Los Obscuros de Ciudad Isla (Ciencia Ficción Pulp)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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Artifacs
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Re: Los Obscuros de Ciudad Isla (Ciencia Ficción Pulp)

Mensaje por Artifacs »

lucia escribió: 29 Nov 2021 18:48 Ya me extrañaba a mí que fueses a terminar en 8 capítulos, como habías comentado al principio :cunao:

De este solo choca lo rápido que se recupera Obús después de que digas que si les alcanzan las armas tardarán horas en recuperarse.
He decidido que habrá solo 10 capítulos (más posible epílogo) en estas historias de la colección Pulp Cosmos. Novelitas de unas cien páginas.

Sí, se me pasó ese detalle del tiempo, tendré que corregirlo.

Bueno, ahí va el noveno.

Capítulo 9

Cuando Sixx vio con sus propios ojos lo que había sentido solo unas horas antes en la oficina de Tiberia, el horror regresó a su pecho y le lastró el alma con multiplicada fuerza. El Hexaedron era una máquina dantesca que solo podía haber sido concebida por un degenerado Zeitgeist, por un corrompido espíritu de la era posmoderna.

Agachado a unos cien metros de altura, en medio de una elevada pasarela de metal que cruzaba la vasta estancia de lado a lado, Sixx tenía una perfecta panorámica de la impía ingeniería del CMF.

Al parecer, el proyecto inicial había evolucionado, pues la disposición de las celdas no formaba ya un mero plano bidimensional. Ahora, como un gigantesco cerebro colmena, las celdas hexagonales daban forma a un inmenso poliedro esférico multifacetado como un balón de fútbol, como un diseño fuleriano de mentes interconectadas entre sí mediante aparatosos artilugios electrocinéticos de grandes válvulas de vacío y verdosos cables de berilo, que morían estos en los bornes de gigantescos transformadores tras escupir al aire chispas y sonoras descargas ocasionales.

El murmullo de las mente colmena era un constante lamento grave y siniestro que llenaba la enorme estancia, grande como el hangar de un espaciopuerto. Habría en aquel poliedro mental un millar de hombres y mujeres de diferentes edades, pero todos sumidos en un mismo trance. Con los ojos en blanco o perdidos y las bocas semiabiertas, parecían vagar por inimaginables yermos de prisionera y esclava introspección.

Aquel inmenso y profano conglomerado de psiques se hallaba sobre un gran pedestal. Y ese pedestal estaba circulado por un amplio anillo de máquinas; todas con botones, indicadores y pequeñas palancas; operadas por cientos de febriles metapsíquicos como siniestros músicos afinando sus instrumentos. El director de aquella blasfema orquesta ocupaba un elevado pedestal de honor ante esa súper psique que era la mente colmena.

Sixx reconoció al metapsíquico al instante, aunque el hombre del vídeo había envejecido considerablemente. Había perdido algo de peso, en las sienes asomaban ya franjas de pelo cano, las líneas de su rostro se habían profundizado y la piel había perdido tensión y vigor.

El creador del Hexaedron estaba ahora ataviado con un elegante uniforme negro y operaba también con frenesí un gran panel inclinado ante él. Ajustaba en secuencia pulsadores, palancas y ruedas con la misma rítmica vehemencia de un director de orquesta agitando su batuta. A veces daba un breve paso atrás para examinar la disposición general del panel, pero pronto reanudaba otra secuencia de rítmicos cambios, como impulsado por una melodía interior, que acompañaba con cabeceos y efusivos movimientos de uno u otro brazo al aire.

Y en lo alto de aquel enorme espacio, por encima de todo; por encima de los metapsíquicos, del Hexaedron y de la pasarela; flotaba como un pozo invertido el ojo de un ceniciento ciclón de bruma, la cual rotaba a mayor velocidad cuanto mayor se alejaba del centro del vórtice. La dimensión interior del ojo era visible desde fuera, pero aquel espacio interior no formaba parte de este mundo. En aquella dimensión tenían lugar fenómenos que se burlaban de las leyes naturales y de todo vano intento de comprensión de Sixx.

