Todo tiene su fin (Relato)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

Moderadores: kassiopea, Megan

Responder
Avatar de Usuario
iOtero
Lector voraz
Mensajes: 141
Registrado: 30 Dic 2007 06:35
Ubicación: Cerca de Madrid
Contactar:

Todo tiene su fin (Relato)

Mensaje por iOtero »

Todo tiene su fin


A principios del mes de julio de mil novecientos setenta y uno, no había ser humano en nuestro pueblo que anduviera a pleno sol por el campo a las dos de la tarde, pero a los quince años, la prudencia no era una de nuestras virtudes, así que íbamos camino del río a nadar un poco. En cuanto llegamos a la zona de baño, como no había nadie, nos desnudamos. Abrí mi bolsa de deportes, le di a Andrés su bañador y me puse el mío. Saqué las seis botellas de coca cola que llevábamos y las metí en el agua, a la sombra y sujetas con unas piedras, para que se refrescaran. Nadamos durante una media hora, salimos y nos sentamos en la orilla del río, junto a las botellas, a comernos unos bocadillos.
Ya habíamos terminado de comer, cuando vimos a cinco chicas acercarse por el camino. Otras imprudentes, como nosotros. Las saludamos con un gesto porque a cuatro ya las conocíamos, pero a la quinta no la había visto nunca, era una chica delgadita que llevaba la melena castaña clara recogida por una diadema azul, tenía una sonrisa encantadora y unos ojos preciosos. Cuando se dio cuenta de que la estaba mirando fijamente, se sonrojó y miró hacia el suelo.
María, una morena alta, pujante y bonita, se acercó nada más llegar, le dedicó su mejor sonrisa a mi amigo, y le dijo:
—Venga, Andrés, tú y el Dani —ese era yo—, iros por el camino hasta la encina grande de la curva, y cuando nos hayamos cambiado, os daré un grito para que volváis.
Como no podía ser de otra manera, la obedecimos. Según íbamos hacia la jodía encina aquella, nos íbamos torrando como dos memos. Un poco molesto, decidí chinchar un poco a mi amigo:
—La María está loquita por tus huesos. No sé a qué esperas para pedirle que salga contigo… Un poquito gorda sí que está, pero tiene un par de melones que ni te cuento…
Mi amigo me dio un pescozón; pescozón que me había ganado a pulso. Cuando llegamos a la encina, nos sentamos bajo el árbol y, muy serio, me dijo:
—No me gusta que digas esas cosas de María. Es muy buena chica y no está gorda, es que es de constitución fuerte.
Era mi mejor amigo, si se ponía a hablar en serio no podía meterme con él, así que le dije, sin mentir:
—A mí, María me cae de puta madre, y lo sabes, solo trataba de tocarte las pelotas. No es mi tipo, pero reconozco que está muy buena. Perdona, hombre, no me mires así, quería decir que es muy guapa. Y no seas tonto, si te gusta, decídete ya, pídele salir, o se te irá con otro, que a más de uno he visto yo que se la queda mirando cuando pasea por la plaza.
Cuando María nos gritó algo que no entendí, nos levantamos y volvimos hacia el río. Las chicas todavía no se habían bañado. Me acerqué a María y, discretamente, le pregunté:
—¿Quién es la nueva? No me suena de nada.
—Es Ana, la prima de Olga, ha venido a pasar el verano. Creo que ya estuvo aquí el año pasado. ¿Te gusta? ¿Quieres que te la presente? —me preguntó con un poco de recochineo.
—No hace falta, María, gracias. Tú a por Andrés, que es lo tuyo. De lo mío ya me encargo yo solito —le respondí en voz baja.
María se ruborizó, sonrió, me guiñó un ojo con complicidad y, cómo no, se fue a por mi amigo. Las otras chicas estaban chapoteando con los pies en el agua. Ana llevaba un precioso bikini rojo de esos que se ataban con lacitos a las caderas, el cuello y la espalda. Como no sabía que la estaba mirando, pude observarla detenidamente. Tenía una cara preciosa, un estrecha cintura y unas piernas bastante largas. Estaba algo delgada y tenía poco pecho, apenas había empezado a madurar, pero se veía que, de mayor, iba a ser muy guapa. Olga, vestida, es un decir, con un minúsculo bikini verde, salió del agua, se acercó a mí y me dijo:
