La hoja de doble filo le entró oblicua, de abajo a arriba, hasta el gavilán. Sanguinetti vio cómo Ayala la retiraba velada de rojo, y daba un paso atrás. Las piernas se le doblaron, y le dio rabia que su enemigo lo viera así, de rodillas. Hubo como un siseo, y no supo si se le escapaba por la boca o por la herida. Su propio cuchillo se le resbaló, no lo oyó caer.
Se la tenían jurada desde hacía mucho tiempo. Sin embargo ninguno buscó al otro para saldar deudas. Fue el destino el que los cruzó, una noche de tantas, cerca del prostíbulo.
Todo por una hembra: La Francesa, que al final había volado con otro gavilán.
A ellos les quedó la ausencia, los celos y el rencor.
Ayala fue el primero en reconocer al otro, y se plantó bajo el farol. No era hombre de aprovechar la ventaja en una traición.
—Sanguinetti —dijo.
—Don Ayala...
No hubo más saludo que esas palabras y el desenvainar de los aceros.
Fintas y amagos los llevaron a un baldío de pastos crecidos, entre dos casas. Fuera de la luz crepuscular del alumbrado, la luna llena iluminaba a los tauras, poniendo reflejos de muerte en el vivorear de los metales. Sanguinetti tenía fama de rápido, y atacaba sin parar. Ayala, sólido, aguantaba los embates y —cuando podía— metía la daga por los resquicios de la defensa de su antagonista.
El yuyal, húmedo de rocío, entorpecía los movimientos, se les enredaba en las perneras.
Resbaló Ayala en un retroceso, y Sanguinetti le hachó la cara. Rebotó el metal sobre el hueso. Un tajo desde la ceja hasta la barbilla. El herido se recompuso a medias, aturdido, trastabilló y restañó con la manga la sangre que le tapaba un ojo.
Fue entonces cuando Sanguinetti, creyendo en la victoria, se tiró a fondo, un poco alto; y Ayala, encogido, lo ensartó por debajo del cinturón.
No hubo grito de triunfo, nada más un silencio turbio, que ni el pastizal se atrevió a quebrar.
Ayala se acercó tambaleando, sin apuro, respetuoso de la muerte inminente, y limpió el cuchillo en las hombreras del vencido.
Ya se alejaba del baldío cuando la voz de Sanguinetti, un burbujeo, le pegó en la espalda.
—¡A vos tampoco te quería! ¡A vos tampoco!
* Taura: hombre de ley, valiente, bravucón.
La noche y los tauras (Relato)
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La noche y los tauras (Relato)
Última edición por Yayonuevededos el 20 Jul 2022 17:05, editado 1 vez en total.
Antiguo proverbio árabe:
Si vas por el desierto y los tuaregs te invitan a jugar al ajedrez por algo que duela, acepta, pero cuida mucho tu rey.
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Re: La noche y los tauras (Relato)
¿Una hoja de cuatro filos? ¡Serás exagerao!
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Re: La noche y los tauras (Relato)
En tu casa tienes cuchillos de un solo filo, los usas en la mesa. De dos filos, que usas en la cocina. Si tienen filos por las dos aristas, tienen cuatro filos. Se cuenta un filo por bisel. Sagerao, me dices.
Antiguo proverbio árabe:
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Re: La noche y los tauras (Relato)
Busqué en un foro de armas y no deben de contar igual que tú los filos.
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Re: La noche y los tauras (Relato)
Vale. dos filos, entonces
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