Función trasnoche (Relato)

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Yayonuevededos
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Función trasnoche (Relato)

Mensaje por Yayonuevededos »

—Mami, tengo sed —la vocecita de Camila.
—No abras —le digo a Susana, y grito en dirección a la puerta del dormitorio—. ¡Cami, andate a la cama!
—¡Ya voy corazón! —le avisa Susy. Y me dice que no sea ogro, que todavía es chiquita.
—Ogro o no —refunfuño—, ¿a mí cuándo me toca?
Estiro la mano y le acaricio un pecho a través del camisón.
—Cuando se duerman —dice—. En un ratito, cariño.
—¡Mami! —grita, ahora, uno de los mellizos: Ariel o Ignacio, no sé— ¡Camila llora!
—¡Papá! ¿Puedo prender la tele? —presiona el otro.
Estamos sitiados.
—Ahí los tenés —digo, y me tapo la cabeza con la sábana—. El trío completo.
Susana le da un vaso de agua a Cami, que toma dos sorbitos y no quiere más. Manda a los mellizos a su habitación, y no, no pueden prender la tele porque es tarde.
Oigo su voz amortiguada, y los “hasta mañana, mami” de los pequeños forajidos. Silencio.
Pasitos menudos.
¡Camila! —dice la madre— ¡Vení para acá!
Los varones se inquietan otra vez.
—¡Mamá! Mirá lo que hace Nacho.
—¡Yo no! Es él.
Siento que mi hija menor se trepa a la cama, se acurruca a mi lado.
—Papi —dice melosa—. Papito, ¿puedo dormir con vos?
Me doy la vuelta. Camila es un bulto tibio en la penumbra.
—No, mi amor. Ya te lo expliqué: vos tenés tu propia cama; papá y mamá, la suya.
—Pero duermen en la “misma” cama —dice Gatúbela—. A mi me mandan a otro lugar, lejos, solita.
—No me hagás enojar —le digo—. Ahora, como una nena grande, andá a tu cuarto y acostate.
Me acaricia la cara.
—Dale, pá —dice—. Yo me duermo, y si querés darle besitos a mamá, yo te dejo.
—No, Cami. Basta.
Intuyo su boca, haciendo un puchero.
—Entonces —negocia—, ¿me llevás a upa?
Es mi turno de levantarme. Con Camila en brazos recorro el pasillo. La acuesto, le acomodo las mantas. Acaricio su frente y la beso.
—Hasta mañana, que sueñes con los angelitos.
—Hasta mañana, papito.
Desde el otro dormitorio, me llegan los murmullos de Susana amansando a las fieras.
Me vuelvo sin hacer ruido.
—Papi.
—¿Qué, Camila? ¿Qué querés?
—¿Me contás un cuento?
—No, ya es tarde, dormite.
—Uno, así de chiquitito —Cuando me levanto ya no estás, y ahora no me querés contar un cuentito. Sos un malo. ¡Uno solo, chiquitito!
Susy se asoma.
—¿Qué pasa acá?
—Papi es malo —dice la pequeña manipuladora—, no me quiere contar un cuento.
Junto a mis rodillas, aparece la cabeza de uno de los mellizos: Ariel o Ignacio, no sé.
—¡Nacho! ¡Vení que papá va a contar un cuento!
—Susana, hacé algo —le ruego.
Mi mujer niega con la cabeza y se va hacia nuestro dormitorio. Antes de entrar, gira hacia mí y se palmea la cadera. Ya sé de quién aprendió Camila.
“Ceder para vencer”, me había dicho el profesor de defensa personal. Justito antes de revolearme por el aire.
—Uno solo —les advierto—. Después cada uno a dormir. ¡Sin reclamos!
Los tres se acomodan. Estiro el cobertor y me siento a los pies de la cama.
—Pero que sea muy largo. Larguísimo.
—¡De monstruos!
—De Barbies.
—Los de Barbies son cuentos de nenas.
—¡Y yo soy una nena, nene!
—Cállense que ahí va —empiezo—. Una vez, en esta misma casa, encontramos dos dinosaurios.
—Eso no es un cuento —dice Camila, acusadora.