—Me juego un beso a que no me ganas en una carrera hasta la otra orilla.
Aquel juego lo conocíamos todos de sobra. Si ganaba la carrera, tenía que besarla yo, y si ganaba yo, me besaba ella. Ganara quien ganara, habría un beso en la boca entre los dos. Y a mí no me apetecía nada liarme otra vez con esa chica. Ya habíamos salido el año anterior durante un tiempo y no acabamos nada bien, pero nunca se daba por vencida.
A Olga, para mi gusto, le sobraban kilos a lo ancho y le faltaban centímetros a lo alto, pero tenía buen culo, fuertes piernas, unas tetas más que potentes para sus quince años, unos ojos azules pequeños aunque atractivos y una melena pelirroja de lo más llamativo. A pesar de su boca casi sin labios y su nariz respingona, me gustaba físicamente. Lo malo fue que, en cuanto la conocí un poco más a fondo, comenzó a caerme fatal. Como su familia tenía mucho dinero —su padre era constructor—, se pensaba que estaba por encima de todos los demás. Era muy orgullosa y creída, le encantaba menospreciar a la gente y burlarse de cualquiera a la menor oportunidad. Era cruel y le gustaba serlo. Así que, al final, rompí con ella. Lo malo fue que jamás aceptó mi decisión. Con esos antecedentes, me negué a seguir su juego:
—Muchas gracias, pero no. No tengo ganas de carreras ahora mismo.
—¡Serás gilipollas! ¡Cagao, que eres un cagao! —me gritó dándose la vuelta bastante enfadada.
Conociéndola, sabía que no tardaría mucho en encontrar una víctima para descargar su frustración sobre ella, y la encontró en su propia prima. Se tiró al agua, fue derecha hacia Ana, deshizo los lazos de la parte superior de de su bikini, se lo quitó de un tirón, lo lanzó al medio del río, donde cubría, y, con toda la mala baba que pudo, le dijo:
—Anita, bonita, que se te ha caído el bikini, o vas a por él o lo vas a perder…
Ana se tapó el pecho con las manos, dio la espalda a la orilla, se agachó hasta que el agua le llegó al cuello y le dijo, a punto de llorar:
—Sabes que no sé nadar… ¿Por qué me haces esto? Yo no te he hecho nada…
Fui corriendo a por mi camiseta, la cogí, me acerqué a una de sus amigas, que se había quedado como alelada, mirándola sin hacer nada, y le dije:
—Toma mi camiseta, pónsela a Ana.
Cuando vi que me hacía caso, me lancé a nadar en busca del bikini de la muchacha, que se perdía río abajo. Me costó lo mío, pero lo conseguí. Como estaba lejos y bastante cansado por el esfuerzo, me dirigí a la orilla y regresé andando. Cuando llegué, fui derecho a Ana y le devolví su bikini sin decirle nada. Estaba muy enfadado. Me acerqué a Olga, que me miraba con aire de suficiencia y, con la voz más dura que pude poner, le dije:
—Eres un mal bicho. Porque no quise darte un beso vas a pagarlo con la persona más débil que encuentras. No eres más miserable porque no te entrenas. Me das pena, mucha pena. A mí no me vuelvas a hablar jamás. ¡Quítate de mi vista!
Olga, con los ojos, buscó apoyo en todos los presentes, pero no encontró ninguno, ni en sus amigas. Bufando como un toro, se calzó las zapatillas, se echó la toalla por los hombros, cogió su bolso de playa y se marchó toda ofendida, más tiesa que un palo. Los demás, ignorándola, seguimos a lo nuestro. Andrés se acercó, me dio un flojo puñetazo en el hombro, y me dijo:
—Macho, vaya charla… Eso sí, la has puesto en su sitio. Esa chica nunca ha sido buena gente, no sé cómo pudiste salir con ella… Bueno, sí que lo sé, porque tiran más dos tetas que dos carretas…
Los dos seguíamos riendo, cuando Ana se acercó y, sin mirarme apenas, me dijo:
—Muchas gracias por traerme el bikini. Toma tu camiseta. Se ha mojado, lo siento.
Cogí la camiseta y la miré a la cara. Sin ser espectacular, me pareció bastante guapa. Era casi tan alta como yo, que era de los más altos de mi curso. Tenía los ojos grandes, grises, del color del cielo antes de la tormenta, y su cabello era castaño claro, casi dorado, sin llegar a rubio. Era algo chatilla y tenía una boca muy llamativa, sus labios eran preciosos. Me gustó mucho aquella chiquilla. La vi tan azorada, que le pregunté:
—Ana ¿te apetece una coca cola fresquita?
Me miró, me sonrió tanto con la boca como con los ojos, y afirmó con la cabeza. Le devolví la sonrisa y me metí en el río a por las cocas. Saqué dos y le pedí:
—Ana, en la bolsa de deportes que tienes al lado, hay un abridor. Tráelo, por favor.
Me senté en la orilla dejando los pies en el agua. Ana vino y se sentó a mi lado. Seguía ruborizada. Me dio el abrebotellas, abrí las dos coca colas, le di una y, algo nerviosa, bebió un poco. Parecía muy joven, quizás demasiado para mí. Con bastante miedo, le pregunté:
—¿Puedo preguntarte cuántos años tienes? Yo tengo quince. Los cumplí en mayo.
—Ya sé que tengo pinta de cría, es porque estoy desarrollando muy tarde —me respondió poniéndose como un tomate—, pero solo tengo un año menos que tú, Dani, tengo catorce años. Los cumplí el mes pasado.
Respiré aliviado. A nuestra edad, dos o tres años de diferencia habrían sido insalvables, pero solo era un año menor que yo. Me alegré mucho. Tanto que le dije:
—No creo que tengas pinta de cría, tienes pinta de lo que eres, una chica muy guapa que está en la edad ideal para mí.
Ana se ruborizó de nuevo y agachó un poco la cabeza, pero la vi sonreír con auténtica alegría. Seguimos juntos durante toda la tarde, nos metimos en el agua un par de veces, tomamos el sol el uno al lado del otro y hasta dimos un paseo los dos solos por la orilla del río. Me sentía bien a su lado. Ana no tenía una charla insulsa como la mayoría de mis amigas. No es que su conversación fuera “trascendental”, pero sí sabía lo que decía. Aquella chica me estaba empezando a gustar de verdad, y no solo por su cara bonita. Tímidamente, me preguntó:
—Este verano… ¿También te vas a ir al circo con tus padres?
Me pilló por sorpresa, pero le respondí de inmediato:
—No, este año no me voy. Mis padres están con el circo en Mozambique. ¿Y tú cómo sabes que me voy al circo en verano?
Sonrió ampliamente al oír que no me iba a marchar y me explicó:
—Por mi prima. El año pasado, cuando vine a pasar el verano con mis tíos, Olga me dijo que tenía novio, que había nacido en un circo, que era hijo de un payaso muy famoso, y que las vacaciones las pasaba con sus padres viajando por todas partes, por lo que no iba a estar el verano con ella. Así que tenía que aprovechar el poco tiempo que le quedaba con él, y que por eso no podía ir conmigo a ninguna parte. Al menos, me presentó a María, si no, me habría aburrido como una ostra. A mí me pareció tan bonito que hubieras nacido en un circo y que tu padre fuera payaso que se lo comenté a mi prima pensando que le gustaría que dijera eso de su novio, pero no, se enfadó, y me dijo que no me acercara al “hijo del titiritero” o se lo diría a mi madre. No, no digas nada, no hace falta. Sé la verdad, tú habías roto con ella mucho antes, me lo contó María, pero Olga es como es…
No supe qué decirle. Me seguía sorprendiendo. Al ver que no le decía nada, continuó:
—¿Sabes que ya nos conocíamos? Tú no me recuerdas, pero yo a ti sí. En la feria de junio del año pasado, os juntasteis algunos amigos con nosotras y nos fuimos todos a bailar por la tarde a la discoteca del Teleclub. Como Andrés y tú érais de la junta, nadie nos pidió el carnet y nos colamos todas. Discutiste con Olga y sacaste a bailar a todas las chicas, menos a ella.
—¿A ti también? —le pregunté, porque no la recordaba en absoluto.
—Sí, bailamos “Todo tiene su fin”, de los Módulos —me dijo ruborizándose.
—Lo siento, Ana, pero no lo recuerdo —me disculpé.
—Si te cuento una cosa, lo mismo te acuerdas, pero me da mucha vergüenza.
—Venga, no seas tonta, cuéntamela, por favor.
—Yo era la niña del vestido azul que se tiró toda la canción pisándote los pies. Era la primera vez que bailaba con un chico, no tenía ni idea de bailar… ¿Te acuerdas ahora?
