Visita a la cárcel (Relato corto inspirado en una vivencia real y personal)

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JavierYuste
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Visita a la cárcel (Relato corto inspirado en una vivencia real y personal)

Mensaje por JavierYuste »

La cárcel, en la provincia de Pontevedra, se la llevaron bien lejos. De estar a las afueras de la capital hasta hace un par de décadas, pasó a ser reubicada en La Lama, a media hora en coche a través de una carretera con suficientes curvas como para hacerte vomitar, arrinconada entre los flancos de la Naturaleza más agreste e indomable que hoy día se pueda encontrar. En el barrio de La Parda tan solo quedó la cicatriz de su trazado, conservado en silencio por distintas promociones de viviendas y el ya obsoleto palacio de Justicia.

Ayer subí hasta allí arriba por cuestiones de trabajo, siguiendo muy atento las indicaciones del navegador (me humillo ante su creador), desplazándome como dentro de una burbuja. El limpiaparabrisas no tuvo un instante de descanso y los faros antiniebla apenas eran capaces de hendir la espesa cortina que nos envolvía, pegajosa compañera de viaje, tanto a la ida como a la vuelta. Los elementos me privaron de la belleza de aquellos parajes abandonados en un rincón del Tiempo, solo perturbados por la lengua de asfalto y el zumbido tímido de una diseminada presencia humana. Recorrí en ese estado hipnótico y peligroso aquellos pocos kilómetros, hasta casi empotrarme contra la alta verja, surgida de la nada sin previo aviso. El vehículo rodó lentamente hasta detenerse en la amplia y casi desierta explanada destinada a aparcamiento para las visitas. No había rastro de las montañas y los impenetrables bosques donde aún los lobos se hacen notar sin ser jamás vistos; ni siquiera se adivinaba qué habría más allá de quince metros. Los focos del perímetro, arrojando su claridad anaranjada y artificial, palidecían ante el entorno neblinoso y espectral que lo envolvía todo. De alguna manera, seguía dentro de la burbuja.

En aquella explanada, si uno se da un poco de tiempo, puede llenarse los pulmones de aire puro y con matices olvidados, ajeno a la contaminación; llenárselos hasta el punto de hacerlos explotar, aún cuando el aliento del cielo resultaba ser el de un otoño a las puertas de un invierno prematuro.

Entre los contados turismos estacionados deambulaba un perrillo famélico, calado hasta los huesos y encogido sobre sus cuartos traseros. Una pequeña y lastimera sombra rojiza de pelaje apelmazado, sin collar al cuello, cuya procedencia y destino resultan imposibles de averiguar. Su miedo mudo le hacía rondar los coches manteniendo las distancias con todo humano con el que se cruzara, aunque el hambre le apretujara las entrañas. Era deprimente.

Cuando llegué al vestidor mi olfato fue cruelmente atropellado. Un tufillo pesado a fritanga de buffet chino del malo se adhirió a la ropa, a la piel, al alma, tanto que durante el trayecto de regreso me obsesioné hasta el punto de ser “capaz” de ver líneas ondulantes brotar de mi chaqueta como junquillos, al igual que sucede en los dibujos animados. Las cocinas las situaron justo tras el control de entrada, paso obligado para identificación y previo a esa especie de puente medieval que conecta la libertad con lo que se mueve tras los muros del centro penitenciario. Una vez al “otro lado”, el frío del ambiente se acentuó al nutrirse con los sentimientos infiltrados en las cabinas, en su espartano mobiliario de ocasión y segunda mano, y en las paredes de azulejo. Allí adentro la comunicación es deficiente y carente de intimidad.

Cuando no hay nada más que tratar con el cliente, sales de la cabina, cruzas ese laberinto corto de pasillos y puertas seguras, y lo haces con cierta sensación de vacío. No puedes ofrecer garantía alguna a las personas con las que has tratado con un cristal de protección de por medio.

Se me olvidó el “perfume” que me dio la bienvenida en la entrada, por lo que el impacto de la fritanga al regresar al vestíbulo fue igual de contundente. Corrí con mis pertenencias recién recuperadas (móvil, llaves…), para hundirme en una niebla que se había espesado más aún si cabe, deseando respirar. Del perrillo no había noticia. Me introduje en el coche; el asiento me recibió con un latigazo de hielo directo a la espalda, las manos se me entumecieron y luché por conectar el navegador y arrancar el motor. El cuadro de mandos respondió y giré las palancas para que el turismo semejara una especie de tosco árbol de Navidad: luces de posición, cruce y antiniebla delantera y trasera, temeroso de que el rojo intenso de su pintura de fábrica no pudiera ser suficiente para anunciar su presencia a los demás en la carretera.

Fui deshaciendo camino, montaña abajo, cruzándome con más vehículos que a la ida, focos pasajeros que fueron quedando atrás. La niebla se levantó ante la inminente llegada de la noche y la cercanía de la ciudad, lo que me permitió descubrir un cielo sin fin, cargado de gruesas nubes de lluvia, que se cernía sobre todo.

(Escrito el 1 de Noviembre de 2019)
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lucia
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Re: «Visita a la cárcel» (relato corto inspirado en una vivencia real y personal)

Mensaje por lucia »

Que bucólico te ha quedado :)
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evilaro
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Re: «Visita a la cárcel» (relato corto inspirado en una vivencia real y personal)

Mensaje por evilaro »

Muy bien relatado, y romántico.
Emilio
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JavierYuste
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Re: «Visita a la cárcel» (relato corto inspirado en una vivencia real y personal)

Mensaje por JavierYuste »

Gracias por vuestras amables palabras
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