Capítulo IV – Unión Mística
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Pasaron los meses, y llegó el Solsticio de Invierno.
La Visión del Zigurat siguió interrumpiendo las meditaciones de Sariil. Le atormentaba constantemente, recordándole que ya no podía confiar en su maestro, que en la práctica se había desentendido, dejándolo librado a su suerte mientras le prohibía recurrir a la única posible fuente alternativa de saber arcano. Poco importaba que no quisiera o no pudiera ayudarle. De hecho, su incapacidad recordaba inquietantemente a la ceguera que sufría en la Visión.
Cada vez que despertaba de sus pesadillas, Sariil reflexionaba sobre la posibilidad de usar el Espejo de Daat. Ya había descifrado el sigilo y, recordando como el gato espectral lo llevó hasta el Templo, introduciéndolo a través del Espejo mientras Palamas dormía, había deducido que el archimago necesitaba estar consciente para ejercer la Autoridad Espiritual que, como Hierofante, tenía sobre el Espejo. Eso explicaba por qué necesitaba amenazarlo, chantajearle con privarle de la magia, de lo único que, hasta ahora, había dado sentido a su vida.
Llegado a este punto, todo aquello que Palamas había hecho por él, todo el afecto y la sabiduría que le había entregado, se le antojó una limosna hipócrita. Las personas como Sariil, de temperamento melancónico, tienden a buscar excusas para ignorar el amor, en especial si aquellos que dicen amarles les hieren de alguna manera.
Finalmente Sariil llegó a la conclusión, perfectamente lógica desde su punto de vista, de que en el fondo su maestro no le quería. Esta idea le llenó de amargura, pero también le liberó de cadenas mentales como la gratitud o la lealtad.
Tras asegurarse de que Palamas dormía, Sariil se deslizó sigilosamente hasta una cámara de suelo ajedrezado, separada del resto del Templo por un velo púrpura. Era el sanctasanctórum, en cuyo centro se hallaba el Espejo de Daat, que tenía la forma de un disco de vidrio reflectante de unos dos pies de diámetro, encajado entre dos columnas que hacían las veces de marco. La de la izquierda era negra, con UR KASDIM grabado en letras doradas, mientras la de la derecha era blanca, con letras plateadas que rezaban UR ELOHIM.
Mirando fijamnte a su reflejo, Sariil extendió los brazos y posó las yemas de los dedos sobre el cristal, cuya superficie estaba tan fría que parecía hecha de hielo. Ignorando el gélido tacto, Sariil relajó su cuerpo y vació su mente de todo pensamiento salvo la férrea voluntad de activar el Espejo. Ya en trance, embriagado por el éxtasis de la magia, Sariil visualizó al gato espectral y trazó sobre el cristal el sigilo que había aprendido en sus visiones:
«En el Nombre de Ihthys, yo te invoco: Alef-Vav-Resh-Yod-Alef-Lamed».
El cristal, reaccionando a su magia, se tornó negro como la noche. Tentado estuvo de bajar las manos, pues el espejo estaba tan frío que resultaba doloroso al tacto. Sariil tuvo la terrorífica visión de que retiraba las manos y su carne se quedaba pegada al helado espejo. Apretando los dientes, hizo caso omiso del dolor y mantuvo el contacto.
¡En el Portal se abrieron dos ojos! Le entró una desesperada urgencia de apartar la mirada, de retirar las manos, pero antes de que pudiera hacerlo los dos ojos le inmobilizaron con cadenas invisibles e intangibles. ¡el Espejo desapareció! ¡La Cámara desapareció! Sariil no veía nada a su alrededor. No había luz. No había oscuridad. ¡Nada! Nada… salvo los dos ojos que atrapaban los suyos. Los ojos eran grises, grandes y profundos, de pupila alargada. Los ojos del gato espectral. Sariil sabía que si ahora rompía el contacto ocular rompería también el vínculo que unía su alma a su cuerpo y moriría. Entonces, los dos ojos empezaron a absorber su consciencia, lenta pero incesantemente. Sariil sabía que si se dejaba absorber por aquellos ojos también encontraría la muerte. Intentó resistirse, tiró con toda la fuerza de su mente tratando de atraer a aquellos ojos hacia sí, pero era inútil, por mucha fuerza mental que empleara jamás conseguiría vencer a aquellos ojos que seguían tirando de él, seguían absorbiéndolo al modo de arenas movedizas.
La voz de Palamas, de una de sus lecciones, resonó entonces en la mente de Sariil:
«Las vestiduras, fórmulas y objetos sagrados, no tienen sentido en sí mismos, sino como canalizadores de la fe».
Fe. Esa era la clave. Sariil recuperó la consciencia de sí mismo y visualizó que era él quién absorbía los ojos, quién los atraía hacía sí. Creyó firmemente que era así, sintió que era así. Los ojos cesaron de absorber. Todavía le sostenían la mirada, pero ya no estaban en lucha, le apoyaban, le daban el maná que había perdido. Una voz resonó en su mente:
«Relájate. Ahora que tu espíritu es lo bastante fuerte como para recibir el mío sin romperse, podemos unirnos. Conozco muchos Misterios olvidados hace mucho tiempo. Pueden ser tuyos».
El joven esbozó una media sonrisa.
«Comprendo. Me estabas probando. ¿Que hubiera pasado si no hubiera sido capaz de resistir tu magia?»
«Que tu alma se habría consumido. Una muerte dulce, en lugar de la muerte amarga a la que tu maestro, cegado por su orgullo espiritual, te está conduciendo. Tu alma dormiría dentro de mí hasta el Fin de los Tiempos, pero yo no dormiría. Nada me restaría sino contemplar impotente como Ykumini se sume en las tinieblas, pues una misma alma no puede comer dos veces del Fruto de la Iluminación».