—Claro que me acuerdo, recuerdo que, toda colorada, cada vez que me pisabas, me mirabas con unos ojos preciosos abiertos como platos, como pidiéndome perdón por los pisotones. Tampoco me hablaste. Pensé que, a pesar de tu estatura, eras muy jovencita, y que por eso no sabías bailar ni me decías nada. No me quejé porque no quería que te sintieras mal, pero me dejaste los pies hechos polvo...
Los dos nos echamos a reír como lo que éramos: un par de críos tonteando. Cuando dejamos de reír nos miramos fijamente a los ojos y callamos. Algo estaba naciendo entre los dos que nos atraía. Recuerdo que en aquel instante deseé besar aquellos labios tan bonitos, pero no me atreví, acababa de conocerla y no quise ganarme un bofetón. Una de sus amigas la llamó. Ana separó sus ojos de los míos rompiendo el hilo del encanto. Al ver que sus amigas estaban recogiendo sus bártulos, me miró y me dijo:
—Me parece que ya nos vamos. Muchas gracias por la coca cola, por prestarme tu camiseta y por recuperar mi bikini. Al final me lo he pasado muy bien. Ya nos veremos.
Y se fue a por sus cosas. No quería alejarme de ella tan pronto. Pensaba en cómo impedirlo, cuando Andrés, sin saberlo, me echó una mano. De lo más misterioso, se acercó y me dijo al oído:
—Dani, vámonos con ellas, le he dicho a María que la acompañaré hasta su casa. Antes le he pedido salir y me ha dicho que sí, así que no me jodas.
—Ya era hora, macho, lo que te ha costado... Pues nada, iremos con las chicas —le dije, como si le estuviera haciendo un favor.
Según volvíamos, iban por delante las dos amigas de Olga. Andrés se iba haciendo el remolón para quedarse a solas con María, así que, como nosotros íbamos los últimos, cogí a Ana del brazo y aceleré el paso. Cuando los adelantamos ni nos vieron, estaban demasiado ocupados entrelazando los dedos, mirándose a los ojos y poniendo cara de bobos. Ana me preguntó:
—¿Cuándo han empezado a salir estos dos? Si María no me ha dicho nada…
—Hace un rato. Andrés se lo ha pedido mientras tú y yo estábamos charlando, y ella le ha dicho que sí —le respondí.
Ana sonrió y, con la mirada perdida en el horizonte, dijo:
—Debe ser tan bonito que el chico que te gusta te pida salir con él… ¡Qué romántico! Vaya, perdona, vas a pensar que soy tonta…
—No creo que seas tonta. A mí también me parece muy romántico el salir con la chica que te gusta, cogerse de la mano, pasear, besarse… ¿A ti no te lo ha pedido nunca un chico?
Ana se ruborizó y, con tristeza, me respondió:
—No, nunca. ¿A quien le voy a gustar yo? Si, como dice mi prima, parezco un espantapájaros lleno de huesos y no tengo nada bonito.
Sin pensarlo un segundo y con sinceridad, le dije:
—A mí. Me gustas a mí. Tu prima es tonta, no le hagas caso. No eres un espantapájaros, eres una chica muy guapa, tienes los ojos más bonitos que he visto nunca.
Ana se ruborizó, agachó la cabeza y me dijo:
—Gracias, Dani, sé que no es verdad, pero te lo agradezco mucho. Es la primera vez que me dicen algo así.
Me sentó muy mal verla menospreciarse, me detuve, puse mis manos en sus brazos, a la altura de los hombros, la miré a la cara y le dije:
—No te miento, mi niña, eres muy guapa y muy maja, me gusta mucho estar contigo.
Ana agachó la cabeza, echó a andar y me dijo bajito:
—A mí también me gusta estar contigo.
Al oírla me puse muy contento. Me sentía tan bien que no sabía ni qué decir. Cuando llegamos al cruce donde íbamos a separarnos, me despedí de sus amigas y le pregunté:
—¿Quieres que quedemos más tarde? Podemos ir a bailar a la discoteca, pero solo si me prometes no pisarme.
Ana agachó la cabeza, como avergonzada, la levantó, se echó a reír y me dijo:
—Ya sé bailar, tonto… ¿Vamos a ir los dos solos? A mí no sé si me van a dejar pasar…
—No te preocupes, conmigo entras seguro, el portero es mi primo Carlos. Si quieres que venga alguien con nosotros puedo hablar con…
—No, no hables con nadie —me interrumpió sonrojándose—. Quiero ir a bailar contigo, y me hace ilusión que vayamos los dos solos. Si no te importa venir a buscarme, podemos quedar a las ocho en la iglesia de San Esteban, pilla cerca de la casa de mi tía.

