiene su morbo. Supongo que si me invita a su boda es porque ya me ha perdonado, por fin. Qué mejor ocasión para hacer las paces aunque sea tanto tiempo después. Al fin y al cabo fue Trini la que me eligió a mí y no se puede decir que ahora me alegre de aquello. De haber sabido cómo acabarían las cosas nunca le habría quitado la novia al bueno de Emilio. Lo único que se salva de aquello es Isabel, mi hija fantasma. ¿Qué habrá sido de su vida? Supongo que seguirá envenenada por su madre contra mí, o quizás me hayan olvidado ya las dos. No recuerdo cuantos años llevo sin pasarles ni un euro.

Y tampoco es que pueda reprocharle a Trini nada. Todo fue culpa mía, el alcohol y la cocaína me alejaron de ellas para siempre y luego, ya rehabilitado, me faltó valor para intentar recuperarlas. Y, si soy sincero, también me faltaron ganas. Qué le voy a hacer, nunca he sido un hombre familiar ni un padre modelo. No cambiaría esta libertad que tengo ahora por su amor y eso contando con que ellas sientan algo más que odio hacia mí. Siempre he pensado que lo ideal habría sido que se hubiera casado con Emilio, mucho mejor persona que yo y además, que estaba loco por ella.

Pero parece haberlo superado cuando se casa con otra, porque digo yo que se casará con otra, ¿no? Si fuese con Trini no se habría atrevido a invitarme y menos en el pueblo, con lo formal y tímido que ha sido siempre este hombre. Menudo escándalo se iba a armar, no quiero ni pensarlo. Lo raro es que parece que quiere mantener el misterio hasta el final porque no me ha mandado una invitación de boda convencional sino un correo electrónico diciéndome que se casa dentro de un mes y que quiere que vaya yo, ni menciona a la novia. Vaya con los del pueblo, sí que han espabilado. Yo les recuerdo como auténticos gañanes ordeñando las cabras y ahora resulta que tienen Internet y todo. Le habrá costado mucho dar con mi dirección de correo porque apenas mantengo contacto con nadie del pueblo.

Ni siquiera sé si voy a reconocerle. Veinte años hacen estragos en cualquiera. Yo me he visto envejecer cada mañana al afeitarme pero lo suyo será un salto brutal en el tiempo. Nunca fue muy agraciado, la verdad, pero hay quién se hace mayor con más dignidad que otros y en mi caso los estragos de la mala vida son evidentes. Por eso me duele tanto vernos en esta foto ya amarillenta, porque no me creo que ese par de adolescentes con granos y ganas de comerse el mundo seamos nosotros. Entonces pensábamos que nuestra amistad sería eterna y seguramente habría sido así si no se hubiera cruzado Trini en nuestras vidas.

Mi primera parada debería ser el cementerio porque allí estarán ya muchos de mis conocidos, los que ya eran viejos entonces. Y seguro que más de uno de mi quinta también se ha ido, ley de vida. Para que luego diga el famoso tango que veinte años no es nada. En cierto modo, para muchos de mis paisanos es como si yo también hubiera muerto y no sé qué cara pondrán cuando me vean resucitar precisamente para la boda de Emilio, cuando es precisamente por él por lo que nunca he vuelto al pueblo después de casarme, porque me hizo prometerle que jamás volveríamos a vernos. Aquello le dolió mucho pero también era exagerado este hombre, si hasta llegó a amenazarme con pegarme un tiro. Bueno, parece que es verdad que el tiempo lo cura todo y ya se da por satisfecho con una pena de veinte años y un día.

Y tampoco puede decirse que les haya echado mucho de menos. De joven siempre pensé que había nacido allí por error, me ahogaba en aquel ambiente tan cerrado y estaba como loco por escapar, por conocer otras ciudades, otros mundos. Y vaya si lo conseguí, nada menos que de piloto de aviones, mi sueño hecho realidad. No puedo quejarme de la vida que he llevado, siempre he conseguido mis objetivos y no sin mucho esfuerzo, como todo el que triunfa desde abajo. Lástima que me retiraran la licencia para volar cuando mi adicción a la cocaína salió a relucir en aquel chequeo. Y también he podido superar eso aunque fuese a costa de quedarme sólo. He logrado todo lo que me he propuesto en esta vida, todo menos querer a alguien y que alguien me quiera, cosas importantes pero muy sobrevaloradas.