—El Camposanto —susurró él ante la visión del vórtice fantasmal.

Recordó entonces lo que simbolizaba aquella brecha espectral que unía el plano de la realidad con el plano paranormal. Ese vórtice de violentas espirales era un puente entre dos mundos irreconciliables, entre dos esferas superiores de existencia: lo vivo y lo muerto.

Y Sixx supo entonces que en la esfera del Hades se hallaba encerrado un Ente Supremo. Una prodigiosa consciencia alienígena, antaño viva y con forma, de un universo pasado. Un ser que había regido, supremo y cabal, sobre muchas otras inteligencias menores que lo habían considerado un Dios. Y Sixx supo esto por un mensaje telepático del espíritu del joven colono, por el único ser humano que había podido contener durante un instante la psique de aquel inconmensurable intelecto.

El espectro del joven le estaba hablando sin palabras. Le estaba trasmitiendo conocimientos.

—Conocimientos que te costaron la vida, querido amigo —susurró Sixx mientras observaba las hipnóticas configuraciones y patrones que estaba adoptando ahora el vórtice espiritual.

Porque el ciclón estaba respondiendo a las arcanas directrices de los metapsíquicos debajo, coordinados por el director de orquesta.

—¡Amplitud máxima! —gritó el director moviendo una rueda y alzando teatralmente un brazo.

La orquesta de metapsíquicos tocó sus instrumentos con matemática precisión. En el interior del vórtice parecía ahora librarse una batalla de rayos. Relámpagos verdes surcaban el espacio multidimensional del interior de aquel cono giratorio y un intenso fulgor esmeralda radiaba su furia alrededor de las fauces de la interfase.

Los enormes transformadores que multiplicaban la capacidad psicinética del Hexaedron comenzaron a susurrar al aire un constante y agudo zumbido. Un catastrófico zumbido para Sixx, pues el tremendo espacio del hangar se estaba llenando de una peculiar energía estática.

Energía psicinética pura.

—¡Sintonía del campo de atracción! —gritó el director a sus músicos moviendo con elegancia tres palancas sucesivas.

Los instrumentos fueron tocados en perfecta sincronía. Por el interior del pozo comenzaron a asomar presencias invocadas, tímidas espirales negras, pequeños espectros que entraban en este mundo como heraldos de sus más densos superiores, retraídos estos detrás como inseguros de meter los pies en la seductora ola del mar.

Y al surgir las pequeñas presencias a este mundo de los vivos; revoloteando por el cielo del hangar, veloces, inquietas, como hambrientas de sus rincones; vieron las otras que aquello era bueno.

Y el resto de heraldos comenzó entonces a seguir el ejemplo de sus antecesoras. Del incandescente fulgor verde del vórtice surgían ahora grandes e informes brumas líquidas para explorar el espacio, para paladear esa nueva dimensión y sembrarla de huellas psíquicas, quizá en preparación para un gran advenimiento.

Sixx apenas podía seguir con la vista la miríada de sombras que sobrevolaban en caóticos círculos las alturas del hangar. El grumete sentía una euforia similar a la que sin duda dominaba las voluntades de aquellas masas espectrales. Notaba que había muerte en el aire, pero vida en el interior de su ser.

—¡Mantened la sintonía! —el director alzaba ahora los brazos en sonriente reverencia ante el poder del Hexaedron. Y, ante la magia de su ingenio, no pudo sino sucumbir con una sonora y contínua carcajada de triunfo.

— Ja ja ja. Sí ¡Está vivo! Ja ja ja. ¡Está vivo!

—Está muerto, querrás decir —susurró Sixx mirando a su alrededor.

El hangar se estaba llenando de presencias, si es que acaso era posible colmar un espacio de algo inmaterial. Pero la impresión que suscitaba la escena era la de una conquista. Los Obscuros entraban como el torrente de una presa liberada. Desde el techo caía un fino velo negro que empezaba a atenuar toda luz visible.

Sixx se sintió entonces debilitar. Sus piernas fallaron y cayó de espaldas sobre el suelo de la pasarela, con una mano aún agarrada a la barandilla.