—Es —replico—. Y no me interrumpas. Encontramos dos dinosaurios espantosos y feos. Eran peludos y sin dientes. Llenos de piojos y cucarachas.
—¡Verdes! —dice Ariel o Nacho, no sé.
—¡Negros!
—¿Verdes o negros, papi?
—El lomo era negro, y la panza, verde —aclaro, salomónico—Al principio lloraban a gritos, tomaban la teta y se hacían caca a cada rato.
—Los dinosaurios no toman la teta.
—Estos sí —digo.
—¿Eran tiranosaurios?
—¿Brontosaurios?
—¡Los brontosaurios son unos boludos! ¡Mejor, tiranosaurios!
—¡Papá! ¡Nacho dijo “boludo”!
—¡Se me callan ya mismo! —los reto—. ¡No quiero escuchar más malas palabras!
—¿Entonces qué eran?
—Ehhh… —dudo—. ¡Mellisaurios espantosientos! No se destapen que hace frío.
—¿Y yo? —pregunta Camila. Debe sentir que no tiene protagonismo.
—Esperá. Los dinosaurios aprendieron a caminar.
—¡Los mellisaurios no son negros y verdes!
—¡Estos sí! —digo, para zanjar la cuestión.
—¿Y yo? —insiste Cami.
—Tuvimos que agrandar la casa. Estábamos tan, pero tan contentos con los mellisaurios espantosientos y feos que decidimos comprar otro.
—¡Una “dinosauria” así! —dice Cami, y junta las manos regordetas como si sostuviera un cachorro—. ¿Era rosa, papi?
—No hay “dinosaurias”! —se escandaliza Ignacio, Ariel o vaya uno a saber quién.
—¡Hay!
—No, nena —la instruye Ariel. Juraría que es Ariel—. Hay dinosaurios varones y dinosaurios mujeres.
—¡Basta, che! —impongo mi dudosa autoridad—. ¡O el cuento se termina acá! Compramos un dinosaurio gordito, nena, color rosa. ¡Y se acabó!
—¡Zas! —dice Ignacio—. ¡Ya le metiste la semilla a mamá!
Se codean, se hacen guiños. ¿Cómo llegué hasta acá? El cuento era para dormirlos.
—Los dinosaurios…
—Papi —dice Camila—, ¿vos le pusiste una semillita a mami?
—Sí, mi amor. Resulta que los espantosientos y la gordinfla…
—¿Y por qué Nacho y Ari nacieron juntos?
Tres pares de ojos me acechan. A mis espaldas, siento que Susana dice:
—Sí, “papi”, explicales.
Giro para observarla: con los brazos cruzados, se apoya en el marco de la puerta; descalza, en camisón y con el pelo suelto. Una sonrisa baila en su cara angulosa.
—Uhhh, es que ese día puse dos semillitas. Los dinosaurios peludos…
—¿Y cómo hiciste?
—Puse una —aventuro—, me olvidé y al rato puse otra.
—Pero qué señor más olvidadizo —la voz de Susy lo dice todo.
—¿A vos —le digo, resentido— no te preguntan nada?
—Todo el día. Hoy comparan versiones.
—¿Cuántas semillas —me bombardea Nacho— se pueden poner al mismo tiempo?
—¿Por qué —pregunta Camila, implacable— las semillitas las pone el papá?
—Porque las tiene en el pito, nena —dice Ariel.
—¡No! —corrige el otro bestia— ¡En las bolas!
—¡Basta! ¡Se terminó el cuento! —un buen enojo debería librarme de la inquisición—. ¡A dormir! ¿Qué dije de las malas palabras?
—¡Papi! —interroga Camila, con cara de asco— ¿Le pusiste el pito en la chochi a mamá?
De nada vale una mirada implorante, Susana se inspecciona las uñas.
—See... —digo, hablando entre dientes.
—Ajjj…
Me llevo a los mellizos, uno abajo de cada brazo, a su dormitorio. Aprovechan para tirarse del pelo.
Consigo acomodarlos en las camas marineras, entre sus muñecos Pokemon. Pongo en orden algunos libros de pintar, lápices de colores y piecitas de Lego. Les doy las buenas noches, los beso y les revuelvo el pelo. Nacho me abraza.
—Te quiero mucho, papá.
—Yo también —reclama Ariel.
—Y yo a los dos, espantosientos. Ahora duerman.