Hay que ver, seguramente estoy más nervioso que los novios. Yo no me caso pero me dispongo a viajar al pasado y creo que va a ser doloroso y no solo para mí. Seré un extraño entre mi gente, un extranjero en mi pueblo pero con deudas pendientes. Debería haber vuelto alguna vez para que la herida no hubiera crecido tanto pero siempre fui un cobarde cando se trata de enfrentarme a mis fantasmas. No sé cuántas vueltas al mundo he dado volando, y sin embargo siempre he sentido que el pueblo estaba más lejos, en otra galaxia.

Pero ya no hay remedio, no estoy dispuesto a deshacer el equipaje. Esta vez el compromiso es conmigo mismo y no me voy a echar atrás. Creo que lo peor de todo será encontrarme con los padres de Trini, si todavía viven. Ellos me calaron enseguida y se opusieron con todas sus fuerzas a nuestra boda. Sin duda preferían a Emilio de yerno y viendo cómo acabaron las cosas no puedo culparles de nada. Tenían razón los malditos viejos.

Ahora sí que me vendría bien meterme una rayita. Por supuesto que no lo voy a hacer, pero vaya si lo necesito. Sólo faltaba eso, que llegara al pueblo “endrogao” como dirán por allí. Como mucho pararé en el pueblo de al lado a tomar una copilla, sólo una. Bueno, quizás dos.

Espero que hayan mejorado las carreteras de por allí. Por lo que yo recuerdo, aquello era lo más parecido al Paris – Dakar ese, todo lleno de baches y curvas caprichosas. Al fin y al cabo se supone que la España profunda también ha entrado en Europa. Aunque no sé yo, con lo catetos que eran todos por allí. Y la de alcaldes granujas que pasaban por el Ayuntamiento, siempre dispuestos a trincar todo lo que podían. Por cierto, nunca he sabido qué partido político gana ahora las municipales por allí ni me importa lo más mínimo. Supongo que votaran a quien les diga el cura, que ese sí que mandaba de verdad en el pueblo.

Allá voy, y como suponía, con atasco. Odio salir de la ciudad en fin de semana como un dominguero más. Me temo que me quedan unas cuantas horas de viaje sin más compañía que unos recuerdos podridos que pugnan entre sí por adueñarse de mi pobre cerebro. Debería presentarme allí en avión, o por lo menos en helicóptero para que vean quién soy yo. Me da la risa de pensar en la cara que pondrían los paletos si me vieran aterrizar en la era del chatillo con mi uniforme de gala y todo. Alguno pensaría que me manda el demonio y seguro que me escalabraban de un guijarrazo.

El caso es que no podrán decir que no me he preocupado por ir bien arreglado para la ocasión, nunca me había gastado tanto dinero en un traje, por no hablar de mi corte de pelo, convencional pero perfecto. Sí, ya sé que necesitaría un milagro para presentarme allí con una imagen decente pero, al menos he hecho todo lo posible. Por primera vez en muchos años me importa lo que piensen de mí al verme. Quizás siga soltera alguna de las mozas que me gustaban entonces, pero no lo creo, seguro que todas están gordísimas y rodeadas de un montón de mocosos insoportables.

Me sobra tiempo, la boda es mañana pero prefiero pasar allí la noche anterior, quizás hagan despedida de soltero, recuerdo que eran fiestas brutales en las que el alcohol corría sin control alguno. Más de un novio llegaba al altar en pésimas condiciones, pero con lo serio que era el bueno de Emilio seguro que pasará la noche en su casa preparándose para el feliz acontecimiento. En realidad no voy buscando fiesta sino tranquilidad, presentarme allí justo a la hora de la boda sería demasiado y tampoco es que quiera restar protagonismo a los novios, no soy más que un invitado, un viejo amigo y punto.

Creo que voy a parar en el primer pueblo que vea a tomar una copa para ir entrando en ambiente. Tembleque a seis kilómetros, con ese nombre no me queda más remedio que parar, supongo que tendrán un bar. Me llama la atención el buen estado de las carreteras de la zona, hasta con circunvalación y todo. Ningún problema para aparcar, esto no es Madrid y se nota. También tiene sus ventajas esto del mundo rural aunque no creo que pudiera acostumbrarme a vivir en sitios así, perdidos en mitad de ninguna parte.

El típico cartel de la coca cola me dice que ahí enfrente tengo un sitio donde entrar a tomar fuerzas. El bar parece limpio y moderno, si no fuese por las fotos con inconfundibles motivos manchegos, podría estar en cualquier otro lugar. Me llama la atención un retrato de algún antepasado de la mujer que me está poniendo una copa de coñac. El parecido es evidente y no sólo por los rasgos físicos, es esa seriedad implacable que no llega a ser tristeza pero que te envuelve en un raro sopor si te descuidas lo más mínimo. Acabo de descubrir una especie de zombi en un rincón con la misma cara de no haber reído nunca. Si no siguiera allí, dentro del pobre marco de madera, se diría que el muerto de la foto había bajado a echar un chato de vino. Y los tres me miran fijamente pero sin ningún interés. Sin duda se preguntan qué hace aquí un forastero bebiendo de buena mañana pero no estoy dispuesto a decir nada si no abren ellos la boca antes y sé bien que no lo harán.

