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Llevaba un tiempo con una sensación extraña, como si estuviese continuamente aturdida y con el pensamiento en otro lado. Lo achaqué a un problema de agotamiento y me tomé un par de semanas de vacaciones. En el balneario me sentí mucho más descansada físicamente, pero la confusión mental continuó siendo la misma. Me ha costado mucho vislumbrar lo que me pasa. Antes de las recientes relecturas no sabía con exactitud qué era lo que me ocurría. El descubrimiento no ha sido, pues, del todo mérito mío.
Siempre me he considerado una persona racional y, salvo en algún que otro escarceo amoroso de juventud, nada romántica. Mi visión de la vida ha sido invariablemente de un gran pragmatismo, procurando sacarle el mayor partido posible a las cartas que me han tocado en suerte en cada momento. También en eso me noto muy cambiada. Ha dejado de interesarme el lado práctico de las cosas y ahora las percibo con mucha mayor liviandad, como si en el fondo ya no me atañesen. O dicho de otra manera, de un tiempo acá, la levedad de la existencia, que antes me parecía insoportable, no solo ha dejado de incomodarme, sino que ahora incluso me agrada.
No estoy enferma y no creo, por tanto, que mi desenlace sea inminente. Me siento, sin embargo, con un pie ya fuera de la vida. Todo empezó el pasado mes de febrero, con la muerte repentina de un primo hermano con el que jugué mucho de niña. Una víctima más de las muchas que se ha cobrado el dichoso virus de Wuhan durante el último año. Debido a las restricciones sanitarias, no pude acudir al tanatorio, ni tampoco al funeral y, sobre todo, no me pude despedir de él como a mí me gusta hacerlo.
Sospecho que fue justo eso, no haberle dicho adiós mientras el féretro era colocado en la tumba junto al resto de los familiares ya caídos, lo que me impidió ser consciente de que su muerte marcaba el paso de ese ecuador imaginario que inclina la balanza del lado de los muertos, en detrimento de los vivos. Y hacer precisamente ese tránsito de forma inconsciente provocó que me sumergiera, al menos por un tiempo, en ese estado de confusión y desgana que, por fortuna, creo haber ya superado.
El primer encuentro tuvo lugar con mi madre. Me crucé con ella por el pasillo y me sorprendió encontrarla tan rejuvenecida —tenía la misma pinta que en mis recuerdos de cuando yo era aún una niña—. Pasó por mi lado sin verme y, a mi vez, yo la perdí de vista en cuanto traspasó la puerta cerrada de la cocina. Al ver esa nueva habilidad, me dije que debía ser un gusto no tener que girar los picaportes de las puertas para entrar en las habitaciones. A mi padre lo vi unos días después, en su antiguo cuarto, trajinado con sus avíos de pesca; y su aspecto, mucho más envejecido —similar al que tenía en el último verano antes de su muerte—, no me chocó en absoluto. Tampoco él pareció notar mi presencia y continuó absorto en su tarea.
Además de con mis padres, me he topado ya con algunos otros familiares. He descubierto que todos los encuentros —cada vez más numerosos, por cierto— ocurren en lugares donde antaño, cuando el otro estaba también vivo, ambos coincidíamos. Realizar este hallazgo me ha resultado asaz penoso. Y es que al abuelo y a tía Pepa, que tan queridos me fueron, siempre los visité en sus respectivas casas, ahora ya derruidas. O lo que es lo mismo: con ellos no me podré cruzar de momento.
Cada vez que tengo un nuevo encuentro con uno de los míos, lo miro a los ojos con la esperanza de que, pese a que no me diga nada, al menos me esté viendo. En los ojos de mi padre he visto a menudo saltar sargos y mojarras; y una vez que me lo tropecé ya atardeciendo, vi revolotear en ellos una caterva de vencejos. En los de mi madre, en cambio, he visto alguna vez las rosas que, siendo una niña, le vi cultivar en el pedregal que había a la sazón delante de la casa; otras, a su única hermana y a sus padres —aunque fuese en pequeño, me alegró mucho ver al abuelo—. Pero en la mayor parte de los casos a quien descubro, en los ojos de mi madre, es a alguno de mis hermanos. En vida, ella se desvivió de igual forma por cada uno de sus seis hijos y, sin embargo, nunca me veo a mí misma en ellos. Supongo que es culpa mía, que la rehúyo justo cuando piensa en mí porque me asusta formar parte del pensamiento de un fallecido.
No sé si esto de empezar a convivir, ya en vida, con los muertos es algo común o si solo nos ocurre a unos pocos. En mi caso, desde luego, voy camino de convertirme en asidua. No es, con todo, un tema del que me atreva a hablar con los demás por miedo a que me tachen de loca. Antes de tener yo misma estas visiones, solo tenía noticias del fenómeno por algunas obras literarias. Me he valido de las que tenía más a mano para tratar de conocer mejor su naturaleza. Me he releído, con tal fin, el cuento Luvina de Rulfo y su novela Pedro Páramo, La lluvia amarilla de Llamazares y Cien años de soledad de García Márquez. Mi conclusión ha sido que la muerte es una puerta que se abre hacia al lado ignoto de la existencia; y que, desde que enterraron a mi primo, la mía está ya entreabierta.
Es curioso que yo no tenga ningún apego manifiesto a mis muertos, ni en el momento del deceso ni a posteriori. Los guardo muy dentro, con gran cariño y respeto, pero no siento ninguna necesidad de verbalizar su recuerdo cuando en reuniones familiares o grupos de guasap se habla de ellos. Es por eso que entre los míos tengo la más que merecida fama de ser una persona muy fría.
Recuento 2024 Ayer: Cañas al viento. Grazia Deledda
Grito nocturno. Borja González Hoy: Los asesinos del emperador. Santiago Posteguillo
Hoy es un buen día para morir. Colo
Gretogarbo escribió: ↑29 Jun 2021 10:32
Es curioso que yo no tenga ningún apego manifiesto a mis muertos, ni en el momento del deceso ni a posteriori.
Tampoco yo lo tuve hasta que murió mi madre. Después de recorrer la calle de mi pueblo escuchando el doblar de las campanas, y después de acompañar su féretro al cementerio y ver cómo lo colocaban junto al de sus padres, algo cambió en mi percepción de los que ya se habían ido. Supongo que porque se acababa de ir justo la que me había dado a mi la vida. Y la muerte este año de un primo marca el momento en que se han comenzado a ir los que compartimos infancia y juegos.
Gretogarbo escribió: ↑29 Jun 2021 10:32
Los guardo muy dentro, con gran cariño y respeto, pero no siento ninguna necesidad de verbalizar su recuerdo cuando en reuniones familiares o grupos de guasap se habla de ellos.
¿En qué se traduce ese cariño, en que dedicas algo de tu tiempo a pensar a solas en ellos?
Gretogarbo escribió: ↑29 Jun 2021 10:32
Es por eso que entre los míos tengo la más que merecida fama de ser una persona muy fría.
Es lógico que, si no tienen ni idea de lo que sientes en tu interior por los que ya se fueron, te consideren un témpano. Pero la verdad es que se lleva uno sorpresas incluso con la gente que crees conocer bien.
*****
A todo esto, Cata, la vida sigue y los buenos momentos están a la vuelta de cualquier esquina. Ayer, sin ir más lejos, tras dejar a los muertos descansando, como había Levante y estaba el día muy fresco, me di un garbeo con Tecla que fue un gustazo. Como gustazo son los helados de yogur de los italianos que me zampo desde que me he ido a vivir a la otra punta de Gades.
Nunca me has dicho si también a ti te gustan los reencuentros. Ya sabes que a mí mucho. No estoy ahora pensando en los seres humanos, sino en las plantas, los edificios, las montañas, los rincones…
Ha sido, pues, una alegría volver a reencontrarme con este metrosideros al que ya también tú conoces por habértelo presentado el pasado verano. Su generosa copa vuelve a estar en flor, si bien creo recordar que, cuando te lo presenté, estaba aún más enrojecido.
Metrosideros.jpg
Me he pasado también a visitar al ejemplar centenario del parque Genovés, al que se le quemaron algunas ramas en un incendio del que también te hablé el año pasado. Sigue teniendo algunos penachos de hojas chamuscadas, pero su aspecto general sigue siendo saludable.
Y estos días, en mi lucha por ganarle la carrera al sol, he pillado a las achicorias todavía adormiladas, sin los pétalos aún desplegados.