Camila ronca con suavidad. Se chupa el dedo y abraza a José, su conejo de peluche. Antes de apagar el velador de Mickey, Susana la contempla un instante.
—Pobre criatura —cuchichea conteniendo la risa—, el padre le mete el pito en la chochi a la mamá… Aunque muy de vez en cuando.
—Qué tipo vicioso —digo en el mismo tono, y la pellizco—. Habría que denunciarlo.
En el pasillo se oprime contra mí. Nos besamos. Un beso largo, de labios húmedos y lenguas encontradas.
A los tropezones, alcanzamos a encerrarnos otra vez. La ropa vuela. Rodamos por la cama.
—¿Así que te olvidaste? —susurra, y me muerde el pecho— ¿No te acordás cómo me pusiste las dos semillitas juntas?
—Soy un desmemoriado —digo en su oído y, sosteniéndola por las muñecas, la aplasto contra la sábana arrugada—. Pero, creo recordar que…
Le beso los senos, el cuello. Susana levanta su espalda en un arco, y sus piernas enlazan mi cintura.

—¡Papi! —grita Camila desde su cuarto— ¡Quiero pis!
Antiguo proverbio árabe:
Si vas por el desierto y los tuaregs te invitan a jugar al ajedrez por algo que duela, acepta, pero cuida mucho tu rey.
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Gavalia
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Re: Función trasnoche (Relato)

Mensaje por Gavalia »

Me ha parecido tan tierno como divertido, yayo. Me he visto en esas unas cuantas veces con el pesado de mi hijo, hace ya tiempo de eso, pero para mí es como si hubiese sucedido ayer mismo. Lo extraño era tener ganas de coger con semejante panorama, moraleja: la jodienda no tiene enmienda y los dinosaurios siguen entre nosotros.
Saludos.
--- Pareces atribulado!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
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Yayonuevededos
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Re: Función trasnoche (Relato)

Mensaje por Yayonuevededos »

Gavalia escribió: 29 Jul 2022 14:07 Me ha parecido tan tierno como divertido, yayo. Me he visto en esas unas cuantas veces con el pesado de mi hijo, hace ya tiempo de eso, pero para mí es como si hubiese sucedido ayer mismo. Lo extraño era tener ganas de coger con semejante panorama, moraleja: la jodienda no tiene enmienda y los dinosaurios siguen entre nosotros.
Saludos.
Jajajajaaa
"Cuando son chicos te dan ganas de comértelos, y cuando crecen te preguntás por qué no te los comiste" :hombros:
Para tener una vida asexuada no hace falta recluirse en un monasterio, alcanza con tener hijos. :no:

Saludos de abstinencia,
Marcelo
Antiguo proverbio árabe:
Si vas por el desierto y los tuaregs te invitan a jugar al ajedrez por algo que duela, acepta, pero cuida mucho tu rey.
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lucia
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Re: Función trasnoche (Relato)

Mensaje por lucia »

Y por eso, de vez en cuando, encasquetan una o dos noches a los pobres abuelos o tíos a los que pillan desprevenidos :cunao: :lol:
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Yayonuevededos
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Re: Función trasnoche (Relato)

Mensaje por Yayonuevededos »

lucia escribió: 30 Jul 2022 11:30 Y por eso, de vez en cuando, encasquetan una o dos noches a los pobres abuelos o tíos a los que pillan desprevenidos :cunao: :lol:
El plan B es dejarlos en una canastita a las puertas de la iglesia (o la guardia civil) :cunao:
Antiguo proverbio árabe:
Si vas por el desierto y los tuaregs te invitan a jugar al ajedrez por algo que duela, acepta, pero cuida mucho tu rey.
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Edgardo Benitez
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Re: Función trasnoche (Relato)

Mensaje por Edgardo Benitez »

Muy divertido y real.
¡Hay vida antes de la muerte!
Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni les importa.
Pero si te pego en el centro, será por filosofía.
Pero por poesía, serás mi centro.
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