Deseos oscuros (Fanfic sobre "Crónicas vampíricas")

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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kassiopea
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Re: Deseos oscuros (fanfic sobre "Crónicas vampíricas")

Mensaje por kassiopea »

Sí, de momento voy a dedicarme a seguir escribiendo la historia. Tengo una idea general en la cabeza de lo que ocurrirá, pero la verdad es que lo voy desarrollando sobre la marcha. No sé si al final tendré que modificar algo de lo ya escrito para que todo cuadre mejor... Seguramente me tocará hacer bastante repaso :P

Voy por la mitad del capítulo 4...
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Re: Deseos oscuros (fanfic sobre "Crónicas vampíricas")

Mensaje por kassiopea »

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Capítulo 4: Hambre

Contrariado y hambriento, así se sentía Damon. Seguía sin comprender cómo la chica había escapado ante sus narices. Estuvo tan cerca... Durante unos segundos había sentido la calidez de su piel, la suavidad de sus labios y la pulsión de la sangre que corría por sus venas, pero no había conseguido poseerla. La había deseado desde que la vio en el invernadero con su vestido azul y solo imaginando el instante en que la haría suya había logrado contenerse durante toda la tarde.

Entró en la cocina dando un puñetazo en la puerta y abrió el frigorífico donde almacenaban las bolsas de sangre. Llenó un vaso y apuró el contenido con avidez, pero siguió sintiéndose insatisfecho. Tenía que salir de caza. Atrapar a una presa y alimentarse de ella. Buscó entonces las llaves de su coche y tomó el desvío hacia Mystic Falls.

No había recorrido ni un kilómetro cuando vio las luces de un vehículo que había terminado chocando contra un árbol al salirse de la carretera. Al acercarse, mientras se detenía en el arcén, se dio cuenta de que se trataba de la camioneta de Lilith y salió corriendo del coche utilizando su velocidad sobrenatural.

La chica se había golpeado la cabeza contra el volante y tenía una herida muy fea en la frente. Damon desabrochó el cinturón de seguridad que la mantenía sujeta y cogió en brazos a Lilith para luego depositarla sobre la hierba con mucho cuidado. Advirtió que tenía contusiones en una pierna y un brazo, pero lo que más le preocupaba era la herida de la cabeza. Sin pensarlo más, hundió los colmillos en su propia muñeca para abrirse una herida.

—Tienes que beber esto para curarte —dijo mientras dejaba que su sangre goteara sobre los labios de ella—. ¡Despierta, Lilith!

Los ojos de Lilith se abrieron de par en par. Tenía las pupilas tan dilatadas que sus ojos grises parecían negros. De repente sujetó el brazo de Damon con una fuerza inusitada y separó los labios para colocarlos sobre la herida sangrante. Empezó a beber con tanta avidez que al vampiro se le aflojaron las piernas debido a la pérdida de sangre, pero también por el placer que sentía. Se tumbó junto a ella y, con el brazo que le quedaba libre, acarició sus cabellos mientras la chica bebía.

—Ya puedes parar, nena —susurró un poco después—. Me vas a dejar seco...

Ella seguía absorta bebiendo de él, por lo que al final Damon empleó toda la fuerza que le quedaba para liberar su brazo. Entonces a Lilith se le cerraron los ojos y cayó en un sueño profundo. El vampiro recordó que en el coche llevaba alguna bolsa de sangre para casos de emergencia y no había duda de que ésta era la ocasión perfecta. Tras apurar hasta la última gota, acomodó el cuerpo de Lilith en el asiento trasero y dio media vuelta de regreso a la mansión.

Damon explicó a su hermano todo lo que había ocurrido y ambos estuvieron de acuerdo en que era algo muy inusual. Decidieron instalar a Lilith en la habitación azul que tanto le había gustado para estar pendientes de ella en cuanto despertara.





El sol se encontraba en su punto más alto cuando Lilith despertó. En un primer momento se sobresaltó al descubrir que no estaba en su habitación del hostal, pero luego empezó a recordar que había sufrido un accidente muy cerca de la mansión Salvatore. Apartó las sábanas y se sentó en el borde de aquella cama majestuosa. En ese momento se dio cuenta de que llevaba puesto un pijama de hombre que le venía grande. Buscó por toda la habitación, pero no encontró su ropa.

De la cocina salía un aroma delicioso, por lo que Lilith se encaminó hacia allí. Stefan estaba preparando la comida y, por lo visto, se le daba muy bien. Aquella estancia estaba equipada con mobiliario y electrodomésticos modernos y eso hacía que desentonara con el resto de la casa.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Stefan tras saludarla.

—La verdad es que me siento genial. Hacía mucho tiempo que no descansaba tan bien.

—¿Recuerdas el accidente? ¿Cómo ocurrió?

Stefan dejó de remover el contenido de una cacerola para fijar su atención en la chica.

—Había niebla en la carretera y un cuervo se lanzó sobre el parabrisas. Me asusté... Todo es un poco confuso. Luego solo recuerdo el sabor de la sangre en la boca.

—Damon te encontró. Es una suerte que solo te dieras un leve golpe en la cabeza.

Ella se acarició la frente y asintió.

—Sí, tienes razón. Muchas gracias por toda vuestra ayuda —comentó mirándole con agradecimiento—. Por cierto, ¿de quién es este pijama?

—Es mío —admitió él sonriendo—. Pero tranquila, te lo puso la señora Moore, nuestra ama de llaves. Hemos tenido que lavar tu vestido.

—¡Oh!, claro. ¿Sabes qué? ¡Tengo mucha hambre!

Stefan y Lilith estaban comiendo en el salón cuando llegó Damon con su mejor amigo, Alaric Saltzman, un hombretón de mediana edad que daba clases de historia en el instituto. A Lilith le cayó muy bien y se sintió un poco avergonzada por ir en pijama por la casa, pero los Salvatore explicaron a su amigo lo del accidente y todo quedó aclarado. Alaric aceptó de buen grado la invitación de Stefan y se sirvió un buen plato.

Los hombres empezaron a hablar sobre la reunión del Consejo de Fundadores que había tenido lugar por la mañana y Lilith decidió subir a su habitación para dejarlos debatir sobre sus asuntos. Se entretuvo un rato abriendo todos los cajoncitos del escritorio y, aunque encontró dos escondrijos más, estaban vacíos. Luego fue al baño contiguo y se sintió como una emperatriz al meterse en la bañera que tenía patas de león.

Al poco rato oyó unos golpecitos en la puerta de la habitación. “Caramba, ¿tenían que llamar justo ahora?”, murmuró. Se incorporó rápidamente y se cubrió con la toalla más grande que encontró. “¡Un momento!”, exclamó mientras sujetaba los cabellos mojados en lo alto de la cabeza con una pinza. Abrió la puerta dejando solo un pequeño resquicio y asomó la cabeza.

—Servicio de habitaciones —dijo Damon. Introdujo su brazo por el resquicio de la puerta para ofrecerle su vestido limpio. Lilith fue a cogerlo, pero él apartó el brazo con más rapidez.

—Venga, Damon. Estoy mojando toda la alfombra —espetó ella con bastante acritud. El vampiro volvió a ofrecerle la prenda y esta vez dejó que la cogiera. La chica se apresuró a cerrar mientras él sonreía.

Lilith bajó al salón un rato después. Llevaba su vestido azul y había tomado la decisión de que lo mejor era volver al hostal. No tenía sentido seguir más tiempo en la mansión de dos extraños, por mucho que la hubieran tratado con gran amabilidad —por lo menos uno de ellos—. Stefan apareció tras ella de improviso y la chica dio un respingo porque no le había oído acercarse.

—Tu camioneta está en el taller, pero si te quieres marchar puedo llevarte ahora mismo al hostal —comentó Stefan después de que Lilith le contara lo que había decidido. Ella le dio las gracias.

Salieron por la puerta principal y caminaron hasta el garaje que estaba adosado a la casa. Lilith esperó a que él sacara el coche y quedó maravillada al contemplar un Porsche 356B de color rojo, un clásico entre los clásicos. “Es mi tesoro”, confesó Stefan con un brillo especial en los ojos. Lilith se subió al coche con la sensación de que estaba mancillando un objeto sagrado.

Durante el trayecto, ella insistió en agradecer toda la atención y hospitalidad que le habían brindado. Por su parte, el vampiro le aseguró que sería bien recibida siempre que deseara visitarlos, y que no dudara en decírselo si necesitaba algo. Tras estacionar frente al hostal, intercambiaron sus números de móvil para seguir en contacto. Luego Stefan partió saludándola por última vez con la mano.

