El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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El Ojo Avizor





El Ojo Avizor.jpg


Los loqueros la apodaban la princesa de Éboli por su costumbre extravagante de llevar casi siempre un ojo tapado con un parche. Los lunes, miércoles y viernes se tapaba el ojo derecho; los martes, jueves y sábados, el izquierdo; mientras que los domingos, se ponía el parche en el ojo derecho por la mañana y en el izquierdo por la tarde.

Se llamaba Soledad Silvestre y era una de las pacientes más veteranas del centro siquiátrico. Antes de que comenzara con la manía de los parches, había sido una mujer reflexiva, equilibrada, voluntariosa y de una lógica aplastante. Nada presagiaba, pues, esa repentina pérdida de cordura a la que ni siquiera a toro pasado era fácil encontrarle explicación.

Desde pequeña había tenido una tendencia innata a observar todo lo que ocurría a su alrededor; y de modo muy especial, lo que estuviera relacionado con la Naturaleza. Tras pasar por la Facultad de Biología, había logrado convertir ese hobby en su profesión. De hecho, hasta que el Ojo Avizor —era así como ella lo denominaba— hizo acto de presencia en la pantalla de su ordenador y la desquició, su carrera investigadora se había desarrollado de forma muy satisfactoria y tenía ante sí un futuro prometedor.

En el historial médico de Soledad Silvestre no figuraba la verdadera causa-efecto entre ese ojo escrutador, que tanto le obsesionaba, y la manía de taparse un ojo con el parche. Lo que sí figuraba, en cambio, era la teoría —un tanto simplista— elaborada por el siquiatra que había llevado inicialmente su caso: un joven aún bastante inexperto, pero que tenía la habilidad de suplir sus lagunas de conocimiento con una suerte de imaginación ilustrada.

En el caso concreto de Soledad, el galeno había concluido que padecía un tipo de esquizofrenia ocular muy raro —tan raro que ni siquiera había sido aún descrito— que le hacía percibir una realidad distinta con cada ojo. Una duplicidad disonante que la enferma astutamente solventaba tapándose un ojo con un parche a fin de ver una única realidad en cada momento.

El diagnóstico era muy imaginativo y también vistoso, al menos sobre el papel, con la acuñación de nuevos términos, como «ojo de guardia» para referirse al ojo que la paciente se dejaba destapado y «realidad diestra» o «realidad siniestra» en alusión al mundo supuestamente percibido por el ojo derecho o por el ojo izquierdo, respectivamente. Tenía, sin embargo, la pega nada baladí de que no respondía en absoluto a la verdad.

Aparte de la propia paciente, Prudencio Almenara era la única persona que conocía el verdadero origen de aquel extravagante desvarío. Y si estaba al tanto, no solo lo era por ser ambos buenos amigos y existir entre ellos mucha confianza, sino también por hallarse él mismo implicado en el asunto. Soledad se había sincerado desde el primer momento, confesándole lo mucho que le incomodaba ver aparecer su ojo en la pantalla del ordenador, como si pretendiera invadir la intimidad de su hogar o de su despacho. A lo que había añadido que, hasta la amistad más estrecha —la de ellos era paradigmática—, debía de tener sus límites.

Además de hombre cabal donde los haya, Prudencio era también muy discreto y enemigo de cualquier tipo de notoriedad pública. Ser tachado de voyerista no es plato de gusto para nadie, pero mucho menos para alguien tan comedido y, para colmo, no siendo ni siquiera cierto. La prudencia y el miedo al escándalo le habían llevado al mutismo y a situarse en un cómodo segundo plano de visitante asiduo de la interna. Esa conducta no respondía, sin embargo, solo al egoísmo, sino también al profundo desconcierto que le causaba no comprender cómo semejante nimiedad había podido desequilibrar de tal forma a su amiga.

La primera vez que Soledad le llamó por teléfono tenía la voz algo alterada. Le dijo que, cada vez que abría el correo electrónico —algo imprescindible en su trabajo—, en la pantalla aparecía su ojo derecho en actitud vigilante. De natural impasible y dotado de un gran sentido del humor, Prudencio se tomó las palabras de su amiga a broma y no dudó en aconsejarle que, cuando lo sorprendiera fisgoneando, no tuviera el menor reparo en ponerle un parche pirata sobre el ojo cotilla.

Aunque la respuesta le pareció un tanto absurda, Soledad tenía en alta estima el buen criterio de su amigo y decidió no complicarse la vida y hacerle caso. En la papelería le ofrecieron una caterva de posibilidades diferentes de pegatinas. Ella no tenía ni idea de que fuera tan diverso el mundo de los autoadhesivos y, como tampoco andaba manca de sentido del humor, se decantó por unos con motivos florales. Y de forma todavía poco consciente, acometió su particular cruzada contra quien acabaría teniendo la suficiente entidad como para tener nombre propio y pasar a llamarse el Ojo Avizor.

