He decidido que habrá solo 10 capítulos (más posible epílogo) en estas historias de la colección Pulp Cosmos. Novelitas de unas cien páginas.
Sí, se me pasó ese detalle del tiempo, tendré que corregirlo.
Bueno, ahí va el noveno.
Capítulo 9
Cuando Sixx vio con sus propios ojos lo que había sentido solo unas horas antes en la oficina de Tiberia, el horror regresó a su pecho y le lastró el alma con multiplicada fuerza. El Hexaedron era una máquina dantesca que solo podía haber sido concebida por un degenerado Zeitgeist, por un corrompido espíritu de la era posmoderna.
Agachado a unos cien metros de altura, en medio de una elevada pasarela de metal que cruzaba la vasta estancia de lado a lado, Sixx tenía una perfecta panorámica de la impía ingeniería del CMF.
Al parecer, el proyecto inicial había evolucionado, pues la disposición de las celdas no formaba ya un mero plano bidimensional. Ahora, como un gigantesco cerebro colmena, las celdas hexagonales daban forma a un inmenso poliedro esférico multifacetado como un balón de fútbol, como un diseño fuleriano de mentes interconectadas entre sí mediante aparatosos artilugios electrocinéticos de grandes válvulas de vacío y verdosos cables de berilo, que morían estos en los bornes de gigantescos transformadores tras escupir al aire chispas y sonoras descargas ocasionales.
El murmullo de las mente colmena era un constante lamento grave y siniestro que llenaba la enorme estancia, grande como el hangar de un espaciopuerto. Habría en aquel poliedro mental un millar de hombres y mujeres de diferentes edades, pero todos sumidos en un mismo trance. Con los ojos en blanco o perdidos y las bocas semiabiertas, parecían vagar por inimaginables yermos de prisionera y esclava introspección.
Aquel inmenso y profano conglomerado de psiques se hallaba sobre un gran pedestal. Y ese pedestal estaba circulado por un amplio anillo de máquinas; todas con botones, indicadores y pequeñas palancas; operadas por cientos de febriles metapsíquicos como siniestros músicos afinando sus instrumentos. El director de aquella blasfema orquesta ocupaba un elevado pedestal de honor ante esa súper psique que era la mente colmena.
Sixx reconoció al metapsíquico al instante, aunque el hombre del vídeo había envejecido considerablemente. Había perdido algo de peso, en las sienes asomaban ya franjas de pelo cano, las líneas de su rostro se habían profundizado y la piel había perdido tensión y vigor.
El creador del Hexaedron estaba ahora ataviado con un elegante uniforme negro y operaba también con frenesí un gran panel inclinado ante él. Ajustaba en secuencia pulsadores, palancas y ruedas con la misma rítmica vehemencia de un director de orquesta agitando su batuta. A veces daba un breve paso atrás para examinar la disposición general del panel, pero pronto reanudaba otra secuencia de rítmicos cambios, como impulsado por una melodía interior, que acompañaba con cabeceos y efusivos movimientos de uno u otro brazo al aire.
Y en lo alto de aquel enorme espacio, por encima de todo; por encima de los metapsíquicos, del Hexaedron y de la pasarela; flotaba como un pozo invertido el ojo de un ceniciento ciclón de bruma, la cual rotaba a mayor velocidad cuanto mayor se alejaba del centro del vórtice. La dimensión interior del ojo era visible desde fuera, pero aquel espacio interior no formaba parte de este mundo. En aquella dimensión tenían lugar fenómenos que se burlaban de las leyes naturales y de todo vano intento de comprensión de Sixx.
—El Camposanto —susurró él ante la visión del vórtice fantasmal.
Recordó entonces lo que simbolizaba aquella brecha espectral que unía el plano de la realidad con el plano paranormal. Ese vórtice de violentas espirales era un puente entre dos mundos irreconciliables, entre dos esferas superiores de existencia: lo vivo y lo muerto.
Y Sixx supo entonces que en la esfera del Hades se hallaba encerrado un Ente Supremo. Una prodigiosa consciencia alienígena, antaño viva y con forma, de un universo pasado. Un ser que había regido, supremo y cabal, sobre muchas otras inteligencias menores que lo habían considerado un Dios. Y Sixx supo esto por un mensaje telepático del espíritu del joven colono, por el único ser humano que había podido contener durante un instante la psique de aquel inconmensurable intelecto.
El espectro del joven le estaba hablando sin palabras. Le estaba trasmitiendo conocimientos.