A las ocho la esperaba frente a la iglesia como un clavo. Estaba más nervioso que un flan. Los nervios se me quitaron en cuanto la vi venir hacia mí, toda sonriente, con un vestido de tirantes blanco que le llegaba por encima de la rodilla. Era más bonita que un sol. Sin decirnos nada con la boca y mucho con los ojos, nos pusimos a andar juntos camino de la discoteca. Todo el tiempo estuve tentado de cogerle la mano, pero no tuve el valor suficiente. Me engañé a mí mismo diciéndome que no estaría bien ir con ella de la mano porque no estábamos saliendo.
Mi niña había aprendido a bailar muy bien, lo hacía mejor que yo. Pasamos todo el tiempo bailando y mirándonos. Hablar, hablamos muy poco. Cada vez que la tenía en mis brazos sentía como se iba metiendo dentro de mí. Canción a canción, a base de miradas tímidas, aquella linda chiquilla me iba cautivando más y más. No tenía muy claro lo que pasaba esa noche, pero era algo importante, algo que no había sentido nunca, algo que me hacía sentirme muy feliz.
Cuando estábamos bailando, otra pareja nos dio un empujón que nos hizo trastabillar. Solté a Ana y me volví a decirles cuatro cosas, pero no pude. Eran Andrés y María. Mi amigo me guiñó un ojo señalándome con la barbilla a una ruborizada Ana que apenas les saludó con la mano. María se acercó y, muy contenta, en voz baja, al oído, me dijo:
—Ya veo que te has ocupado muy bien de lo tuyo. Me alegro, es una buena chica. Yo también me he ocupado de lo mío, me ha costado, pero por fin he conseguido que tu amigo me haga caso.
Andrés la cogió del brazo, la atrajo hacia él y protestó:
—Venga, deja de dar recaditos a la oreja, y ahora, cada oveja con su pareja.
—María, ten cuidado, que se nos mosquea el poeta... —dije bromeando.
Los cuatro nos reímos como tontos. Ana miró su reloj, me cogió del brazo, me sacó de la pista y me dijo:
—Dani, es una pena, estoy tan a gusto que no me iría en toda la noche, pero mi tío me quiere en casa a las once, así que bailamos una canción más y nos vamos, ¿te parece bien?
—Claro, nos vamos cuando quieras. No quiero que te castiguen sin salir por llegar tarde. Espera un momento.
Me acerqué al pinchadiscos, era un amigo de mi primo y nos conocíamos. Le pedí una canción, volví a por mi niña y la saqué a bailar. Cuando sonó “Todo tiene su fin” a Ana casi se le saltan las lágrimas de alegría. La bailamos mirándonos a los ojos y sonriendo como un par de lelos. Al terminar la canción, nos fuimos camino de la casa de sus tíos. Ana iba contenta y algo pensativa. No hablamos casi nada. Al llegar a la Iglesia de San Esteban se paró y me dijo:
—A partir de aquí, sigo yo sola, mis tíos creen que he salido con mis amigas…
—Como quieras, mi niña. ¿A qué hora vengo a buscarte mañana? —le pregunté.
—Dani, si quedamos también mañana, después de estar hoy todo el día juntos, los demás van a pensar que hay algo entre nosotros…
Pensé un poco, muy poco, y le pregunté:
—¿Quieres salir conmigo? Me gustas mucho, me lo paso muy bien a tu lado, y por eso te lo pido. Ya sé que nos hemos conocido hoy mismo, así que si prefieres que nos conozcamos más antes de responderme, me parecerá bien.
—No sé qué habrás visto en mí, Dani, pero claro que quiero salir contigo. Desde que el año pasado bailamos juntos, no he deseado otra cosa más que eso —me respondió.
—Gracias, mi niña, gracias por decir que sí. Eres la chica más guapa que he visto en mi vida, pero sobre todo me gusta estar contigo. Cuando estamos juntos me siento tan bien que me dan ganas de gritar.
Ana agachó la cabeza y se llevó las manos a la boca. Poco después levantó la cara y nos miramos directamente a los ojos. Manteniendo mi mirada fija en la suya, acerqué lentamente mi mano derecha hasta su cara sin atreverme a rozarla. Bajó sus párpados e, inclinando la cabeza, apoyó su mejilla en la palma de mi mano. No pude evitar que mis labios se unieran a los suyos. Fue un beso suave y dulce, sin apenas contacto, todo ternura. Ana puso sus manos en mis hombros y lloró de alegría sobre mi pecho. La acogí entre mis brazos y sentí como, si en vez de dos, ya fuéramos uno. Cuando dejó de llorar, levantó su cabeza y me ofreció sus labios. Uní los míos a los suyos y el tiempo se paró…
Las semanas siguientes nos convertimos en inseparables, yo la traté lo mejor que supe y ella fue feliz a mi lado. No me costó ningún trabajo, porque Ana, a pesar de ser más joven que yo, resultó ser una compañera ideal en todo momento.