Esa misma noche, antes de entrar a chequear si tenía algún correo urgente, Soledad se puso a mano las tijeras y el paquete de autoadhesivos. En cuanto vio aparecer en la pantalla el ojo indiscreto de Prudencio, calibró su tamaño y recortó en forma de parche pirata una pegatina cuyo motivo floral era una margarita. No pudo evitar sonreír al ver aquella especie de moderno tatuaje cubriendo esa parte del rostro de su atildado amigo. La argucia era sin duda pueril, pero tuvo la virtud de permitirle revisar la correspondencia sin sentir ningún incomodo.

A partir de entonces, hubo nuevas aperturas de buzón —lo revisaba varias veces al día, sobre todo en el trabajo— y los consiguientes parcheos de la pantalla con pegatinas florales. Porque el ojo de Prudencio, aparte de entrometido, se mostraba también travieso y pretendía asomarse cada vez por un punto diferente de esa suerte de ventana indiscreta en que se había convertido la pantalla del ordenador. El fenómeno continuaba sin tener ninguna lógica, pero aquel quita y pon de flores le resultaba distraído y, lo que era aún más importante, le solucionaba el problema.

En realidad, fue un método sencillo y eficaz; al menos hasta la vez en la que, cuando iba a tapar el ojo de Prudencio con una bella camelia, del lacrimal le brotó una lágrima. Y ella, que siempre se había jactado ante sí misma de ser buena amiga de sus amigos, se vio en el acuciante dilema de tener que elegir entre preservar su intimidad o hacer llorar a un apreciado amigo. Titubeó durante unos segundos —tiempo suficiente para que a la primera lágrima le siguiera una segunda—, pero pronto concluyó que era injusto ponerla en aquel aprieto y, situándose de espaldas al ordenador —ojos que no ven, corazón que no siente—, llamó al causante del conflicto.

Prudencio la escuchó con su habitual impasibilidad y, aunque esa vez le pareció que Soledad estaba bastante más alterada, ni se le pasó por la cabeza que su amiga, siempre tan sensata y reflexiva, le pudiera estar hablando en serio. Así pues, se volvió a tomar a broma la alusión a la foto de su perfil de correo electrónico. En esta ocasión su consejo fue más disparatado, pues le dijo que, si su ojo se hallaba en fase tan sensiblera, por qué no probaba a ponerse el parche ella y leer la correspondencia haciendo caso omiso del ojo fisgón.

Que siguiera esa recomendación sin pies ni cabeza constituye el verdadero nudo gordiano de la indescifrable dolencia de Soledad. Mas la cuestión es que le hizo caso a Prudencio y, a partir de ese momento, todo se precipitó de tal forma que a cada nuevo equívoco le seguía otro más absurdo que el anterior. Hasta entonces, sus compañeros de trabajo habían considerado lo de pegar flores en la pantalla del ordenador como una ocurrencia naif más de las suyas. Pero, cuando se dieron cuenta de que había veces que para mirar esta se colocaba un parche sobre un ojo, y que este ni siquiera era siempre el mismo, empezaron a preocuparse.

Dio además la casualidad de que, justo en eso días, los telediarios se hicieron eco de la carnicería que la doctora Noelia de Mingo había hecho en su lugar de trabajo. Según el testimonio de algunos de sus colegas, antes del desencadenamiento de ese brote sicótico criminal, la homicida ya se había comportado de forma extraña. En concreto, la habían visto en su despacho a oscuras y escribiendo o hablando irritada ante la pantalla del ordenador cuando este se hallaba apagado.

Aunque el paralelismo entre ambas conductas fuese vago, los compañeros de Soledad se alarmaron y lo pusieron en conocimiento del responsable de salud laboral. Es muy probable que saberse vigilada también por su colegas fuera la gota que colmó el vaso, puesto que fue entonces cuando por primera vez Soledad hizo alusión al Ojo Avizor. Y a esa primera vez le siguieron otras muchas y, viendo el cariz que tomaba el asunto —su obsesión era un continuo crescendo—, el médico de la empresa la derivó al siquiatra.

En ninguna de las entrevistas que mantuvo con el especialista, se mostró Soledad agresiva o dio muestras de que hubiera peligro de que pudiera autolesionarse. Pero daba la impresión de que el supuesto Ojo Avizor la tenía cada vez más desquiciada y el galeno decidió que lo mejor era internarla para poder vigilar mejor su evolución. Resultaba incomprensible que una mujer tan enamorada de su trabajo pudiera sentirse a gusto apartada de su mundo laboral y, sin embargo, después de un tiempo, la simple mención de reincorporarse a su antigua vida la desequilibraba de tal manera que, aun siendo su dolencia inofensiva —al menos en apariencia—, su estancia en el centro siquiátrico se había prolongado sine diem.

