Omegangelion (Novela fantasía oscura)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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Uriel
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Omegangelion (Novela fantasía oscura)

Mensaje por Uriel »

Omegangelion - Indice (Dividida en Capitulos)
https://elangeldelomega.wordpress.com/2 ... on-indice/
Omegangelion - Completa
https://elangeldelomega.wordpress.com/2 ... completa/

Buenas. En este hilo iré colgando mi novela. Es fantasía oscura y está bajo una Licencia Creative Commons, por lo que puede distruibuírse libremente siempre que sea sin ánimo de lucro e indicando origen (todo esto lo menciono en el Prefacio, que aquí omitiré para ir directamente al relato que es lo que interesa).
PRÓLOGO
https://elangeldelomega.wordpress.com/2 ... 5/prologo/
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Antes de la Creación, solo existía el Dios Eliun, que es Luz Increada. Y todo lo que no era Eliun, era Oscuridad. Pero la Oscuridad estaba sellada, pues no puede manifestarse en la Luz. Eliun retrajo entonces Su Luz para crear a Paradisos, el Mundo Antiguo, y allí despertaron los ángeles.

Y los ángeles eligieron como Príncipe a Adamas, y Dios confió a Adamas la Corona Astral, la piedra angular de la Creación. Pero la Oscuridad se manifestó en el corazón del ángel Elelefs, que usurpó la Corona y dijo “sobre los ángeles de Dios levantaré mi trono, y seré semejante a Eliun”. Así, la Creación quedó maldita, y Elelefs se convirtió en el Diablo, la Causa del Mal. Esclavizado por el deseo de unirse con su lado femenino, Adamas engendró a los mortales, que se multiplicaron por Paradisos. Y Elelefs enseñó a los mortales el Sendero Oculto, que a nada conduce, y los mortales le adoraron.

Y fue la Edad de Tauro, el Tiempo de la Tierra. Al término de esta Edad, el mago rebelde Uriil halló el Árbol de la Iluminación, comió e invocó el Diluvio. Y el Diluvio sepultó a Paradisos, y cuando las aguas bajaron emergió el Nuevo Mundo, Ykumini, y solo la parentela de Uriil sobrevivió de entre los Hijos de Adamas. Pero Elelefs no es de carne mortal y, pasado el Diluvio, regeneró su cuerpo y siguió a los mortales hasta Ykumini, y erigió su corte en Vavel, en el corazón del desierto, en la Tierra de Assur.

Y la Edad de Tauro pasó, y fue la Edad de Aries, el Tiempo del Fuego. En el curso de esta Edad, la lengua común de los mortales cambió y el Adameo, la lengua de Paradisos, se convirtió en una lengua arcana.

Y la Edad de Aries pasó, y fue la Edad de Piscis, el Tiempo del Agua. En esta Edad Ihthys, el Avatar de la Luz de Dios, fundó la Logia para enseñar el Sendero Místico a los mortales. Esto enfureció a Elelefs, que lo crucificó como ofrenda para la Oscuridad. Los Adeptos de Ihthys, guiados por Su Espíritu, se alzaron y vencieron a Elelefs, separando su espíritu del plano material con el Espejo de Daat. En el proceso, la Corona Astral se escindió en la Corona Lunar y la Tiara Solar, de modo que sus Portadores, los Adeptos, se convirtieron en Arconte y Hierofante, y en la Tierra de Rumeli fundaron Vyzantion. Pero la sombra de Elelefs, su espíritu, siguió influyendo en el corazón de los mortales...
Última edición por Uriel el 23 May 2022 11:30, editado 3 veces en total.
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Cuentos Peques
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Re: Omegangelion (novela fantasía oscura)

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Excelente Novela :60:, Omegangelion :alegria: :hola:
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Uriel
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Re: Omegangelion (novela fantasía oscura)

Mensaje por Uriel »

Me alegro que te haya gustado (el título, al igual que los nombres de casi todos los personajes, es griego bizantino y podría traducirse como "El Mensaje del Fin de los Tiempos"), aunque lo que he posteado solo era el Prólogo. Procedo a colgar el Primer Capítulo:

Libro I – Capítulo I – Caída en Desgracia
https://elangeldelomega.wordpress.com/2 ... desgracia/

Ya era de noche, una noche de finales de Septiembre, en los albores del otoño, y un chico delgado y pálido llamado Azrail soñaba despierto mientras vagabundeaba por las calles de Edessa, una ciudad fronteriza. Tenía trece años, pero no aparentaba más de diez. El cabello, que le llegaba hasta los hombros, era rubio oscuro. Con sus grandes ojos verdegrises y sus facciones suaves, Azrail habría sido un niño muy guapo de no ser por el aire enfermizo que le daban sus incorregibles ojeras.
Vestía harapos grises, pues como huérfano no tenìa otras ropas, y vivía con Sariil, su hermano gemelo, en una casa a las afueras de la ciudad. Dos años atrás, cuando los frangos invadieron Rumeli conquistando una ciudad tras otra, sus padres se habían marchado abandonándolos a su suerte. Tal desenlace no había sorprendido a los gemelos, que nunca se habían sentido ni comprendidos ni amados por quienes les ataron a la existencia.
De pronto, un maullido sonó a sus espaldas. Azrail, que siempre había sentido afinidad por los gatos, salió de su ensimismamiento y giró la cabeza. Un gato espectral, blanco a excepción de una enigmática mota en la frente, le miraba fijamente desde las sombras. Sus ojos eran grises, pálidos como la luz de la luna. Azrail sintió como un vínculo telépatico unía su consciencia con la del gato, y supo que algo no marchaba bien en casa.
Azrail corrió por las calles de Edessa hasta llegar frente a su casa, un destartalado edificio de dos plantas. La puerta estaba entreabierta.
Dentro de la casa, todo parecía normal. La luz del candil estaba prendida, el pan que Azrail había «tomado prestado» para la cena aún seguía en la mesa.
Pero se respiraba un ambiente extraño. Azrail sacó una pequeña daga que llevaba prendida del cinturón y avanzó sigilosamente. Notaba una presencia extraña al fondo del pasillo, frente al.umbral de la habitación en la que dormían los gemelos.
Advirtiendo de inmediato la presencia de Azrail, el desconocido se giró en su dirección y salió de entre las sombras. Era un hombre lampiño, de cabello castaño-rojizo y ropas negras. En su mano izquierda aferraba un libro, que Azrail reconoció como el grimorio que, poco antes de la Invasión Franga, había «tomado prestado» a petición de su gemelo, mientras con la derecha empuñaba una espada curva con la que amenazaba el cuello de Sariil. El siniestro personaje dedicó a Azrail una sonrisa aviesa.
-Me llamo Aetios, y soy un cazaherejes al servicio de la Arconte Varlaami. El uso de un grimorio deja… cierto rastro y os sitúa fuera de la ley. Esto significa que puedo hacer con vosotros lo que quiera, de modo que, por tu propio bien, tira la daga.
-¿Y dejarme matar como un cordero? No, gracias -replicó Azrail fríamente.
El sicario miró al niño con interés.
-Veo que tienes agallas, a diferencia de este… intelectual que comparte tu apariencia. Eso me gusta, así que te daré una oportunidad de demostrar lo que vales -Aetios envainó su espada, se guardó el grimorio e hizo un gesto a Azrail, retándole-. Vamos chaval, intenta matarme. Si lo consigues, seréis libres. Si no…
Dejó que la amenaza flotara en el aire, indefinida.
Azrail sabía que Aetios estaba jugando con él, pero también sabía que, si lograba apuñalarle en el cuello, sangraría y moriría como cualquier otro hombre, por mucho que le superara en fuerza, tamaño y experiencia. Deshechando toda vacilación, Azrail corrio hacia Aetios, fintó y ensayó una puñalada, pero en el último momento Aetios aprisionó su muñeca con una mano mientras que con la otra le cogía del cuello y le estampaba contra la pared, dejándole sin resuello.
-Eres débil -siseó Aetios mientras lo miraba con desprecio-. ¿Sabes por qué eres débil? Porque te falta odio. Por eso te voy a llevar a un sitio en el que aprenderás a odiar. Cuando pierdas tu humanidad, cuando seas capaz de matar a sangre fría a cualquiera que se interponga en tu camino, te buscaré para terminar nuestro duelo. Y ahora, o sueltas la daga o te rompo la muñeca.
A regañadientes, Azrail dejó caer la daga. Intuía que tendría que proteger a su frágil gemelo en el lugar al que Aetios les iba a llevar, y difícilmente podría hacerlo con la muñeca rota.

El sicario llevó a los gemelos hasta la verja de un orfanato de aspecto siniestro. Una mujer hombruna, de nariz rojiza y cabello caoba recogido en un moño, salió a recibirlos. Apestaba a aguardiente, y en la mano tenía una porra de roble.
-Vengo a traeros a estos niños. Adiós -atajó Aetios.
Sin esperar respuesta, el cazaherejes dió media vuelta y desapareció entre las sombras.
La mujerona miró a Azrail e Sariil de arriba a abajo.
-Sóis idénticos. Joder, hasta ahora nunca me habían traído gemelos. Soy Gorgo, la matrona de este hogar para niños perdidos. ¡Vuestros nombres! ¡Rápido, pequeños delincuentes!
-Azrail… Mi gemelo se llama Sariil -dijo Azrail.
-¿Oh, y que le pasa a Sariil? ¿Es mudo o algo así? -inquirió Gorgo burlonamente.
-Es… tímido -repuso Azrail diplomáticamente.
-¿Tímido? ¿Y como es que tú no eres tímido si sóis gemelos? ¡Tu «tímido» hermanito va a responder a mi puta pregunta por las buenas o por las malas! -Gorgo alzó la porra sobre Sariil, amenazante-. ¡Por última vez, mocoso malcriado, dime tu puto nombre! ¡Te azotaré en la cara, no me importa!
Sariil se quedó paralizado de miedo. Gorgo descargó la porra, pero Azrail se interpuso y la detuvo, agarrándola al vuelo (tuvo que usar ambas manos, pues la mujerona era mucho más fuerte que él). Roja de ira, Gorgo agarró a Azrail de la pechera y le levantó a pulso, retorciéndole la camisa hasta casi asfixiarle. Sus ojos beodos estaban inyectados en sangre como los de una perra rabiosa.
-S-Sariil -dijo una vocecita-. M-me llamo Sariil. P-por favor, no matéis a mi hermano…
Gorgo soltó a Azrail, que se tambaleó, mareado. Sariil le prestó su apoyo para que no cayera.
La matrona puso los brazos en jarras.
-No iba a matarle. Detesto a los críos, pero detesto aún más el trabajo, y el Estado no me paga por los huérfanos muertos, solo por los vivos. Eso sí, más vale que espabiles o tus compañeros se te van a comer vivo. Y en cuanto a ti -añadió refiriéndose a Azrail-, como vuelvas a desafiarme te azotaré hasta que sangres. ¿Ha quedado claro?
-Cristalino -respondió Azrail fríamente.
Gorgo sacó una petaca, echó un trago y eruptó.
-Adentro.
Los gemelos pasaron al interior del orfanato, tras lo cual Gorgo cerró con llave.
-El dormitorio está en el piso de arriba, la primera puerta a la izquierda. Tendréis que compartir cama, porque solo tengo una libre. Esfumáos.
Gorgo, que tenía que hacer un verdadero esfuerzo para pasar el día relativamente sobria, estaba deseando finiquitar la jornada para poder embriagarse a gusto antes de dormir. Apenas los gemelos subieron las escaleras, la mujerona fue hasta la cocina y abrió un armario lleno de botellas de aguardiente. Con una en cada mano se fue hasta el salón y se tumbó en el sofá mientras empezaba a beber.
-Te lo has ganado, Gorgo -se dijo a sí misma-. Ha sido un día duro, y a partir de mañana habrá dos putos críos más a los que aguantar.
Última edición por Uriel el 09 May 2022 03:06, editado 1 vez en total.
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Cuentos Peques
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Re: Omegangelion (novela fantasía oscura)

Mensaje por Cuentos Peques »

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Re: Omegangelion (novela fantasía oscura)

Mensaje por Uriel »

Gracias! Aqui tienes el Segundo Capítulo (si no puedes esperar para saber lo que pasa, en mi blog está ya la novela completa. Solo tienes que pinchar en el enlace que he posteado al principio, junto a "Omegangelion - Indice"):

Capítulo II – Cautividad
https://elangeldelomega.wordpress.com/2 ... autividad/

Pasaron las semanas, hechas de jornadas todas iguales. Por la mañana, Gorgo despertaba a gritos a los huérfanos y les daba un panecillo y un vaso de agua como desayuno. Media hora después, les obligaba a pasar seis horas hacinados en una habitación con pupitres y rejas en las ventanas, memorizando machacones discursos, frases y consignas. Este lavado de cerebro tenía como objetivo «hacer de vosotros verdaderos hombres, trabajadores y soldados al servicio del Estado». Para empeorar las cosas, Gorgo exigía atención continua y estaba dispuesta a imponerla descargando un porrazo sobre los hombros de cualquier chico al que pillara distraído. Por la tarde, después de una magra comida consistente en un nauseabundo caldo de col, Gorgo mandaba a los chicos al patio, rellenaba su petaca y empezaba a entonarse mientras contaba las horas para que, tras servirles las sobras de la comida a modo de cena pudiera mandarlos al dormitorio y beber aguardiente hasta quedarse dormida.
Pasado un mes y medio, Sariil tomó una decisión que llevaba meditando desde su primer día de orfanato.
Los gemelos eran introvertidos e individualistas por naturaleza. Ambos acusaban la falta de libertad y soledad a la que estaban sometidos, pero Sariil, más sensible que su gemelo, no podía evitar llorar cuando la porra de Gorgo hería no solo su cuerpo, sino su alma. Azrail no podía protegerle de Gorgo, como tampoco podía impedir que sus compañeros, una jauría de estúpidos bravucones que se vanagloriaban de aguantar las palizas «como hombres», se mofaran de él acrecentando su tormento.
No podía soportarlo más, ni tampoco podía seguir siendo una carga para Azrail. Si seguían así, ninguno de los dos superaría el invierno, cuando la muerte blanca, la tuberculosis, llegaba para llevarse a los niños delgados de ánimo melancólico.
Con cuidado de no despertar a su gemelo, Sariil se deslizó fuera de la cama y salió del dormitorio sin hacer el menor ruido. Silencioso como una sombra, bajó las escaleras y fue hasta la cocina. Tras abrir cuidadosamente algunos cajones halló lo que buscaba: el cuchillo con el que Gorgo cortaba la carne que ella comía y que vedaba a los huérfanos.
Sariil se sentó en el suelo y dejò que la luz de la luna, que se colaba por la ventana, bañara su rostro por última vez. Desde el salón, a unos metros de distancia, llegaban el eco de los ronquidos de Gorgo. Sariil esbozó una sonrisa amarga: pronto dejaría de oírlos. Palpándose el cuello, se tomó el pulso para localizar la yugular y deslizó el cuchillo con firmeza abriendo un profundo surco. La sangre empezó a manar como el agua de una fuente, empapándole la ropa y formando un charco en el suelo. En pocos segundos el niño empezó a perder la consciencia y sonrió.
«Desde ahora, ambos seremos libres. Adiós, hermano».
En ese instante, un gato blanco de ojos grises y carne azulada, espectral, surgió de un haz de luz lunar y caminó hacia Sariil…

Poco después del alba, un grito de terror resonó por todo el orfanato. Azrail despertó al instante y notó la ausencia de Sariil. Intuyendo lo que había ocurrido, saltó de la cama y corrió hacia el lugar desde donde había partido el grito. Los otros muchachos, animados por la disrupción, siguieron a Azrail escaleras abajo hasta llegar a la cocina.
Gorgo estaba de pie, lívida, contemplando el cadáver de Sariil. Una costra de sangre seca cubría sus ropas y parte del suelo. Su mano aferraba el cuchillo con el que se había cortado el cuello. Loco de dolor, Azrail intentó zarandear a Sariil en un absurdo intento de «despertarlo» pero, apenas tocó su cuerpo este se desintegró, quedando solo las ropas vacías sobre el suelo.
-¡Mirad tíos, el fiambre del rarito está tan seco que se ha hecho polvo! -exclamó Kurgos, un chico robusto de cabello erizado. Azrail cogió el cuchillo y le dirigió una mirada asesina.
-Búrlate de mi hermano solo una vez más y…
Gorgo, despertando de su aturdimiento, se interpuso, con una actitud conciliadora impropia de ella.
-Vamos, Azrail, no te pongas así. Suelta el cuchillo, sé un buen chico -dijo con una falsa amabilidad que no engañó a Azrail. En el fondo, Gorgo se alegraba de no tener que pagar un entierro que costaría más de lo poco que había ganado por acoger a los gemelos.
Azrail consideró sus opciones: podía apuñalar a Gorgo y luego ir a por los demás, pero ellos eran nueve, y su mente racional sabía que era imposible que consiguiera matarlos a todos: le desarmarían y le lincharían, o huirían y avisarían a la policía, los perros de presa del Estado. Además, durante el tiempo que había pasado en el orfanato había ido explorando el edificio sin que nadie se diera cuenta, y había descubierto algo interesante, algo que hoy mismo había pensado comentar con Sariil.
Lentamente, Azrail dejó el cuchillo en la encimera, y Gorgo se apresuró a cogerlo y ponerlo fuera de su alcance.
-¡Vamos, que estáis mirando! ¡Id al salón, que tengo que limpiar todo esto y preparar el desayuno antes de empezar las clases!
Azrail dirigió una última mirada a lo que había quedado de Sariil antes de seguir a sus compañeros. Al tocar el cadáver, Azrail había oído en su mente las últimas palabras de su gemelo, como si fuera un mensaje telepático, una suerte de nota de suicidio.
«Gracias, hermano, por darme la determinación que me faltaba» -pensó Azrail-. «Te he fallado, pero juro que esta noche vengaré tu muerte y romperé mis cadenas».
Última edición por Uriel el 25 Mar 2022 13:19, editado 1 vez en total.
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Re: Omegangelion (novela fantasía oscura)

Mensaje por Uriel »

Capítulo III – Éxodo
https://elangeldelomega.wordpress.com/2 ... iii-exodo/

Tal como hiciera su gemelo la noche anterior, Azrail salió del dormitorio y bajó las escaleras mientras todos los demás dormían. Ignorando los ronquidos de Gorgo, Azrail pasó de largo el salón, la cocina y el baño para llegar hasta una puerta, una que no se usaba nunca, y que los huérfanos tenían prohibido abrir. Tras la puerta había un pasadizo, oscuro como la boca de un lobo. Azrail entró y, con cuidado, cerró a su espalda, sonriendo cuando dejó de oir los ronquidos.
Tras parpadear durante unos segundos, los ojos de Azrail se acostumbraron a la oscuridad. Aunque no llegaba a tener la visión nocturna de los gatos que tanto le gustaban, sus ojos eran más agudos que los de la mayoría de los humanos.
Sin vacilar, Azrail descendió por una escalera y dobló un par de recodos hasta llegar a una puerta doble, hecha de acero, que siempre estaba cerrada con llave. En apariencia, las puertas traseras de la villa eran un obstáculo mucho más formidable que la puerta de madera que constituía la entrada principal, pero Azrail, al examinarla unos días atrás, se había dado cuenta de que algo que había pasado por alto la persona que las fabricó, y que hacía que quizá no fueran tan inexpugnables por dentro como lo eran por fuera. Era solo una posibilidad, pero tenía que intentarlo.
Azrail adelantó una pierna, echó un brazo hacia atrás y golpeó la cerradura con el talón de la mano derecha. Se oyó un ruido metálico y las puertas de acero se abrieron, franqueando el acceso un desatendido jardín plagado de ortigas y malas hierbas.
Esbozando una media sonrisa, Azrail salió al exterior y comprobó que, como había sospechado, el pestillo de la cerradura, una vez desencajado de su molde, impedía volver a cerrar la puerta. Esto implicaba que el truco solo servía para una vez.
Cruzando el jardín con cuidado de evitar las ortigas, Azrail escaló la verja, que medía más de dos metros y terminaba en una hilera de afiladas puntas de lanza. Con agilidad felina, Azrail pasó por encima y se descolgó de un salto, aterrizando en la calle con las piernas flexionadas, indemne.
El chico recorrió las desiertas y silenciosas calles de Edessa tan apresuradamente como permitía el sigilo, siempre alerta y ocultándose en las sombras cada vez que sentía que una patrulla de policía pasaba cerca. Al fin llegó hasta su objetivo: la casa de un tal Rasnis, un espadachín que vivía de lo que ganaba apostando su vida en la arena. Conteniendo la respiración, el niño se coló a través de un estrecho ventanuco que había en la fachada y llegó hasta el interior de la casa. En la pared, sobre un soporte, estaba lo que buscaba: la espada de Rasnis.
Azrail desenvainó y admiró la hoja, esbelta y de doble filo. Ensayó algunos cortes y estocadas, confirmando que era un arma ligera y rápida, bien equilibrada, ideal para sus propósitos. Satisfecho, guardó la espada en su vaina y, tras mirar por el ventanuco para asegurarse de que no pasaba ninguna patrulla, saltó a la calle con la espada en la mano.

Cuando sus pies tocaron de nuevo el jardín del orfanato, Azrail recogió la espada, que había pasado previamente por el hueco de la verja, y caminó apresuradamente hasta la puerta del pasadizo. Abrió con cuidado, solo una rendija, y aguzó el oído para asegurarse de que Gorgo seguía dormida, roncando como una cerda. El chico entró, cerró la puerta a su espalda, desenvainó lentamente y fue hasta el salón, deteniéndose justo frente al sofá en el que Gorgo dormía. El musculoso cuello de la mujerona se hinchaba como el de un sapo al ritmo de su respiración.
Azrail alzó la espada. Había llegado el momento de la verdad. Su hermano había tenido el valor de segar su propia vida. ¿Tendría él valor para segar la de sus victimarios, aunque para ello tuviera que asesinarlos mientras, vencidos por el sueño, yacían indefensos? Por mucho que Gorgo mereciera morir, por mucho que él tuviera derecho moral a vengar a su gemelo, matar así no era honorable. Aún tenía la opción de volver a saltar la verja y seguir su camino sin hacer daño a nadie.
La voz de Sariil resonó de nuevo en la mente del niño:
«Desde ahora, ambos seremos libres. Adiós, hermano».
Recordando su juramento, Azrail enterró sus escrúpulos y deslizó la afiladísima hoja por la garganta de Gorgo, cortándo piel, grasa y músculo como si fueran mantequilla. De inmediato, la mujerona abrió los ojos y miró a Azrail con una mezcla de miedo y odio. Intentó gritar, pero la sangre que no salía de su cuerpo le encharcaba los pulmones, ahogando su voz. En menos de diez segundos, sus ojos beodos se apagaron y su cuerpo quedó inmóvil. Gorgo, la matrona alcohólica y maltratadora, estaba muerta.
Azrail, conmocionado. miró la sangre que goteaba de la punta de su espada. Sentía que algo había cambiado en su interior con este acto de asesinato. Su memoria evocò la voz de Aetios:
«Eres débil. ¿Sabes por qué eres débil? Porque te falta odio. Cuando pierdas tu humanidad, cuando seas capaz de matar a sangre fría a cualquiera que se interponga en tu camino, te buscaré para terminar nuestro duelo…»
Azrail rió con amargura, acusando la ironía de haber hecho exactamente lo que quería su enemigo: dejar que el odio consumiera todo escrúpulo moral, matar a sangre fría, perder su humanidad. Con todo, no se arrepentía. Había hecho lo que tenía que hacer.
Sin la menor vacilación, Azrail sacudió la sangre de su espada, subió las escaleras y entreabrió cuidadosamente la puerta del dormitorio. Las respiraciones de los nueve muchachos, regulares y acompasadas, revelaba que estaban sumidos en un profundo sueño.
Esbozando una media sonrisa, Azrail se acercó a la cama más próxima y degolló al chico que dormía en ella tal como había hecho con Gorgo.
Sin ni siquiera esperar a que terminase de morir, Azrail se deslizó, como una sombra, hasta la siguiente cama y repitió la operación, una y otra vez, hasta que, tras cortarle el cuello al octavo, oyó un grito ahogado a su espalda. De inmediato se volvió, dió una zancada y apoyó la punta de su acero en el plexo laríngeo de Kurgos.
-P-porfa tío -suplicó el matón, que había empezado a sollozar-. N-no me mates, tío. V-vale que al rarito, digo, a tu hermano, le hice algunas bromas y le di algunas collejas p-pero era la Gorgo la que daba las palizas…
-Todos vosotros -cortó Azrail, su voz rebosante de helada cólera-, os reíais cuando mi gemelo lloraba, todos vosotros le intimidábais, todos vosotros, en mayor o menor medida, contribuísteis a atormentarlo hasta que no pudo soportarlo más. Por eso, todos vosotros sóis tan culpables como Gorgo, y por eso merecéis compartir su destino. Hasta nunca.
Azrail clavó la espada y la sacó con un elegante giro de muñeca. El matón cayó al suelo, muerto.
Saciada, por el momento, su sed de venganza, Azrail sacudió la sangre de su hoja y envainó. Un instante después tuvo un vahído, y tuvo que apoyarse en la pared para no caer. Estaba exhausto. Sabía que no podía seguir allí mucho tiempo, que tenía que huir cuanto antes, pero también sabía que si no se acostaba ahora no tardaría en desmayarse de agotamiento. Tambaleándose, se acostó y en apenas un minuto perdió la consciencia...
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Re: Omegangelion (novela fantasía oscura)

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Capítulo IV – Socios
https://elangeldelomega.wordpress.com/2 ... iv-socios/

-Has montado una buena carnicería.
La voz, que Azrail reconoció como la de Rasnis, lo despertó al instante y lo hizo saltar de la cama, tenso como un felino y con la espada desenvainada. Rasnis, el espadachín, era un hombre apuesto y pálido, de cabello oscuro y ojos glaucos.
-Tranquilo, muchacho. Yo solo…
Sabiendo que quién ataca primero tiene ventaja, Azrail se abalanzó sobre Rasnis presto a dar muerte. Con la gracia de un bailarín, Rasnis esquivó la arremetida y desarmó al chico. Azrail comprendió entonces que nunca había tenido posibilidad alguna. Igual que con Aetios.
-Matádme -imploró el niño, con lágrimas de impotencia corriendo por sus mejillas-. Matádme, pero no me denunciéis. No temo a la muerte, pero sí a pasarme la vida en una jaula, esclavizado, a merced de gente cruel.
-¿Quién soy yo para arruinarle la vida a nadie? -replicó Rasnis-. Si quisiera denunciarte no te habría despertado para hablar contigo. Habría salido a hurtadillas tras ver los cadáveres que has dejado y habría avisado a la policía para que ellos de ocuparan del asunto. Supongo que tendrías tus motivos para hacer lo que has hecho, y en cualquier caso no es de mi incumbencia. Ahora que he recuperado mi espada, eres libre de seguir tu camino.
-¿Camino? ¿Qué camino? -replicó Azrail con la voz rebosante de amargura-. A ojos del Estado soy un criminal, y sin un arma ni siquiera tengo una posibilidad como proscrito.
-Si no tienes adonde ir -dijo Rasnis afablemente-, podrías vivir en mi casa y aprender mi arte. Pareces tener un talento natural para la espada.
-¿Por qué queréis instruírme? ¿Qué ganáis vos? -inquirió Azrail con desconfianza.
Rasnis titubeó.
-Si te lo cuento, quizá tenga que matarte.
Azrail se encogió de hombros.
-No me importa morir.
-De acuerdo. Poco después de que Kanavos, el Verdadero Arconte, se convirtiera en piedra, dos espadachines criados como eunucos en la corte conspiraron para matar a la Usurpadora y a Gross, su perro guardián, a fin de descabezar a los frangos y prender la llama de la rebelión. Sus nombres eran Narsis y Aetios.
Los ojos de Azrail relampaguearon de ira al oir el nombre del autor de su desdicha.
-…Mientras Narsis se enfrentaba a Gross -prosiguió Rasnis-, Aetios debía ocuparse de Varlaami. Pero Aetios traicionó a Narsis, inclinándose ante la Usurpadora y ofreciéndole sus servicios como cazaherejes. Narsis huyó de Vyzantion y sobrevivió ocultándose bajo un nombre falso…
Azrail esbozó una media sonrisa.
-Comprendo. No tengo tengo razones para rechazar vuestra generosa oferta, Narsis. También yo tengo cuentas pendientes con Aetios, y también yo creo que los tiranos merecen morir. Transmitidme vuestro arte y os ayudaré. Eso sí, no esperéis que sea vuestro sirviente. Si me he rebajado a matar a sangre fría es para ser libre, no para cambiar unas cadenas por otras.
El eunuco revolvió el cabello del muchacho.
-No te preocupes por eso. Tú y yo somos socios, compañeros, camaradas unidos por por una causa común. Sin jerarquías. Eso sí, no vuelvas a llamarme por mi verdadero nombre. Nunca se sabe quién puede estar escuchando…
Rasnis se interrumpió y miró por la ventana.
-Esta a punto de amanecer. Sugiero aprovechar estos últimos minutos de oscuridad para incendiar este sitio y largarnos antes de que venga la policía. Que los escombros carbonizados guarden el secreto de lo que aquí ha ocurrido.
Azrail sonrió maquiavélicamente. Con todo el aguardiente que Gorgo había acumulado a lo largo de los años, solo tenían que romper un candil en el lugar adecuado para convertir el orfanato en una tea.
Última edición por Uriel el 09 May 2022 03:10, editado 1 vez en total.
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Capítulo V – Renacimiento
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Sariil abrió los ojos. Yacía en un lecho, al lado de un anciano que lo miraba afablemente. El anciano vestía una túnica de lino, tan blanca como su cabellera, e iba tocado con un gorro de mago, hecho de lino púrpura, con un disco de plata sobre la frente: la Tiara Solar.
El anciano se llevó una mano al pecho y un aura de santidad y sabiduría lo rodeó como un nimbo.
-Permite que me presente. Soy Palamas, Hierofante del Templo de Vyzantion.
-El Templo ya no existe -replicó Sariil fríamente.
-Lo sé. Esto es solo un reflejo, una réplica creada mediante la magia en el interior del Espejo de Daat.
-…¿Como he llegado hasta vos?
-Es un misterio. Hace unas horas sentí una perturbación en la Cámara del Espejo y te hallé desnudo e inconsciente, así que te puse una túnica y te llevé hasta mi cama.
Sariil notó entonces que ya no vestía sus harapos de huérfano, sino una túnica semejante a la del anciano. También notó que en su cuello no había ni rastro del corte, ni siquiera una cicatriz.
-¿Tenía alguna herida cuando me encontrásteis?
-No.
El niño se quedó callado un largo rato, pensativo.
-Es extraño que no tenga sed -comentó-. Antes de desvanecerme perdí mucha sangre.
-Eso puedo explicarlo -dijo Palamas-. El interior del Espejo pertenece al plano espiritual. Al morar aquí estamos exentos de las necesidades que aquejan a nuestros cuerpos en el plano material.
«Nada de esto tiene sentido» -pensó Sariil-, «Sé que me corté la yugular, que estaba muriéndome…»
Entonces recordó al gato espectral. Un gato blanco de ojos grises surgido de un haz de luz lunar. Esa extraña criatura debía haber cerrado la mortal herida y teletransportado a Sariil al interior del Espejo, dejando atrás sus ropas ensangrentados.
-Quizá podría ayudarte a resolver el enigma si me contaras tu historia -repuso Palamas adivinando sus pensamientos.
La crónica de su desdichada existencia manó de la boca de Sariil tal como la sangre había manado de su cuello. Palamas lo escuchó en silencio, pacientemente, mirándolo con profunda compasión. Al concluir su relato, el niño se sentía exhausto, pero también desahogado.
El archimago notó entonces que Sariil le miraba inquisitivamente, y recordó que había prometido ilustrar al niño a cambio de su historia.
-Nunca he visto a ese… gato espectral pero si, como supones, es quién te ha traído hasta mí, entonces es probable que sea un ángel, pues solo así se explica que haya podido superar mi barrera mágica, barrera que ni siquiera Varlaami ha sido capaz de penetrar.
-Quizá podría usar el Espejo para contactar con él -propuso Sariil.
-Olvídalo -replicó Palamas-. Solo yo, como Hierofante, puedo usar el Espejo, y jamás lo haré. Si usara el Espejo, la barrera que separa este plano del plano material se abriría y este Templo dejaría de ser un refugio seguro.
Sariil estrechó los ojos.
-¿Debo asumir que no soy libre de marcharme de vuestro Templo?
Palamas titubeó, intentando encontrar las palabras adecuadas.
-…Por desgracia es así. No obstante, me gustaría que me vieras como tu amigo, no como tu carcelero. Aunque no pueda dejarte salir, compartiré contigo todo lo que tengo y no te mandaré, ni te obligaré, ni te pegaré, sin importar cuan travieso seas.
-No soy travieso y nunca lo he sido -cortó el chico fríamente.
-Ya lo imaginaba. Los niños como tú, tímidos e inteligentes, no suelen ser problemáticos… Lo que he querido decir es que tengo la convicción de que, si los niños fueran gigantes, los adultos no les pegarían, lo que demuestra que no les pegan porque se porten mal, sino porque son demasiado débiles para defenderse. Quienes agreden a seres indefensos profesan, lo admitan o no, la Filosofía del Diablo, la falacia pagana y herética de que la Fuerza hace el Derecho.
Sariil asintió.
-Desde mi primer día en el orfanato deduje que las peroratas de Gorgo sobre como «la disciplina te hace un hombre», no eran sino una burda inducción al masoquismo. Incluso una borracha estúpida como ella debe ser consciente de que, mientras duerme, es vulnerable. Por desgracia para ella, la propaganda no siempre funciona, y estoy seguro de que mi aparente muerte habrá dado a mi gemelo el empujoncito que necesitaba para ajustarle las cuentas…
Palamas trazó en el aire la Señal de Ihthys, horrorizado. Un niño de trece años no debería tener que cargar con tanto odio, ni ser tan cínico y calculador.
-Escucha Sariil, no debes permitir que la Oscuridad infecte tu corazón. No olvides que estamos llamados a seguir el ejemplo de Ihthys, que expiró en la cruz perdonando a sus asesinos, pues sabía que lo blando es más fuerte que lo duro, que el agua es más potente que la roca, que el Amor es más vigoroso que la violencia…
-Habéis prometido compartir conmigo todo lo que tenéis -atajó Sariil-. Enseñadme magia. He muchos libros, pero nunca he tenido un maestro, y no puedo limitarme a ser autodidacta cuando sé que la Logia prohíbe a los Iniciados revelar por escrito la esencia de su arcano arte.
-En efecto, y la razón es que la magia te puede llevar muy lejos por senderos equivocados… ¿Por qué quieres aprender magia? -inquirió el archimago.
-Porque necesito saciar mi sed de conocimientos esotéricos -respondió Sariil-. Para mí la magia es un fin, no un medio.
Palamas suspiró, aliviado de que la sed que Sariil quisiera saciar con la magia fuera de conocimiento y no de venganza.
-En ese caso te acepto como aprendiz. Y ahora, como maestro tuyo que soy, tengo algo importante que enseñarte sobre la magia. Incluso si un día te rebelas contra todas mis enseñanzas, te ruego que no olvides esto.
Sariil lo miró en silencio, expectante.
-La magia -empezó Palamas adoptando tono didáctico- nace del corazón, que es la sede del alma. Si tu corazón es puro, tu magia también lo será, una bendición para ti y para tu prójimo. Pero si tu corazón es impuro, y tus deseos malévolos, producirás una magia oscura. El mago blanco es ascético, humilde y casto, las ideas de Amor y Bien son siempre el motor de sus acciones. El mago oscuro inicia su camino con el derramamiento de sangre humana, el crimen y el endurecimiento por la obstinación para erradicar definitivamente los remordimientos. Luego recoge los logros materiales perseguidos de manera pecaminosa y que son indignos de cualquier persona honrada. El precio que pagará a la larga será un alma oscura, incurablemente enferma, condenada a arder en la Luz Increada a cuya eterna contemplación todos estamos destinados…
-Entiendo maestro pero, ¿que pasa con la magia gris, que en teoría permite utilizar tanto la Luz como la Oscuridad como fuentes de maná, de energía espiritual? -inquirió Sariil.
-El gris y el negro son los dos extremos del espectro de las sombras, en contraste con el blanco, que es ajeno a ese espectro. La magia gris es la trampa con el que el Diablo caza almas como la tuya -sentenció Palamas-. No me mires así, ya sé que eres un buen chico, pero cuando miro a través de ti percibo cierta fascinación con el lado oscuro del corazón humano. Tienes que elegir, gatito -añadió afectuosamente.
-Ya he elegido -replicó Sariil-. Puede que sienta cierta… curiosidad por las tinieblas, pero sé que son indignas de confianza. Además, desprecio la impureza y la crueldad tanto como desprecio la estulticia y la ignorancia. Por estas razones, mi lealtad está con la Luz.

Cinco años después…
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Libro II – Capítulo I – El Precio de la Hombría
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Azrail sacudió su esbelta hoja, salpicando de sangre la arena del coliseo mientras su rival caía al suelo, ahogándose en su propia sangre merced a un hábil sesgo de su espada. Las gradas estallaron en vítores, eufóricas. El árbitro se acercó para proclamarle ganador y entregarle una bolsa de mil monedas de oro.
Azrail envainó, cogió el oro y salió del coliseo sin pronunciar palabra. Detestaba al ruidoso populacho, y detestaba aún más el sol cenital que le forzaba a pelear con la capucha echada a fin de no quedar deslumbrado.
Rasnis, su amigo y maestro, le esperaba fuera.
-Excelente espada. Aún te falta experiencia, pero poco más puedo enseñarte en lo que a técnica se refiere. Por cierto, he comprado una botella del mejor vino resinado para acompañar a la comida de hoy. No todos los días cumple uno dieciocho años.
Azrail esbozó una media sonrisa y se apartó un mechón que le tapaba un ojo. Había dejado de ser un niño para convertirse en un joven y, aunque ya no era bajito, seguía siendo muy delgado, lo que junto a su cara imberbe, de suaves facciones, le hacía parecer un quinceañero.
Una vez hubieron terminado de comer, Rasnis sacó un sobre, lacrado con el Sello Real, y se lo entregó a Azrail.
-Esta mañana dejaron esto en el buzón.
Azrail rompió el sello, extrajo la carta y la leyó, confirmando sus peores sospechas.
-…Me llaman a filas.
A fin de acostumbrar a los rumelios a la tiranía y así prevenir revueltas, Gross había decretado que todos los varones sanos, al cumplir dieciocho, sirvieran durante dos años como conscriptos, como esclavos militares. No pocos se suicidaban o quedaban tullidos, y quienes regresaban sanos lo hacían con el cerebro lavado, dispuestos incluso a denunciar a sus propios padres si, en la intimidad de sus hogares, osaban decir algo en contra del Estado.
Azrail había pensado mucho ello y había decidido que antes se suicidaría que someterse a la leva pues, ¿qué es la vida sin libertad sino una agonía que hace de la muerte una liberación?
-No dejes que esto te arruine el día, socio -dijo Rasnis afablemente-. Como ya te expliqué en una ocasión tengo un amigo médico, Athos, que llegado el momento te hará una exención por enfermedad. Debe estar al caer.
Unos minutos después llamaron a la puerta. Rasnis se acercó sigilosamente y acercó el ojo a la mirilla, una precaución esencial para quienes viven bajo un régimen autoritario. Al ver que Rasnis se quedaba muy quieto, inmóvil como una estatua, Azrail supo que algo iba mal.
-¿Qué ocurre? -susurró.
Sacudiéndose el aturdimiento, Rasnis se volvió hacia el chico.
-N-no es Athos -respondió, también en un susurro-. Por favor, ve a tu cuarto y métete en la cama. Puede que tengas que fingir una enfermedad. Y deja aquí la bolsa del oro, por si acaso hace falta un soborno.
Azrail obedeció, alarmado por el miedo que había en la voz de su amigo, aunque, por la misma razón, se llevó consigo la espada. Una vez subio al piso superior, recorrió el pasillo hasta la puerta de su habitación.
Volvieron a llamar a la puerta, pero Rasnis no abrió, y Azrail comprendió que estaba esperando a que se metiera en su cuarto. Esto le dió mala espina, de modo que abrió la puerta de su aposento y la cerró sin entrar. Así, podía escuchar sin ser visto.
Rasnis suspiró y abrió la puerta de la casa.
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Capítulo II – Confianza y Amistad
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En el umbral se erguía un hombre cheposo, con el cabello negro cortado a tazón. El hombre dirigió a Rasnis una mirada predatoria, como si fuera un cuervo a punto de sacarle los ojos, y habló con fría cortesía:
-Vengo del Gremio de Médicos. Podéis llamarme Doctor Korais.
La consciencia del error que había cometido al abrir la puerta golpeó a Rasnis como un mazo. Quizá había sido el vino, quizá la sorpresa, pero su intuición le gritaba que había actuado de forma estúpida.
-C-creo que ha habido un error. Yo he contratado al Doctor Athos.
-El Doctor Athos ya no trabaja para el Gremio. Anoche… cayó en desgracia y ahora yo tengo su puesto. Tened la amabilidad de invitarme a pasar para que pueda hacer mi trabajo.
Rasnis sintió un escalofrío. Era evidente que el tal Korais había denunciado a Athos para quedarse con su puesto, lo que daba una idea de qué clase de persona era. Solo restaba la esperanza de que al menos fuera un corrupto manipulable con un buen soborno, pues si ahora le cerraba la puerta levantaría sospechas, y él sería el siguiente en «caer en desgracia».
Rasnis se apartó de la entrada e invitó a Korais a pasar con un gesto.
Tomaron asiento, frente a frente, en el salón.
-¿Q-queréis una copa de vino? -preguntó Rasnis con un hilo de voz.
-Mi tiempo es oro -replicó Korais secamente-. Explicadme para qué habéis contratado los servicios de un médico.
-V-veréis -empezó Rasnis, su cerebro trabajando a toda velocidad para formular una historia plausible-. Soy el tutor de un joven llamado Azrail, el cual ha contraído… tuberculosis -Rasnis se maldijo a sí mismo por sus vacilaciones, pero algo en el tal Korais le intimidaba tanto que le costaba pensar con claridad-. El caso es que el chico acaba de cumplir dieciocho y le han llamado para hacer el servicio militar. Comprenderéis que, como tuberculoso, debe ser exento, por su propio bien y por el de sus compañeros.
-Entiendo. De modo que necesitáis un médico que certifique su incapacidad. ¿Podéis traer al chico para que pueda examinarlo?
-Lamentablemente está muy débil y no puede levantarse de la cama.
-En tal caso llevadme hasta su lecho y lo examinaré alli.
-De acuerdo. Permitidme que vaya yo primero, por si acaso estuviera dormido. En cuanto os llame, subid.
Rasnis se encaminó hacia la escalera, pero lo detuvo la voz de Korais, dura como el acero.
-Basta de juegos. Athos se ha pasado años firmando exenciones a todo aquel que se lo pedía. Ahora váis a tener que darme una buena razón para no denunciaros, a vos y a ese mocoso vuestro que por la mañana triunfa en la arena y por la tarde dice estar en la cama tosiendo sangre.
Con la cabeza gacha, temblando de miedo como un ciervo acorralado, Rasnis cogio la bolsa del oro y la dejò caer frente a Korais, a fin de que escuchara el tintineo de las monedas.
-Mil monedas de oro. Son vuestras. Solo dejadme en paz a mí y a mi chico.
Korais estalló en carcajadas. La suya era una risa burlona, que rezumaba maldad. Pasado el arranque de hilaridad, el matasanos clavó en Rasnis una mirada sádica.
-No estáis en posición de negociar, necio. Me entregaréis el oro, y entregaréis al muchacho para el servicio, y a cambio me pensaré si denunciaros o no. Si os negáis, me encargaré personalmente de que acabéis en la peor mazmorra del país. Imaginad cuantas indignidades, cuantos horribles ultrajes tendréis que soportar. En especial el muchacho, que solo es un bello adolescente… carne fresca.
Rasnis empezó a sollozar. Por alguna razón se sentía incapaz de luchar contra Korais, como si una oscura magia hubiera anulado su voluntad. ¿Como iba a proteger a Azrail cuando ni siquiera tenía valor para protegerse a sí mismo?
Korais esbozó una mueca de asco.
-Dejad de lloriquear, es una orden. Los hombres no lloran.
Rasnis se enjugó las lágrimas con la manga, demasiado aterrado como para desobedecer.
-Muy bien -dijo Korais mientras se guardaba el oro. Su tono era el mismo que usaría un amo con su esclavo-. Ahora traédme al mocoso.
-¿C-como? Está armado y es peligroso. Vos mismo lo habéis visto.
Mentalmente, Korais se felicitó a sí mismo por haber sonsacado a Rasnis que lo de la enfermedad de Azrail era un cuento. El matasanos sacó un frasquito del bolsillo de su chaqueta.
-Esto contiene leche de adormidera. Haced que se la tome y, cuando esté narcotizado, mandaré llamar a los soldados para que se lo lleven al campo de entrenamiento.
Rasnis asintió, sumiso, y vertió la leche de adormidera en una copa de vino, confiando en disimular así el sabor de la droga.
En el pasillo, Azrail estaba lívido, aferrando con tanta fuerza la vaina de su espada que los nudillos se le habían quedado blancos. La traición de Rasnis, su amigo y mentor, le habìa llenado de una oscura cólera. Con todo, su mente fría y racional sabía que no podía perder el tiempo lamentándose, ni quedarse paralizado mientras sus enemigos decidìan su destino. Sabía lo que tenìa que hacer. Sacó la espada, bajó las escaleras y se dejó ver.
Apenas oyó la voz de Korais:
-Guarda el arma ahora mismo, jovenzuelo. No soy un mugriento gladiador con el que tengas derecho a batirte, sino un ciudadano ejemplar cumpliendo con su…
El matasanos nunca llegó a terminar aquella frase. Silencioso y letal, Azrail se había deslizado hacia él con la espada desenvainada. Cuando Korais descubrió el destello de la muerte en sus ojos, era demasiado tarde.
Rasnis vió caer al matasanos al suelo, muerto, y luego sintió como Azrail ponía el agudo filo contra su cuello.
-¿Por qué? -demandó Azrail. Su voz rebosaba amargura. El hielo verdegrís de su mirada traslucía un alma desgarrada.
Rasnis no intentó luchar, ni tampoco huir. Sabía que Azrail tenía todo el derecho a matarle, y en parte estaba deseando que lo hiciera para dejar de sentir el remordimiento, la insoportable vergüenza que lo atormentaba por haber traicionado a su amigo.
-Había un poder siniestro en la voz de ese hombre y yo… no he tenido fuerza mental para resistir su hechizo -dijo el eunuco con un hilo de voz. Sabía que no era excusa, que no había razón capaz de justificar su deslealtad, pero era lo único que podía decir.
Fue limpio y rápido. Tras sacudir la sangre de la hoja, Azrail envainó, se dejó caer en un sofá y lloró amargamente.
Una vez logró calmarse, el chico contempló a los dos cadáveres que yacían a sus pies y sonrió torvamente.
«Parece que mi destino es vagar como un proscrito hasta el día en que, con mi venganza culminada, caiga sobre mi espada para reunirme con mi hermano» -pensó-. «Sea. Desde ahora, solo confiaré en mi espada, y ella será mi única amiga».
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Capítulo III – La Torre de Vavel
https://elangeldelomega.wordpress.com/2 ... -de-vavel/

Sariil caminaba por el desierto, siguiendo a su maestro. No podía deternerse, ni desviarse de su senda, pues Palamas aferraba su muñeca con una fuerza impropia del anciano.
De pronto, un zigurat de siete pisos emergió de entre las dunas. Sariil alzó la mirada hacia la cima de la mole, y vió al sol tornarse negro como tela de saco, y a la luna roja como la sangre, y a las estrellas del cielo caer sobre la tierra.
Indiferente al prodigio, Palamas siguió avanzando hasta llegar frente la entrada del zigurat, sobre la cual había grabadas unas palabras en Adameo, la lengua primordial:
ILI ILI LAMA SAVAHTHANI
Eran las mismas palabras que Ihthys había pronunciado en la cruz, justo antes de expirar: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».
Gritos de agonía, y rumor de llanto y crujir de dientes surgieron entonces del interior del zigurat, y Sariil supo que Palamas lo guiaba hasta un lugar de martirio.
-¡Deteneos maestro, deteneos! -gritó el joven, presa del pánico.
Palamas siguió caminando hacia la entrada, sordo a la voz de su aprendiz. Desesperado, el chico intentó soltarse, pero la mano del anciano era de hierro. El archimago, no obstante, notó el forcejeo y se giró hacia su aprendiz, mirándolo con unos ojos ciegos mientras sonreía afablemente.
-Tranquilo gatito, ya casi hemos llegado al Templo. Pronto podrás descansar…
El anciano reanudó su marcha y arrastró al indefenso, aterrado muchacho al interior de la ominosa mole.
De pronto, se hizo el silencio. Sariil flotaba en el vacío, y no había rastro de su maestro, ni del desierto, ni del zigurat. El joven místico sintió la presencia del gato espectral y, brillando como una constelación, apareció un sigilo:
Imagen
Sariil parpadeó como quién despierta de un sueño. Estaba en el Templo, sentado sobre una alfombra, meditando en compañía de su maestro. Demasiado nervioso como para volver a concentrarse, el joven mago se levantó con intención de salir.
-¿Que ocurre, gatito? -susurró Palamas- ¿Por qué abandonas la meditación?
El chico se estremeció involuntariamente al oir a su maestro referirse a él de la misma forma que en la pesadilla. Sabía que era irracional, que era solo un apodo afectuoso por el que Palamas le llamaba desde el día en que se conocieron, así que recuperó la compostura y empezó a explicarse:
-Mientras meditaba, he tenido una visión…
-No es una premonición -sentenció el archimago cuando Sariil terminó de hablar-. Como sugieren las palabras de Ihthys que viste grabadas, se trata de la Noche Oscura del Alma. Persevera en la meditación, mi amado aprendiz. Te he enseñado el Sendero, pero no puedo superar tu Noche por ti.
La Noche Oscura del Alma es una prueba que sufren los magi cuando su consciencia se eleva hasta el Plano del Abismo. Es diferente para cada alma, pero siempre produce, de una u otra forma, en la ilusión de ser abandonado por Dios, de una inexorable condenación, de un miedo insondable que puede llegar a destruir la mente del místico.
-Estáis ignorando la presencia del gato espectral y el sigilo que brilla en las tinieblas silentes -señaló Sariil-. ¿Y si está intentando comunicarse conmigo? ¿Y si se trata, simultáneamente, de la Noche y de una premonición? Si descifro el sigilo y lo trazo en el Espejo, quizá pueda contactar con la entidad que, según parece, es mi espíritu-guía…
-Ya sabes que el Espejo te está vedado, mi jovencísimo aprendiz -cortó Palamas-. Si, llevado por el vano anhelo de hallar un atajo a la Iluminación, pones en peligro a este Templo, sellaré tu magia hasta que aprendas a resistir las tentaciones de tu mente soñadora. Si tanto necesitas extinguir esas visiones que te atormentan, persevera en la contemplación. No hay otro Sendero, sino el del humilde abandono y la ardiente caridad.
-…Comprendo, maestro. No volveré a importunaros -replicó Sariil friamente-. Desde ahora, meditaré solo -añadió antes de salir.
Palamas suspiró. Sentía haber sido tan brusco con un chico tan sensible pero, como Hierofante, tenía el deber de proteger el último vestigio de la Logia que quedaba en la Creación, y sabía que Sariil era demasiado individulista como para acatar de grado una norma innegociable.
Última edición por Uriel el 09 May 2022 03:15, editado 1 vez en total.
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Re: Omegangelion (novela fantasía oscura)

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Capítulo IV – Unión Mística
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Pasaron los meses, y llegó el Solsticio de Invierno.
La Visión del Zigurat siguió interrumpiendo las meditaciones de Sariil. Le atormentaba constantemente, recordándole que ya no podía confiar en su maestro, que en la práctica se había desentendido, dejándolo librado a su suerte mientras le prohibía recurrir a la única posible fuente alternativa de saber arcano. Poco importaba que no quisiera o no pudiera ayudarle. De hecho, su incapacidad recordaba inquietantemente a la ceguera que sufría en la Visión.
Cada vez que despertaba de sus pesadillas, Sariil reflexionaba sobre la posibilidad de usar el Espejo de Daat. Ya había descifrado el sigilo y, recordando como el gato espectral lo llevó hasta el Templo, introduciéndolo a través del Espejo mientras Palamas dormía, había deducido que el archimago necesitaba estar consciente para ejercer la Autoridad Espiritual que, como Hierofante, tenía sobre el Espejo. Eso explicaba por qué necesitaba amenazarlo, chantajearle con privarle de la magia, de lo único que, hasta ahora, había dado sentido a su vida.
Llegado a este punto, todo aquello que Palamas había hecho por él, todo el afecto y la sabiduría que le había entregado, se le antojó una limosna hipócrita. Las personas como Sariil, de temperamento melancónico, tienden a buscar excusas para ignorar el amor, en especial si aquellos que dicen amarles les hieren de alguna manera.
Finalmente Sariil llegó a la conclusión, perfectamente lógica desde su punto de vista, de que en el fondo su maestro no le quería. Esta idea le llenó de amargura, pero también le liberó de cadenas mentales como la gratitud o la lealtad.

Tras asegurarse de que Palamas dormía, Sariil se deslizó sigilosamente hasta una cámara de suelo ajedrezado, separada del resto del Templo por un velo púrpura. Era el sanctasanctórum, en cuyo centro se hallaba el Espejo de Daat, que tenía la forma de un disco de vidrio reflectante de unos dos pies de diámetro, encajado entre dos columnas que hacían las veces de marco. La de la izquierda era negra, con UR KASDIM grabado en letras doradas, mientras la de la derecha era blanca, con letras plateadas que rezaban UR ELOHIM.
Mirando fijamnte a su reflejo, Sariil extendió los brazos y posó las yemas de los dedos sobre el cristal, cuya superficie estaba tan fría que parecía hecha de hielo. Ignorando el gélido tacto, Sariil relajó su cuerpo y vació su mente de todo pensamiento salvo la férrea voluntad de activar el Espejo. Ya en trance, embriagado por el éxtasis de la magia, Sariil visualizó al gato espectral y trazó sobre el cristal el sigilo que había aprendido en sus visiones:
«En el Nombre de Ihthys, yo te invoco: Alef-Vav-Resh-Yod-Alef-Lamed».
El cristal, reaccionando a su magia, se tornó negro como la noche. Tentado estuvo de bajar las manos, pues el espejo estaba tan frío que resultaba doloroso al tacto. Sariil tuvo la terrorífica visión de que retiraba las manos y su carne se quedaba pegada al helado espejo. Apretando los dientes, hizo caso omiso del dolor y mantuvo el contacto.
¡En el Portal se abrieron dos ojos! Le entró una desesperada urgencia de apartar la mirada, de retirar las manos, pero antes de que pudiera hacerlo los dos ojos le inmobilizaron con cadenas invisibles e intangibles. ¡el Espejo desapareció! ¡La Cámara desapareció! Sariil no veía nada a su alrededor. No había luz. No había oscuridad. ¡Nada! Nada… salvo los dos ojos que atrapaban los suyos. Los ojos eran grises, grandes y profundos, de pupila alargada. Los ojos del gato espectral. Sariil sabía que si ahora rompía el contacto ocular rompería también el vínculo que unía su alma a su cuerpo y moriría. Entonces, los dos ojos empezaron a absorber su consciencia, lenta pero incesantemente. Sariil sabía que si se dejaba absorber por aquellos ojos también encontraría la muerte. Intentó resistirse, tiró con toda la fuerza de su mente tratando de atraer a aquellos ojos hacia sí, pero era inútil, por mucha fuerza mental que empleara jamás conseguiría vencer a aquellos ojos que seguían tirando de él, seguían absorbiéndolo al modo de arenas movedizas.
La voz de Palamas, de una de sus lecciones, resonó entonces en la mente de Sariil:
«Las vestiduras, fórmulas y objetos sagrados, no tienen sentido en sí mismos, sino como canalizadores de la fe».
Fe. Esa era la clave. Sariil recuperó la consciencia de sí mismo y visualizó que era él quién absorbía los ojos, quién los atraía hacía sí. Creyó firmemente que era así, sintió que era así. Los ojos cesaron de absorber. Todavía le sostenían la mirada, pero ya no estaban en lucha, le apoyaban, le daban el maná que había perdido. Una voz resonó en su mente:
«Relájate. Ahora que tu espíritu es lo bastante fuerte como para recibir el mío sin romperse, podemos unirnos. Conozco muchos Misterios olvidados hace mucho tiempo. Pueden ser tuyos».
El joven esbozó una media sonrisa.
«Comprendo. Me estabas probando. ¿Que hubiera pasado si no hubiera sido capaz de resistir tu magia?»
«Que tu alma se habría consumido. Una muerte dulce, en lugar de la muerte amarga a la que tu maestro, cegado por su orgullo espiritual, te está conduciendo. Tu alma dormiría dentro de mí hasta el Fin de los Tiempos, pero yo no dormiría. Nada me restaría sino contemplar impotente como Ykumini se sume en las tinieblas, pues una misma alma no puede comer dos veces del Fruto de la Iluminación».
«¿Dos veces? ¿Eres acaso Uriil, el hechicero que comió del Fruto e invocó el Diluvio? ¿Como has quedado reducido a la forma de una bestia fantasmal? ¿Qué quieres de mí a cambio de compartir tus dones?».
«¿Por qué crees que el Árbol de la Iluminación está vedado a los mortales, a excepción de aquellos que mueren en santidad, en la plenitud del misticismo? Cuando un mortal que solo posee la Luz de Hod usa el maná del Árbol, Quintaesencia de la Luz de Tiferet, su mente se rompe y la Imagen de Dios, la forma humana, se pierde… Ni siquiera el Avatar, cuando caminó por Ykumini, pudo librarme de esta inmortalidad maldita, pues Él desea que los hombres sean libres, aunque esa libertad les traiga sufrimiento…».
Uriil se interrumpió y miró a lo lejos.
«Las perturbaciones que nuestro encuentro provoca en el Espejo de Daat han despertado a tu maestro. Debes decidir, mientras puedas, si me permites entrar en ti para dormir en tu interior o si te sometes al destino que has visto en tus sueños».
El chico rió amargamente.
«¿Decidir? En la práctica no tengo elección, pues como místico incompleto no poseo el poder de soportar la tortura sin que mi espíritu se quiebre. Te dejo entrar».

-¡¿Oh Sariil, que has hecho?! -exclamó Palamas, atravesando el velo del sansctasanctórum. Obedeciendo la voluntad del archimago, el Espejo de Daat se selló.
-Mirar al mundo que se extiende más allá de este Templo -replicó el joven mientras abría los ojos, unos ojos que, a en contraste con su rostro joven, parecían viejos y cansados-. Ahora mismo, mientras pronuncio estas palabras, la Estrella de los Magi se eleva en la Constelación de Acuario…
El rostro de Palamas se ensombreció.
-Dentro de noventa días -añadió Sariil al ver que su maestro guardaba silencio-, con la Primera Luz del Primer Día del Primer Mes, la Edad de Piscis dará paso a la Edad de Acuario, el Reinado de la Bestia profetizado en las Escrituras, y no habrá lugar de la Creación fuera del alcance de la Oscuridad. Antes de que eso ocurra, llegaré hasta el Árbol de la Iluminación y lo usaré para invocar un Nuevo Diluvio. La Creación será consumida por la Luz Increada y todo acabará.
Palamas meneó la cabeza.
-Planeas utilizar a la Luz Increada para suicidarte, llevándote a la Creación por delante, a fin de impedir el cumplimiento de una profecía contenida en las Escrituras, que no por ser trágica deja de ser profecía. Eso es rebelión… es herejía. El fin no justifica los medios.
-Es el sentido de mi vida, lo único que hace que mi existencia sea algo más que una tragedia absurda -replicó Sariil.
-Es solo una fantasía nihilista, entretejida con tu orgullo adolescente. Puede que lamentar tu propia existencia sea una buena razón para suicidarte, pero no te da derecho a destruir el mundo.
El joven esbozó una media sonrisa.
-Sí que me lo da. Es la Regla Dorada: «Trata a tu prójimo como a ti mismo».
-Sabes muy bien que eso es una exégesis cínica que viola el espíritu de la letra -sentenció Palamas-. No puedes llegar a la Iluminación caminando por las sombras, con un infierno en la mente y el corazón. Si persistes en tu locura, me veré obligado a sellar tu magia y, a pesar de haberme desafiado y traicionado, no quiero hacerlo porque sé que sufrirás más de lo que ya sufres…
-Preferiría que colaboráseis con mi plan voluntariamente, pero estáis ciego -atajó Sariil con una voz peligrosamente suave-. Considerad esto como un acto de compasión, maestro Palamas.
Antes de que Palamas tuviera tiempo de reaccionar, Sariil posó las yemas de los dedos en el Espejo, justo sobre el reflejo del pecho de su maestro, y murmuró unas Palabras de Poder. El pulso psíquico fue letal para el frágil corazón del anciano, que en el acto se desplomó, muerto, sobre el suelo ajedrezado.
Sariil se miró la mano con la que acababa de segar la vida de Palamas. Había temido este enfrentamiento tanto como lo había planificado, asumiendo que lo atormentaría un insoportable remordimiento si tomaba la vida de su maestro, de su único amigo. Pero no sentía nada, nada salvo el deseo de unir el arte de la Unión Mística, quintaesencia del misticismo, con el arte de la evocación, epítome de la magia, para así expirar contemplando a la Creación, el Reino del Diablo, consumirse en la Luz de Dios. Este ideal había llenado su corazón, de modo que no quedaba espacio para nada más.
«No siento remordimiento porque la vida humana, tanto propia como ajena, solo tiene valor en la medida en la que sirve a mi ideal» -concluyó Sariil-. «Además, ha sido limpio y rápido, una liberación del cruel destino que le aguardaba cuando la Torre de Vavel vuelva a levantarse. Cruel destino al que, sin darse cuenta, me estaba arrastrando».
Saliendo de su ensimismamiento, el joven contempló su reflejo y vió como su sencillo gorro de Iniciado se había transformado en la Tiara Solar. A su espalda, el cadáver de Palamas se había desintegrado, dejando solo cenizas blancas con olor a santidad. Esbozando una media sonrisa, Sariil extendió la mano hacia el Espejo de Daat.
«Ahora yo soy el Hierofante. Abre para mí los senderos de la magia, llévame hasta mi hermano».
El Espejo reaccionó ante su magia, proyectando un haz de luz que envolvió a Sariil como una aureola. Un instante después, el joven sintió como su cuerpo se fundía con la luz y desapareció, absorbido por el Espejo de Daat.
Última edición por Uriel el 09 May 2022 03:17, editado 1 vez en total.
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Capítulo V – Realidad y Percepción
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Sigiloso y con la capucha echada, Azrail saltó una verja, no muy diferente de la de su orfanato, para colarse en un cementerio situado a las afueras de Vyzantion. Para un proscrito como él, cuyo rostro figuraba en carteles en los que rezaba «Se busca. Vivo o muerto. Por deserción y asesinato», recurrir a una posada era arriesgado. Este siniestro lugar, evitado incluso por los mendigos debido a los rumores sobre apariciones y fantasmas, era su mejor opción.
Cuando ya empezaba a adormecerse, recostado contra una lápida, Azrail sintió una presencia. Ágil como un felino, desenvainó y se puso en pie con la espada adelantada. Frente a él se hallaba alguien a quién conocía muy bien, alguien que no esperaba volver a ver en esta vida.
-Cuanto tiempo, Azrail -dijo Sariil.
El espadachín, conmocionado, bajó lentamente su arma.
-Así que los rumores eran ciertos -dijo para sí-. Este lugar atrae a los fantasmas.
-Mírame bien, Azrail, y decide tú mismo si soy un fantasma.
Azrail miró a Sariil y vió un rostro que era un reflejo del suyo. El rostro de un joven, no el del niño que, cinco años atrás, había sido forzado al suicidio. Por inexplicable que fuera, Azrail comprendió que su gemelo estaba vivo y que, por las ropas que vestía, era Iniciado.
-¿Como es posible? Yo vi tu cadáver. Lo toqué, incluso.
-…Y se deshizo mientras mis últimos pensamientos resonaban en tu mente -dijo Sariil. No era una pregunta, era una afirmación-. Permíteme ilustrarte, Azrail…
Sariil habló a su hermano sobre Palamas, sobre la Estrella de los Magi, y sobre su encuentro con Uriil.
-…Ha sido un excelente espíritu-guía. Entre otros Misterios, me ha transmitido el Poder de Revelar la Verdad Oculta. Por ejemplo… -Sariil murmuró un hechizo.
Azrail parpadeó como quién despierta de un sueño, y vió que Sariil, que hasta entonces le había parecido tan sólido como él mismo, era en realidad etéreo, incorpóreo, espectral.
-Hermano… -musitó.
El mago esbozó una media sonrisa.
«Yo no tengo hermanos de sangre, Azrail. Solo una vez cometieron mis padres la necedad de atrapar un alma en las cadenas de la materia».
El espadachín retrocedió, perplejo no solo por las palabras de Sariil, sino por haberlas oído en su mente sin que se hubiera establecido un vínculo telepático.
«Nunca has escuchado mi voz, Azrail, salvo en tu mente» -replicó el mago repondiendo a sus pensamientos-. «No puede ser de otro modo, porque eres una tulpa, un espíritu artificial creado para ser lo bastante afín a mí como para ser digno de mi confianza, y a la vez lo bastante diferente como para compensar mis debilidades. Existes porque, tras quedarme huérfano, intuí que no podría sobrevivir solo, de modo que utilicé todo el saber arcano del que disponía para invocarte. Pero un autodidacta de once años, por talentoso que sea, no es un verdadero mago. En el curso de la invocación, perdí el control de la magia y me desmayé. Horas después, tú despertaste en mi cuerpo y yo fuera de él, atrapados en una ilusión como quienes caminan por un sueño».
-P-pero no solo nosotros nos percibíamos como hermanos gemelos -argumentó Azrail, intentando desesperadamente salvar su realidad-. Aetios, Gorgo, Kurgos… ¿como lo explicas?
Sariil esbozó una media sonrisa.
«La realidad depende de la percepción, y nuestra percepción, nublada por la magia, generó experiencias ilusorias, entretejidas en nuestras mentes con las experiencias reales asociadas hasta el punto de ser indistinguibles».
Azrail guardó silencio, intentando asimilar el hecho de que todo lo que le importaba, aquello sobre lo que había fundamentado su vida, no era más que una ilusión.
-…Esto implica que tu suicidio forzado, la tragedia que me hizo perder todo escrúpulo a la hora de derramar sangre humana, que me hizo acometer una masacre en el orfanato, fue una mera alucinación. No te estaba vengando, porque en realidad nunca sufriste ofensa alguna.
«Te equivocas». -replicó Sariil-. «La distorsión de nuestras percepciones no era arbitraria, sino que se correspondía con lo que podríamos denominar una realidad alternativa plausible. Cuando tienes una manzana en la mano sabes que, si la soltaras, caería. Aunque no ocurra, sabes que ocurriría. Del mismo modo, nuestras percepciones sabían que, si hubiéramos sido gemelos, me habrían maltratado hasta llevarme al suicidio. Por tanto, quizá no te vengaras de sus pecados, pero sí de su incurable pecaminosidad. Aniquilar a la chusma no difiere mucho de erradicar una plaga».
-¿Y ahora qué? -atajó Azrail-. ¿Has venido para recuperar tu cuerpo? ¿Vas a… exorcizarme o algo así?
«¿Por qué habría de hacerlo? Tú puedes cuidar de mi cuerpo mucho mejor que yo». -replicó Sariil-. «No me importa vivir como un fantasma incorpóreo, aunque voy a necesitar el concurso de tu espada para llevar a cabo mi plan».
El rostro de Azrail se iluminó.
-Cuenta con ello. En mi corazón, sigo siendo tu hermano gemelo. Mi espada es tuya.
En ese momento, una daga silbó en el aire y fue a clavarse en una lápida detrás de Azrail. En el mango había enrollada una tira de pergamino.
El espadachín desenrrolló el pergamino y lo examinó a la luz de la luna. Luego se lo mostró a Sariil:
ESTA MEDIANOCHE EN EL GRAN COLISEO DUELO A MUERTE
-Es irónico -comentó Azrail-. Llevo siete meses buscando esta oportunidad y ahora, cuando estoy agotado y llevo más de cuarenta horas sin dormir, es cuando Aetios se pone mi alcance.
El mago esbozó una media sonrisa y trazó un sigilo sobre la frente de Azrail. De inmediato, el espadachín sintió que el cansancio se desvanecía. No era como si la necesidad de sueño hubiera desaparecido pero, por ahora, estaba sellada.
«Ve a batirte, hermano, tienes mi bendición». -dijo Sariil-. «Estaré contigo en espíritu».
Última edición por Uriel el 09 May 2022 03:18, editado 1 vez en total.
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Re: Omegangelion (novela fantasía oscura)

Mensaje por Uriel »

Capítulo VI – Quién vive por la Espada…
https://elangeldelomega.wordpress.com/2 ... la-espada/

A media noche, bajo un cielo encapotado del que caían copos de nieve, Azrail recorrió las calles de Vyzantion hasta llegar al coliseo de la ciudad. Imponente y magnífico, era el mayor anfiteatro de toda Ykumini.
Aunque Azrail solo vestía prendas de lino (detestaba la lana, que le resultaba urticante), el gélido viento de la noche invernal no le molestaba en absoluto pues, como suele ocurrir con los introvertidos, Azrail resistía el frío y enfermaba con el calor.
Atravesando la verja, que no había sido cerrada con llave, Azrail recorrió el pasadizo que desembocaba en la gigantesca arena.
El joven divisó una figura, esbelta y elegante, que le observaba desde el palco. Llevaba en la mano una espada curva. Azrail desenvainó.
La silueta bajó de un salto hasta la arena, con notable ligereza. Vestía de negro. El frío tampoco parecía molestar a Aetios, aunque en su caso no era por afinidad con el hielo sino por el espíritu de fuego que ardía en sus ojos como carbones.
-Un buen viento. Apropiado para el festín que va a comenzar -comentó Aetios, trémulo su acento por la sed de sangre.
Azrail no respondió. No había nada que decir.
Los duelistas se acercaron, paso a paso, se detuvieron a la distancia a la que un golpe de espada podía traspasar a uno u a otro. Las hojas reverberaban reflejos cambiantes, irradiando relámpagos azulados, cortando el aire, primero, con unos quedos silbidos. Los cuerpos se movían en una danza que tensaba los miembros en busca del equilibrio perfecto, del punto de fuerza desde el que espera la muerte.
Luego las hojas chocaron con un destello azulado, con un nítido sonido de golpes limpios, cada vez más rápidos, cada vez más acelerados. El filo letal de las espadas rozaba las carnes, resbalaba sobre el acero enemigo, se dirigía hacia los ojos, la frente, el corazón, desviado por la esquiva imprevista de la otra mente, del otro brazo, de la otra hoja. Curva contra recta, espadas opuestas en su forma, y sin embargo afines en su ligereza, su velocidad, su elegancia. De haber sido un duelo público, las gradas habrían permanecido silentes, hipnotizadas por la belleza de la danza asesina que solo los ágiles espadachines sabían bailar.
De pronto, ambos se detuvieron, con las puntas extendidas hacia delante para preparar un nuevo, meditado ataque.
Azrail, viendo su oportunidad, descargó su espada contra el sicario, trayendo en sus ojos el helado aliento de la muerte. Aetios, rápido como un demonio, interpuso su hoja y respondió con fiereza, con una serie de tajos arriesgados, provocando a su enemigo. En uno de los choques saltaron chispas, y por un momento pareció que la espada de Azrail iba a quebrarse.
Pero fue solo un momento. Azrail pareció desaparecer un instante y, al instante siguiente, la punta de su espada se hundía en el pecho de Aetios. El sicario emitió un sonido indefinido, mezcla de dolor y sorpresa, y trató de llevarse a Azrail por delante con un tajo desesperado. Pero Azrail estaba preparado y, tras sacar su esbelta espada con un giro de muñeca, retrocedió de un salto antes de que su oponente pudiera alcanzarlo. La espada de Aetios solo cortó aire y su dueño, herido de muerte, perdió el equilibrio y cayó de bruces.
-Es mi destino… -dijo Aetios para sí, sonriendo mientras su sangre teñía de rojo la nieve sobre la que yacía-. Quién vive por la espada… muere por la espada...
Agotado su aliento, el eunuco expiró. Esbozando una media sonrisa, Azrail sacudió la sangre de su hoja y envainó.
Un instante después, el joven sintió que caía. El sello mágico que había enterrado su agotamiento se había roto y su deuda de sueño, sumada al esfuerzo del duelo, era demasiado para el cuerpo de un muchacho delgado. La voz de Sariil resonó en su mente:
«Duerme, hermano. No temas, yo velaré tu sueño».
Luego todo se puso negro.
Última edición por Uriel el 09 May 2022 03:19, editado 1 vez en total.
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Re: Omegangelion (novela fantasía oscura)

Mensaje por lucia »

Pensé que había comentado en el tema, pero no veo mi mensaje. ¿Parece inspirado en la Biblia y la historia o son imaginaciones mías?

Por cierto, ¿el título hace alusión al final de los ángeles?
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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