Una tarde, paseando por el campo, nos habíamos salido del camino y estábamos sentados en el suelo, recostados sobre un gran árbol que nos daba sombra. Allí, solos, en silencio, con las manos enlazadas, disfrutábamos de la intimidad que nos brindaba la naturaleza.
Ana soltó mi mano, se apartó del árbol y se tumbó en la hierba, a mi izquierda, apoyando su cabeza en mis piernas. Comencé a acariciar su pelo con la mano derecha. Poco después puse la mano izquierda en medio de sus senos, por encima de su camisa. Ella no dijo nada, ni siquiera se movió. Desplacé mi mano sobre su pecho izquierdo, intentando acariciarlo, pero ella se incorporó de golpe apartando mi mano de su cuerpo.
—Perdona. Si me he pasado, lo siento… —le dije avergonzado.
—No, no es eso... es que me ha dolido —me explicó.
No pensaba haberle acariciado con fuerza, así que creí que era una excusa para que dejara de tocarla y le dije, intentando arreglarlo:
—Si no puedo tocarte, no me importa, solo quiero que estemos juntos. De verdad, si no quieres que te acaricie, no lo haré, no pasa nada, mi niña.
—No, si no es eso... no me has molestado... es que me duele cuando me tocas... soy un desastre... —me explicó.
—Pero mira que eres tonta. Si te duele, te duele. No tienes que sentirte mal.
—Ya... Lo que pasa es que como estoy desarrollando... pues tengo los... pezones muy sensibles, y cualquier roce me hace daño.
Entonces, sin pensarlo demasiado, me decidí a probar otra vez y le dije:
—Ven, mi niña, siéntate en mis piernas… Espera. Verás...
Se sentó y apoyó su cabeza en mi hombro. Le desabroché varios botones sin que ella protestara. Metí mi mano derecha dentro de su blusa y la puse enfrente de su pecho, muy cerca, sin llegar a rozar su piel. Pude sentir su calor en la palma de mi mano y supe que ella sentía el mío en su seno, porque acercó su cara a mi cuello, como queriendo estar aún más cerca de mí. Lentamente posé mi mano sobre su pecho sin producir ningún tipo de roce, tan solo apoyándola suavemente sobre su piel, dejando su areola entre mis dedos pulgar e índice. Cuando vi que no rechazaba mi mano, me sentí muy feliz. Fue como coger un melocotón, una sensación suave y delicada. Me encontraba en la gloria, pero sin saber por qué, me apeteció incordiarla, así que le pregunté:
—¿Te puedo dar un beso donde quiera?
Mi niña movió la cabeza afirmativamente. La cogí en mis brazos y la posé suavemente en el suelo, boca arriba, a mi lado. Me tumbé junto a ella apoyándome en un codo y le saqué la blusa del pantalón con la otra mano. Ana cerró los ojos sin protestar. Desabroché el botón de su vaquero sin que hiciera nada por impedírmelo, pero cuando descorrí su cremallera puso su mano sobre la mía tratando de impedírmelo. Le cogí la mano y se la besé; luego, sin soltársela, me incliné sobre su cintura y le di un beso en el ombligo que había quedado al descubierto. Ella encogió el estómago y se echó a reír...
—Te creías que te iba a besar en otro sitio, ¿verdad? Serás mal pensada...
Siguió riéndose mientras yo le besaba el ombligo una y otra vez. Su ombligo era precioso, redondito y hundido, una auténtica monada. Viéndola tan feliz, me incorporé un poco y me acerqué a su blusa entreabierta. Con toda la delicadeza que pude, le di un beso en el pecho, justo entre los senos, levanté la cara, la acerqué hacia la suya, y me besó. El beso duró mucho aunque me pareció muy poco... Cuando Ana separó sus labios de los míos, se incorporó dejando sus delicados pechos a la vista. Eran demasiado pequeños para aquellos pezones tan grandes, los tenía muy hinchados, no me extrañaba que le dolieran. Abroché con mucho cuidado todos los botones de su blusa, me quité la camiseta, y me tumbé de lado sobre ella. Ana me sonrió y se volvió muy despacio. Se acercó a mí hasta que me tocaron sus codos y su cara quedó frente a la mía. Sus ojos me miraron con ternura. La besé dulcemente y, más dulcemente, la abracé sin apretarla lo más mínimo. Ana separó un poco sus brazos, la estreché un poquito más y nuestros cuerpos se juntaron. Sentir el calor de sus infantiles senos en mi pecho a través de la levedad de su blusa fue una de las sensaciones más placenteras que puedo recordar... Ana suspiró profundamente y se relajó, noté como su cuerpo se abandonaba junto al mío...
—¿No te duelen así, como estamos ahora? —le pregunté.
—Sí, un poco, pero no importa, es una sensación muy agradable. Me encanta sentirte pegado a mí, es como si estuviéramos unidos para siempre, como si nada nos pudiera separar.
Unidos para siempre… Como ni nada nos pudiera separar… No tuvimos esa suerte, desde luego que no…