—Conocimientos que te costaron la vida, querido amigo —susurró Sixx mientras observaba las hipnóticas configuraciones y patrones que estaba adoptando ahora el vórtice espiritual.
Porque el ciclón estaba respondiendo a las arcanas directrices de los metapsíquicos debajo, coordinados por el director de orquesta.
—¡Amplitud máxima! —gritó el director moviendo una rueda y alzando teatralmente un brazo.
La orquesta de metapsíquicos tocó sus instrumentos con matemática precisión. En el interior del vórtice parecía ahora librarse una batalla de rayos. Relámpagos verdes surcaban el espacio multidimensional del interior de aquel cono giratorio y un intenso fulgor esmeralda radiaba su furia alrededor de las fauces de la interfase.
Los enormes transformadores que multiplicaban la capacidad psicinética del Hexaedron comenzaron a susurrar al aire un constante y agudo zumbido. Un catastrófico zumbido para Sixx, pues el tremendo espacio del hangar se estaba llenando de una peculiar energía estática.
Energía psicinética pura.
—¡Sintonía del campo de atracción! —gritó el director a sus músicos moviendo con elegancia tres palancas sucesivas.
Los instrumentos fueron tocados en perfecta sincronía. Por el interior del pozo comenzaron a asomar presencias invocadas, tímidas espirales negras, pequeños espectros que entraban en este mundo como heraldos de sus más densos superiores, retraídos estos detrás como inseguros de meter los pies en la seductora ola del mar.
Y al surgir las pequeñas presencias a este mundo de los vivos; revoloteando por el cielo del hangar, veloces, inquietas, como hambrientas de sus rincones; vieron las otras que aquello era bueno.
Y el resto de heraldos comenzó entonces a seguir el ejemplo de sus antecesoras. Del incandescente fulgor verde del vórtice surgían ahora grandes e informes brumas líquidas para explorar el espacio, para paladear esa nueva dimensión y sembrarla de huellas psíquicas, quizá en preparación para un gran advenimiento.
Sixx apenas podía seguir con la vista la miríada de sombras que sobrevolaban en caóticos círculos las alturas del hangar. El grumete sentía una euforia similar a la que sin duda dominaba las voluntades de aquellas masas espectrales. Notaba que había muerte en el aire, pero vida en el interior de su ser.
—¡Mantened la sintonía! —el director alzaba ahora los brazos en sonriente reverencia ante el poder del Hexaedron. Y, ante la magia de su ingenio, no pudo sino sucumbir con una sonora y contínua carcajada de triunfo.
— Ja ja ja. Sí ¡Está vivo! Ja ja ja. ¡Está vivo!
—Está muerto, querrás decir —susurró Sixx mirando a su alrededor.
El hangar se estaba llenando de presencias, si es que acaso era posible colmar un espacio de algo inmaterial. Pero la impresión que suscitaba la escena era la de una conquista. Los Obscuros entraban como el torrente de una presa liberada. Desde el techo caía un fino velo negro que empezaba a atenuar toda luz visible.
Sixx se sintió entonces debilitar. Sus piernas fallaron y cayó de espaldas sobre el suelo de la pasarela, con una mano aún agarrada a la barandilla.
—¿Qué... qué me está pasando? —Sixx intentó incorporarse sin éxito.
¿Le estaba drenando algo toda la fuerza vital? ¿Por qué le pesaban tanto los brazos y las piernas? ¿Por qué veía más claramente la forma de esos Obscuros que volaban en círculos por encima de la pasarela? ¿Por qué sentía ese ritmo interior latir por sus venas, esa... esa canción?
—¡Estás oyendo mi canción! —oyó Sixx en su mente—. ¡Ahora puedo hablarte!
—¿A.G.? —respondió él en voz alta. Aunque no reconoció su voz. Quien había hablado tenía un tono muchísimo más grave. —¿Qué me está pasando?
—No lo sé —oyó en su mente—. Es como si tú también estuvieses aquí, pero allí al mismo tiempo.
—¿Aquí? ¿Allí? —Sixx dudó antes de comprender—. ¿Te refieres a...?
—Escucha. Mi madre está en peligro —oyó de nuevo—. Los Obscuros están preparando la llegada del Ente Supremo.
—No puedo ni levantarme —Sixx hizo un último intento de alzarse. La mano agarrada en la barandilla resbaló finalmente y el brazo entero cayó también—. ¿Qué podemos hacer?
—Tengo que salvarla. Después podré irme.