—¿Qué... qué me está pasando? —Sixx intentó incorporarse sin éxito.

¿Le estaba drenando algo toda la fuerza vital? ¿Por qué le pesaban tanto los brazos y las piernas? ¿Por qué veía más claramente la forma de esos Obscuros que volaban en círculos por encima de la pasarela? ¿Por qué sentía ese ritmo interior latir por sus venas, esa... esa canción?

—¡Estás oyendo mi canción! —oyó Sixx en su mente—. ¡Ahora puedo hablarte!

—¿A.G.? —respondió él en voz alta. Aunque no reconoció su voz. Quien había hablado tenía un tono muchísimo más grave. —¿Qué me está pasando?

—No lo sé —oyó en su mente—. Es como si tú también estuvieses aquí, pero allí al mismo tiempo.

—¿Aquí? ¿Allí? —Sixx dudó antes de comprender—. ¿Te refieres a...?

—Escucha. Mi madre está en peligro —oyó de nuevo—. Los Obscuros están preparando la llegada del Ente Supremo.

—No puedo ni levantarme —Sixx hizo un último intento de alzarse. La mano agarrada en la barandilla resbaló finalmente y el brazo entero cayó también—. ¿Qué podemos hacer?

—Tengo que salvarla. Después podré irme.

—¿Tu madre está encerrada en ese Hexaedron?

—Sí. Ella es la Administradora de esta colonia. Tienes que ayudarme.

—¿Cómo? Estoy como... como muerto por fuera.

—Estás cambiando. Estás creciendo en este lado —oyó Sixx—. ¡Y mucho! ¡Oh, tu poder es enorme! ¡Me ciega! ¡Ya no puedo mirarte directamente!

—¿Mi poder? ¿Qué poder?

—Concéntrate en la canción. ¿La oyes?

Sixx oyó claramente la melodía que había sonado en su mente en la oficina de Tiberia. Era la melodía de un violín, elegante, audaz, de un ritmo desafiante.

—¡Sí! ¡La oigo perfectamente ahora! ¿Esta era tu canción?

—Es nuestra canción ahora —oyó Sixx—. Tócala.

—¿Cómo? No tengo la guitarra.

—Tócala en tu mente. Dale forma. Deja que crezca, como tú, en tu interior.

Sixx entendió lo que el fantasma le estaba pidiendo. Quería que tocase la canción de modo similar al que Barón le había pedido en la sala de armas de la Statuskúo, aquella primera vez que había cabalgado la tormenta.

Una tormenta muy diferente estaba teniendo lugar en el hangar del Hexaedron. La oscuridad era casi completa, la luz era consumida por un negro abismo de presencias preternaturales. Los trasformadores vibraban ahora en tonos metálicos y agudos, como las trompetas del Apocalipsis. Sixx veía que el intenso fulgor del vórtice qudaba eclipsado por inteligencias cada vez mayores. Quizá eran estas los infernales serafines o arcángeles que acudían para anunciar la venida de su Señor. Estas enormes masas de energía psicinética se revelaban ahora a la nueva vista de Sixx con contornos precisos que solo sumaba mayor horror a la escena. Alienígenas como eran, sus formas inspiraban los terrores de los monstruos abisales de las profundidades del océano. Tenían asimétricas fauces con dientes como colosales agujas. De retorcidos cuerpos segmentados nacían protuberancias y apéndices cuyas funciones anatómicas eran difíciles de concebir, a menos que la pasada Naturaleza hubiera dotado a estos seres de capacidades quirúrgicas, oscultadoras y casi extrasensoriales. Sus cabezas eran gigantescos contenedores de lo que antaño habría sido materia biológica de enorme capacidad relacional.

Sixx cerró los ojos y se concentró en esa extraña y nueva mitad vital de su ser que ahora parecía dominar su cuerpo. Sintió la melodía de la canción y empezó a tocar en su mente las correspondientes cuerdas metafóricas. Adaptó la música a su gusto, a su caja de resonancia interior, y le otorgó una renovada tesitura y fuerza rítmica, sumando otras guitarras y acordes de acompañamiento.

En otras palabras, creó sin ser consciente una versión roquera de la melodía del violín.