«¿Dos veces? ¿Eres acaso Uriil, el hechicero que comió del Fruto e invocó el Diluvio? ¿Como has quedado reducido a la forma de una bestia fantasmal? ¿Qué quieres de mí a cambio de compartir tus dones?».
«¿Por qué crees que el Árbol de la Iluminación está vedado a los mortales, a excepción de aquellos que mueren en santidad, en la plenitud del misticismo? Cuando un mortal que solo posee la Luz de Hod usa el maná del Árbol, Quintaesencia de la Luz de Tiferet, su mente se rompe y la Imagen de Dios, la forma humana, se pierde… Ni siquiera el Avatar, cuando caminó por Ykumini, pudo librarme de esta inmortalidad maldita, pues Él desea que los hombres sean libres, aunque esa libertad les traiga sufrimiento…».
Uriil se interrumpió y miró a lo lejos.
«Las perturbaciones que nuestro encuentro provoca en el Espejo de Daat han despertado a tu maestro. Debes decidir, mientras puedas, si me permites entrar en ti para dormir en tu interior o si te sometes al destino que has visto en tus sueños».
El chico rió amargamente.
«¿Decidir? En la práctica no tengo elección, pues como místico incompleto no poseo el poder de soportar la tortura sin que mi espíritu se quiebre. Te dejo entrar».
-¡¿Oh Sariil, que has hecho?! -exclamó Palamas, atravesando el velo del sansctasanctórum. Obedeciendo la voluntad del archimago, el Espejo de Daat se selló.
-Mirar al mundo que se extiende más allá de este Templo -replicó el joven mientras abría los ojos, unos ojos que, a en contraste con su rostro joven, parecían viejos y cansados-. Ahora mismo, mientras pronuncio estas palabras, la Estrella de los Magi se eleva en la Constelación de Acuario…
El rostro de Palamas se ensombreció.
-Dentro de noventa días -añadió Sariil al ver que su maestro guardaba silencio-, con la Primera Luz del Primer Día del Primer Mes, la Edad de Piscis dará paso a la Edad de Acuario, el Reinado de la Bestia profetizado en las Escrituras, y no habrá lugar de la Creación fuera del alcance de la Oscuridad. Antes de que eso ocurra, llegaré hasta el Árbol de la Iluminación y lo usaré para invocar un Nuevo Diluvio. La Creación será consumida por la Luz Increada y todo acabará.
Palamas meneó la cabeza.
-Planeas utilizar a la Luz Increada para suicidarte, llevándote a la Creación por delante, a fin de impedir el cumplimiento de una profecía contenida en las Escrituras, que no por ser trágica deja de ser profecía. Eso es rebelión… es herejía. El fin no justifica los medios.
-Es el sentido de mi vida, lo único que hace que mi existencia sea algo más que una tragedia absurda -replicó Sariil.
-Es solo una fantasía nihilista, entretejida con tu orgullo adolescente. Puede que lamentar tu propia existencia sea una buena razón para suicidarte, pero no te da derecho a destruir el mundo.
El joven esbozó una media sonrisa.
-Sí que me lo da. Es la Regla Dorada: «Trata a tu prójimo como a ti mismo».
-Sabes muy bien que eso es una exégesis cínica que viola el espíritu de la letra -sentenció Palamas-. No puedes llegar a la Iluminación caminando por las sombras, con un infierno en la mente y el corazón. Si persistes en tu locura, me veré obligado a sellar tu magia y, a pesar de haberme desafiado y traicionado, no quiero hacerlo porque sé que sufrirás más de lo que ya sufres…
-Preferiría que colaboráseis con mi plan voluntariamente, pero estáis ciego -atajó Sariil con una voz peligrosamente suave-. Considerad esto como un acto de compasión, maestro Palamas.
Antes de que Palamas tuviera tiempo de reaccionar, Sariil posó las yemas de los dedos en el Espejo, justo sobre el reflejo del pecho de su maestro, y murmuró unas Palabras de Poder. El pulso psíquico fue letal para el frágil corazón del anciano, que en el acto se desplomó, muerto, sobre el suelo ajedrezado.
Sariil se miró la mano con la que acababa de segar la vida de Palamas. Había temido este enfrentamiento tanto como lo había planificado, asumiendo que lo atormentaría un insoportable remordimiento si tomaba la vida de su maestro, de su único amigo. Pero no sentía nada, nada salvo el deseo de unir el arte de la Unión Mística, quintaesencia del misticismo, con el arte de la evocación, epítome de la magia, para así expirar contemplando a la Creación, el Reino del Diablo, consumirse en la Luz de Dios. Este ideal había llenado su corazón, de modo que no quedaba espacio para nada más.
«No siento remordimiento porque la vida humana, tanto propia como ajena, solo tiene valor en la medida en la que sirve a mi ideal» -concluyó Sariil-. «Además, ha sido limpio y rápido, una liberación del cruel destino que le aguardaba cuando la Torre de Vavel vuelva a levantarse. Cruel destino al que, sin darse cuenta, me estaba arrastrando».
Saliendo de su ensimismamiento, el joven contempló su reflejo y vió como su sencillo gorro de Iniciado se había transformado en la Tiara Solar. A su espalda, el cadáver de Palamas se había desintegrado, dejando solo cenizas blancas con olor a santidad. Esbozando una media sonrisa, Sariil extendió la mano hacia el Espejo de Daat.
«Ahora yo soy el Hierofante. Abre para mí los senderos de la magia, llévame hasta mi hermano».
El Espejo reaccionó ante su magia, proyectando un haz de luz que envolvió a Sariil como una aureola. Un instante después, el joven sintió como su cuerpo se fundía con la luz y desapareció, absorbido por el Espejo de Daat.