Lilith pasó el resto del día releyendo el diario de su madre. Había otro hilo del que tirar: Amy, quien fue su compañera de habitación durante su estancia en la residencia universitaria. Cabía la posibilidad de que se hubieran hecho amigas e intercambiasen confesiones íntimas, datos que no constaban en el diario o que resultaban ilegibles. Habían pasado veinte años, pero tal vez Amy recordara algo.

Aquella noche durmió profundamente y se levantó descansada, pero de nuevo se sentía hambrienta. Desayunó en el hostal y luego se encaminó hacia la biblioteca del pueblo. Pasó la mañana ante un ordenador prehistórico intentando conseguir la lista de los alumnos matriculados en el Whitmore College durante los años 1999-2000, pero, por lo visto, esa información no era pública.

A medida que transcurrían las horas empezó a sentir el extraño deseo de comer carne, por eso decidió almorzar en el Mystic Grill. Matt, el camarero, tan servicial como siempre, le entregó la carta de las comidas y Lilith pidió un filete con patatas.

—Me apetece poco hecho, por favor. Sangriento.

Aunque el filete no estuvo mal, le supo a poco. Nada de lo que comía le satisfacía el hambre y a lo largo de la tarde se fue sintiendo cada vez más inquieta e irritable. Tomó un tranquilizante y cayó en un duermevela donde se vio a sí misma aferrada al brazo de Damon mientras bebía su sangre con gran deleite. Por fin lo recordaba todo. Era un horror, pero quería más.

Las manos le temblaban cuando cogió el móvil y marcó el número de Stefan.

—Hola, Stefan. ¿Está tu hermano por ahí? —preguntó intentando disimular su desesperación—. Es que no tengo su número...

—¡Hola! Sí, ahora te lo paso.

Los segundos transcurrieron con una lentitud insoportable hasta que escuchó la voz grave de Damon.

—¿Lilith?

—Damon... No sé cómo explicar esto... ¡Me está pasando algo muy raro! Tengo hambre y no consigo que nada me sacie... ¡Incluso he comido carne sangrienta! Además, he recordado lo que pasó cuando me encontraste tras el accidente —empezó a hablar de forma atropellada, pero terminó de pronunciar la última frase con un hilo de voz.

El silencio se alargó al otro lado de la línea.

—¿Estás en el hostal? —preguntó el vampiro por fin.

—Sí, no me atrevo a salir de mi habitación. ¿Puedes venir?

—Tranquila, ya voy.




(Continuará...)
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Mensaje por kassiopea »

Capítulo 5: Confesiones

Estaba dando vueltas por la habitación como una fiera enjaulada cuando llamaron a la puerta. Era Damon. No comprendía cómo era posible, pero podía sentir su presencia en el pasillo. Respiré profundamente y giré el pomo de la puerta.

—¿Me invitas a entrar? —me preguntó con una sonrisa, aunque en sus ojos vislumbré un atisbo de preocupación.

—Claro, pasa. Gracias por venir tan rápido.

Damon se acercó mirándome con intensidad y, tirando de mi brazo derecho, me acercó a la ventana y apartó las cortinas. El sol ya se estaba ocultando tras los edificios más altos del pueblo, pero pude sentir su agradable calidez.

—¿Te molesta la luz del sol?

—No...

Entonces acarició mi mejilla. Sus dedos estaban un poco fríos, sin embargo, dibujaron un sendero de fuego sobre mi piel. Contuve el aliento y dirigí la mirada hacia el suelo, pero él levantó mi barbilla e hizo que lo mirara de nuevo. Se acercó todavía más y sus ojos azules se clavaron en los míos.

—Tienes las pupilas muy dilatadas, como aquella noche —comentó—. ¿Y los dientes? ¿Te duelen?

De nuevo respondí que no, pero la cercanía de su cuerpo me perturbaba. Y él lo sabía. Acarició de nuevo mi rostro con gran delicadeza y me colocó un mechón rebelde tras la oreja. En ese instante pude percibir cómo la sangre circulaba por sus venas y me sentí más hambrienta que nunca. Algo salvaje y oscuro se liberó en mi interior y sujeté su mano con fuerza. Contemplé con fascinación las venas azules que se marcaban en su muñeca.

—Deseas mi sangre, ¿verdad?

—Sí —admití con desesperación.

Se abrió una herida con sus propios colmillos y me ofreció su muñeca. El olor de la sangre llenó la habitación y se me antojó el aroma más embriagador del mundo. En aquel momento todo dejó de importar, solo existíamos nosotros dos y la sed. Los dedos me temblaron al acariciar su brazo, pero mis labios buscaron la herida por instinto. Lamí con gran placer las gotas que se habían deslizado por su antebrazo y luego adherí la boca sobre las venas seccionadas.

Damon gimió contra mi cuello y me rodeó la cintura con el brazo que le quedaba libre. Tiró de mí para apoyarnos contra la pared, pero golpeamos el tocador y cayeron varias cosas al suelo. Ignoramos el estropicio. Finalmente quedé recostada sobre su pecho mientras seguía bebiendo y sentía su respiración acelerada.

—Bebe más despacio —susurró junto a mi oreja con voz ronca—. Saboréalo.

Le hice caso, aunque me costó mucho controlar el deseo de beber con avidez. No obstante, lo conseguí. Su mano libre se metió bajo mi blusa y recorrió mi espalda. Me estremecí al sentir sus caricias y la sed de sangre empezó a transformarse en otra cosa. Entonces acercó más sus caderas a las mías y percibí su erección, lo que enardeció todavía más el deseo que nos consumía. Su mano recorría la curva de mis nalgas cuando dejé de beber y nuestros alientos se cruzaron.

Levantó mi barbilla y me besó. Con suavidad en un principio, pero luego profundizó el beso y permití que me penetrara con la lengua. Me excitaba que ambos estuviéramos saboreando los restos de su propia sangre. Fue en aquel instante cuando cargó mi cuerpo entre sus brazos y me llevó hasta la cama mientras recorría el hueco de mi cuello con los labios húmedos. Arqueé la espalda al sentir sus manos enredadas en mi cintura y, con una habilidad pasmosa, descubrí que me había desabrochado el sujetador.

No pude evitar gemir cuando me besó los pechos, pasando de uno a otro, y clavé mis uñas en su espalda tras deslizar las manos bajo su camiseta. No sé por qué pensé en mi madre en aquel momento y gracias a eso recuperé un poco de sentido común.

—No... No podemos —conseguí murmurar.

—¿Por qué no? —susurró él mirándome de nuevo con esos increíbles iris azules.

—¡Porque podríamos ser parientes!

—Está bien —dijo con resignación mientras se incorporaba—. Voy a darme una ducha fría y después hablaremos, ¿vale?

Asentí mientras me recolocaba la ropa y esperé sentada en la cama. Damon no tardó más de cinco minutos en salir del cuarto de baño. Llevaba la camiseta en la mano y se apreciaba el brillo de algunas gotitas de agua sobre su torso desnudo. Sus cabellos negros estaban revueltos y húmedos. Volví a pensar en mi madre y en el dios griego que describió en su diario.

Llamaron a la puerta. Sin esperar respuesta, la señora White entró con unas toallas. Damon se acercó para coger una y le dio las gracias con total descaro mientras yo me había quedado sin palabras.

¡Madredelamorhermoso! —exclamó la dueña del hostal. Creo que a punto estuvo de santiguarse, pero en lugar de eso permaneció inmóvil observando al desconocido de arriba abajo.

—Señora White, no es lo que parece... —es lo único que pude decir cuando conseguí recuperar el habla.

Damon, que ya había terminado de secarse, se acercó de nuevo a la señora y murmuró algo mientras la miraba fijamente. Ella asintió, dio media vuelta y salió de la habitación como si nada hubiera ocurrido.

—Es un poco estricta en lo que se refiere a recibir visitas masculinas... —expliqué yo.

—Todo está aclarado, no te preocupes.

Se puso la camiseta y vino a sentarse en la cama, a mi lado, pero de inmediato se incorporó y empezó a andar por la habitación con el entrecejo fruncido. De repente parecía inquieto.

—Mira, voy a contarte toda la verdad, aunque luego no puedas perdonarme...

—Sí, cuéntamelo todo, por favor.