Soledad no veía la televisión, ni tampoco usaba los ordenadores que había a disposición de los internos para navegar por internet. Vivía ajena por completo a lo que pasaba en el mundo exterior y su única conexión con este eran las visitas de Prudencio. Por expreso deseo de la interna, su amigo la visitaba siempre sin previo aviso. La mayoría de las veces la encontraba en el jardín absorta en la observación de las entrañas de alguna flor o de la conducta de algún animal; o bien contemplando desde una hamaca el movimiento trémulo de las hojas de algún árbol o el desplazamiento de las nubes en el cielo.

Todos ellos eran esparcimientos enraizados en Soledad desde muy niña y, por ende, practicados con asiduidad antes de su internamiento. Lo único que sí le chocaba a su amigo era que, pese a haberla conocido siendo ya una lectora empedernida, en sus visitas sorpresa, jamás la encontraba con un libro en las manos. Prudencio se le acercaba por la espalda y, a modo de saludo, le colocaba la mano sobre el hombro. Ella era así consciente de la presencia de su amigo y se podía colocar el parche —en uno u otro ojo, según el día de la semana— antes de darse media vuelta.

Con el ojo ya tapado, paseaban por la amplia zona ajardinada que había alrededor del centro siquiátrico: si el día era bueno, con la cabeza al descubierto; si hacía mal tiempo, guarecidos bajo un paraguas; y si el sol apretaba, con sendos sombreros de paja. Mientras caminaban, se contaban las naderías que le habían ocurrido a cada uno desde el último encuentro o bien conversaban sobre las pequeñas cosas que veían al paso. Después de cada visita, Prudencio concluía que su amiga era feliz allí y regresaba a casa con la conciencia más tranquila.

Que los temas de conversación fueran siempre triviales no era, sin embargo, un hecho del todo fortuito. Desde que estaba en el centro, Soledad no había vuelto a mencionar nada que le hubiera ocurrido antes de su internamiento —ni siquiera el Ojo Avizor causante de su delirio—. Era como si se hubiera sumergido de nuevo en esa etapa libre de cualquier responsabilidad que es la infancia, y hubiera borrado por completo de su memoria el resto de su existencia. Y fuese por discreción, por sentimiento de culpa o por una mezcla de ambas cosas, Prudencio, que sí se acordaba perfectamente del pasado de su amiga, se comportaba como si también él lo hubiera olvidado.

Solo en una ocasión, a la hora de despedirse, Prudencio la miró como siempre a los ojos, tanto al de guardia como al tapado; y quizá porque ese día había visto en su rostro la primera flor de panteón o bien porque llevaba puesto justo el parche de la camelia, el deseo de comprenderla se impuso a la discreción y le preguntó el motivo de todo aquello. En lugar de inquietarse, Soledad le sonrió y, tras permanecer pensativa unos segundos, le dijo que, al igual que Peter el Rojo —en alusión al simio protagonista de Informe para una academia de Franz Kafka—, también ella había encontrado una salida gracias al Ojo Avizor.

Y Prudencio, a la sazón ya bastante confuso —no sabía si interpretar esa respuesta como una muestra de agradecimiento o como una simple tomadura de pelo—, se quedó totalmente perplejo cuando vio que su amiga se levantaba el parche de la camelia y le hacía un guiño con el ojo que, según la jerga del siquiatra, ese día no estaba de guardia.



parche pirata camelia.jpg


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lucia
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por lucia »

Parece que al final lo que Soledad quería era evadirse y se las dio con queso a todos :cunao:

Ahora, avisa si empiezas a pegar tú pegatinas al monitor :lol:
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Megan
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Megan »

Toc toc..., permiso..., ¿se puede?
Hace tanto que no entro por aquí que no sé si seré bienvenida, pero bueno, la vida nos trae momentos difíciles y muchas veces nos hace alejarnos de nuestros afectos, porque no nos sentimos con ánimo de compartir nada...