A la mañana siguiente, a eso de las doce, estaba que me subía por las paredes de la Iglesia de San Esteban. Habíamos quedado a las once y Ana seguía sin aparecer. Pensaba en ir a casa de sus tíos por si estaba enferma o le había pasado algo, cuando vi venir a Olga la mar de sonriente. Cuando llegó a mi altura, con mucha burla y más mala leche, me dijo:
—Mírale, qué formalito él. Una hora tarde y aún la espera. Pues puedes esperar todo el verano. Mi primita no va a venir. Mi padre la ha metido en el Auto Res de las nueve camino de Madrid y de ahí se irá a su casa. No vas a volver a verla jamás. ¡Te jodes!
Un hombre, al que no conocía de nada, se paró a unos dos metros detrás de la pelirroja y se nos quedó mirando. No le hice caso porque el mal bicho de Olga seguía soltando veneno por su boca:
—Ayer mis amigas os vieron en el campo, le dije a mi padre que os habíais estado metiendo mano en el monte y que te habías “bajado al pilón” de mi primita. No digas nada, ya sé que es mentira, pero mi padre se traga todo lo que le digo. Siempre me cree a mí. Como te decía, en cuanto se enteró de que el hijo del titiritero se había liado con su sobrina, juró hasta en arameo. Luego llamó a su hermana, la madre de Ana, y decidieron que era mejor meterla en un internado a que se juntara con pobretones como tú. Y eso no va a ser todo, ahora le voy a contar a todas mis amigas que se ha ido porque la dejaste embarazada, y eso va a ser tu fin en este pueblo. Si no vas a ser mío, no vas a ser de nadie.
En ese momento, el hombre se acercó a Olga, la agarró de un brazo, la giró hacia él y le dio un guantazo que casi la sienta de culo. Muy enfadado, dijo:
—Olga, vete a casa, ya hablaremos cuando vuelva. Y tú, titiritero, lárgate. No te acerques a nosotros. No quiero que mi familia se mezcle con gente de tu clase.
—No se preocupe, la gente de mi clase no es tan estúpida como para juntarse con personas como usted y su retorcida hija —le dije a aquel pobre hombre sin levantar la voz.
Me di la vuelta y me fui de allí dolido y orgulloso; dolido porque sabía que, por primera vez, había perdido algo más que importante en mi vida, y orgulloso, más orgulloso que nunca, de ser el hijo del titiritero. Aunque lo intenté, no pude evitar que un par de lágrimas resbalaran por mi cara. La pérdida de Ana había sido demasiado grande para mi corazón recién estrenado. Según iba hacia no sé donde, en mi cabeza sonó “Todo tiene su fin”, maldita, triste y premonitoria canción…