Me mordí el labio inferior y cerré las manos con fuerza preparándome para afrontar cualquier cosa. Quería saber la verdad, por más perturbadora o dolorosa que ésta fuera. Él se detuvo frente a mí y me observó con los ojos entrecerrados, como si me estuviera analizando o calculando mis posibles reacciones. Luego tragó saliva y soltó de sopetón:

—Soy un vampiro. Tengo ciento ochenta años.

Debo reconocer que, teniendo en cuenta los extraños acontecimientos que había vivido en los últimos días, esta confesión no me sorprendió mucho. Estaba claro que mi adicción a la sangre no era normal y esto lo explicaba.

—Entonces... —dije con un hilo de voz—. Lo que me ocurre es que me estoy transformando en vampiro.

—No. Para hacerlo primero hay que morir y tú estás muy viva.

Esto me sorprendió más que la revelación anterior.

—¿Y por qué deseo sangre?

Me incorporé y me cubrí el rostro con las manos en un gesto de ofuscación. No entendía nada. Sentí que Damon se acercaba y rodeó mis hombros con un brazo, aunque enseguida volvió a apartarse.

—No lo sé, pero lo averiguaremos —aseguró el vampiro—. Mañana podemos visitar a una amiga que es doctora y tal vez nos aclare algo. Ella conoce nuestra existencia.

—De acuerdo.

—En lo que respecta a tu madre... —empezó a decir Damon, pero se notaba que le costaba encontrar las palabras—. En su diario hablaba de... mí. Estuvimos juntos, pero los vampiros no podemos tener hijos.

Le miré con furia y él desvió los ojos. Parecía arrepentido e incluso avergonzado, aunque estaba claro que no podía confiar en él. Comprendí que los dos hermanos Salvatore habían estado jugando conmigo y sentí que la sangre comenzaba a bullir en mi interior.

—¡Qué estúpida he sido! —grité—. Y encima hemos estado a punto de... ¿¡Cómo has podido!?

La lámpara del techo estalló en ese instante y una lluvia de pequeños fragmentos de cristal cayó sobre nosotros. Damon me abrazó para protegerme y utilizó su velocidad vampírica para alejarnos del peligro. Vi que algunos fragmentos le habían herido en los brazos y también tenía un corte en la cara, pero las heridas se cerraron por sí solas mientras las estaba mirando.

—Ojalá pudiera cambiar algunas cosas que he hecho, Lilith, pero no puedo. Y ojalá nunca hubiera conocido a tu madre, aunque entonces tampoco te conocería a ti.

Tras decir esto, salió de la habitación dando zancadas y me quedé inmóvil en el umbral de la puerta escuchando cómo sus pasos se alejaban por el pasillo.




(Continuará...)


Nota: He cambiado un poco los primeros párrafos del capítulo 1. Creo que queda un poco mejor.
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Mensaje por kassiopea »

Este capítulo me ha quedado un poco más largo. No sé si la historia estará resultando aburrida, yo la voy escribiendo y no me doy cuenta...





Capítulo 6: Paraíso sobrenatural


Lilith dormía plácidamente cuando sonó el móvil. Estiró el brazo hacia la mesilla de noche con los ojos entrecerrados y, al intentar cogerlo, el teléfono cayó al suelo. Decidió seguir retozando entre los brazos de Morfeo, pero la odiosa musiquita volvió a sonar. De mala gana se sentó en la cama, se restregó los ojos y miró el número que había en la pantalla. No lo conocía.

—¡Son las siete de la mañana! —gruñó al responder la llamada.

—¿Buenos días? Ya veo que eres de las que se levantan con el pie izquierdo... —comentó Damon con sarcasmo.

—Déjame en paz, por favor.

—¡Espera, no cuelgues! Tienes cita con la doctora dentro de una hora. Es importante que vayas.

—¡Oh! ¿Lo de la doctora amiga de los vampiros era verdad?

—¡Claro que sí! Todo lo que te dije ayer era cierto. ¿Te paso a buscar en media hora?

—Está bien, iré. Dame su nombre y la dirección. Y no necesito chófer, puedo apañarme yo solita.

En un pueblo pequeño como Mystic Falls todo estaba muy cerca, por lo que Lilith llegó al hospital dando un pequeño paseo. El edificio era muy moderno y su estética de hormigón y cristal contrastaba con las construcciones más antiguas y pintorescas, como, por ejemplo, el ayuntamiento y la biblioteca. El viejo hospital fue derruido a finales del siglo XX y los miembros del Consejo de Fundadores habían hecho posible la construcción del nuevo con sus donaciones.

La doctora Meredith Fell, que también pertenecía al Consejo, tenía una consulta en la segunda planta. Se encontraba revisando un montón de expedientes cuando llamaron a la puerta de su despacho. Lilith entró y quedó bastante asombrada al ver a una atractiva mujer que apenas tendría treinta años. No pudo evitar preguntarse si también sería un vampiro.

—¡Ah! Tú debes ser Lilith —dijo la doctora con amabilidad—. No sabes cómo ha insistido Damon para que estudie tu caso. Lo malo es que hoy tengo un día de locos y solo me quedaba un hueco a esta hora.

—No importa la hora, muchas gracias por atenderme.

Meredith tecleó en el ordenador y estuvo un rato repasando el historial médico de Lilith. Se le había diagnosticado deficiencia de hierro a los tres años y desde entonces había estado tomando medicación para combatir los niveles bajos de glóbulos rojos. A continuación, la doctora le hizo algunas preguntas referentes a cómo se sentía tras haber bebido sangre de vampiro. La chica tuvo que admitir que nunca se había encontrado tan bien, ya no estaba fatigada y dormía mejor, aunque de alguna forma se había vuelto adicta a la sangre.

—Interesante —comentó la doctora con el ceño fruncido—. La sangre de vampiro habrá curado tu anemia, eso es normal, lo extraño es esa adicción repentina. Tendré que hacer algunos análisis.

Pasaron a una salita anexa y Meredith indicó a la paciente que se sentara en la camilla. Le tomó la tensión, auscultó los pulmones y el corazón y luego observó sus ojos y uñas para detectar indicios de anemia, pero no los encontró. Por último, le extrajo una muestra de sangre.

—Damon está ahí fuera —murmuró Lilith de repente—. Le dije que no viniera, pero es un cabezota.

—¿¡Puedes sentir su presencia!? —se sorprendió Meredith—. ¿Desde cuándo te ocurre eso?

—Desde que bebí su sangre.

—Vale, voy a hacer una prueba más y terminamos. Es para comprobar la cicatrización.

Ambas se quedaron mirando el pequeño corte que le hizo en un brazo, pero todo parecía normal. La doctora aplicó un poco de alcohol y lo cubrió con una tirita. Le pidió que la informara cuando la herida estuviera curada. Luego intercambiaron sus números de teléfono y Meredith prometió que la llamaría en cuanto tuviera los resultados del análisis. La doctora abrió la puerta para regresar a su despacho y encontró a Damon repantigado tras el escritorio.

—Hablando del rey de Roma... —se burló Meredith—. Señor Salvatore, puede entrar ya en la consulta porque no me quedan existencias de sangre de vampiro.

—Últimamente mi sangre levanta pasiones —respondió el aludido con desparpajo mientras se incorporaba y lanzaba sobre una silla su chaqueta negra de cuero—. Vamos allá, soy todo tuyo.

Lilith esperó en el despacho mientras la doctora llenaba unos viales con sangre de Damon. Era un último recurso que utilizaba con los pacientes que estaban más graves, quienes terminaban por recuperarse “milagrosamente”. Por ahora nadie había descubierto su pequeño secreto y debía esforzarse para que así continuara siendo. Puede que fuera poco ético jugar a ser Dios, pero se decía a sí misma que peor sería tener la posibilidad de salvar a muchas personas y no hacerlo por cuestiones filosóficas o morales.

Meredith etiquetó los viales y los guardó a buen recaudo en el fondo de la nevera mientras agradecía al vampiro su contribución a la ciencia. Luego se reunieron con Lilith y la doctora le recordó que tendría que ingerir un poco de sangre todos los días para mantener a raya la sed.

—Me encargaré de que tome su medicación —aseguró Damon—. Gracias por todo, Meredith.

Estaban saliendo por la puerta del hospital cuando sonó el móvil de Lilith. Era su amiga Sarah. Iba a responder, pero se lo pensó mejor y volvió a guardar el teléfono dentro del bolso.

—¿Otro amante cabezota?

—No tengo ningún... ¡Pero bueno! ¡No tengo que darte explicaciones!

—Desde luego que no. Solo es curiosidad.

—Espera..., ¿cómo sabes que te llamé cabezota?