Y esa canción completa vibró en el tejido paranormal que impregnaba el hangar y todo lo que este contenía. Resonó en los Obscuros y estos bramaron su cólera en el hangar hasta encontrar su origen. Resonó también en el Hexaedro, y viajó por la intrincada red de conexiones del millar de mentes, pero solo hasta resonar también en una de ellas.

En el paramnésico Hades de la mente de la Administradora München, resonó un sonido familiar, un patrón reconocible, un salvavidas al que poder aferrarse para salir de las frías mareas del ensueño colectivo.

—Hijo mío —oyó Sixx en su mente.

Y lo que era teóricamente impensable bajo las leyes metapsíquicas, la mente de Amanda München despertó del trance, apagando así uno de los nodos efectivos del Hexaedron.

Y esto ocurrió justo cuando los Obscuros atacaron a la despreciable criatura que había originado aquella dañina tonada.

Y ocurrió también justo cuando una tremebunda presencia final asomaba por el pozo para quizá reclamar un nuevo reino. El Ente Supremo había oído la llamada de sus acólitos y acudía a recibir la debida reverencia.

Y ocurrió también justo cuando Sixx abrió los ojos ante aquella monumental entidad alienígena de la más suprema inteligencia que emergía lentamente del vórtice. Una entidad que había sido sabia y bondadosa en vida, pero que la condena de la muerte la había convertido en colérica e inmisericorde.

Que de Dios en la vida, había pasado a Antidiós en la muerte.

Y justo entonces, una fantasmal horda de Obscuros se abalanzó sobre Sixx, envolviéndole de dolorosa negrura.
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lucia
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Re: Los Obscuros de Ciudad Isla (Ciencia Ficción Pulp)

Mensaje por lucia »

Y ahora tiene que llegar la Statuskúo a salvar a Sixx y los habitantes de la colonia :cunao:

Vaya momento para cortar, intrigante total :lol:
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Artifacs
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Re: Los Obscuros de Ciudad Isla (Ciencia Ficción Pulp)

Mensaje por Artifacs »

Ahí va el décimo y último capítulo.

Capítulo 10

—¡Mirad eso! —exclamó Obús señalando por la ventana del puente de mando.

Cerca del horizonte, y como un contrapunto de color en el lúgubre cuadro gris de la colonia, una gran antena radiestésica emergía de un alto edificio, reluciendo en tonos verdes y azules.

Jedningarna pilotaba la Statuskúo atenta a los indicadores. —¡Los sensores detectan muchísima actividad paranormal!

—Vuela hacia allí —dijo Barón alejándose hacia la escalera y tomando a Obús del brazo—. Vamos a sacar el armamento pesado.

—Por fin un poco de acción —dijo Obús siguiendo a Barón hacia la cubierta inferior.

Ambos roqueros entraron en la sala de armas y se pararon ante un bastidor de guitarras con una puerta de cristal. Barón abrió la puerta. Empezó a sacar guitarras de sus contenedores y a pasárselas a Obús mientras las nombraba.

—La Doble Estrato —dijo Barón con una sonrisa—. Esta la construiste especialmente para mí.

Obús sopesó el arma con afecto —Me pasé dos meses trabajando en esta: doble mástil, treinta niveles de distorsión, apta para acústicos, dos psinúcleos de Obscuros acoplados. Perfecta para un roquero que destaque en arpegios rápidos.

—Y Lluvia Púrpura —prosiguió Barón— Perfecta para una roquera esotérica como Jedni.

Obús se colgó la primera guitarra al hombro y tomó la segunda —Oh, sí. Alto radio de alcance y resonancia grupal. Dispara cuatro veces más que un acompañamiento normal.

—Y esta es la tuya —Barón sacó un bajo— Tormenta de Trueno.

Obús cantó al tomar su bajo, Barón se unió pronto a los coros. —Y tú, tormenta de trueno y de luz, eres símbolo de libertad, pues yo nunca podría vivir sin tus cuerdas de acero tocar.

Al terminar, ambos cocharon los cinco y Obús empezó a dar media vuelta para salir de la sala diciendo: —Bueno, voy a llevarlas a...