Mi compatriota me ayudó mucho, por eso estoy de nuevo aquí,

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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

lucia escribió: 07 Nov 2021 18:07 Parece que al final lo que Soledad quería era evadirse y se las dio con queso a todos
Eso mismo creo yo. :D
lucia escribió: 07 Nov 2021 18:07 Ahora, avisa si empiezas a pegar tú pegatinas al monitor
Pues casualmente esta pamplina tiene su origen en una anécdota que me ocurrió no hace mucho. Un amigo me bromeó con que me portara bien, que él era el Gran Hermano y me vigilaba. Al día siguiente, al abrir el correo electrónico me apareció una imagen suya y, por un momento, me descoloqué pensando en lo que me había dicho. Cuando se lo comenté, me dijo que le pusiera un parche pirata al ojo fisgón. Y como le he dado forma cuando andaba de vida contemplativa en la sierra, sin poder evitarlo el ojo se acabó convirtiendo en "una salida" bajo forma de evasión de toda responsabilidad. O ese vivir en el instante en el que reparó @Edgardo y del que hay buenos ejemplos en el video.
Megan escribió: 07 Nov 2021 18:39 Toc toc..., permiso..., ¿se puede?
Haz el favor de leer el cartel de la entrada. :wink:

Ya sabes que tu mecedora siempre está esperándote.Imagen.

Como ya te dije en una ocasión, tu compatriota me enseñó que: ...la primavera es como un espejo pero el mío tiene una esquina rota, era inevitable [...] pero aun con una esquina rota, el espejo sirve, la primavera sirve. (Primavera con una esquina rota)

Nos alegramos, pues, de que Benedetti te haya traído de vuelta al bujío con fuego en el alma y vida en tus sueños. :60:


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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


Resulta, Cata, que en Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena, me he topado con la descripción de una patología que encaja bien con lo que le pasa a la Princesa de Éboli en El Ojo Avizor. Se describe el caso de un paciente que padece "fobia de alejamiento o dependencia neurótica de un centro hospitalario". Según se cuenta, el "Hortelano", apodo con el que es conocido dicho paciente, es el más antiguo del centro y hace muchos años que se curó de la patología por la que fue internado. Pero el día en que lo mandaron para casa, conforme se iba alejando del psiquiátrico se fue sintiendo mal y la persona que lo llevaba decidió regresar al centro. Conforme se fue acercando a este se fue sintiendo mejor. Hubo otros intentos y le ocurrió lo mismo, con lo cual le diagnosticaron esa fobia y dejaron que se quedara de jardinero del centro.

No sé si existe una patología con ese nombre, pero me ha hecho gracia toparme con una situación similar tan pronto. :cunao:

Cambiando de tema, esta mañana, en el paseo tempranero (con el cambio de hora he ganado en luz), en el tramo con vistas al ambiente portuario, me llamó la atención el silencio reinante. En ese tramo se suele oír el ruido de los que están trabajando en los astilleros reparando o construyendo piezas de barco. Hoy no se escuchaba ningún ruido. Pero sí vi una columna de humo y, al mirar hacia la zona con más detenimiento, me di cuenta que había una manifestación y habían cortado la carretera industrial. Todavía no sé la causa de la protesta, pero te dejo de momento una prueba gráfica.

Fogata.jpg
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

jilguero escribió: 07 Nov 2021 10:49El Ojo Avizor
Una vez más, desbordando imaginación en el límite entre lo real y lo fantástico, jilguero. Y con una prosa envidiable. Me gustaría saber dónde te nutres para sorprendernos pamplina tras pamplina.

Aprovecho para hacer algo poco frecuente en mí, pero que esta vez vale la pena porque creo que va a gustarte. Te recomiendo la lectura de Historia de las abejas, de Maja Lunde. Bonita y entretenida novela en la que la naturaleza juega un importante papel.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Gretogarbo escribió: 09 Nov 2021 18:30
jilguero escribió: 07 Nov 2021 10:49El Ojo Avizor
Una vez más, desbordando imaginación en el límite entre lo real y lo fantástico, jilguero. Y con una prosa envidiable. Me gustaría saber dónde te nutres para sorprendernos pamplina tras pamplina.

Aprovecho para hacer algo poco frecuente en mí, pero que esta vez vale la pena porque creo que va a gustarte. Te recomiendo la lectura de Historia de las abejas, de Maja Lunde. Bonita y entretenida novela en la que la naturaleza juega un importante papel.
Creo, Greto, que me miras (lees) con buenos ojos. Pero gracias por haber leído la pamplina de la Soledad jilgueril.

En cuanto a tu recomendación, como Soledad, que se fiaba del buen criterio de Prudencio, yo me he fiado del tuyo y ya tengo en cola, en mi lector, Historia de las abejas.

PD: Cata, los de la fogata son los del metal peleando por un "convenio digno".