—Tengo súper oído vampírico. Oigo todo lo que ocurre en la habitación de al lado e incluso, si me concentro, en todo el edificio.

Damon señaló un Chevrolet Camaro azul que estaba aparcado en una calle lateral y echó a andar hacia allí, pero Lilith permaneció inmóvil en medio de la acera. Sentía que todo lo que le había ocurrido desde la muerte de su abuela empezaba a sobrepasarla. Ni siquiera se atrevía a hablar con su amiga porque no podía contarle la verdad. ¿Quién la creería?

—Lilith, si quisiera hacerte daño ya te lo habría hecho —dijo el vampiro acercándose de nuevo—. Solo quiero pasar por casa y darte algunas bolsas de sangre.

Ella accedió y subieron al coche. Permaneció varios minutos absorta mirando las casas que se desdibujaban al otro lado del cristal. Quería imaginar que en todas ellas vivían familias felices que nunca habían conocido la oscuridad, sin embargo, era consciente de que eso era una quimera porque las sombras están ligadas a la luz de manera irremediable.

—Todo se ha ido al carajo en apenas una semana —comentó al fin contemplando el perfil de Damon—. De repente estoy en un mundo donde existen los vampiros y yo, aunque sea humana, tengo que beber sangre. ¡Hasta para ti soy un bicho raro, admítelo!

—¿Bicho raro tú? Nunca he pensado eso, encanto. En Mystic Falls hay vampiros, hombres lobo, brujas y hechiceros, doppelgängers, fantasmas e incluso híbridos entre especies. Este pueblo es un maldito paraíso sobrenatural. ¡Ah!, y me olvidaba del Yeti...

—¿Lo dices en serio?

—Lo del Yeti era broma, el resto no.

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Damon apartó la vista de la carretera durante un segundo y le dedicó su característica sonrisa ladeada. Lilith no salía de su asombro y volvió a sumirse en sus pensamientos.

Poco después llegaron a la mansión Salvatore. El vampiro se dirigió a la cocina mientras ella se acomodaba en un sofá y tecleaba en el móvil un mensaje para Sarah: “Estoy tras la pista de Amy, la que fue compañera de habitación de mi madre. Ya hablaremos, un beso”. Luego silenció el teléfono. Paseó la mirada por los muebles que decoraban la habitación, cosa que siempre la calmaba, y le llamó la atención un espejo rococó que no había visto antes. Estaba acariciando las intrincadas molduras doradas cuando Damon se acercó con dos vasos y advirtió su reflejo en el espejo.

—Esto te animará —dijo él ofreciéndole uno de los vasos—. La he calentado un poco en el microondas.

Lilith se dejó llevar por el aroma embriagador de la sangre y tomó un sorbo. De inmediato deseó más, aunque consiguió controlar el ansia de apurar todo el contenido de un trago. Permaneció con el vaso medio lleno en la mano sintiendo la calidez que la reconfortaba tanto por dentro como por fuera. Por su parte, Damon había esperado que ella querría más y, al comprobar que se controlaba tan bien, quedó tan sorprendido que no pudo evitar mirarla con fascinación.

—Antes he visto que te reflejas en los espejos —comentó Lilith para romper el silencio incómodo—. Y tampoco tienes problemas con el sol... Parece que las leyendas no son ciertas.

—Lo de los espejos y los crucifijos es pura ficción, pero el sol sí puede matarnos. No obstante, podemos hacer trampa usando un amuleto especial.

Damon mostró el anillo que llevaba en el dedo corazón de su mano izquierda. Era de plata y tenía engastada una piedra ovalada de color azul marino. Encima de la gema destacaba una suerte de escudo. Parecía una reliquia familiar heredada generación tras generación.

—Está hechizado por una bruja y eso me libra de morir abrasado bajo el sol. Stefan tiene otro igual. Los llamamos anillos de día.

—¿Tenéis buena relación con las brujas? ¿Y con otras criaturas sobrenaturales? —Quiso saber Lilith tras beber otro sorbo.

—A veces cooperamos, si tenemos un interés común, o simplemente nos toleramos. Otras veces el resultado es más trágico... Las relaciones son complicadas y más entre diferentes especies.

La chica asintió. Damon vació su vaso de un trago y luego se dirigió al mueble bar para servirse un bourbon. El alcohol ayudaba a mantener a raya la sed y también templaba los nervios. Por otra parte, los vampiros lo toleraban mucho mejor que los humanos y era difícil que se vieran afectados por su consumo excesivo.

—Sírvete lo que quieras, no te cortes —La invitó Damon alzando su bebida. Luego se dejó caer en el sofá con aspecto taciturno.

Lilith terminó su bebida y dejó el vaso sobre una mesita. Declinó la invitación del vampiro porque no estaba acostumbrada a las bebidas alcohólicas, aunque sí se acercó y fue a sentarse en el otro extremo del sofá.

—Creo que te he agobiado con tanto interrogatorio... Es que no puedo evitar preguntarme muchas cosas.

—Tienes suerte de haberme pillado en uno de mis días menos malos —dijo Damon haciendo rodar los ojos—. No, no me agobian tus preguntas. Venga, dispara si tienes más.

—Bueno..., hay algo que quería pedirte, pero es personal —confesó ella mirándole de soslayo—. Es solo que, como conociste a mi madre, me gustaría que me hablaras de ella.

El vampiro tragó el licor que quedaba en el vaso y se incorporó para ir a sentarse junto a Lilith. Tomó la mano derecha de la chica entre las suyas y sintió que se estremecía bajo su contacto, pero no se apartó. Entonces pudo conectar mentalmente con ella y todo lo que les rodeaba desapareció.

Lilith se encontraba de repente en el pasillo de un centro escolar. Todo estaba silencioso y tranquilo hasta que se abrió la puerta de una clase y los estudiantes empezaron a salir. Uno de ellos fue directo hacia ella y atravesó su cuerpo sin inmutarse. Lilith contempló sus propias manos y advirtió que eran translúcidas. Por lo visto, nadie podía advertir su presencia. Estaba intentando asimilar lo que ocurría cuando vio a Damon esperando junto a la puerta de la clase. Entonces salió una chica pelirroja y se le cayeron los libros al suelo.

El corazón se le aceleró al comprender que aquella chica era Erin, su madre. Se emocionó hasta las lágrimas al contemplar sus hermosos ojos verdes, que en aquel momento dedicaban una mirada coqueta al vampiro, pero más aún al oír su voz, puesto que nunca había tenido la oportunidad de escucharla. Su voz era cálida y risueña, contagiosa, al igual que su sonrisa. Empezaron a hablar sobre una fiesta y Damon la besó en la mejilla. Luego rodeó su cintura y se alejaron por el pasillo.

La visión mental se desdibujó y Lilith volvió a ser consciente de que estaba en la mansión Salvatore. Sintió que unas lágrimas rodaban por su cara. Damon liberó la mano de la chica y barrió sus lágrimas con las yemas de los dedos, acariciando su piel pecosa con delicadeza. Aunque el vampiro solía ocultar sus sentimientos, las emociones compartidas a través de la conexión mental habían conseguido conmoverle.

—Era un recuerdo, ¿verdad? —preguntó ella con un hilo de voz.

Damon asintió mientras la miraba con ternura.

—Gracias por compartirlo conmigo.



(Continuará...)


Nota: Ahora mismo he empezado a ver la octava y última temporada de la serie. Yo estoy usando los personajes a mi manera, incluso voy a cambiar algunas relaciones entre ellos. Y hay personajes que no los voy a mencionar para nada. Por algo soy la autora del fanfic :cunao:
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Re: Deseos oscuros (fanfic sobre "Crónicas vampíricas")

Mensaje por lucia »

Es que si no, no sería fanfic :cunao:
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Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Re: Deseos oscuros (Fanfic sobre "Crónicas vampíricas")

Mensaje por Megan »

En cuanto pueda comienzo la lectura, Kass, que de los líos que tengo, estoy sacándome uno por vez, :D .
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Re: Deseos oscuros (Fanfic sobre "Crónicas vampíricas")

Mensaje por kassiopea »

Megan escribió: 02 Oct 2022 18:22 En cuanto pueda comienzo la lectura, Kass, que de los líos que tengo, estoy sacándome uno por vez, :D .
Sé que andas muy liada, no te preocupes :beso:

Además, esta historia va de vampiros modernos y no sé si te agradará la temática. Muchas gracias de todas formas por pasarte por aquí, querida Megan :60: :60:
De tus decisiones dependerá tu destino.


