El Sonido (Relato de Terror)

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BlackBuck
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El Sonido (Relato de Terror)

Mensaje por BlackBuck »

EL SONIDO
Mario Herrera repitió la misma operación que llevaba realizando automáticamente desde las 8 de la mañana, cuando llegó a la sede del Instituto Nacional de la Seguridad Social en Valencia. De nuevo la etiqueta surgía a trompicones de la polvorienta impresora Zebra, con un sonido mecánico, y él procedía a colocarla sobre el registro; podía parecer monótono, pero era un trabajo y alguien tenía que hacerlo; además, se pagaba bien. Bien de la hostia, de hecho. Él mismo, a sus 28 años, vivía en su propio piso y atravesaba la ciudad en un fulgor rojo con su flamante Ducati Monster. Le encantaba aquella moto. En fin, continuamos:

El día de los hechos.
Todos los días en aquel viejo edificio de alrededores de los 50 parecían iguales, y aquella semana la cosa se cumplía... para mal: en el servicio de empleo público se había producido un ciberataque, así que ahora, además de su trabajo, él y sus compañeros tenían que atender los registros que entraban en el otro organismo. Y para colmo estaba la tertulia: en el departamento contiguo, como cada mañana, Miguel hablaba del último tema de actualidad, del que por supuesto sabía todos los detalles y pormenores, mientras sus compañeros (Josefa, una cotorra histérica con sobrepeso; Paz, la secretaria; Manu y Roberto, el séquito oficial de Miguel, el jefe) o bien rebatían gritando a pleno pulmón o, en el mismo tono, expresaban su conformidad. Mario soltó un sonoro bufido; por suerte, al cambiar de departamento ya no eran sus compañeros.
- Es imposible concentrarse así- Mari Paz, su compañera (mejor dicho, su jefa) chistó con fuerza, consiguiendo unos segundos de paz. Pero Paz, a quien no le gustaba que la mandasen callar, pareció elevar aún más la voz.
- Enhorabuena, jefa- Pedro, el otro compañero del departamento, rio sin ganas- Casi lo consigues.
- Un día de estos acabamos como el rosario de la aurora, ya verás- Mari Paz, con 52 años y su particular acento gaditano al haber nacido en Jerez, era una fuerza de la naturaleza. No podía decirse que estuviese obesa, aunque le sobraban un par de kilos; para Mario, era la persona más auténtica con la que había trabajado hasta el momento.
Presentaciones hechas, era una radiante mañana de finales de Marzo, con la Semana Santa a la vuelta de la esquina; mejor aún si el año en cuestión no fuese el pandémico año 2021, pero al menos ya se podía salir de Valencia capital. De todas formas, el día invitaba a salir a explorar la ciudad y, de paso, enseñársela un poco a su atractiva compañera burgalesa. Aunque no compartían departamento, la joven Lara y él habían hecho muy buenas migas. No sabía en qué acabaría, pero quería algo más que una amistad; él creía que ella también, pero no iba a precipitarse. Con todo, aquella tarde explorando Valencia sería su cuarta “cita”, y quién sabía dónde acabaría.
- ¿Harás algo en Semana Santa?- le preguntó Pedro a Mario, nada más empezar a mañana.
- Lara y yo queremos hacer algo de senderismo, por Espadán seguramente.
- Ajá... Lara y tú; últimamente hacéis muchas cosas juntos- miró momentáneamente al chico- Ah, estáis saliendo...
- Eso no es verdad- dijo, sonrojándose un poco.
- Sólo hay que verlos- intervino Mari Paz- En la moto, abrazados el uno al otro...
- Ya sabes que, cuando quieras, nos vamos a dar una vuelta; no tengas envidia.
- Yo no me subo ahí; imagínate que voy y me cargo a tu novia- respondió, en referencia a la moto- No me lo perdonaría.
Definitivamente era todo un misterio cómo acabaría el tanteo entre los chicos, que, aunque ellos no lo supieran, era la comidilla del edificio. Lo que tampoco nadie podía imaginarse era cómo acabaría aquel día. ¿Quién iba a suponer algo así, y más bajo la luz del Mediterráneo?

El sonido.
Conforme avanzaba la mañana, las cosas iban mejor en el trabajo. Entre los tres parecía que podrían registrar todos los archivos propios y de empleo público, y, al fin, la tertulia se había acabado. Hasta muchísimos años después, Mario se convenció de que uno de los “tertulianos” comentó por primera vez que se escuchaba un sonido extraño, pero la verdad es que él fue el primero en darse cuenta de que allí pasaba ALGO. Las ventanas abiertas de par en par ayudaron, sin duda, pero él también parecía tener un sexto sentido por el que percibía sonidos y demás eventos anómalos a su alrededor antes que nadie:
Primero fue un soniquete irritante, como una tiza sobre la pizarra trazando círculos a toda velocidad.
Poco a poco su intensidad fue aumentando, hasta que por fin todo el mundo volvía la cabeza para buscar la fuente del sonido: primero por la oficina (en fin...) y después asomándose a las ventanas. Mario ya estaba allí; bueno, había estado allí más o menos desde el principio, aunque todavía no había localizado la fuente del sonido.
- ¿Qué diablos es eso?- gruñó Luis, el musculado guardia de seguridad- Parece que algo esté cayendo edificio abajo, como rozándolo, ¿no?
- Pfff- bufó Miguel-, será algún vecino con el taladro- Aquel hombre... además de que siempre tenía que comentar y opinar sobre todo, tendía a despreciar a cualquiera que culpase de las desgracias de su día a día, que, al parecer, eran muchísimas- Aquí estamos nosotros intentando trabajar, y mientras allí han contratado a la típica cuadrilla de sudakas que...
Mario procuraba abstraerse y, ante todo, no contestar a sus rollos e interpelaciones; por eso se calló el hecho de que aquello ni de lejos se parecía al sonido de las grúas. Lara le miraba; se sonrojó cuando él se dio cuenta, así que se apresuró a mirar hacia el otro lado. Hasta aquel momento todo gozaba de algún tipo de coherencia, pero el irritante soniquete aumentaba, hasta que se convirtió en un horroroso runrún cuyos potentes decibelios hicieron que todo aquel asomado a las ventanas retrocediese de un salto. Algunos cerraron las ventanas, lo que para otros, evidentemente, era un terrible crimen. Paz era una de ellas:
- ¡Protocolo anti-COVID!- gritó, como si fuese un anuncio de megafonía con un tono de voz que te volvía loco si se pasaba el día a tu lado- ¿Nos quitamos la mascarilla, eh? ¿Acabamos con un tubo para respirar?
- Eres increíble- murmuró Mari Paz- ¿Por no contagiarnos nos tienen que estallar los oídos? Por favor; si quieres luego vamos y cogemos gel, mascarillas y lo que sea.
- ¡NO SIGÁIS ABRIENDO VENTANAS!
- Que te jodan, Paz- dijo alguien indeterminado.
Huelga decir que la discusión llegó a límites insospechados, mientras que en la calle el misterioso sonido parecía competir con el escándalo de las oficinas. Parecía una centrifugadora gigante. Paz, Mari Paz y otros (Mario no recordaba quién había hecho qué durante aquella mañana) discutían sobre las ventanas, la mayoría de las cuales ya estaban cerradas.
De una cosa sí que podía estar seguro: Luis había sido el primero. El hombre se había quedado traspuesto ante una de las ventanas abiertas, abrazado a si mismo y murmurando algo para sí mismo, como un lunático. Su mirada era de consternación al principio, pero después, con los ojos inyectados en sangre, parecía más bien un salvaje. Enfrascados todos como estaban en si debían cerrar momentáneamente las ventanas, nadie se dio cuenta de que el hombre se había subido a la repisa, temblando de pies a cabeza. Quizá si se hubiesen dado cuenta a tiempo aquella locura se habría detenido.
- Luis, pero ¿Qué estás haciendo?- Susana, la jefa de personal, siempre parecía aparecer como por arte de magia para mediar cuando había un conflicto. Se acercó al hombre y le tocó el hombro- Venga, hombre, bájate y...
El guardia le mordió en el cuello, causando una enorme expresión sanguinolenta, y la cogió por la cintura. Acto seguido, ocurrió lo que desataría la locura aquel día: los dos desaparecieron por el vano de la ventana.
- ¡NO!
- ¿PERO QUÉ COÑO?
Era imposible saber quién gritaba, y mucho menos el motivo: podía ser miedo, impotencia, confusión... Todo fue en vano; Luis no dejó de gritar hasta que se oyó un fuerte y húmedo chasquido. La calle se llenó de gritos histéricos, mientras que dentro nadie gritaba. Evidentemente se debía en gran parte a la conmoción, pero lo cierto es que cada vez había más personas que, como Luis, miraban catatónicos al infinito por las ventanas.

Descontrol.
- ¡Vamos, hay que cerrar las ventanas!- voceó Mari Paz, tomando (momentáneamente) el control. Paz, que todavía albergaba dudas sobre dicha orden, fue la siguiente. Cerraba las ventanas más despacio que los demás, por miedo al Covid, pero finalmente fue su compañera Josefa quien acabó con ella. La enorme mujer, fuera de sí, le apuñaló 9 veces con un cúter, todas a la altura del pecho. El resto de trabajadores del departamento donde trabajaban las dos mujeres huían despavoridos, mientras Paz quedaba rodeada por un enorme y viscoso charco de sangre. Josefa, al parecer insatisfecha con el brutal homicidio que acababa de cometer, fue más rápida que sus compañeros, agarrando a Roberto y asestándole un golpe fatal en la garganta.
4 muertos, y sólo dos minutos.
Demudados y presas del pánico, el resto de trabajadores salía a trompicones del despacho, bajando hasta la tercera planta; Josefa, Miguel y otros se quedaron en la cuarta, en medio de lo que parecía una batalla campal. Respecto a los demás, según iban bajando hacia la tercera planta se dieron cuenta de que aquello, fuera lo que fuese, no se limitaba a una planta. Mario se dio cuenta del alboroto antes que nadie; de todas formas, los alaridos, risas salvajes, golpes secos y demás informaron de la situación al conjunto.
- Quietos...- dijo Mario, haciendo parar a todos justo en el vano de la salida de emergencia que daba a la tercera.
Allí estaban igual o peor: desde la puerta se veía sangre (muchísima sangre) desparramada por las paredes y unos 3 cuerpos con grapadoras, cuchillos abrecartas e incluso un boli clavado quirúrgicamente en el ojo de una de las víctimas.
- Estamos atrapados- dijo innecesariamente Manu.
- Ya...
-Tenemos que movernos, ir a alguna parte- todos miraron a Mari Paz- ¡No podemos quedarnos quietos esperando a morir! Vamos, yo por lo menos no; ¿Soy la única que se da cuanta de lo que está pasando?
- Vamos al almacén de abajo- propuso Mario, recordando aquel entresuelo repleto de cajas por las que podrían trepar y salir por alguna ventana- Podemos hacerlo sin que nos vean. Bueno, o intentarlo- se echó a un lado para que no lo viese una mujer que, hacha de cocina en mano, corría por el pasillo de la tercera planta-; lo que no podemos hacer es quedarnos quietos.
- Eso lo dirás por ti- Manu, demudado (hasta que tocó discutir, claro está), se había apoyado en la pared tras la puerta- Yo pienso quedarme aquí hasta que acabe esta locura. No sé si os habréis dado cuenta, pero están descuartizando a la gente.
Paco, del departamento informática, mandó callar al hombre. Alguien venía por el pasillo: una comitiva de tres personas armadas, respectivamente, con dos extintores y un hacha de incendios. Se pararon ante uno de los cuerpos.
- ¡Vamos, que continúe la puta fiesta, joder!- gritó un veinteañero entrado en kilos cuyo sudor se mezclaba con la sangre- Va, va, tío... la hostia, de puta madre, ¡Joder!
- Alfonso, cierra la puta boca- dijo una mujer de mediana edad con el pelo teñido de color miel, y quien, igual que el chico, iba armada con un extintor.
- No podemos distraernos de nuestra misión- el director territorial, quien se jubilaba aquel día y, de hecho, exhibía una guirnalda floreada ahora ya bastante deshilachada colgando del cuello, estaba completamente cubierto de sangre. Pronto se descubriría el por qué- Todo aquel a quien no haya bendecido el sonido debe ser erradicado.
- Así se hará- dijeron los otros dos, alienados. Entonces el director empezó a descuartizar el cadáver con una pesada hacha de incendios; aquello cada vez era más retorcido. Después de despedazar el cadáver hasta que sólo quedó un amasijo de miembros desfigurados, le dio una fuerte patada a la cabeza, la cual aterrizó a los pies de Sandra, una chica que Mario nunca ubicaba en ningún departamento. Recordó que en alguna ocasión había dicho que le encantaba el gore; ahora, se mordía la lengua para evitar gritar mientras se apartaba de la cabeza, mientras el director y su séquito seguían mutilando cuerpos por toda la planta. Cuando éstos se alejaron por los pasillos, susurró que, por favor, alguien le quitara la cabeza de los pies; sus gruesas gafas se empañaban por el sudor y las lágrimas. A la derecha de la joven, Mario vio por primera vez a su jefa superada por las circunstancias. Si no hacían algo rápido, aquel horrible día acabaría muy mal para todos los implicados. Así que, con suma precaución, empezaron a bajar para intentar salir por el sótano; podrían utilizar las escaleras para encaramarse a las ventanas o incluso cajas de embalaje, si, como de costumbre, Miguel no se había acordado de distribuirlas por las plantas. Bajaban en fila india, caminando lentamente: Mari Paz, Pedro, Paco, Javi, Manu, Sandra, Lara y el propio Mario eran los únicos supervivientes de la cuarta, y posiblemente de los pocos trabajadores cuerdos que quedaban en el edificio. Por todas partes retumbaban alaridos, risas desquiciadas, golpes secos...
- ¿Creéis que alguien ha visto lo que ha pasado en la calle?- preguntó Javi- Quizá alguien haya llamado a la policía.
- Estarán al caer- comentó Paco, acercándose a una puerta entreabierta-; puede que lo hayan visto ellos mismos, siempre hay varias parejas de nacionales por aquí. De todas formas, sí, seguramente los habrán llamado. El problema es que nosotros seguimos aquí dentro, y...
Todo fue muy rápido; bajar la guardia fue un gravísimo error. Ninguno de ellos sabría jamás el final de la frase. Había varias opciones: que, aunque intentaran salir de allí, no iba a ser fácil; que podían acabar todos muertos; que lo que fuera que les pasara a los demás podía afectarles también a ellos; que todo aquello era una locura sin sentido...
Todas eran válidas, la verdad; pero nunca se sabría. Un cúter se clavó en su cuello, por lo que lo siguiente que salió de su boca fue un reguero de sangre que, al atragantarse, pulverizó sobre sus compañeros.
Josefa.

La lucha:
El grueso y enfebrecido rostro de Josefa surgió de detrás del títere convulso en que se había convertido el informático. La enorme mujer estaba cubierta de sangre y demás fluidos, y exhibía una sonrisa triunfal.
- ¡PACO!
Pero él ya estaba muerto: su cuerpo, con el cúter incrustado y expulsando chorros de sangre, cayó rodando escaleras abajo. Aquello suponía varias cosas:
La primera, que el ocurrente y jovial informático de la delegación se había ido para siempre.
La segunda: Josefa estaba desarmada.
La tercera: De todas formas, ellos tampoco tenían armas, y ella era una mujer enorme y completamente fuera de sí.
Cargó contra el grupo con la misma intensidad que toda una manada de búfalos enfrentándose a un león solitario. Sandra fue quien se llevó el golpe, tal vez porque era la más débil (o aparentaba serlo) o porque llamaba la atención: no había parado de gritar más o menos desde que el director territorial le lanzara aquella cabeza a los pies. A pesar de ser menuda y enclenque, a Mario siempre le había parecido una persona afable y discreta, cualidades que de poco le sirvieron contra Josefa, aunque se defendió: la mujer chilló como un cerdo en el matadero cuando la chica le arañó la cara con las dos manos. Mario siempre pensó que aquella mujer sería capaz de aplastar a cualquiera que se interpusiera en su camino con tal de salirse con la suya, y vaya si fue así: una vez repuesta del arañazo, se lanzó sobre Sandra, aplastándola contra el suelo de linóleo. Al principio pensaron que la chica gritaba por eso, pero la sangre que le brotaba del cuello daba a entender que no; se la estaba comiendo. Pedro y Mari Paz se lanzaron sobre Josefa, separándola de la chica, pero les era muy complicado contenerla.
- Se acabó...- suspiro Mari Paz, golpeando a la mujer hasta que cayó al suelo de lado. Entonces, la emprendió a patadas con su espalda y pecho, terminando por aplastarle la cabeza hasta que la mujer ya no se movió más. Cuando acabó, se sentó en el suelo; era evidente que nunca había matado a nadie. Todos la miraban de hito en hito, atónitos.
- Joder, jefa...- boqueó Pedro.
- ¡Se la estaba comiendo, qué narices! ¿Preferíais que me quedase aquí sin hacer nada?
Sandra, por su parte, apenas podía hablar, y cada vez que abría la boca burbujas sanguinolentas le manchaban la papada.
- Te-éi qe igos- gimió como pudo- Cogé, ápido... igos eaquí... ¡Vamos, largaos, joder!
Esas fueron las últimas palabras inteligibles de Sandra Guzmán. En ese mismo momento, casualidades de la vida, se dieron cuenta de que ya no se oía el sonido. De todas formas, sus efectos perduraban: Los gritos de histeria seguían sucediéndose, la mayoría desde los pisos inferiores.
Y estaban subiendo.
Si no era todo el edificio, al menos la mayoría de los empleados iban hacia ellos. En aquel momento, mera cuestión de supervivencia, daba igual la chica muerta en la esquina, su cuerpo bañado en sangre. Lo que realmente importaba era que, a menos que quisieran acabar como ella y todos los que se habían quedado por el camino (Luis, Paz, Paco...), ya no podían bajar al sótano. Todo se iba a la mierda a una velocidad de vértigo, como si aquellas anodinas escaleras fueran un vórtice hacia una improvisada puerta al mismísimo infierno.
- ¿Qué hacemos, qué hacemos...?- Javi estaba histérico. El hombre, de unos 40 años, estaba blanco como la tiza, completamente inmóvil.
- Te diré lo que vamos a hacer- Manu ya estaba bajando las escaleras- Nos vamos de aquí.
- Pero... ¿Qué estás diciendo?- Mario no daba crédito.
- Dímelo tú- contestó con prepotencia- Es tu idea, ¿O acaso no?
- Ya, claro; lo era cuando no subía las escaleras una horda de caníbales pirados- los alaridos se acercaban, mientras los ojos de Manu canalizaban su desprecio hacia Mario- Oye, listillo, si bajas ahí estás muerto.
- ¡Tú tampoco tienes ni puta idea de lo que haces! A ver, ¿Alguien ha pensado en hablar con ellos?
La idea era tan ridícula que Mario se relajó, dejándoselo pasar.
- No te estás escuchando... A ver, aún nos queda una opción: la escalera de incendios. Tendríamos que subir otra vez a la cuarta, pero es nuestra única salida ahora- miró a Manu y a Javi. Bueno, y también a Pedro, pues el hombre se había unido a ellos- Si bajáis ahí, se acabó. Pedro, por favor; tú tienes una cría- “Claudia”, recordó. “Su madre está muerta; cáncer. Tiene ocho años”- No se merece esto.
- Tenéis que decirle a mi pequeña que la quiero- dijo él, con una expresión triste y resignada- Que lo era... que siempre lo será todo para mí, aunque ya no esté.
- Tenemos que irnos ya, chicos- intervino Mari Paz- No puedo hablar por todos, pero al menos yo estoy dispuesta a probar por las escaleras. Será mejor que lo que nos espera allí abajo- los gritos estaban muy cerca; es más ya se veían sombras en el rellano de abajo- Supongo que aquí se separan nuestros caminos- le dijo a su compañero, pero éste y los demás ya estaban bajando las escaleras- Pobre Claudia...- en su comentario se notaba cierta inquina hacia Pedro, quien, por su parte, estaba dejando sola a su única hija- Vámonos.
No pararon de correr, ni siquiera cuando los gritos de sus compañeros escaleras abajo los atravesaron como cuchillos. Mario, Lara y Mari Paz se hicieron por el camino con varias armas improvisadas: respectivamente un hacha de incendios, un pesado flexo y un extintor. Atravesaron las escaleras y, después, continuaron por los pasillos hacia la salida de emergencia. Por el camino vieron varios cuerpos mutilados y decapitados, lo que significaba que el director territorial y su séquito no andarían lejos: una de las risotadas de Alfonso, el veinteañero vicioso, les confirmó que estaban como a dos despachos de distancia. Lo lógico, dado que una horda salvaje se dirigía hacia ellos por detrás y aquella gente se entretenía mutilando cuerpos, habría sido pasar de largo sigilosamente, pero, la verdad, no era precisamente justo que andasen por ahí cortando cabezas y miembros humanos. Decidieron actuar.
- A la de tres.
Pero no llegaron a esa cifra antes de irrumpir en el despacho, armas en ristre. Ni el director territorial, mucho menos sus acólitos, se dieron cuenta al principio, tan enfrascados como estaban en su tarea. Mari Paz fue directa a por el director territorial, mientras Mario y Lara derribaban al chaval, algo más joven que ellos; lo que compensaba siendo tan grande como un armario. Reaccionó rápido, golpeando a la chica en un costado, pero Mario lo fue más con la hachuela: Se la clavó tres veces en el estómago, hasta que Alfonso quedó tumbado en el suelo, momento que aprovechó para ensartarle el arma entre ceja y ceja. Mario apartó la mirada para no ver como sus ojos se apagaban, mientras que Mari Paz, mucho menos sensible, utilizaba el extintor a modo de yunque, pulverizando la cara y las costillas del director. Las flores de su guirnalda volaban por todo el despacho.
- ¡Herejes!
La mujer del extintor, la última de las acompañantes del director, exhibía ahora otro armamento: había cogido varios cuchillos (la mayoría de untar, pero sobresalían dos afilados jamoneros) y se los había pegado a la mano con cinta americana, como una especie de Lobezno cutre. Lara, sin pensarlo, la atacó con el flexo con la idea de arrancarle la “garra” de la mano, pero la mujer atacó, hiriéndola en el brazo; eso sí, al menos no con los jamoneros, y la chica se las arregló para golpear en el omóplato a la mujer, dejándola bastante aturdida. A partir de ese momento, el peor día de sus vidas empeoró muchísimo: Mari Paz se abalanzó sobre ella extintor en ristre, pero tuvo la mala suerte de resbalar con la sangre de Alfonso. Todos los cuchillos se le clavaron en el bajo vientre mientras su agresora gritaba de júbilo, aprovechando para darle un zarpazo en la cara. La hasta entonces resolutiva Mari Paz se retiró renqueando a un rincón. La atacante quedó cara a cara con Mario, enseñándole las garras improvisadas, pero éste, impasible, se limitó a blandir el hacha.
- Largaos de aquí- les dijo a las chicas. Acto seguido se dirigió a la Lobezno, anteriormente conocida como mujer del extintor- Vamos, zorra.
Ésta se lanzó contra él a grito pelado, dispuesta a atacarle, pero los cuchillos entrechocaron con la hachuela con un tintineo. Siguieron así un buen rato: algo que casi nadie allí, excepto sus compañeros y Lara, desconocía sobre el chico era su afición al esgrima; por tanto, evitaba cada envite de la mujer con destreza, hasta que la hirió en un costado. Aprovechó para atacar la mano con la que blandía los cuchillos; desde luego, su idea no era cercenarle la mano, pero ésta salió volando hacia la ventana, dejando a la mujer gravemente herida además de desarmada.
- Mi mano!!!- gritó, fuera de sí, mientras se abalanzaba contra Mario. Éste le lanzó dos golpes con su arma, derribándola contra el suelo, mientras un potente rayo de sol iluminaba la dantesca escena.
Los cortadores de cabezas estaban muertos.

Réquiem.
La barahúnda de maníacos que se aproximaba por el pasillo estaba cada vez más cerca; todavía no estaban a salvo, ni mucho menos. Les pareció oír que alguno de los que bajaron por las escaleras gritaba entre ellos, como si también se hubiesen unido al caos. ¿Era contagioso? ¿Les podía pasar a ellos? Pero en ese momento tenían peores problemas: Mari Paz se desangraba, y no parecía tener prisa por largarse de aquella locura.
- Me tenéis que dejar atrás- repitió por tercera vez- Esos cabrones van a llegar de un momento a otro, y soy una carga. Si me quedo, los entretendré, y podréis salir de aquí.
- Puede- le respondió Mario- Y yo te repito que no vamos a dejarte aquí. Díselo, Lara.
La chica negó con la cabeza.
- Estamos muy cerca, no puedes rendirte ahora- la chica miró los dos escritorios del sanguinolento despacho que acababan de dejar. Al fondo también había una estantería- Esos capullos quieren morder algo, ¿no? Démosles una sorpresa.
Los dos jóvenes colocaron los muebles en medio del pasillo, colgando de ellos algunos miembros cercenados como entretenimiento para la horda. Esta no tardó en llegar a la barrera, pero pudieron aprovechar para huir mientras sus alienados compañeros disfrutaban de su jugoso botín. Mari Paz, porteada por los dos jóvenes, se quejaba sin resuello de que no le hubiesen hecho caso, que ella estaba dispuesta a sacrificarse para que dos chicos jóvenes como ellos salieran adelante. La horda que los perseguía rompió la barrera con un fuerte restallido; al parecer no habían puesto suficiente cebo, o la carne fresca los había vuelto aún más violentos. De todas formas, ya se veía la escalera de incendios: una vez llegaran hasta allí...
- Mierda...
- Será hijo de puta...- gañó Mari Paz.
Miguel, como recién salido de una ducha sangrienta, les cerraba el paso. Su mirada, sádica y completamente alienada, era sin duda lo más perturbador del conjunto.
Pero...
No, no era sadismo lo que se veía en sus ojos, si no agotamiento: Un hombre sobrepasado por aquella locura de día, por las cosas que él y todos habían hecho, ya fuese por necesidad o por locura transitoria.
- No os acerquéis a mi – dijo la versión desmejorada de aquel hombre tan listo, que lo tenía todo tan claro en la vida, que siempre tenía la última palabra- No continuaré con esto... no puedo más.
Mari Paz los miró, antes de acortar distancia con Miguel; estaba herida pero aún conservaba cierta agilidad.
- No tienes por qué seguir con esto, compañero. Podemos ayudarte- palabras incongruentes, quizá olvidando por un momento que era un monstruo, no su compañero desde hacía 25 años.
- ¡NO ME VENGAS AHORA CON TUS MIERDAS, ZORRA DE LOS COJONES! Sé lo que tengo que hacer...
El hombre se dirigió a la ventana de al lado. Cómo no, abierta de par en par. Fuera, la luz del día bañaba los andenes de la Estación del Norte, donde el ir y venir de la gente por la plazoleta de entrada, la Plaza de Toros y las calles de alrededor no cesaba a pesar del trasiego de policías, ambulancias... Nadie sabía lo que pasaba allí dentro.
- ¡Miguel, no!- Mari Paz estaba empeñada en salvarle- ¡Vámonos de aquí!
Entre toda aquella locura -todo el mundo gritando “Miguel”, aquel desgañitándose...- Mario vislumbró algo que lo cambiaba todo. Una hormigonera. El sonido, aquello que había puesto patas arriba el edificio, básicamente era algo muy grande rozando el edificio; hormigón, eso era lo que había causado todo aquel horror.
- ¡Una hormigonera!- gritó, mientras los demás se asomaban a la ventana. De hecho, el vehículo se había estampado contra el edificio, como demostraban las ventanas rotas allí donde la hormigonera había rozado- ¡Eso era el sonido!
El vehículo estaba también rodeado de policías armados. Uno de ellos decía algo a gritos, pero estaba demasiado lejos como para entenderlo bien.
- ¡Miguel!- reiteró Mari Paz- ven con nosotros. ¿Lo ves? Sólo era una hormigonera, no hay motivo para saltar.
- He hecho mucho daño... ¡Por Dios, he matado a gente!
- Yo también- no era del todo cierto; ella no se había vuelto loca de repente-, pero esto es una circunstancia excepcional. ¿No te das cuenta? La culpa no ha sido nuestra, era la hormigonera.
El hombre los miró fijamente a todos, combinando con miradas intermitentes hacia la ventana. Mientras, la horda, ajena al hecho de que se había formado por un sonido cotidiano (¿Seguro?), se acercaba hacia ellos.
- No puedo... no puedo seguir viviendo después de este día, no después de lo que he hecho- gimió Miguel, subiéndose al vano de la ventana- Poneos a salvo- Y desapareció. Esta vez, la gente sí que se dio cuenta, pues hubo gritos y un gran barullo en la calle.
El trayecto hasta las escaleras metálicas de color rojo que les llevarían lejos de aquel infierno fue bastante más rápido; al menos, hasta que empezaron a caer cuerpos en cascada desde las ventanas. La horda, tal vez siguiendo los pasos de Miguel o al darse cuenta de lo que habían hecho y que todo había sido por una hormigonera, se lanzaba al vacío. Mario había visto una vez un documental sobre los lemmings, roedores del ártico que emprendían una larga travesía para suicidarse en masa desde unos acantilados, y, la verdad, aquello se le parecía. Sólo que cientos de cuerpos caían a la calle, por lo que el barullo aumentó considerablemente.
- ¿Pero qué...?
- Tenemos que continuar, ¡Vamos!
Mientras bajaban por la escalera, más y más cuerpos caían: la mayoría gritaban, otros se reían de forma macabra y, de fondo, se escuchaba algún llanto. Incluso les pareció que era Pedro el que gritaba allí dentro. Muchos de ellos chocaban con las barandillas, salpicándolos de sangre. Parecía, literalmente, una lluvia torrencial de sangre y cuerpos. Bajo, la policía y los profesionales sanitarios no daban abasto, todos corriendo a todos lados como gallinas descabezadas; pero ¿Acaso no estaban haciendo lo mismo desde hacía ya más de un año? Sin embargo, a pesar del caos, todos con su mascarilla; ellos no: las habían perdido entre el caos, de hecho hacía tiempo que no veían a alguien con la suya. ¿Efectos secundarios de la locura?
- Ni siquiera sé qué hora es- murmuró Mari Paz.
- Aguanta, ya casi estamos- de hecho, ya se veía la salida de emergencia que los llevaría a portería y, de allí, lejos de aquella pesadilla. Pero la mujer estaba muy mal: tres de los cuchillos de la garra falsa habían penetrado bastante, mientras que las otras dos heridas, aunque superficiales, también tenían muy mal aspecto.
Al abrir la puerta, les llegó un olor muy distinto al de la carnicería que dejaban atrás: chispas. El recibidor olía fuertemente a quemado; la jodida hormigonera había arrastrado consigo gran parte de la pared. Entre murmullos ahogados ante la destrucción, posiblemente el desencadenante de aquella situación debido a los decibelios, y los jadeos de Mari Paz salieron al exterior, donde se apresuraron a buscar una ambulancia.
- ¡Ayuda! ¡Esta mujer está gravemente herida!
Fue un hombre entrecano de unos 40 años quien acudió en su auxilio: salió de la ambulancia más cercana; al principio los miró, pero después se apresuró hacia ellos.
- Déjenmela a mí- dijo- Tranquilos, cuidaré de ella. Muy bien, señora, le voy a ayudar... Necesito una camilla, rápido. Mujer de unos 50 años con heridas punzantes en el abdomen. Tres de ellas graves, tendremos que operar- se giró hacia Mario y Lara, algo apartados- Muy bien, ¿Son familia de la víctima?
- No...trabajamos juntos.
Se quedó pensando.
- Quizá sería mejor que alguien le acompañase; eso sí, sólo uno, y tendrá que aceptar esto- dijo, agitando una mascarilla en el aire- La verdad, no sé qué es todo esto...- señaló hacia la calle salpicada de cadáveres- y entiendo que ha sido una situación difícil, pero yo no dicto las normas.
Entonces, oyeron hablar al policía que habían visto antes con el megáfono.
- No voy a repetirlo: ¡Salga con las manos en...!
El vehículo, con un brusco acelerón, embistió a los policías, matando a muchos de ellos en el acto, y después siguió como si nada, arrastrando el morro de un coche patrulla, hacia el centro. En ese instante, Mario miró fijamente su Ducati, aparcada junto a la puerta, y después al vehículo que lo había provocado todo.
- Ve tú- le dijo a Lara- Yo me reuniré con vosotras en cuanto pueda.
- ¿Qué vas a hacer?
- No estoy seguro...- dijo, y acto seguido corrió a conserjería. Siempre dejaba allí su casco; segundos después se subía a la moto, arrancando con furia- Llegaré hasta el fondo.
La moto salió a toda pastilla del estacionamiento. No fue difícil seguir el rastro de destrucción de la hormigonera; al final, la encontró enfilando hacia la calle Uruguay, directa a la inspección de trabajo. No sabía de qué iba aquello: claramente estaban atacando la administración; en cualquier caso, iba a hacer cualquier cosa que estuviese en su mano para detener a aquel tipo. Aceleró hacia el enorme vehículo: un fulgor rojo dirigiéndose a una enorme mole grisácea.
No hubo otro ataque a la administración, ni aquel día ni el siguiente. Hasta mucho tiempo después, no se supo nada ni de la hormigonera ni de Mario.

Aunque eso ya es otra historia...

Espero que os haya gustado el relato, es el primero que publico; se admite cualquier corrección, crítica...

Un saludo.
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lucia
Cruela de vil
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Re: El Sonido (Relato de Terror)

Mensaje por lucia »

No sé cuántos años tienes, porque la escritura está un tanto verde, pero hay que reconocer que los zombis temporales están bien y que te deja con ganas de saber más acerca de la hormigonera :cunao:
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BlackBuck
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Registrado: 17 Sep 2021 16:25

Re: El Sonido (Relato de Terror)

Mensaje por BlackBuck »

Gracias por tu comentario, reconozco que sin duda tengo cosas a corregir pues aunque lo he intentado muchas veces es el primer relato que acabo de forma coherente. Me alegra que te hayas quedado con ganas de saber más sobre la misteriosa hormigonera, era lo que pretendía, crear suspense al final.

Un saludo.
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