—Espera —le detuvo Barón examinando las potentes armas ante él— Falta la de Sixx.

—¿La de Sixx? Ah claro, Sixx —Obús se acercó al bastidor para examinar las guitarras.

Barón señaló una guitarra de tonos verdes y un poco gruesa —¿Qué opinas de la Rey Lagarto?

—Hmm, nah. No veo a Sixx con ella. Su estilo es más...

—¿Rock urbano? —Barón señaló otra de tonos rojos y grises.

—Sí, esa. La Loco Duende —coincidió Obus—. Rápida respuesta a los cambios. Permite tanto liderar como acompañar. Cuerdas de monopolo magnético. Capacidad triple de almacenamiento. Alta potencia de efecto, casi seis kilobúmburis.

—Perfecto —Barón sacó el arma y cerró la puerta—. En marcha.

La Statuskúo sobrevolaba ya los edificios a tres bloques de distancia de la antena cuando los dos roqueros se reunieron con la piloto. Había nuevas baterías antiaéreas protegiendo el perímetro.

—¡Agarros! —exclamó Jedningarna—. ¡Maniobra evasiva!

La nave corsaria elevó el ala derecha para evitar un misil y tomó altura para dejar atrás otros dos en persecución.

Los dos roqueros se abrocharon los arneses en sus asientos.

—¿Podemos aterrizar en la entrada? —Barón señaló hacia el frontal del gran edificio.

—Tengo una idea mejor —respondió ella poniendo rumbo de colisión con la antena.

Obús miró con asombro la enorme estructura de berilo que se acercaba rápidamente entre verdes descargas psicinéticas.

—¿Te has pasado con el etanol, Jedni? Si chocamos estamos perdidos.

—No seas tan cobardica, hombre —dijo ella riendo.

La nave avanzó como un rayo hasta la antena y la esquivó rozándola en el último segundo antes de hacer un amplio viraje.

Obús soltó un suspiro de alivio. —No vuelvas a hacer eso o me bajo en la próxima.

Los dos misiles que seguían la nave no pudieron esquivar la antena. Impactaron contra la estructura y se desató el pandemonium.

Una enorme bola de fuego iluminó de amarillo todos los edificios en un radio de tres bloques. La antena se partió por la mitad y colapsó inclinada hacia un lado soltando moribundas chispas. La parte superior del edificio estaba en llamas.

—Preparaos —dijo la roquera saliendo del asiento del piloto —Vamos a aterrizar en unos segundos.

La Statuskúo viraba hacia las llamas en secuencia de aterrizaje autómatico.

Barón le entregó el arma a Jedningarna y los tres salieron del puente de mando hacia la cubierta inferior.

* * *

El mundo había desaparecido.

Sixx transitaba por la noche de una llanura fantasmal, onírica, plutónica. El cielo era nítido; rebosante de enormes estrellas titilantes, un tapiz enjoyado de rubiés, topacios, amatistas y diamantes del tamaño de lunas. Pero aquel espectáculo celeste era cambiante en las mareas del tiempo y se enroscaban en su seno jerarquías dimensionales en constante y caleidoscópica lid, restando lógica a lo alto y a lo ancho, al volumen y a la superficie. En un instante, nacían y morían lejanas nebulosas, estallaban supernovas, se engendraban masivas singularidades gravitatorias, las galaxias sufrían la ira del Cosmos, sentenciadas a la inevitable colisión. El tejido de la realidad comprimía sus dominios hacia la maraña cósmica de las partículas fundamentales y vomitaba energía incapaz de escapar de sí misma, dejando atrás el gélido y quieto páramo de la Nada.

En el teatro del cielo se representaba la danza macabra del final de un universo.

Y la agreste tierra gris bajo Sixx se extendía en todas direcciones hasta los confines del horizonte, donde erguían sus lomas orgullosas cordilleras del mismo gris mortecino y marchito.