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kassiopea
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Re: Deseos oscuros (Fanfic sobre "Crónicas vampíricas")

Mensaje por kassiopea »

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Capítulo 7: Soñar contigo

Damon estaba tan cerca que Lilith podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. De hecho, sus piernas se rozaban. Él bajó la mirada hacia los labios de la chica y ella se sorprendió a sí misma al advertir que estaba admirando las pestañas del vampiro, que eran tan negras como tupidas. En aquel instante se abrió la puerta principal de la mansión.

—¡Vaya! Tenemos visita —dijo Damon recuperando su habitual expresión burlona. Se incorporó y fue a colocar los vasos sucios sobre una bandeja.

Dos voces, una masculina y otra femenina, resonaron en el vestíbulo e iban conversando animadamente mientras se acercaban al salón. Stefan apareció con una maleta, seguido de una chica rubia que vestía un traje chaqueta de color caqui. Al verlos, Lilith se levantó del sofá.

—¡Hola! —saludó Stefan—. Me alegra volver a verte, Lilith. ¿Cómo estás?

—Bien, gracias —respondió la aludida con educación—. Yo ya me iba...

—Te presento a Valerie, una vieja amiga.

Valerie saludó a Damon con un simple movimiento de cabeza y luego se acercó a Lilith sonriendo con amabilidad. La sonrisa dio paso a una expresión ceñuda en el momento en que estrechó la mano de la chica. No obstante, consiguió reponerse con rapidez y su reacción pasó inadvertida.

Damon se dirigió a la cocina y al poco rato salió con una pequeña mochila azul, en la que había guardado algunas bolsas de sangre. Miró con picardía a su hermano y comentó:

—Lilith y yo nos marchamos. Tenéis toda la casa para vosotros.

Lilith no acababa de entender lo que ocurría, pero de todas formas sabía que no era asunto suyo. Cogió el bolso, se despidió y salió tras Damon.

—¿Quién es ella? —Quiso saber Valerie cuando el motor del Camaro se hubo alejado por la carretera.

—Pues verás, es una historia curiosa...

Se acomodaron ante la chimenea y Stefan relató a grandes rasgos cómo habían conocido a la humana y la extraña adicción a la sangre que ésta había adquirido tras sufrir un accidente y tomar sangre de vampiro.

—No es una simple humana, Stefan —aseguró la recién llegada—. Es una híbrida.



(...)




—Algo me dice que Stefan y Valerie son algo más que amigos... —comentó Lilith mientras Damon estaba concentrado conduciendo.

El vampiro sonrió y la miró divertido.

—Me satisface comprobar que no soy el único curioso.

—Idiota —refunfuñó ella fingiendo indignación.

Damon se rio por lo bajo y optó por una respuesta escueta:

—Tienen una larga historia de encuentros y desencuentros.

En pocos minutos llegaron al hostal de Mystic Falls. Damon detuvo el coche ante la puerta y recordó a su pasajera que no se olvidara de la mochila que contenía su “medicación”, la cual habían dejado en el asiento trasero. Ella se estiró para alcanzarla, rozando sin querer el brazo del vampiro, y luego se despidieron con indiferencia.

Sin embargo, Damon permaneció inmóvil tras el volante observando cómo la chica se alejaba. Advirtió que el pantalón blanco que ella vestía aquel día realzaba sus curvas y que la blusa celeste transparentaba al trasluz. Justo entonces, antes de cruzar el umbral de la puerta, Lilith giró la cabeza para mirar hacia atrás y descubrió que el Camaro seguía allí. Se le escapó una sonrisa y entró.

Una vez en su habitación, lo primero que hizo fue guardar las bolsas de sangre en la nevera pequeña, agradeciendo mentalmente a la señora White el detalle de incluir un mini frigorífico en los alojamientos. Estuvo tentada de abrir una de las bolsas, aunque al final decidió no hacerlo. A continuación, entró en el baño y se contempló en el espejo mientras se lavaba las manos. Deshizo su coleta y estaba peinando las ondas rebeldes de sus cabellos cuando supo que no estaba sola.

Regresó a la habitación y encontró a Damon acomodado en la cama. Iba sin la chaqueta de cuero y, al estar recostado, la camiseta se ajustaba sobre su torso cincelado en piedra.

—¿Qué quieres ahora? —soltó Lilith.

—No deberías invitar a cualquiera a tu habitación.

Ella recordó cuando lo invitó a entrar y ahora se arrepintió de haberlo hecho.

—Por desgracia, esa información me ha llegado demasiado tarde —gruñó—. No invites nunca a un vampiro...

Damon amplió su sonrisa y se levantó de la cama para acercarse.

—Se me ha ocurrido invitarte a comer.

Aquella propuesta dejó a Lilith fuera de juego. No le habría sorprendido más que de repente cayera dinero del cielo.

—¿A comer? —repitió intentando encontrar algún sentido oculto—. ¿No te referirás a un festín sangriento o algo por el estilo?

—Tienes una imaginación muy retorcida, ¿sabes? Me gusta —confesó el vampiro mirándola con intensidad—. Me refería a comer como lo hacéis los humanos, pero me apunto también a lo del festín sangriento... Tú eliges el menú.

Ella estuvo algunos segundos considerando la idea de echarlo de su habitación sin miramientos, pero al fin y al cabo ya iba siendo hora de almorzar y, además, tenía que reconocer que Damon, a pesar de ser un capullo descarado, narcisista y mujeriego, le despertaba mucha curiosidad. Se convenció a sí misma de que no podría pasar nada malo y respondió:

—Prefiero la comida normal.

Pocos minutos más tarde volvían a estar en el coche y salieron del pueblo. Damon enfiló la carretera hacia la ciudad de Mckinley y, durante el trayecto, estuvo informando a Lilith sobre la historia de su hermano con Valerie. Le contó que ella fue el primer amor de Stefan, siendo ambos humanos, pero que por desgracias de la vida terminaron separados. Luego, irónicamente, el destino quiso que los dos se convirtieran en vampiros, aunque sus caminos no volvieron a cruzarse hasta un siglo después.

—Me ha parecido una mujer muy fuerte y segura de ella misma —opinó Lilith con admiración.

—Lo es por partida doble. Es vampira y hechicera.

Llegaron a la altura de un polígono donde se anunciaban varias empresas. Damon aminoró la velocidad, giró a la derecha y enseguida se toparon con una urbanización repleta de casas adosadas. Los jardines se veían bien cuidados y pasaron por delante de un parque infantil decorado con mil y un colores. Lilith también vio tiendas, cafeterías y una escuela, pero el vampiro detuvo el coche frente a un pequeño restaurante.

“Ristorante Soleluna. Cocina italiana”, proclamaba un cartel descolorido por el tiempo. A Lilith no le pareció gran cosa, pero entonces reparó en el jardín que había junto al local. Varias mesitas blancas con sombrillas a juego estaban desperdigadas bajo las ramas de unos majestuosos jacarandás. Sus preciosas flores abarcaban varias tonalidades, que iban desde el rosa claro hasta el violeta oscuro.

—¡Qué maravilla! —exclamó Lilith ilusionada como una niña el día de Navidad—. ¿Podemos sentarnos en el jardín?

—Claro. Donde tú quieras —concedió Damon con una sonrisa.

Tomaron asiento bajo los árboles y se acercó un camarero. El vampiro se puso a hablar con él en italiano como si fuera lo más normal del mundo.

—Nos recomiendan ensalada caprese, risotto con setas, raviolis con gambas y panna cotta de postre —tradujo Damon—. ¿Qué te parece?

Lilith no conocía la comida italiana —con excepción de las pizzas—, por lo que prefirió confiar en su criterio. Y fue un acierto, porque cuando probó los platos todo le pareció delicioso.

—Descubrí este lugar por casualidad y a veces vengo para desconectar —explicó el vampiro.

—Seguro que traes aquí a tus “amigas” —comentó Lilith guiñando un ojo.

Él la miró con seriedad y afirmó:

—Aunque no lo creas, suelo venir solo.

Después de esto decayó la conversación y se limitaron a intercambiar algunos comentarios sobre la comida, pero cuando llegaron al postre Damon se animó a preguntar lo que le había estado rondando por la cabeza:

—¿Cuánto tiempo piensas quedarte en Mystic Falls?

Lilith se encogió de hombros. Le explicó que su próximo objetivo era tratar de localizar a Amy, la compañera de su madre en la residencia de estudiantes. Al parecer, ese tipo de datos eran privados y las búsquedas en Internet habían resultado infructuosas.