Salgo del bar peor que entré y no sólo por la pésima calidad de la bebida. El ambiente era irrespirable y de haber permanecido más tiempo allí seguro que también habría sido víctima de los ladrones de cuerpos. Eso me han recordado los tres personajes, aquella vieja película de ciencia-ficción. Menos mal que los gritos de unos niños jugando al fútbol me han devuelto al mundo de los vivos. Nada menos que un balón oficial de la liga de este año llega rodando hasta mis pies y aprovecho la ocasión para lucirme dando unos toques pero me temo que ya no soy ningún artista con el esférico y he acabado haciendo el ridículo al perder el equilibrio y darme de bruces con el duro suelo manchego. He salido de allí con el rabo entre las piernas, recordando los partidos memorables que veinte años atrás jugábamos en el pueblo cuando Emilio y yo éramos unos figuras.

Tras meses sin probar el alcohol la copa me ha sentado como un tiro. No debería haberlo hecho aunque sé que no se trata de ninguna recaída, sólo es un caso especial. Menos mal que no me han visto mis compañeros de terapia en Alcohólicos Anónimos. En fin, sólo ha sido una, ningún problema para conducir. Creo que haré alguna parada más aunque sólo sea para hacer tiempo, me siento como quién busca excusas para retrasar una cita con el dentista, por ejemplo.

Sí que han cambiado los molinos de mi tierra. Ahora son gigantes, modernos, nada que ver con los que yo recordaba. Hoy lo llaman energías renovables pero se basan en lo mismo de siempre, la fuerza del viento. No he podido evitar una sonrisa al reconocer que en mi mente han estado juntas las palabras “molinos” y “gigantes”. Aunque no ejerzo nada de ello, como manchego que soy llevo sobre los hombros la obra de Cervantes y, si soy sincero, es una carga muy liviana, más bien agradable aunque demasiado tópica.

Tengo sueño. Anoche apenas dormí con los preparativos del viaje y creo que voy a parar a comer algo y echarme un rato. Me temo que más de cuatro me esperan con una batería de preguntas y si quiero quedar bien más me vale llegar fresco y despejado. Apenas cincuenta kilómetros para llegar, buen momento para descansar y recobrar energías. Seguro que aquí, en Tomelloso, hay algún sitio decente.

Justo lo que necesito, un modesto hostal en el que ponen comidas típicas de la tierra. Un buen pisto manchego y unas chuletas de cordero me vendrán de maravilla, todo eso regado con un buen vino de la zona. Y después subiré a la habitación a intentar descansar pero sobre todo a recordar. Llevo horas intentando construir en mi mente la imagen que tendrá ahora Emilio pero noto que poco a poco el sueño me va venciendo y esta cama es tan cómoda que ya me siento en brazos de Morfeo.

Menuda pesadilla. Apenas llevaba media hora durmiendo cuando he despertado bañado en sudor y pasmado ante lo que acabo de ver. El muy granuja entrando en la iglesia acompañado de Trini, pero ella no era la novia sino la madrina. La futura esposa era mi hija, Isabel. Vaya manera de vengarse de mí, el muy cerdo de Emilio sería a partir de ahora mi yerno, el padre de mis nietos. Menos mal que sólo era un sueño absurdo y que los sueños, sueños son. Aunque pensaba que carecía por completo de espíritu paternal, la simple idea de ver a mi hija casada con un hombre tan viejo como yo me produce nauseas y un mal sabor de boca que apenas puedo aliviar bebiendo litros de agua ni encendiendo un cigarro tras otro. No podré quitarme esta sensación de encima hasta que llegue al pueblo y compruebe que, por supuesto, eso es falso, un simple efecto secundario del pisto y el vino.

Y allá voy, ahora casi con ganas de llegar cuanto antes y que sea lo que Dios quiera. La carretera parece nueva, recién asfaltada y apenas hay tráfico. Por la ventanilla se alternan los inmensos campos de cereales con las viñas aún mayores. Esta buena gente sigue como siempre, resignada a la agricultura de secano con lo que eso conlleva: Mucho trabajo y poca recompensa. Debe ser duro aguantar las eternas quejas de los murcianos y otros vecinos que reclaman el agua que tanta falta hace en estas resecas tierras. Un poco tarde para convertirme en un manchego reivindicativo cuando llevo toda la vida renegando de mi patria chica. Quizás a partir de ahora venga más a menudo por aquí, parece que le voy cogiendo el gustillo a esto. Tengo que reconocer que también tiene su encanto aunque no sabría decir dónde.

