La loca historia familiar (I) (Relato)

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Yayonuevededos
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La loca historia familiar (I) (Relato)

Mensaje por Yayonuevededos »

La loca historia familiar
De cómo empezó hasta cómo terminó, aunque no del todo.
Parte primera
El gran cazador blanco

Muchos años después me enteré de las causas que provocaron el fin abrupto de estas excursiones.
Algunos vecinos, entre ellos mi padre, solían juntarse a tomar cerveza, contar mentiras, y pasar la tarde.
Uno de ellos heredó una escopeta. El oráculo de Delfos hubiera profetizado “vende tu arma y vive feliz”. Ya fuera porque Delfos quedaba un poco trasmano o porque “oráculo” termina en “culo”, el caso es que el vaticinio nunca llegó.
“¿Y si salimos de caza?” A cuatro tipos que el único gatillo que habían apretado en su vida era el freno de la bicicleta, la idea les pareció fantástica.
El siguiente paso fue pertrecharse. Lo hicieron a través de un amigo de un amigo de un armero.
Digresión:
A mi viejo le faltaba un tornillo, uno de los gordos (a mí también, pero es otro tornillo y otra historia, así que punto y aparte).
Fin de la digresión.
Mi viejo no podía comprarse una simple escopetita normal, no señor. Se despachó con una de doble cañón. No contento con eso, completó el lote con una canana, una gorra de piel, de esas que las orejeras se atan por encima de la cabeza; un par de borceguíes,diez-cajas de cartuchos-diez, y un pistolón del catorce para dar -llegado el caso- el coup de grâce a alguna perdiz agonizante. También se compró un cuchillo de doble filo con hoja de veinte centímetros, por si tenía que enfrentarse con una liebre a pecho descubierto. Todo cazador experimentado sabe que las liebres son muy de saltarte a la yugular. Nunca confesó cuánto dinero se había gastado.
Pensando en las liebres, y que se las caza mejor de noche, vuelta a salir de compras. Esta vez a la tienda de repuestos de auto a buscar un reflector; uno similar en potencia a los que llevan los helicópteros de la policía. Impaciente por probarlo, papá apenas pudo esperar a que oscureciera. Tan emocionado estaba que no se le ocurrió poner en marcha el motor de la camioneta. A los veinte minutos se achicharró la batería…
Llegó el día señalado.
Mi viejo se puso todo el equipo. Salvo por el pelo, tenía un sospechoso parecido con Elmer Gruñón cuando sale a cazar al pato Lucas. Allí descubrió dos cosas: que la canana llena de cartuchos le bajaba los pantalones, y que la funda del cuchillo le impedía sentarse. Estaba tan emocionado, que se dejó el reflector de Swat en la mesa de la cocina.
Así partieron los cuatro amigos, con las escopetas sin estrenar asomando por las ventanillas; más peligrosos que la pandilla salvaje, para ellos y para el resto de la humanidad.

Volvieron a los dos días. Papá con cinco perdices fusiladas, a razón de una caja de cartuchos por unidad. Por la cantidad de perdigones que sacó mamá de cada una, creo que no erró ningún tiro.
Ante tan contundente éxito, las salidas se multiplicaron. Más perdices, martinetas, gallinas y una liebre atropellada. También se cazaron entre ellos. Uno terminó perdiendo medio dedo gordo. Adujo haber pisado una botella rota, de esas que crecen en el campo de manera espontánea. Más le costó explicar por qué una botella rota hace que el cirujano te saque una docena de perdigones del pie.
La camioneta de papá también sufrió las consecuencias. Apareció un sospechoso agujero en el techo, por el que podía sacarse la cabeza. Lo milagroso fue que todos volvieran con la suya sobre los hombros.
Llegó la última excursión, de la que retornaron sin una miserable pieza. Nada, ni gorriones. Parecía que habían despoblado la provincia de Buenos Aires de toda su fauna salvaje. Llegaron cabizbajos, con cara de circunstancias y lamentándose por el mal resultado. Eso sí, prometían volver al año siguiente en cuanto se terminara el período de veda. Esta promesa no llegó a cumplirse, y todas las armas, junto con cualquier cosa que se relacionara con la caza (incluido el reflector de marras), pasaron a dormir el sueño eterno sobre el ropero.
Aquí retomo lo que mencioné al principio, tardé unos cuantos años en conocer lo que se ocultaba.
Si bien no habían traído ninguna presa, uno de ellos —cuyo nombre me reservo por no manchar su memoria— se llevó a su casa unos robustos gonococos, y los compartió con generosidad.
Penicilina mediante, reunión a puertas cerradas de las respectivas esposas, consejo de guerra, justicia sumaria, un condenado y tres con libertad vigilada.
Ahí terminó la experiencia cinegética. Así y todo, mi viejo nunca quiso desprenderse de esa ferretería. Es que le faltaba ese tornillo gordo.
Las perdices, muy ricas, aunque a cada bocado escupiéramos algún perdigón.
Papá ni las probó.
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lucia
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Re: La loca historia familiar (I) (Relato)

Mensaje por lucia »

Algún cazador frustrado ha acabado comprando las piezas en la volatería para no llegar a casa con las manos vacías. Aquí parece que, además, se han ensañado con ellas para cubrir más el engaño.

El humor tardó en llegar, pero estuvo bien :cunao:
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Yayonuevededos
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Re: La loca historia familiar (I) (Relato)

Mensaje por Yayonuevededos »

lucia escribió: 16 May 2022 21:37 Algún cazador frustrado ha acabado comprando las piezas en la volatería para no llegar a casa con las manos vacías. Aquí parece que, además, se han ensañado con ellas para cubrir más el engaño.

El humor tardó en llegar, pero estuvo bien :cunao:
Tengo la sensación de que alguna incursión anterior también estuvo amañada :boese040:
Antiguo proverbio árabe:
Si vas por el desierto y los tuaregs te invitan a jugar al ajedrez por algo que duela, acepta, pero cuida mucho tu rey.
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