—A veces hay que recurrir a los métodos clásicos —dijo el vampiro levantando una ceja—. En los archivos de la universidad lo encontrarás todo.

—Sí, pero no me darán esa información por la cara.

La sonrisa torcida regresó a los labios de Damon y miró a su interlocutora con picardía.

—¿Quién dice que vayamos a pedirla? Solo hay que entrar y cogerla. Además, estamos muy cerca de Whitmore, nos viene de camino...





Aquello se le había ido de las manos. Aunque Lilith intentó frenar al vampiro argumentando que no quería hacer nada ilegal, el muy puñetero estaba decidido a seguir con su plan. El dios griego sonreía con entusiasmo cuando hizo rugir de nuevo el motor de su Camaro.

Llegaron al Whitmore College una hora después. Todo parecía estar igual que hacía veinte años, por lo que Damon no tuvo problema a la hora de orientarse por el campus. Se encaminaron directamente hacia la residencia de estudiantes y se disponían a entrar cuando se toparon con dos chicas que repartían panfletos. Miraron al vampiro de arriba abajo y le entregaron uno de los papeles sonriendo con coquetería.

—Te esperamos en la fiesta, guapo —dijeron casi al unísono.

Él les dedicó una de sus sonrisas, pero no se detuvo. En el interior del edificio se encontraron con una sala común que a esas horas estaba extrañamente vacía. Damon se paró junto a una máquina de café para leer el panfleto y luego se lo mostró a Lilith.

—Es una suerte —comentó el vampiro levantando las cejas—. Hay una fiesta en la fraternidad Beta y todos estarán muy ocupados emborrachándose—. Arrugó la frente en un gesto de concentración—. A ver, si no recuerdo mal, los archivos estaban junto a la escalera...

Buscaron las escaleras y, en efecto, localizaron una puerta sobre la que había un cartel que indicaba “Archivos”. Damon giró el pomo, pero estaba cerrada con llave. Lilith se limitaba a vigilar que nadie viniera por el pasillo mientras se restregaba las manos con ansiedad.

—Me están volviendo loco los latidos de tu corazón. Deberías calmarte.

—Estoy muy nerviosa, no puedo evitarlo —reconoció ella—. Perdona, no tengo por costumbre hacer locuras como ésta.

El vampiro utilizó su fuerza sobrenatural para romper la cerradura. Tiró de la chica cogiéndola por un brazo y en un santiamén estuvieron dentro de la estancia.

—Las locuras son divertidas —aseguró él mirándola con los ojos brillantes.

El habitáculo estaba repleto de estanterías con archivadores que llegaban hasta el techo y en un rincón había una mesa con un ordenador bastante destartalado. Lo primero que hicieron fue conectarlo, pero era necesario introducir una clave de acceso. Lo descartaron y empezaron a buscar en los archivadores.

—¡Matriculaciones del año 2000! ¡Erin O´Brien! —exclamó Lilith tras un rato, mostrando victoriosa el expediente de su madre.

Tras revisar los documentos comprobaron que estuvo en la habitación 39 de la residencia. Luego consultaron en otro archivador, ordenado por los números de alojamiento, y así averiguaron quién fue la compañera de Erin: Amy Fisher Carrington.

—Viene alguien —dijo Damon en aquel instante.

Empujó a Lilith contra una de las estanterías, se pegó a su cuerpo y la besó como había estado deseándolo durante todo el día. Ella no se lo esperaba y estaba completamente tensa, pero empezó a relajarse cuando el vampiro mordisqueó con suavidad su labio inferior, dando pequeños tirones y jugando con él a su antojo. Casi sin darse cuenta, la chica rodeó a Damon con sus brazos y acarició su espalda, provocando que él gimiera.

Alguien empujó la puerta y se asomó al interior mientras la pareja seguía a lo suyo. Se oyeron unas risitas y la voz de un chico que decía: “Estos dos están muy ocupados”. Luego dejaron la puerta entornada y sus voces se alejaron por el pasillo.

—Ya se han ido —susurró Lilith intentando liberarse.

Él lo sabía, por supuesto, pero se estaba demorando adrede. Al final se apartó y le gustó comprobar que los labios de la humana estaban enrojecidos e incluso un poco hinchados debido a sus besos. Ella desvió la mirada, se colocó unos mechones díscolos tras la oreja y procuró concentrarse en buscar el expediente de Amy Fisher Carrington. No tardaron en localizarlo e hicieron fotos de todos los documentos con la cámara del móvil. Para terminar, lo volvieron a colocar todo en su lugar.

Cuando salieron del edificio, el sol comenzaba a declinar en el horizonte. Lilith pensaba que irían al aparcamiento, pero Damon la sorprendió de nuevo improvisando otro plan: ir a la fiesta de la fraternidad. Le aseguró que solo estarían un rato y ella terminó accediendo porque solo había visto esa clase de juergas en las películas y sentía algo de curiosidad.

Los jardines que rodeaban la fraternidad Beta estaban cubiertos de botellas vacías, vasos de plástico y envoltorios de comida rápida. También había algún que otro estudiante tendido sobre el césped en pleno éxtasis etílico. La música de reguetón que sonaba en aquellos momentos era tan atronadora que se oía desde el exterior.

—Odio el reguetón —declaró Lilith.

—Yo también —estuvo de acuerdo el vampiro—. Ya no se hace música como la de antes...

En el interior había luces estroboscópicas y tardaron un momento en acostumbrarse a ellas. Se abrieron paso entre la maraña de gente que bailaba y gritaba como si no hubiera un mañana y llegaron delante de una mesa repleta de bebidas alcohólicas.

—Cerveza y vodka baratos. Esto no ha cambiado —dijo Damon sonriendo. Luego acercó sus labios a la oreja de Lilith y añadió—: Voy a darme una vuelta por ahí para comer algo...

Ella se alarmó y reaccionó abriendo mucho los ojos. “Claro, por eso quería venir a la fiesta”, se dijo a sí misma. Sujetó al vampiro por el brazo cuando él ya se estaba girando para largarse.

—¿No irás a matar a nadie? —preguntó bajando la voz. Sabía que él podía escucharla a pesar de la música alta.

—Eso es innecesario. Me portaré bien, tranquila.

Lilith no se quedó tranquila en absoluto mientras observaba cómo Damon se alejaba. Aquel hombre era impredecible y se sintió responsable por haber atraído al zorro hasta el gallinero. Cogió dos vasitos de chupito y se los bebió uno tras otro. Después preguntó a un chico rubio que llevaba el pelo largo dónde estaba el baño y siguió sus indicaciones.

Cuando salió del lavabo, vio que el rubiales estaba apoyado en la pared del pasillo. Sonrió al verla y se acercó buscando conversación. Ella le respondió con evasivas mientras caminaba de regreso al salón principal. Justo en aquel momento finalizó la música machacona del reguetón y empezaron a sonar los primeros acordes de “Soñar contigo”, de Zenet.

Algunos dejaron de bailar y otros aprovecharon para pegarse a sus parejas. El rubio estaba intentando que Lilith bailara con él cuando reapareció Damon y rodeó la cintura de su acompañante con una clara actitud posesiva. Antes de que ella pudiera darse cuenta ya la había llevado a la pista de baile y se encontraba una vez más entre sus brazos.

—Yo te he traído a la fiesta y solo yo bailaré contigo —murmuró el vampiro con voz ronca acariciándole el lóbulo de la oreja con los labios.

Déjame esta noche... soñar contigo.

Déjame imaginarme en tus labios los míos.

Déjame que me crea que te vuelvo loca...


La letra de la canción y las palabras de Damon hicieron que Lilith sintiera un estremecimiento por todo su cuerpo. De pronto se sintió sofocada y un poco mareada, aunque lo atribuyó al parpadeo de las luces y a los chupitos que se había tomado de forma tan osada.


Déjame que yo sea quien te quite la ropa.

Déjame que mis manos rocen las tuyas.

Déjame que te tome por la cintura...



El vampiro deslizó una mano a lo largo de la espalda femenina, empezando desde la nuca para terminar anclándose sobre la curva de las nalgas, al mismo tiempo que recorría la palpitante piel del cuello dibujando una estela de besos húmedos.


Qué bonito sería jugarse la vida, probar tu veneno.

Qué bonito sería arrojar al suelo la copa vacía.



Lilith gimió al sentir la caricia de los colmillos sobre su cuello y se aferró a la espalda de Damon porque sus piernas se habían convertido en gelatina.




(Continuará...)