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Edgardo Benitez
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Edgardo Benitez »

Edgardo Benitez escribió: 02 Nov 2021 14:59 Ocurrió que Juan, campirano de siempre, se fue unos días a "matar el tiempo a la ciudad del norte" y todo comenzó cuando subió al avión, empezó a sentir agruras, remordimientos y un claro arrepentimiento al pedirle a una señorita de color extraño, que lo llevaran al baño. Según entiendo, no hubo quien lo recibiera en la terminal aérea, y temblaba al ver las calles abarrotadas de gente que no saludaban ni hablaban entre sí, parecían "muñecos", decía él. Fue entonces que le pidió a su hijo —que bondadosamente lo había invitado y llevado— que lo regresara de inmediato, no sin antes pedir disculpas por cometer el acto tan de poca educación, pero que él no podía vivir en medio de estas personas, no sin antes recordarle también que eran tres largos meses lo que duraría tremendo castigo. No sé que hizo, Juan, el campirano de siempre, para regresar, pero yo lo vi que había cambiado el color de la piel y el pelo, y, según el decía, ahora le costaba conciliar el sueño, contaba él que había cosas del recuerdo que lo atormentaban y que a media noche despertaba dando sobresaltos y se quedaba sentado en la cama a esperar el amanecer al no poder pegar los ojos. Esto que te digo es lo poco que contó, claro que nunca hablo de esos otros momentos que vivió, cuando se le preguntaba por su viaje, la cara se le sonrojaba y agachaba la cabeza. @jilguero
¡Hay vida antes de la muerte!
Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni les importa.
Pero si te pego en el centro, será por filosofía.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Edgardo Benitez escribió: 10 Nov 2021 14:15
El campirano de siempre

Ocurrió que Juan, campirano de siempre, se fue unos días a "matar el tiempo a la ciudad del norte" y todo comenzó cuando subió al avión, empezó a sentir agruras, remordimientos y un claro arrepentimiento al pedirle a una señorita de color extraño, que lo llevaran al baño. Según entiendo, no hubo quien lo recibiera en la terminal aérea, y temblaba al ver las calles abarrotadas de gente que no saludaban ni hablaban entre sí, parecían "muñecos", decía él. Fue entonces que le pidió a su hijo —que bondadosamente lo había invitado y llevado— que lo regresara de inmediato, no sin antes pedir disculpas por cometer el acto tan de poca educación, pero que él no podía vivir en medio de estas personas, no sin antes recordarle también que eran tres largos meses lo que duraría el tremendo castigo. No sé que hizo, Juan, el campirano de siempre, para regresar, pero yo vi que le había cambiado el color de la piel y el pelo, y, según el decía, ahora le costaba conciliar el sueño: contaba él que había cosas del recuerdo que lo atormentaban y que a media noche despertaba dando sobresaltos y se quedaba sentado en la cama a esperar el amanecer al no poder pegar los ojos. Esto que te digo es lo poco que contó, claro que nunca habló de esos otros momentos que vivió: cuando se le preguntaba por su viaje, la cara se le sonrojaba y agachaba la cabeza.
Última edición por jilguero el 11 Nov 2021 13:46, editado 1 vez en total.


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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Edgardo Benitez »

jilguero escribió: 02 Nov 2021 12:19
Edgardo Benitez escribió: 01 Nov 2021 14:59 El recurso natural de vivir el instante
Pues sigamos hablando, Cata, de esos días en los que he podido usar ese recurso de escapar de la propia vida para poder ser una con la Vida viviendo en el instante.

Como ya te he comentado, la vegetación estaba agostada y la tierra sedienta, por lo que ver brotar la vida de ella resultaba casi conmovedor. Algo que sentí de forma especial viendo estos tres ejemplares de botoncillo de oro (Ranunculus bullatus), dispuestos cerca uno de otro en distinta fase de desarrollo (uno como mero botón; otro, un botón floral con hojas ya desplegadas; y un tercero en plena floración) como si quisieran concederme el privilegio de asistir a su crecimiento ajena al tiempo (sin necesidad de esperar) y sumida, por ende, en ese instante del que venimos hablando.

Ranunculus bullatus.jpg


Por cierto, en la subida a la ermita, ni rastro de la mucizonia: no es su tiempo; pero sí vi, en cambio, que justo delante de la puerta de acceso a la ermita, quizás por ser la zona más sombreada, entre las piedras había algunos botoncillos de oro en flor, tal como este ejemplar que está sacado desde arriba (esas piedras forman parte del empedrado del camino).


Ranunculus ermita.jpg

No sé si fruto de la sequía, de la pandemia, o de ambas cosas a la vez, en esta ocasión he visto menos gente en la calle que nunca. En invierno, cuando el frío arrecia o llueve con fuerza, es habitual poder pasear por sus calles sin ver a nadie, pero estos días ha hecho un tiempo estupendo y una temperatura muy agradable (solo al mediodía picaba el sol un poco). Y el que me plantee, si la sequía, ha podido contribuir a que haya visto menos benaocaceños que otras veces se debe a que, en la salida del pueblo hacia Villaluenga del Rosario, hay una fuente a la que los lugareños acuden a recoger agua para beber por considerarla más saludable que la que sale de los grifos (dicho sea de paso, la del grifo a mi me sabe muy bien) y esta vez el caudal era tan exiguo que para llenar un botellón se requería bastante tiempo.