No sentía frío, aunque una brisa removía remolinos de polvo en aquella llanura incomprensible, hermana, si no madre, de la legendaria Tierra de Leng. Vio Sixx que; en aquel palco de honor, en aquel colosal cráter desde el que podía atestiguar el recuerdo de una era pasada; se había construido un gigantesco bastión en forma de aguja como monumento a la tecnología paranormal.

Quizá el último reducto de la pensante consciencia hija del Cosmos.

Y vio también que no estaba solo. Que había muchos Obscuros junto a él. Todos observando el cielo. Todos reconocibles y familiares.

Pues él mismo era un Obscuro.

Y en su alma inmortal crecía el anhelo de fundirse con aquel universo agonizante. De sumar su energía a la nueva semilla del cambio, a la nueva Era de un Cosmos perfeccionado.

Pues ese es el deseo de las inteligencias que ya han descifrado todos los misterios. Aunque los Obscuros lo hubieran comprendido demasiado tarde, lo comprendían ahora.

—¡Eso es! —exclamó Sixx— ¡Los Obscuros quieren trascender! ¡Quieren ser energía!

Y el elevado bastión del cráter estalló entonces en una bola de fuego. El baluarte se partió por la mitad y colapsó inclinado hacia un lado entre moribundas chispas. Y la explosión abrió una inmensa fisura en la tierra del cráter. Y la brecha lo engulló todo y Sixx cayó hacia la Nada sintiendo su frío preternatural.

—¡Sixx, despierta! ¡Sixx! ¿Me oyes?

Él abrió los ojos y vio una cara blanca con familiares diseños negros alrededor de los ojos y las mejillas.

—Jedni —susurró él.

—Bienvenido al mundo real. Has sobrevivido a una masiva posesión múltiple. ¡Y vaya cambio! —ese rostro le sonrió y giró la mirada hacia un lado—. Me parece que la banda tiene un nuevo líder. ¿Tú qué opinas, Barón?

—¡Opino que el nuevo líder y tú os deis prisa! —oyó Sixx exclamar a Barón—. ¡Necesitamos ayuda con esto!

Los sentidos de Sixx regresaron con un estallido de guitarras, con un olor a ozono y una eléctrica calidez en el pecho, en los brazos y las piernas. En un instante fue consciente de su nuevo cuerpo. Los dedos de sus manos eran enormes. Sus brazos y piernas habían reducido su volumen a la mitad, pero no por ello eran menos robustos. Se levantó en la pasarela y miró a su alrededor.

Toda la banda estaba allí disparando a algo con sus guitarras en una semioscuridad bidimensional, casi cristalina. Pero él se sentía más alto que antes. Era más alto que Barón incluso.

—Toma —Jedningarna le pasó deprisa una guitarra y se giró para apuntar a la oscuridad con la propia. Sixx se pasó deprisa la correa del arma por la cabeza y giró con elegancia apuntando a la enloquecida masa negra que lo envolvía todo—. Entras en tres, dos, uno... ¡Dale!

Él comenzó a tocar con sus nuevos dedos a una velocidad prodigiosa, totalmente paranormal. La guitarra respondió a sus punteos con una potencia asombrosa. No hubo transición alguna, la tormenta púrpura surgió del cielo como el castigo de un Dios nórdico mientras el mástil despedía inmensos relámpagos cegadores en todas direcciones.

Los tres roqueros quedaron deslumbrados y tuvieron que apartarse unos pasos de Sixx.

—Pero ¿qué guitarra es esa? —preguntó una perpleja Jedninarna a Barón y a Obús.

El trío miraba boquiabierto a su líder, su nuevo líder por derecho de altura, tocar el arma con un feroz ímpetu rítmico. Un halo púrpura rodeaba al nuevo roquero en un radio de decenas de metros. La guitarra operaba con una furiosa potencia, como si estuviese conectada a una central productora de energía psicinética.

Jedningarna comprendió lo que ocurría —¡Son los Obscuros!

Barón la miró sin entender —¿Qué Obscuros? Esa guitarra no tiene más que un psinúcleo.

—¡Los Obscuros que atacaron a Sixx! ¿No lo veis? ¡Siguen dentro de él! —exclamó Jedningarna señalando el aura azulada en la esbelta silueta del muchacho.