Achicorias dormitando.jpg
Si la memoria no me falla, la primera vez que las vi así fue en la Subbética, en las rutas que hacíamos en pleno agosto y que debíamos empezar a las seis de la mañana para estar de vuelta antes del que calor se hiciera insoportable. Eran días de vacaciones, en los que daba pereza madrugar, pero era la única manera de poder hacer senderismo por esas fechas. Se nos quedó pendiente por culminar el Bermejo, y no porque no llegáramos hasta arriba sino porque no dimos con el camino adecuado para llegar hasta él todos. No sé si cuando se acabe la dichosa pandemia encontraremos algún día el momento para regresar a la que, en cierto modo, era nuestra sierra, por ser la más próxima al pueblo natal de los seis asilvestrados.
En esas rutas veraniegas, como ya te comenté el otro día, toda la vegetación amarilleaba y el azul de las flores de achicoria era una de las pocas notas de color. Y fue entonces cuando descubrí que también las flores de la achicoria son perezosas y no les gusta madrugar.
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Es curioso, Cata, lo diferente que es amanecer el fin de semana en "Cádiz" o en "Puerta Tierra". Te recuerdo que aquí los castizos que viven ahora en la parte moderna de la ciudad dicen que van a "Cádiz", cuando van al casco antiguo; de igual forma, quienes viven en el centro, dicen que van a "Puerta Tierra" si van a la parte en la que yo vivo habitualmente, ya fuera de las murallas.
Sin duda, me gusta más el ambientillo de pueblo del centro. Y pasear por la zona de la Alameda Apodaca tienen un plus estético que no tiene esta zona. Eso sí, la belleza del mar abierto en la Palyita de las Mujeres me parece superior al de la bahía. En fin, que no me quejo de que el destino me haya hecho asentarme en esta ciudad.
PD: antes de irme voy a hacerle una visita a Tomás el Esquivo, a ver qué tal se está adaptando a los veraneantes.
jilguero escribió: ↑03 Jul 2021 10:37
Eso sí, la belleza del mar abierto en la Palyita de las Mujeres me parece superior al de la bahía.
Vengo, Cata, de dar un paseo y la bocana de la bahía (donde esta ya es casi mar abierto), estaba tan bonita que me tengo que desdecir de lo dicho el otro día .
Está increíble, con una mezcla de verdes y azules que huelen a verano. A posta no me he llevado móvil para que nada me distrajera y no tengo por ello nada que lo demuestre. Aunque podría subir a la azotea y.... Va, doy por hecho que me crees.
Poco a poco, Cata, mi recuncho va cogiendo pinta de un mueso un tanto heterodoxo.
Mira mi última adquisición. Esta máquina la conozco desde la infancia. Cuando llegó la hora de abandonar la casa del pueblo, la vi en el pasillo y me acordé de las veces que había escuchado su trucu, trucu, trucu mientras miraba como unas manos (siempre de mujer) empujaba la tela e iba apareciendo por detrás la costura. Era una máquina de pie y también me gustaba ver cómo se movía el pie. Me pareció que dejarla atrás era como abandonar todos esos recuerdos. Aunque me dio pena separarla del pie, decidí conservar al menos el cabezal, pues completa ocupaba demasiado espacio. De esto hace ya varios años, pero hasta ahora no he conseguido que alguien me haga un cajón sobre la que apoyarla. Como te puedes imaginar, pesa lo suyo.
Máquina de coser.jpg
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Ay, Jilguero!! Mi madre aún tiene una maquina de coser como esa, de marca ALFA, y todavía la usa para cosernos los bajos, hacer remiendos a los vaqueros o pequeños apaños. Siendo niños, nos hizo mucha ropa con ella a mis hermanos y a mi
Hace cosa de un mes llevó la máquina a reparar porque no hacia bien las canillas y necesitaba una buena limpieza. Ahora va de nuevo como la seda.
Me alegro que hayas guardado la tuya. Son muy bonitas y traen unos recuerdos entrañables.
mayuscula escribió: ↑06 Jul 2021 14:31
Ay, Jilguero!! Mi madre aún tiene una maquina de coser como esa, de marca ALFA, y todavía la usa para cosernos los bajos, hacer remiendos a los vaqueros o pequeños apaños. Siendo niños, nos hizo mucha ropa con ella a mis hermanos y a mi
Hace cosa de un mes llevó la máquina a reparar porque no hacia bien las canillas y necesitaba una buena limpieza. Ahora va de nuevo como la seda.
Me alegro que hayas guardado la tuya. Son muy bonitas y traen unos recuerdos entrañables.
Mi abuela materna tenía una Alfa, pero mi madre decía, por lo bajito, claro, que su Singer había salido mejor. Creo que la compró de segunda mano y se llevó décadas haciendo su función de maravilla.
¡Qué bueno, las canillas! Ya no me acordaba de esa palabra. Me encantaba verlas hacer. En la foto se ve bien el pincho donde se ponía el carrete y el artilugio de acercamiento a la rueda para que esta hiciera girar el caretillo de la canilla. También me encantaba esa especie de escafandra metálica donde se metía este. La verdad es que era una maquinaria muy elaborada e ingeniosa .
Yo solo la usé una vez para aprender, pero se me dio fatal. La costura me salía torcida y por la parte de abajo de la tela se montó un embrollo de hilo tremendo. Ahí se frustró ya la aprendiz de costurera que fui por unas horas .
Yo solo la usé una vez para aprender, pero se me dio fatal. La costura me salía torcida y por la parte de abajo de la tela se montó un embrollo de hilo tremendo. Ahí se frustró ya la aprendiz de costurera que fui por unas horas .
Yo coser tampoco se mucho, algún remiendo a la ropa de trabajo de mi marido y poca cisa más...
Bueno, espera... Que a mi hija le hice una falda de pastorcilla para la función de Navidad y me quedó apañada ( aunque el dia de la función se negó en redondo a ponérsela ).
Pero normalmente recurro a mi madre, que cose a mano y a maquina muy bien
Había una Singer en casa, y mi madre la usaba. Y yo, la hacia girar dándole al pedal e imaginaba oyendo su tracatreo al de la maquina de tren de vapor de La Robla que me llevaba a Espinosa. ¡Que de viajes imaginarios hice con ella!
Este va de jardineros y amantes de los arboles.
Hay un programa den radio clásica que esta dedicado a los libros, los arboles y la música. La locutora comenta un libro que va sobre arboles y a la vez pone música. Como este:
Atriles entre los árboles - El año del jardinero, un libro de Karel Capek - 20/09/20: http://www.rtve.ees/a/5666497/
( En el ordenador si pincháis en triangulo (flecha) blanco que esta encerrado en un cuadrado rojo en la parte superior izquierda, debajo del atril, oiréis el programa) (en el móvil tocando en el dibujo que simula un altavoz)
luchana escribió: ↑07 Jul 2021 15:51
Había una Singer en casa, y mi madre la usaba. Y yo, la hacia girar dándole al pedal e imaginaba oyendo su tracatreo al de la maquina de tren de vapor de La Robla que me llevaba a Espinosa. ¡Que de viajes imaginarios hice con ella!
¡Qué gracia me ha hecho lo de los viajes imaginarios viajando en tren gracias a la máquina de coser!
Recuerdo que, cuando todavía no te pasabas por el bujío, le conté a Cata los viajes imaginarios que hacía de pequeña cabalgando sobre un trozo de tronco de eucalipto que había cerca de casa. Nos sentábamos a horcajadas sobre él y lo haciamos girar un poco hacia un lado y otro para tener la sensación del bamboleo encima del caballo. En mi caso viajaba a pueblos de los que solo sabía su nombre por escucharsélo a mis padres.
Creo que de niños tenemos juegos muy parecidos, si bien cambian los detalles según cual sea nuestro entorno.
luchana escribió: ↑07 Jul 2021 15:54
Este va de jardineros y amantes de los arboles.
Hay un programa den radio clásica que esta dedicado a los libros, los arboles y la música. La locutora comenta un libro que va sobre arboles y a la vez pone música. Como este:
Atriles entre los árboles - El año del jardinero, un libro de Karel Capek - 20/09/20: http://www.rtve.ees/a/5666497/
( En el ordenador si pincháis en triangulo (flecha) blanco que esta encerrado en un cuadrado rojo en la parte superior izquierda, debajo del atril, oiréis el programa) (en el móvil tocando en el dibujo que simula un altavoz)
Lo veré el fin de semana, cuando vaya a mi recuncho habitual y esté en zona WiFi. Gracias por traerlo por aquí. ¿A qué hora es el programa y qué día?
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