Fuente.jpg

En ese sentido, el trasiego de gente a la fuente ha sido mínimo y tengo observado que los locales pasear por pasear no es lo suyo. Ellos van a por agua o a por algún mandado (cada vez menos posible porque no hay tiendas, salvo una que era antes una especie de chino con chucherías y ahora, desde que cerraron el supermercado, tiene además algunos comestibles) y, al atardecer, a caminar deprisa por el arcén de la carretera por prescripción facultativa. Tan es así que lo suyo no es el pasear por pasear, algo que yo sí practico, que te voy a contar una anécdota de lo que me ocurrió un miércoles.

Resulta que en el chino, ahora convertido en colmado, hay también algunos alimentos, pero nada de verduras ni de fruta. Desde siempre, había un señor que un par de veces en semana subía al pueblo con su furgoneta cargada de frutas y verduras. Anunciaba su llegada lanzando un sonoro pitido. Este año, cuando me interesé por los días en que venía, una lugareña me explicó que el buen señor, de edad mediana, había muerto: un infarto cuando iba con su furgoneta de pueblo en pueblo. Pero me aclaró que ahora había una muchacha que los miércoles subía de Ubrique con frutas y verduras. Me informé de los lugares en que paraba y del horario aproximado (la información de unos y otros era variable y a veces hasta contradictoria). Pues bien, cuando llegó el miércoles, a la hora indicada empecé a hacer su recorrido para asegurarme de que no se me escapaba. Un vejete que andaba con su bastón dando dos o tres pasos arriba y abajo alrededor de la puerta de su casa, al verme pasar varias veces, me dijo: "¿Qué, andas matando el tiempo? De alguna manera hay que matarlo, no queda otro remedio".

Intenté explicarle que buscaba a la vendedora ambulante de frutas y verduras, pero él me insistió en que no quedaba otro remedio que matar el tiempo de una u otra forma. Y es que para él (lo conozco desde el 2007), caminar por la calle o por el campo no lo concibe como un placer sino como una forma de matar el tiempo ahora que ya no trabaja. En los últimos tiempos tenía una tiendencita de comestible (para mi era un apaño), pero antes había trabajado en el matadero que antaño, en los tiempos más prósperos de Benaocaz, había en el pueblo. Se le iluminaba el rostro cuando me hablaba de esos otros tiempos. Resumiendo, que este acercamiento a la Naturaleza y al vagabundeo por placer solo se suele dar en quienes un día dejamos el campo y migramos a la ciudad. Quienes se han quedado, en cambio, no sienten esa sensación de nostalgia por la Naturaleza, percibida como algo bello, puesto que en ellos, que han permanecido siempre cerca de ella, predominada el sentido de aprovechamiento de la misma.

Uff, Cata, me he enrollado mucho y todavía tengo más plantas que enseñarte y algunos atardeceres. Mañana seguimos.


Bueno, gracias, solo fue algo que recordé por estas cosas que escribiste aquí, como te digo, tus historias son contadas con mucha añoranza y ternura, quizás, al borde de las lágrimas. Ocurrió qué no lo habías visto y lo llevé páginas después, disculpa el atrevimiento de traer vidas contadas por otras personas mías y convividas.
¡Hay vida antes de la muerte!
Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni les importa.
Pero si te pego en el centro, será por filosofía.
Pero por poesía, serás mi centro.
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

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Edgardo Benitez escribió: 11 Nov 2021 11:55 vidas contadas por otras personas mías y convividas.
Pues a esa historia de Juan, Edgardo, le he puesto de título de El campirano de siempre y la he puesto en el índice.
*****

Hoy, Cata, ha amanecido con niebla y a los grandes pájaros mecánicos no se les veía la cabeza. Los del metal vuelven a estar trabajando en los barcos y haciendo un ruido tremendo. Los que más bulla meten son los que trabajan tras la zona vallada de la izquierda.


Pájaros mecánicos en la niebla.jpg


Por otro lado, desde el domingo, tenemos un misterioso barco de vela anclado en la ensenada de la Playita de las Mujeres. Cada mañana trato de ver si hay alguien en cubierta, pero nunca hay nadie. Eso sí, desde hace tres días, hay una pequeña barquita atada al velero, la cual no estaba a la vista los primeros días. Me tiene intrigada. Digo yo que en algún momento usará la barquita para venir a tierra en busca de víveres. Tal vez lo haga con nocturnidad y con alevosía :cunao:.