—¿Tu madre está encerrada en ese Hexaedron?
—Sí. Ella es la Administradora de esta colonia. Tienes que ayudarme.
—¿Cómo? Estoy como... como muerto por fuera.
—Estás cambiando. Estás creciendo en este lado —oyó Sixx—. ¡Y mucho! ¡Oh, tu poder es enorme! ¡Me ciega! ¡Ya no puedo mirarte directamente!
—¿Mi poder? ¿Qué poder?
—Concéntrate en la canción. ¿La oyes?
Sixx oyó claramente la melodía que había sonado en su mente en la oficina de Tiberia. Era la melodía de un violín, elegante, audaz, de un ritmo desafiante.
—¡Sí! ¡La oigo perfectamente ahora! ¿Esta era tu canción?
—Es nuestra canción ahora —oyó Sixx—. Tócala.
—¿Cómo? No tengo la guitarra.
—Tócala en tu mente. Dale forma. Deja que crezca, como tú, en tu interior.
Sixx entendió lo que el fantasma le estaba pidiendo. Quería que tocase la canción de modo similar al que Barón le había pedido en la sala de armas de la Statuskúo, aquella primera vez que había cabalgado la tormenta.
Una tormenta muy diferente estaba teniendo lugar en el hangar del Hexaedron. La oscuridad era casi completa, la luz era consumida por un negro abismo de presencias preternaturales. Los trasformadores vibraban ahora en tonos metálicos y agudos, como las trompetas del Apocalipsis. Sixx veía que el intenso fulgor del vórtice qudaba eclipsado por inteligencias cada vez mayores. Quizá eran estas los infernales serafines o arcángeles que acudían para anunciar la venida de su Señor. Estas enormes masas de energía psicinética se revelaban ahora a la nueva vista de Sixx con contornos precisos que solo sumaba mayor horror a la escena. Alienígenas como eran, sus formas inspiraban los terrores de los monstruos abisales de las profundidades del océano. Tenían asimétricas fauces con dientes como colosales agujas. De retorcidos cuerpos segmentados nacían protuberancias y apéndices cuyas funciones anatómicas eran difíciles de concebir, a menos que la pasada Naturaleza hubiera dotado a estos seres de capacidades quirúrgicas, oscultadoras y casi extrasensoriales. Sus cabezas eran gigantescos contenedores de lo que antaño habría sido materia biológica de enorme capacidad relacional.
Sixx cerró los ojos y se concentró en esa extraña y nueva mitad vital de su ser que ahora parecía dominar su cuerpo. Sintió la melodía de la canción y empezó a tocar en su mente las correspondientes cuerdas metafóricas. Adaptó la música a su gusto, a su caja de resonancia interior, y le otorgó una renovada tesitura y fuerza rítmica, sumando otras guitarras y acordes de acompañamiento.
En otras palabras, creó sin ser consciente una versión roquera de la melodía del violín.
Y esa canción completa vibró en el tejido paranormal que impregnaba el hangar y todo lo que este contenía. Resonó en los Obscuros y estos bramaron su cólera en el hangar hasta encontrar su origen. Resonó también en el Hexaedro, y viajó por la intrincada red de conexiones del millar de mentes, pero solo hasta resonar también en una de ellas.
En el paramnésico Hades de la mente de la Administradora München, resonó un sonido familiar, un patrón reconocible, un salvavidas al que poder aferrarse para salir de las frías mareas del ensueño colectivo.
—Hijo mío —oyó Sixx en su mente.
Y lo que era teóricamente impensable bajo las leyes metapsíquicas, la mente de Amanda München despertó del trance, apagando así uno de los nodos efectivos del Hexaedron.
Y esto ocurrió justo cuando los Obscuros atacaron a la despreciable criatura que había originado aquella dañina tonada.
Y ocurrió también justo cuando una tremebunda presencia final asomaba por el pozo para quizá reclamar un nuevo reino. El Ente Supremo había oído la llamada de sus acólitos y acudía a recibir la debida reverencia.
Y ocurrió también justo cuando Sixx abrió los ojos ante aquella monumental entidad alienígena de la más suprema inteligencia que emergía lentamente del vórtice. Una entidad que había sido sabia y bondadosa en vida, pero que la condena de la muerte la había convertido en colérica e inmisericorde.
Que de Dios en la vida, había pasado a Antidiós en la muerte.
Y justo entonces, una fantasmal horda de Obscuros se abalanzó sobre Sixx, envolviéndole de dolorosa negrura.