Nota: En este capítulo ha pasado de todo y ha quedado larguísimo, y eso que lo he cortado por lo sano al final... Ahora estaré bastantes días sin escribir porque estamos en pleno concurso de relatos y además tengo un reto de coloreo pendiente. ¡Gracias por leer aunque sea desde las sombras! :60:
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Re: Deseos oscuros (Fanfic sobre "Crónicas vampíricas")

Mensaje por kassiopea »

Capítulo 8: ¿Quién soy?

La canción romántica terminó y regresó el reguetón. Como si despertara de un embrujo, Lilith se dio cuenta de que estaba en medio de la pista de baile abrazada a Damon. Se separó de él empujándolo con brusquedad y se dirigió hacia las puertas que daban acceso al porche trasero de la casa. Se apoyó en la barandilla e inspiró profundamente. Había refrescado y la brisa nocturna le aclaró los pensamientos, aunque seguía un poco sofocada y mareada.

—¿Estás bien? —preguntó él acercándose a su espalda.

—¿¡Qué me has hecho!? —espetó la chica girándose y dedicándole una mirada asesina—. ¡Me has obligado con uno de esos juegos mentales tuyos!

—No te he obligado —aseguró el vampiro—. Sabes que ese truco no funciona contigo.

Lilith desvió la mirada para no seguir viendo esos ojos azules. Volvió a apoyarse en la balaustrada y contempló los jardines del campus, que a aquellas horas ya estaban cubiertos de sombras. Se sentía confundida. Recordó cómo se había estremecido al sentir sus colmillos sobre la piel. Y no, no podía engañarse atribuyendo aquella reacción al miedo o a la inquietud, porque la verdad era que, por un instante, había deseado que esos colmillos se enterraran en su carne.

“¡Maldita sea! No dejaré que se repita la historia de mi madre”, juró para sí misma. Mientras estaba inmersa en sus pensamientos se acarició distraídamente el cuello con el dorso de la mano. No tenía ninguna herida. Luego exhaló el aire que había estado conteniendo sin advertirlo.

—¿Podemos irnos, por favor? —dijo ella un momento después—. Parece que los chupitos se me han subido a la cabeza…

—Eso te pasa por ser traviesa y estar bebiendo a mis espaldas con desconocidos —contestó él con sorna. A continuación, rodeó su cintura con un brazo y añadió—: Vamos, apóyate en mí.

Lilith protestó y se apartó de él con toda la dignidad que consiguió reunir.

—¡Esas manos quietas, Damon Salvatore! Soy capaz de caminar sin tu ayuda.

Damon levantó las manos en señal de rendición y soltó una leve risa. Le gustaba que fuera orgullosa y testaruda y disfrutaba cuando conseguía sacarla de sus casillas. En esas ocasiones era cuando mostraba su verdadero carácter de gata salvaje, el cual se obstinaba en ocultar.

Poco después llegaron a la zona del aparcamiento, que estaba oscura, silenciosa y desierta. Unos jirones de niebla se deslizaban sobre el asfalto, por lo que los vehículos que estaban estacionados parecían flotar sobre la bruma como barcos fantasmas. La atmósfera era densa, cargada de humedad, y el panorama resultaba inquietante y desolador.

Lilith recordó la niebla que apareció en la carretera la noche del accidente y sintió un escalofrío que le entumeció el cuerpo. Se frotó los brazos con las manos para recuperar algo de calor corporal y deseó haber traído una chaqueta. El vampiro lo advirtió y le ofreció su cazadora de cuero.

—Gracias —dijo aceptando la prenda—. ¿Y tú? Vas en manga corta...

Damon abrió la puerta del coche y la invitó a tomar asiento con un ademán.

—No te preocupes, nena. Estoy acostumbrado al frío porque... ¡estoy muerto!

La chica puso los ojos en blanco, bufó con fastidio y luego optó por ignorarlo.

El regreso a Mystic Falls transcurrió sin incidentes. Lilith se entretuvo un rato revisando las fotos que había hecho de los documentos. Luego se recostó en el asiento, arrebujándose bien con la chaqueta del vampiro, y permaneció absorta contemplando las copas de los árboles que se agitaban más allá de la ventanilla.

Sus ojos comenzaban a cerrarse cuando advirtió que el perfil de Damon se reflejaba sobre el cristal de la ventana cuando circulaban por algún tramo de carretera especialmente oscuro. Él permanecía concentrado mientras conducía, aunque en ocasiones apartaba la vista del camino para echarle una mirada y esbozaba una sonrisa. De esta forma la chica tuvo la ventaja de observarle sin que él se diera cuenta. En un momento dado se sorprendió a sí misma imaginando que recorría su perfil con el dedo índice, para después detenerse en esos labios que sabían convertir el beso más casto en un pecado capital.

Se quedó dormida sintiéndose arropada por el aroma varonil que impregnaba la cazadora de cuero. Aunque jamás lo admitiría en voz alta, su olor le parecía excitante y la desarmaba tanto como la profundidad de su mirada azul. Por consiguiente, dormir con aquella prenda era lo más parecido a estar entre sus brazos sin correr un peligro inmediato.

—Planeta Tierra llamando a Lilith.

Escuchó la voz grave de Damon antes de abrir los ojos. Luego fue consciente de que el automóvil se había detenido y pudo reconocer algunos edificios de Mystic Falls. El hostal estaba en la acera de enfrente y era noche cerrada. Enderezó la espalda y las vértebras cervicales se quejaron. Fue entonces cuando descubrió que la mano derecha del vampiro estaba sobre su muslo izquierdo. Una oleada de calor le recorrió la zona bajo la tela del pantalón.

—Hemos llegado, Bella Durmiente —la saludó con una sonrisa ladeada.

Lilith apartó la mano de su pierna como quien sacude unas migas de pan y abrió la puerta del coche. Suspiró tras incorporarse al sentir la temperatura más baja del exterior y empezó a deslizar la chaqueta por sus hombros, pero Damon la interrumpió.

—Ya me la devolverás, tranquila.

La chica asintió y se apresuró para cruzar la calle.



(...)





Los miembros del Consejo de Fundadores se reunieron la mañana siguiente en el ayuntamiento. Tras aprobar el presupuesto para reparar el reloj de la torre y comentar otros asuntos concernientes al mantenimiento urbano, la sheriff Forbes tomó la palabra:

—El banco de sangre del Hospital General de Mckinley fue asaltado hace dos días. No se han hecho públicas las grabaciones, como siempre, pero está claro que un ser sobrenatural fue el responsable.

Repartió unas fotos impresas en blanco y negro, cuya calidad dejaba mucho que desear. Todos pudieron contemplar la figura de un hombre alto cubierto con una sudadera holgada y capucha. No se podían distinguir las facciones de su rostro ni el color de su pelo, pero su piel era muy pálida.

—Rompió varias cerraduras con sus propias manos y saltó desde una ventana de la segunda planta para escapar con el botín —añadió la sheriff.

—Un vampiro —comentó Alaric Saltzman intercambiando una mirada con Damon.

—Eso parece —convino Liz Forbes—. Por otra parte, en el último mes se han cometido algunos asesinatos extraños en los alrededores de Mckinley. A las víctimas, dos hermanas que practicaban brujería, les arrancaron el corazón de cuajo. Los órganos no fueron encontrados, tal vez se utilizaron en algún ritual...

Todos los presentes fruncieron el ceño con preocupación y algunos murmuraron por lo bajo.

—¡Qué horror! —exclamó la alcaldesa Lockwood—. Habrá que extremar las precauciones en Mystic Falls. Espero que la situación no se complique durante las fiestas de Halloween...

Al finalizar la reunión, Damon se acercó a Liz Forbes y la acompañó mientras ésta se tomaba el segundo café de la mañana. Con el tiempo, el vampiro había conseguido ganarse su confianza y nadie sospechaba que los hermanos Salvatore eran los mismos que formaron parte de las familias fundadoras originales en 1860.

Con ella no podía emplear la manipulación mental porque, al igual que hacían otros miembros del Consejo, tenía la costumbre de beber regularmente infusiones con verbena. No obstante, bastó su carisma y encanto personal para que Liz se comprometiera a averiguar el domicilio actual de Amy Fisher Carrington sin poner objeciones.

Estaba cruzando el vestíbulo en dirección a la puerta principal del edificio cuando resonaron unos pasos acelerados tras él.

—¡Damon! —pronunció una voz de mujer. Él se detuvo y, tras girar sobre su eje, se encontró con la doctora Meredith Fell, quien también salía de la reunión—. He estado llamando a tu amiga Lilith, pero no contesta. ¿Te puedes encargar tú de localizarla?