20211111_081940.jpg


Y para terminar esta minicrónica gaditana, te diré que Tomás el Esquivo, sigue igual de esquivo (no lo he visto desde antes del verano) y además muy, muy laborioso. Esta noche, en concreto, ha debido trabajar una barbaridad, pues, el montón de la arena que ha sacado sobrepasaba la parte baja del hueco del desaguadero. Siempre es arena húmeda. Imagino que habrá derrumbes y se ve obligado a sacar la arena. O a lo mejor tiene ínfulas de explorador y, cuando se aburre, prolonga el túnel en busca de una nueva salida.

Tomás el Laborioso.jpg


Y mientras te cuento estas pequeñas cosas de la cotidianidad de Gades se me viene a la cabeza esta musiquilla alegre, cosa rara en el Sordo Genial, que ya te he puesto otras veces.

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El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre (A. Camus)
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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


Hoy, Cata, me he levantado en paz con la vida. Quizás porque al despertarme he escuchado un trozo de Nómadas, un programa radiofónico que habla de viajes y de lugares. Hoy estaba hablando del balneario de La Isabela, ahora bajo el agua de un embalse, y eso me ha recordado una ciudad bajo el hielo que describe Virginia Woolf en Orlando. Y eso me ha hecho sentir el vértigo pascaliano, y no por estar en medio de un universo inmenso, sino por vivir en medio de una ignorancia inabordable, que me permite que haya días, como hoy, en el que por casualidad descubro la existencia de un antiguo balneario, ubicado en un lugar que era muy bello y ahora está bajo el agua; que primero alojó a bañistas y luego a evacuados de la guerra, entre ellos enfermos mentales. Y eso me hace acordarme de la princesa de Éboli, de Soledad Silvestre, quien consiguió sentirse en paz con la vida viviendo justo en un siquiátrico. La realidad y la ficción se mezclan una vez más en mi cabeza y, al menos por hoy, también yo me siento en paz con la vida. ¡Un gustazo!

Volveré a hablarte de La Isabela, te mostraré imágenes. Pero, para eso, antes tengo que documentarme. :wink:


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Edgardo Benitez
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Edgardo Benitez »

El Ojo Avizor





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Para la niña Jilguero @jilguero , y su Ojo avizor, que no tiene ninguna relación este con aquel, pero que deseamos traérselo para que comience a trabajar en el caso psiquiátrico este.
De la hacienda

Y esto ocurrió cuando trabajaba en la Hacienda San Rafael, en Santa Ana, según Hilario, el del ordeño y Genaro, el zacapín de Majano.
Pues ya le digo mi hermano… que, en verdad, no siempre lo mejor es salir corriendo en busca de un matasano o de algún sanatorio. Existe vez, que es preferible soportar el dolor y esperar un desmayo redentor, o una luz bondadosa que nos alumbre el camastro y haga desaparecer aquella amargura que agobia y desespera, y nos obliga a desear, sin arresto, la misma Calaca. ¿Te acordás vos de la Ña Cándida, la madrecita del Ño Clodomiro?
Bien me acuerdo que ese día, una caída en el baño la hizo perder el sentido. Con otros mozos la acarreamos de inmediato hasta el coche y se la llevaron urgida. Y ya no supimos de ella… Hasta otro día, cuando salió del hospital, no recordaba nada ni a nadie. No parecía interesarle que estuviéramos frente a ella, parecía que no nos volteaba ni a ver, sus ojos vidriosos miraban para todos lados. Ella estaba oscurecida por ese guamazo que se había pegado. Dejó de decirnos” indios patas rajadas”, “jiludos y caitudos”, y todo lo que ella siempre nos gritaba… Los muchachos contaban que le preocupaba la llegada del Ño Danielito, el único hijo que vivía en el extranjero. No era normal verla así. Acolchada, tirada sobre el canapé, rondando la cabeza; todo coche que escuchaba, cada timbrazo de la puerta. No encontraba sosiego en nada. Era despertando, y comenzaba el suplicio diario de mantenerse a la espera de la llegada de alguien y sin saber qué. Caminaba alrededor de la sala, luego se sentaba en el sofá, llegaba a la puerta y se regresaba, aunque la vigilábamos, sabíamos que no pasaría la puerta y desde allí se regresaría hasta la otra ventana, abría las cortinas, abría la persiana, y se quedaba quieta, miraba los coches, las personas, las tardes de tormentas…
Hasta que un día llegó hasta la puerta de la casa un hombre que vendía conejos, y ella lo recibió. Lo hizo pasar adelante, lo sentó en el sofá, y comenzó a platicar con él. Hablaba como si lo conociera de tiempos, de años atrás.
Amable, cordial, provocando la plática, así como la conocíamos y las risas no se hicieron esperar.
El hombre que vendía conejos extrañado por las atenciones siguió el juego de la señora.
Al cabo de un rato, cuando el hombre se descuidó, ella de manera veloz, le quito el costal donde llevaba los conejos y le partió la cabeza de un solo macanazo con un florero que encontró en la mesita de centro. Aquel hombre gemía del dolor mientras se revolcaba en un charco de sangre. Como pudimos, la separamos de ahí y la llevamos a su recamara.
Tiempo después nos dijeron que la extraña reacción de la Ña Cande, ocurría por el parecido que este pobre hombre tenía con el médico que la asistió en el hospital.
Fue entonces que cada vez que la notábamos alegre con nosotros y bastante platicona, salíamos huyendo porque ya sentíamos que también nos podría confundir con algún matasanos del hospital.