Este relato es, en cuanto al estilo general, a algunas escenas y algunos personajes, una fuente de mi novela "Nacer a los 15 años". Si este relato no te ha gustado, mi novela tampoco lo hará, y viceversa. Gracias por vuestro tiempo.
1
Avatar de Usuario
Raúl Conesa
No puedo vivir sin este foro
Mensajes: 654
Registrado: 15 Mar 2019 02:27
Ubicación: Alicante

Re: Todo tiene su fin (Relato)

Mensaje por Raúl Conesa »

Soy un romanticón empedernido, así que no puedo decir nada malo, salvo que Olga se merece que la tiren al río con las manos atadas a los tobillos. Qué mal bicho la cría.
Era él un pretencioso autorcillo,
palurdo, payasil y muy pillo,
que aunque poco dijera en el foro,
famoso era su piquito de oro.
Avatar de Usuario
iOtero
Lector voraz
Mensajes: 141
Registrado: 30 Dic 2007 06:35
Ubicación: Cerca de Madrid
Contactar:

Re: Todo tiene su fin (Relato)

Mensaje por iOtero »

Raúl Conesa escribió: 25 May 2020 17:30 Soy un romanticón empedernido, así que no puedo decir nada malo, salvo que Olga se merece que la tiren al río con las manos atadas a los tobillos. Qué mal bicho la cría.
Gracias, compañero.
Los personajes que sean malos tienen que ser lo más malos posible, o se les quitaría la gracia. Vamos, digo yo... :cunao:
1
Avatar de Usuario
lucia
Cruela de vil
Mensajes: 84507
Registrado: 26 Dic 2003 18:50

Re: Todo tiene su fin (Relato)

Mensaje por lucia »

Muy juvenil, ¿no? Tanto la temática como el estilo.

Y no, los malos y los buenos deben tener matices para molar :lista: :lista:
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

Imagen Mis diseños
Avatar de Usuario
Raúl Conesa
No puedo vivir sin este foro
Mensajes: 654
Registrado: 15 Mar 2019 02:27
Ubicación: Alicante

Re: Todo tiene su fin (Relato)

Mensaje por Raúl Conesa »

lucia escribió: 26 May 2020 14:03 Y no, los malos y los buenos deben tener matices para molar :lista: :lista:
Yo diría que depende del papel de cada antagonista y las sensaciones que el autor quiera asociarle. Un Sauron al que le gustan los cachorritos no sería lo mismo.
Era él un pretencioso autorcillo,
palurdo, payasil y muy pillo,
que aunque poco dijera en el foro,
famoso era su piquito de oro.
Avatar de Usuario
iOtero
Lector voraz
Mensajes: 141
Registrado: 30 Dic 2007 06:35
Ubicación: Cerca de Madrid
Contactar:

Re: Todo tiene su fin (Relato)

Mensaje por iOtero »

lucia escribió: 26 May 2020 14:03 Muy juvenil, ¿no? Tanto la temática como el estilo.

Y no, los malos y los buenos deben tener matices para molar :lista: :lista:
Lo de los malos, jefa, daría para mucho hablar, así que cada uno con su opinión y dios con la de todos, o algo así... :cunao:

Y sí, claro que es muy juvenil. Son recuerdos de mi propia juventud. Mi padre, que en paz descanse, era payaso de circo.

Mi novela se titula "Nacer a los 15 años" por algo. En ella desarrollo la vida de unos personajes desde que tienen esa edad hasta que llegan a la edad adulta. Y este relato, en parte, es fuente de mi novela.
1
Responder