No he podido evitar un escalofrío al reconocer la torre de mi pueblo a lo lejos, en lontananza. Allá voy cual valeroso Quijote aunque sea sin Sancho Panza y sobre un rocinante mecánico. No sé dónde voy a parar, si mi tía Luisa todavía vive creo que me dará cama porque era su sobrino favorito aunque después de tantos años puede que ni me recuerde. En Internet vi que hay un hotel ahora en plena calle mayor y quizás sea la mejor opción, no me gustaría suponer una molestia para nadie. Decidido, si hay habitación libre me quedaré allí.

Aunque han cambiado muchas cosas reconozco perfectamente otras. La mayoría de las casas siguen más o menos como estaban en mis recuerdos aunque veo más comercios, más bares y sobre todo cierto aire de modernidad que me sorprende un poco. El hotel se encuentra justo donde estaba el cuartel de la guardia civil, lo recuerdo muy bien. Tiene muy buena pinta y además les queda una habitación, perfecto. No falta de nada, hasta tengo televisión digital, minibar y todo lo que podría necesitar. Además, a muy buen precio.

El señor que me ha atendido en recepción me resulta familiar aunque no le he reconocido. A él le debe haber pasado lo mismo, lo he notado en su mirada. Lo que más me ha sorprendido ha sido subir en el ascensor con una pareja de chicos que no han disimulado lo más mínimo su condición de homosexuales, algo impensable en el pueblo veinte años antes.

Una vez duchado y cambiado de ropa, llega la hora de hacer el paseíllo, como diría un torero. Salir a la calle y simplemente pasear hasta reconocer a alguien. Romper el hielo siempre es lo más complicado, luego será todo más sencillo. Creo que sé defenderme en situaciones difíciles y esto tampoco es para tanto, sólo voy a la boda de un amigo.

Voy hacia la plaza sin saber por qué, buscando el corazón del pueblo, la iglesia donde tengo una cita mañana. Está muy reformada, han puesto árboles y una fuente en el centro. Enfrente, el Ayuntamiento, un edificio nuevo pero que conserva cierta armonía con su entorno. De allí sale un hombre de mediana edad que creo reconocer, podría ser un compinche de aquellos remotos años.

—Hostias, si es el mata ratas—. Me suelta el tipo. Y es verdad, ese era mi mote. Me lo pusieron porque una vez acabé con una de una pedrada.
—Pues sí, soy yo. Y tú eres Agustín el cagón, ¿no?— Le digo yo, por responder a su golpe. Nos echamos a reír nerviosos sin saber si darnos la mano o un abrazo.
—Ni se te ocurra volver a llamarme así, ahora soy excelentísimo, el alcalde de tu pueblo, nada menos—. Me deja de piedra. Creo recordar que era hijo de unos jornaleros y los alcaldes del pueblo que yo recuerdo digamos que eran otro tipo de gente.
—Anda ya, entonces yo soy obispo—. Contesto entre carcajadas.
—Pues es verdad. Oye no has cambiado nada—. Miente mi amigo y así consigue que me decida: Nos damos un gran abrazo allí mismo en mitad de la plaza.
—Supongo que sabes que vengo de boda—. Intento sonsacarle.
—Pues claro. A la boda de Emilio, menudo acontecimiento. Y yo sí que no puedo fallar porque le voy a casar aquí, en el Ayuntamiento—. Me contesta haciéndose el importante.
—¿Tú? Pero si eso es cosa del cura. Veo que han cambiado las cosas por aquí. Por cierto, ¿Quién es la novia?—. Le interrogo sin miramientos.
—Eso es mejor que lo hables con Emilio—. Me dice repentinamente serio.

Pero enseguida la conversación vuelve a las mil anécdotas de juventud, ese tipo de cosas que se han ido quedando ocultas en la mente y que van aflorando poco a poco, hilvanándose unas con otras. Entonces éramos realmente felices, un grupo de muchachos preocupados tan sólo por pasarlo bien. Puede que, por alguna razón, sólo permanezcan los recuerdos gratos de aquella época gloriosa de buenos chicos con un punto de gamberros.