@jilguero



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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Edgardo Benitez escribió: 14 Nov 2021 00:27 El Ojo Avizor

El Ojo Avizor.jpg

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Para la niña Jilguero y su Ojo Avizor, que no tiene ninguna relación este con aquel, pero que deseamos traérselo para que comience a trabajar en el caso psiquiátrico este de la hacienda.


Ña Cándida

Y esto ocurrió cuando trabajaba en la Hacienda San Rafael, en Santa Ana, según Hilario, el del ordeño, y Genaro, el zacapín de Majano.

Pues ya le digo mi hermano… que, en verdad, no siempre lo mejor es salir corriendo en busca de un matasano o de algún sanatorio. Existe vez, que es preferible soportar el dolor y esperar un desmayo redentor, o una luz bondadosa que nos alumbre el camastro y haga desaparecer aquella amargura que agobia y desespera, y nos obliga a desear, sin arresto, la misma Calaca. ¿Te acordás vos de la Ña Cándida, la madrecita del Ño Clodomiro?

Bien me acuerdo que ese día, una caída en el baño la hizo perder el sentido. Con otros mozos la acarreamos de inmediato hasta el coche y se la llevaron urgida. Y ya no supimos de ella… Hasta otro día, cuando salió del hospital, no recordaba nada ni a nadie. No parecía interesarle que estuviéramos frente a ella, parecía que no nos volteaba ni a ver, sus ojos vidriosos miraban para todos lados. Ella estaba oscurecida por ese guamazo que se había pegado. Dejó de decirnos” indios patas rajadas”, “jiludos y caitudos”, y todo lo que ella siempre nos gritaba… Los muchachos contaban que le preocupaba la llegada del Ño Danielito, el único hijo que vivía en el extranjero. No era normal verla así. Acolchada, tirada sobre el canapé, rondando la cabeza; todo coche que escuchaba, cada timbrazo de la puerta. No encontraba sosiego en nada. Era despertando, y comenzaba el suplicio diario de mantenerse a la espera de la llegada de alguien y sin saber qué. Caminaba alrededor de la sala, luego se sentaba en el sofá, llegaba a la puerta y se regresaba, aunque la vigilábamos, sabíamos que no pasaría la puerta y desde allí se regresaría hasta la otra ventana, abría las cortinas, abría la persiana, y se quedaba quieta, miraba los coches, las personas, las tardes de tormentas…

Hasta que un día llegó hasta la puerta de la casa un hombre que vendía conejos, y ella lo recibió. Lo hizo pasar adelante, lo sentó en el sofá, y comenzó a platicar con él. Hablaba como si lo conociera de tiempos, de años atrás.

Amable, cordial, provocando la plática, así como la conocíamos y las risas no se hicieron esperar.

El hombre que vendía conejos extrañado por las atenciones siguió el juego de la señora.

Al cabo de un rato, cuando el hombre se descuidó, ella de manera veloz, le quito el costal donde llevaba los conejos y le partió la cabeza de un solo macanazo con un florero que encontró en la mesita de centro. Aquel hombre gemía del dolor mientras se revolcaba en un charco de sangre. Como pudimos, la separamos de ahí y la llevamos a su recamara.

Tiempo después nos dijeron que la extraña reacción de la Ña Cande, ocurría por el parecido que este pobre hombre tenía con el médico que la asistió en el hospital.

Fue entonces que cada vez que la notábamos alegre con nosotros y bastante platicona, salíamos huyendo porque ya sentíamos que también nos podría confundir con algún matasanos del hospital.

La hacienda.jpg
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Re: El bujío de Santa Catalina 2 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Muy bueno, Edgardo, este otro ojo advizor, bajo la forma de cambio de humor de Ña Cándida que hace huir a sus paisanos. :lol:

Recuerdo que nos contaste que tú vives en Santa Ana. No sé lo que hay de realidad y lo que hay de ficción en la historia, pero eso da lo mismo. Me gusta mucho su "colorido" de allende los mares. :wink:


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