Los rayos púrpura de la Loco Duende penetraban en esa oscuridad que era el Ente Supremo y rasgaba el tejido paranormal como un Moisés, drenando y transformando el espectral odio en capacidad psicinética almacenada en el cuerpo de Sixx. Y entretanto, el vórtice en lo alto absorbía los rayos de la tormenta púrpura como un potente aspirador metafísico. Y cuanto mayor densidad energética succionaba, menor era el diámetro de su presencia en este plano.

Y Sixx tocaba como un verdadero roquero sobre la plataforma y llenaba el hangar de sonido y tormenta. Rasgueaba a veces moviendo el brazo derecho como las aspas de un molino, otras con certeros punteos, pero siempre moviendo las piernas y caderas, paseando por la pasarela para llevar la música a todo el espacio.

Y la orquesta de metapsíquicos había visto con horror la inoportuna intervención de los roqueros. Esos malditos proscritos habían estropeado sus planes, habían evitado que la Psique Colmena fuese poseída por el Ente Supremo. El Hexaedron había dejado de resonar al caer la antena. Había perdido la conexión y las psiques durmientes estaban despertando.

—¡Las células de adjuración! —gritó furioso el director desde su pedestal de mando al ver el Hexaedron. Y señalando al cielo, hacia la pasarela en las alturas, gritó —. ¡Sabotaje! ¡Arrestad a los intrusos!

El centenar de metapsíquicos abandonó sus puestos en el círculo de máquinas y echó mano a sus armas sujetas a la espalda. Mientras unos apuntaban sus fusiles hacia las diminutas figuras sobre la pasarela, los más corrían hacia la salida del hangar para ganar acceso hacia la escalera exterior.

La Loco Duende castigaba ferozmente al Ente Supremo, quien sufría el ataque indirecto de todos los acólitos que poseían al roquero. Sixx era ahora uno con todos los Obscuros del Camposanto, que a su vez se iba extinguiendo como un fuego sin llama y expulsaba ahora la lluvia púrpura absorbida en forma de enorme rayo vertical.

Pero el Antidiós no estaba aún dispuesto a ceder ante aquella insospechada rebelión. Bajo el enorme relámpago púrpura que surgía del vórtice como una masiva fuerza, el Ente Supremo resistía como un Atlas sujetando el peso del Cosmos.

—¡Liberad a los Obscuros! —gritó Jedningarna a la banda—. ¡Sixx, libera al Obscuro que hay en tu guitarra!

Sixx giró la cabeza hacia ella —¿Qué libere al Obscuro?

—¡Rápido! —gritó ella.

Sixx se descolgó entonces el arma y la asió con ambas manos por el extreno del mástil. Levantó los brazos por encima de la cabeza y estrelló el cuerpo de la guitarra contra el suelo de la pasarela. El cuerpo metálico se deformó y quedó abierto por ambos lados. Sixx siguió estrellando los restos una y otra vez; ora en la barandilla, ora en el suelo; hasta que una detonación de luz dio prueba que el cristalino contenedor del psinúcleo había reventado. Con sólo un trozo de mástil en la mano, Sixx observó las entrañas psielectrónicas del arma esparcidas por toda la pasarela y, sobre estas, un espíritu de intensa luz azulada flotando en pulsantes patrones multicolor.

Sixx miró a la banda con la sonrisa de una misión cumplida, mostrándoles el trozo de mástil que sujetaba con una mano. El trío le devolvía la mirada con los brazos caídos, con un rostro de compleja perplejidad y las bocas medio abiertas. Los ojos de Obús incluso esbozaban cierta tristeza mientras recorrían los restos de la guitarra sobre la pasarela.

—Sixx, solo tenías que pulsar este botón —indicó Jedningarna pulsando el botón liberador del psinúcleo entre las ruedas y controles del arma. Barón y Obús la imitaron.

Con un chasquido de los mecanismos internos, de las tres armas surgieron los tres espíritus de los Obscuros, que, por cierto, ya no eran oscuros, sino más bien bastante luminosos.