El vampiro asintió y entrecerró los ojos con un atisbo de preocupación.

—Claro, yo la aviso. ¿Has averiguado algo grave?

—Grave no es la palabra. Es... diferente. Humana y sobrenatural al mismo tiempo —afirmó sin disimular la fascinación que sentía cuando se cruzaba con algo que no había visto antes—. Sobre la una del mediodía he quedado en el Mystic Grill con Alaric, puedes pasarte con Lilith y os cuento.

Damon aseguró que allí se encontrarían y dirigió sus pasos hacia el hostal.






Entró en la habitación de Lilith y sonrió al encontrarla dormida. Las sábanas estaban revueltas y la almohada reposaba sobre la alfombra. Dormía con la mejilla izquierda apoyada sobre la chaqueta de cuero y la ropa de cama solo le cubría la parte inferior del cuerpo. Vestía una camiseta con tirantes de color hueso que le venía grande y unas bragas blancas de algodón que asomaban por el contorno de la cadera, donde la camiseta se había enredado.

—Buenos días, dormilona —dijo él tras apartar un mechón de pelo rojizo que le cubría los ojos.

La chica se removió en sueños y el ritmo de su respiración cambió, volviéndose más irregular y menos profunda. Damon deslizó la punta de sus dedos por la mejilla derecha de Lilith; la caricia se tornó más íntima y cálida cuando continuó descendiendo por la palpitante piel del cuello, muy lentamente, y siguió su tortuoso camino delineando la clavícula y apartando, a su paso, el tirante de la prenda de vestir, el cual cayó por el hombro.

Los ojos del vampiro recorrieron su cuerpo de nuevo y la chispa del deseo brilló en ellos. Se sentó en la orilla de la cama y se inclinó hasta rozar su cuello con los labios, donde depositó un beso. Aspiró su perfume y esta vez recorrió la piel con la lengua, dejando a su paso un sendero húmedo y brillante, hasta alcanzar el lóbulo de la oreja, que terminó por morder y chupar.

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Ella soltó un jadeo y despertó en aquel instante con las mejillas enrojecidas y el corazón acelerado. Al ver a Damon en su cama se le escapó un gritito y retrocedió hasta quedar apoyada en el cabecero con las piernas encogidas.

—¿¡Qué estás haciendo!? —espetó, aunque su voz no sonó tan firme como hubiera deseado.

—Bonitas bragas —dijo él con descaro tras pasar la lengua por su labio inferior.

Lilith le lanzó una mirada enfurecida. Cogió lo primero que encontró, que fue la cazadora de cuero, y se la arrojó a la cara. Él la interceptó al vuelo con un rápido movimiento y se rio por lo bajo.

—Pues estaba haciendo algo que te gustaba. Deberías agradecérmelo en lugar de enfadarte.

—¿¿Qué??

Entonces ella le observó con perplejidad porque no sabía a lo que se refería.

—Tengo dos testigos que nunca mienten —indicó Damon bajando la mirada hacia los pechos de la chica. Sus pezones endurecidos destacaban con claridad tras la fina tela de la camiseta.

Al darse cuenta, Lilith se cubrió con la sábana y el rubor de sus mejillas aumentó hasta límites insospechados.

—Maldito vampiro —gruñó entre dientes bajando la mirada para no seguir viendo aquella expresión burlona tan odiosa. Luego inhaló y exhaló intentando calmarse y volvió a encararlo para añadir—: Mira, voy a decirlo bien claro para que esa cabezota tuya pueda procesarlo de una vez por todas: ¡No quiero que entres en mi habitación cuando te dé la gana y mucho menos que te tomes libertades mientras estoy durmiendo!

Damon hizo rodar los ojos y se encogió de hombros.

—Si atendieras tu teléfono no habría venido, nena —dijo señalando el móvil que estaba sobre la mesilla de noche—. La doctora Meredith me ha dicho esta mañana que te llamó y no contestabas. Te espera sobre la una en el Mystic Grill.

La chica abrió los ojos con estupefacción y estiró el brazo para coger su móvil. Comprobó que había cuatro llamadas perdidas de la doctora, dos de Stefan y otros tantos mensajes de texto de su amiga.

—¡Mierda! —exclamó—. Olvidé que ayer lo puse en silencio...

—Y al llegar te quedaste dormida babeando sobre mi chaqueta.

Ella reaccionó de forma automática tocándose los labios y el mentón para comprobar si tenía restos de saliva seca. No encontró nada y comprendió que había caído en su trampa. Una vez más.

—¡Eres un idiota!

Esta vez le lanzó un paquete de pañuelos de papel que encontró sobre la mesita y le acertó en un ojo, que el vampiro cubrió con una mano mientras su sonrisa se transformaba en una mueca. Al ver que lo había lastimado, Lilith se apresuró a acercarse gateando sobre la cama. Quedó de rodillas frente a él, que seguía sentado, por lo que sus rostros estaban a la misma altura.

—¡Ay, lo siento mucho! No quería hacerte daño —se disculpó realmente compungida.

Como única respuesta, él frunció el entrecejo y se le marcó una vena en la frente. La chica lo observó preocupada; deseaba comprobar cómo estaba su ojo, pero él seguía ocultándolo bajo su mano izquierda. Entonces Lilith le acarició la mejilla y luego, con suavidad, puso su mano sobre la suya para sujetarla y apartarla poco a poco. Sus cuerpos estaban muy cerca, rozándose, y ella se dio cuenta de que los músculos de Damon se tensaban bajo su contacto, pero la dejó hacer.

—No pasa nada. Va a cicatrizar enseguida.

El ojo estaba un poco enrojecido y había una mancha de color carmesí intenso cerca del lagrimal, pero él aseguró que ya no le dolía y no le dio más importancia al asunto. A continuación, el vampiro sujetó el brazo izquierdo de la chica y señaló una tirita que estaba medio despegada.

—Parece que tú también estás herida.

—Oh, ya no me acordaba. Me lo hizo ayer la doctora para comprobar no sé qué cosa —explicó ella.

Tiró entonces del extremo del apósito que estaba despegado para terminar de quitarlo. Ambos observaron que no quedaba ningún rastro de la herida y, de hecho, la piel parecía tan perfecta como la de un bebé. Habían transcurrido unas veinticuatro horas.

—¿Cómo es posible que ya esté curado? —preguntó Lilith mientras empezó a frotar su brazo una y otra vez con nerviosismo.

Damon tomó sus manos para evitar que siguiera rascándose de forma compulsiva y la miró a los ojos intentando ordenar sus pensamientos y encontrar las palabras adecuadas.

—Hubiera preferido que te lo explicara Meredith, pero ya has descubierto que tu capacidad de cicatrización no es... la de un humano normal —tragó saliva antes de continuar y colocó sus manos sobre los hombros de la chica, acariciando sus clavículas con los pulgares—. Me ha confirmado esta mañana que eres humana, aunque también hay en ti una parte sobrenatural.

Lilith se sintió muy perdida en aquel instante, incapaz de gestionar sus propios pensamientos y emociones. No reaccionó de ninguna forma durante varios segundos, tal vez durante un minuto entero, pero luego hizo algo que la sorprendería más tarde, cuando pudiera pensar en ello tras volver a sus cabales.

Rompió la barrera de pocos centímetros que la separaban de Damon, pegando su cuerpo contra el suyo, aferrándose a su espalda como si en aquel momento fuera lo más sólido y estable que existiera en el mundo entero. Luego apoyó la cabeza sobre su hombro y cerró los ojos. Él se limitó a rodearle la cintura con un brazo y con la otra mano le acarició los cabellos.

—Mi abuela me llamaba “mi niña especial” —murmuró Lilith mientras podía sentir los latidos del corazón del vampiro, fuertes y extrañamente reconfortantes—. ¿Sabría ella quién soy de verdad?




(Continuará...)
De tus decisiones dependerá tu destino.


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kassiopea
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Re: Deseos oscuros (Fanfic sobre "Crónicas vampíricas")

Mensaje por kassiopea »

Capítulo 9: Impulsos


(AVISO: En este capítulo hay escenas con violencia física y sexual que pueden herir la sensibilidad de algunas personas. Yo aviso por si acaso...)



Lilith cruzó la puerta del Mystic Grill a la una en punto.

Después de tomar un baño con sales relajantes, había salido a la calle con la intención de plantar cara al mundo entero, pero esa determinación se había diluido como la espuma en la bañera a medida que sus pasos avanzaban. Lo sucedido con Damon aún la había confundido más. