¡Se me acabaron los ornitorrincos!

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Yayonuevededos
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¡Se me acabaron los ornitorrincos!

Mensaje por Yayonuevededos »

—Buenas tardes —dijo un hombre desde la puerta.
—Buenas... tardes —dije casi sin aliento. No era para menos: la pareja resplandecía. Sí, sí. Resplandecían, como esos muñecos que llevan una lamparita adentro.
Se acercaron, cruzando el salón.
La ropa color crema les quedaba pintada. Usaban unos brillantes y oscurísimos anteojos de sol. La mujer me recordó a Yoko Ono cuando era joven. Él llevaba un panamá legítimo y ella una capelina al tono. ¿Serían turistas? ¿Turistas en nuestro negocio?
La mujer no dijo nada, pero hizo una graciosa inclinación de cabeza, se sostenía la capelina como si hubiera viento. El brazo, la mano, eran marfil pulido, y las uñas rojas. Muy rojas.
—Usted. Ustedes dirán en qué les puedo servir.
—Quiero comprar... —dijo el hombre, y hablaba con acento: el castellano no era su idioma natal—. Quiero comprar un ornitorrinco.
—¡Un ornit...! ¡Un qué!
—Un ornitorrinco —repitió. Me sonó como ornitorinco.
La mujer asintió con una sonrisa muy Hollywood.
Me temblaron las rodillas: locos, marcianos, turistas. ¿Quién más puede entrar en un negocio que da a la calle? Además, Jerry llegaría de un momento a otro, y su carácter es de lo peor.
—Lo siento —dije—. No vendemos ornitorrincos. Nuestra especialidad son las tuercas y tornillos. ¿Necesita alguno?
El hombre también sonrió estilo Hollywood.
—No gracias. Sólo quiero comprarle un ornitorinco.
Fue mi turno Hollywoodense. Le dije que me era imposible venderle un ornitorrinco.
—Me es imposible venderle un ornitorrinco.
—Pero, ¿por qué? —dijo el hombre. Algo, en el interior de su cuerpo, empezó a moverse.
—Porque, señor mío —dije casi sin contenerme—, en este lugar no-ven-de-mos-o-ni-to-rrin-cos.
La mujer miraba hacia arriba, como si los ornitorrincos estuvieran pegados en el cielo raso. El cuello, valga el lugar común, era el de un cisne.
El hombre usó la mano libre para agarrase al borde del mostrador. Un globo —¿lo habré imaginado?—se le formó en la frente y se desinfló casi al instante.
—Escúcheme —dijo en tono de confidencia—, ponga su precio. Compraré el ornitorinco y me iré sin hacer preguntas.
Algo pasaba con el pelo de la mujer, escapaba por debajo de la capelina y ondulaba.
Por el rabillo del ojo vi que Jerry pasaba por detrás de la pareja. El sombrero calado hasta los ojos, la bufanda verde arrollada, el cigarrillo mordido, las manos enfundadas en los bolsillos de la gabardina. No me hizo falta más para saber que venía de mal humor.
Rodeó el mostrador y se escondió en la oficinita del fondo. El portazo debe haberse escuchado en la China.
Me concentré en el hombre y la mujer.
—Oiga —le dije—, yo no soy una persona que usted pueda corromper. ¡Y no vendemos ornitorrincos! Mire mis labios: No ornitorrincos. Ornitorrincos, no.
—Tengo dinero para los dos —dijo. La voz cambiaba: pasaba del chirrido de un insecto, al rumor de un oso masticando—. Dinero para usted y para el otro. Dinero para comprar toda la tienda. Quiero mi ornitorinco.
Así que el tipo había observado a Jerry. A pesar de su obsesión, se había dado tiempo para eso, también.
La mujer hizo una brusca contorsión, y pude ver la cabeza de una serpiente ocultándose debajo de la capelina. El hombre seguía sosteniéndola de la mano, pero el brazo de ella era una banda de goma que se estiraba.
—¡Tuercas! —intenté—. ¡Tuercas con rosca derecha y rosca izquierda! ¡Tuercas diminutas y tuercas gigantes! ¡Tuercas de hierro, de bronce, de aluminio y de acero! Pero ornitorrincos, no. Por el amor de Dios. Ornitorrincos, no.
—¡Ella lo necesita! —de la voz se desprendían escamas de óxido, chispas—. Mírela. ¿No le da pena? ¿No tiene corazón, usted?
La cosa se me iba de las manos. Recé para que Jerry no se asomara y dijera alguna de sus lindezas.
El pecho del hombre creció hasta convertirse en un barril, la nariz le goteó derritiéndose a medias. La cabeza de la mujer dio un giro completo, le chorreaba algo verde y espeso por los oídos.
—¡Ya sé! —dije—. Lo que usted necesita es un tornillo. Un tornillo muy especial. Creo que me queda alguno. Si me espera un minuto, yo...
El aullido me crispó los nervios. Si nos hubiéramos encontrado en una cristalería, seguro que estallaba hasta la última copa. Un cajón de tornillos cayó al suelo, y el contenido se diseminó por todo el piso.
—¡Un ornitorincooooooo! —relinchó—. ¡Uno solo!
—Ni uno. Ni uno pequeñito —dije mostrándole las palmas—. Ni uno pequeñito y enfermo. Ni uno fallado y para devolución.
La mujer se disolvía en un humor burbujeante y pútrido. Sobre la masa de un marrón enfermizo flotaban retazos de tela clara y la uñas muy rojas. El hombre no soltaba lo que había sido el brazo y que, ahora, mostraba el aspecto de un pedipalpo descomunal. Aunque ya no parecía un hombre: el pecho se le había plegado hacia adentro y, por los desgarrones de la camisa, advertí una superficie quitinosa, iridiscente.
Sus piernas habían desarrollado nuevas articulaciones, demasiadas, y se quebraban en ángulos de pesadilla.
—Un ornitorinco —zumbó, meneando lo que había sido su cabeza—. Antes de que sea tarde.
—Lo siento mucho —dije—. ¡Se me acabaron los ornitorrincos!
Todavía le crecieron unas antenas inquietas antes de que la masa oscura lo absorbiera. Las vi hundirse en un océano gelatinoso y burbujeante. Después, la masa se tragó el panamá y la capelina, se convirtió en un líquido cloacal, en vapor sulfuroso, en nada.
Suspiré.


Cerré la puerta de la oficina y apoyé la espalda.
—Qué querían —preguntó Jerry con voz nasal. Se encontraba tras el escritorio metálico, y había colgado el sombrero y la gabardina en el perchero.
—Nada. Lo de siempre: un ornitorrinco.
—¿Y qué les dijiste?
—Que no vendemos ornitorrincos.
—Te escuché decir que se te habían acabado... —Los ojos de Jerry eran dos piedras, negras y brillantes, que me estudiaban—. ¿Me equivoco?
—¡Sí! ¡No! Bueno, sí... —me pasé la lengua por los labios—, puede ser. Me exasperé.
Jerry, contoneándose, se apartó del escritorio y avanzó hacia mí. Pensé que en la oficina hacía mucho calor, y quise abrir la puerta. Jerry me lo impidió.
—¿Se te acabaron los ornitorrincos o no? ¡Mirame cuando te hablo! ¿Vendés ornitorrincos?
—No, Jerry —dije torciendo la cara para evitar su examen—. No vendo ornitorrincos, te lo juro. Nunca, en toda mi vida, vendí un ornitorrinco.
Me estrelló contra la pared. Mis zapatos apenas rozaban el linóleo. Su aliento hedía a maíz fermentado, a inmundos pescados de río.
—¡La verdad!
—Es cierto, Jerry —dije. Me ardían los párpados. Se me quebró la voz—. Nunca Jerry, nunca.
—Bueno —dijo sin soltarme del todo—. Quizás yo también me exasperé. ¿Amigos?
—Amigos —dije, y asentí varias veces, sin levantar la vista del suelo.
—Esos dos van a volver —dijo. Me alisó la camisa con sus manos ásperas—. Disfrazados de otra cosa, pero van a volver. Mañana desmontamos el negocio y nos mudamos.
—Como digas, Jerry.
Retrocedió un paso, y aproveché para salir de la oficina.
Su voz me siguió por el local:
—Ya es tarde, bajá la cortina.
—Sí, Jerry.
—Y, antes de apagar las luces, andá al sótano y dales bien de comer a los ornitorrincos: andan medio inquietos.
—Es la época, Jerry —dije de espaldas.
La cortina traqueteó mientras bajaba por las guías.
—Sí —dijo—, ya hay dos hembras en celo.
—Hay que separar a los machos.
—Enjaulalos después de alimentarlos. Si no, te van a romper las manos a picotazos.
Tuve una idea y pregunté:
—Jerry, cuando nos mudemos, voy a necesitar una nueva identidad. ¿Pensaste en mi nuevo nombre?
—Sí —dijo con tono divertido—. Desde mañana, y hasta que vuelvan a encontrarnos, te vas a llamar Yayonuevededos.
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Re: ¡Se me acabaron los ornitorrincos!

Mensaje por lucia »

Ahora me has dejado intrigada con la historia… ¡Quieeeeeeeroooooo máaaaas! :paranoico:
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Megan
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Re: ¡Se me acabaron los ornitorrincos!

Mensaje por Megan »

¡Wow! Qué buena trama, Yayo. Entonces tenían ornitorrincos, pero, ¿por qué no se lo vendieron a la pareja? eso me queda sin entender, además de por qué una ferretería tenía ornitorrincos..., a ver si nos contás un poco más, :lista: .

John y Yoko se casaron vestidos como esa pareja, además Yoko llevaba lentes grandes y negros, supongo que por eso la recordaste.

No puedo dejar de poner la foto, fue en 1969, :D .

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lucia
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Re: ¡Se me acabaron los ornitorrincos!

Mensaje por lucia »

Son insectoides o lo extraterrestres y necesitaban los ornitorrincos para sobrevivir :cunao:
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Yayonuevededos
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Re: ¡Se me acabaron los ornitorrincos!

Mensaje por Yayonuevededos »

jajajaaaaa
Se me ocurrió que los ornitorrincos (qué difícil es escribirlo) podían ser algo valioso. Jerry y yo los tenemos escondidos en una ferretería que hace de tapadera. Mientras, unos seres extraños (y muy estrafalarios) quieren al menos uno. ¿Por qué? No tengo ni la menor idea, salvo que el bicho es vital para ellos (y que no se rendirán con facilidad). La descripción de ambos funciona bien, hace que te rasques la cabeza pensando en qué les pasa y a qué viene tanta urgencia.
Elegí los ornitorrincos porque ellos también son bastante extraños: mamífero, ovíparo, venenoso (el macho tiene un espolón ponzoñoso), hocico pico de pato, cola de castor y patas de nutria (lo hicieron con lo que sobraba de otras especies), es capaz de oler bajo el agua. No me hubiera servido un animal común y corriente.
El texto quedó como una mezcla de ciencia ficción, fantasía y comedia de enredos (me faltó la torta de crema en la cara).
Me alegro de que lo hayan disfrutado.

Saludos de monotrema
Marcelo
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Re: ¡Se me acabaron los ornitorrincos!

Mensaje por Megan »

lucia escribió: 04 Jul 2022 21:31 Son insectoides o lo extraterrestres y necesitaban los ornitorrincos para sobrevivir :cunao:
Puede ser lo que dice, Lu, y lo aclaraste con esto:

«Todavía le crecieron unas antenas inquietas antes de que la masa oscura lo absorbiera. Las vi hundirse en un océano gelatinoso y burbujeante. Después, la masa se tragó el panamá y la capelina, se convirtió en un líquido cloacal, en vapor sulfuroso, en nada».

Muy bien logrado, :D :hola: .
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