Sixx se rascó la nuca y bajó la vista para examinar el destrozo. —Claro, el botoncico. No me acordé del botoncico... —exclamó brevemente. Si hubiera sido posible, su cara blanca y negra se habría sonrojado.

Pero no nos detengamos en esos detalles, pues sospecho que estáis deseando conocer el final de la historia.

Del cuerpo de Sixx emergió la inmensa luminosidad de Obscuros que, unidos a los Obscuros de las armas, flotaron hacia el castigado Ente Supremo como una sola entidad, como un luminoso Camposanto. Y aquella fuerza espectral irradiaba tanta luz que los roqueros tuvieron que alzar un brazo y protegerse los ojos.

La luz consumió al Ente Oscuro y se fundió con él mientras el vórtice se estrechaba hasta formar un punto, hasta que el rayo vertical que aún unía la interfase con este plano no fue más que una línea del grosor de un cabello.

Y la luminosa fusión de espectros huyó hacia esa línea y subió por ella hacia el punto místico en lo alto del hangar, llevándose con ella la línea misma y dejando el hangar en una relativa y temporal oscuridad mientras el punto, y todo rastro de la interfase, desaparecía de este plano.

La banda se reunió en un círculo. Los tres felicitaron a Sixx y volvieron a surgir sonrisas. Aunque estas duraron poco.

—¡Dejad las armas y avanzad con las manos en alto!

Desde ambos lados de la pasarela avanzaban dos pelotones de metapsíquicos armados con fusiles en posición de disparo.

Los tres roqueros miraron a su líder. Sixx asintió. El trío dejó la armas en el suelo y levantó las manos.

El director de orquesta se abrió paso furiosamente entre sus subordinados apostados en la pasarela. —¡Os aseguro que vais a pasar una buena temporada en la sombra por esto! ¡El Rock será prohibido en la Federación! —gritó el hombre hacia la banda.

—¡No en mi jurisdicción! —bramó la voz de una mujer.

Todos los presentes alzaron la vista hacia el cielo. Proyectada en toda la inmensa superficie del techo se hallaba el rostro de una mujer de unos cuarenta años. Su rostro mostraba cansancio, pero su mirada delataba una firme determinación. Su figura inspiraba respeto y autoridad.

La mujer sonrió maliciosamente —La Administradora de esta colonia ha decidido aceptar el Rock y a sus representantes como Embajadores Honoríficos.

Y añadió alzando un brazo hacia sus conciudadanos. —¡Larga Vida al Rock!

Los cuatro roqueros sonrieron y sumaron sus voces y puños a la ovación colectiva —¡Larga Vida al Rock!

FIN
____________________________

EXTRAS

Sobre el Autor
________________
Sean B. Riot es posiblemente un Ecolante de algún universo holográficamente adyacente al nuestro. Se materializó en el mar cerca de las Islas Orcadas de Escocia en 2008 y llegó nadando a España en 2018. Por el camino conoció a David Meca y se interesó desde entonces por la ciencia ficción. Ha publicado varias antologías de bonita poesía trasgénica, pero Los Obscuros de Ciudad Isla es su segunda novela autogeográfica.
Sean reside ocasionalmente en un mundo euclídeo y puede que visite Sitges alguna vez disfrazado de zombi.

Sobre la novela
__________________
Los Obscuros de Ciudad Isla se escribió entre los días 16 de noviembre y 1 de diciembre de 2021.


Colección Pulp Cosmos
____________________________
Si consideramos que la calidad de una novela, así como de cualquier otra obra creativa, es directamente proporcional al tiempo dedicado a la misma, es muy posible que aquellos escritores españoles de las décadas de los 70 y 80 que lograban escribir a la semana dos o tres novelas de 150 páginas fuesen verdaderos expertos en crear historias.

¿Quién sabe cómo habrían podido llegar a contarlas si les hubiesen dedicado más tiempo?

Tratar de emular este rápido proceso de creación de historias conclusivas; llevado a cabo por leyendas como Juan Gallardo Muñoz, por citar solo uno de los ejemplos más prolíficos; es el objetivo de esta colección de ciencia ficción.

Y a todos esos escritores está dedicada.

Larga vida al Pulp.
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