Aunque estoy un poco preocupado por su negativa a decirme quien es la afortunada que se va a hacer con el bueno de Emilio, nos lo pasamos muy bien los dos pugnando por contar la historieta más divertida. ¿Será Trini la novia? Eso explica que la boda no sea en la Iglesia al estar ella divorciada y justificaría tanto misterio por parte de Agustín. Pronto saldré de dudas, El señor alcalde me ha propuesto que vayamos directamente a la casa de Emilio a verle.

En cuanto abre la puerta me deja de piedra, imposible reconocerle. Está estupendo, parece mucho más joven que yo, sin duda se ha cuidado mucho. Lo que no comprendo es que se haya maquillado tanto, hasta se ha pintado los labios y todo, supongo que es una especie de broma, quizás para dar la nota en la despedida de soltero. Me da un tremendo abrazo que para mí supone liberarme del peso de veinte años de remordimientos y yo respondo con fuerza, como intentando recuperar algo de aquella dorada juventud truncada de golpe.

Nos interrumpe un muchacho bastante más joven que nosotros que sale de la casa medio desnudo y se presenta como el novio, lo que me parece una broma pero enseguida me abre el cerebro bruscamente como si me hubieran dado una bofetada. Lo capto pero tardo unos segundos en asimilarlo del todo. Cuando me casé con Trini, Emilio enloqueció de celos pero no porque estuviera enamorado precisamente de ella. No sé qué decir, me he quedado mudo de repente. Menos mal que el chaval me ha acercado un mojito, su especialidad, al parecer. Resulta ser camarero en un pueblo vecino y parece simpático. Tras el desconcierto inicial voy reaccionando poco a poco hasta que la conversación se vuelve fluida. Parece que mi viejo amigo ha hablado mucho de mí con su novio, quizás demasiado.

Lo pasamos en grande aunque la siguiente noche promete mucho más. Por eso me voy temprano al hotel pese a las protestas de todos que pretenden que me quede a pasar la noche en su casa.

He dormido de un tirón y he aprovechado la mañana para saldar viejas deudas y visitar a tantos y tantos paisanos que se habían quedado atrapados en mis recuerdos. Como me temía, muchos de ellos residen ya en el cementerio y hasta allí me he acercado para saludarles. He preferido venir sólo, con un gran ramo de flores que he ido repartiendo al reconocer las fotos o los nombres en las lápidas. En realidad no ha sido algo demasiado triste, no tendría mucho sentido ponerse a llorar por alguien que murió hace más de diez años, como mi tía Luisa, por ejemplo.

Y llega el gran momento. Me encanta que todo el pueblo esté presente y que reine tanta alegría en el ambiente. No cabe duda de que el siglo veintiuno ha llegado a este minúsculo pueblo manchego. Parece que solo falta el cura y francamente, nadie le echa de menos. El alcalde ha estado genial, muy ocurrente pero con ese punto de solemnidad que los eventos como éste requieren. No termino nunca de recuperar viejos amigos y todos parecen recordarme con afecto. Quizás sólo sea por pura hipocresía, por quedar bien. El caso es que todos tienen muy buen concepto de mí, mucho mejor que yo mismo, pero a quien realmente parecen adorar es a los novios y no me extraña nada. Se nota a kilómetros que se quieren de verdad. Ojalá sean muy felices aunque ahora no corren buenos tiempos para las parejas, ya hay más divorcios que matrimonios al año.

La fiesta de la boda resulta fantástica, maravillosa. Y esos no son los adjetivos que más suelo utilizar. Aunque soy muy patoso he bailado mucho esta noche. Con los novios hemos perpetrado a trío el inevitable vals pero lo que me ha emocionado de verdad ha sido bailar un bolero con Trini que ya no me guarda rencor y me ha presentado a su pareja, un tipo muy majo que parece hacerla feliz. Ella está preciosa, nadie diría que tenemos la misma edad, sin duda le sentó muy bien nuestro divorcio. Y lo mejor de todo, con mucha diferencia, es que una adolescente con pintas de punk me ha llamado padre mientras brincábamos como locos con una vieja canción de Siniestro Total.

Puede que sea porque estoy muy borracho, pero creo que ahora, tras veinte años en el desierto, mi vida vuelve a tener algo de sentido. Quién me iba a decir a mí que mi denostado pueblo se convertiría en el oasis que tanto necesitaba. Brindo por eso.
Avatar de Usuario
lucia
Cruela de vil
Mensajes: 84593
Registrado: 26 Dic 2003 18:50

Re: La boda de Emilio. Relato largo sin género concreto.

Mensaje por lucia »

Como los que vuelven a ir a misa al hacerse mayores :cunao:

Por cierto, me esperaba más algo parecido a la pesadilla que la historia con final de cuento que te has calzado.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

Imagen Mis diseños
Responder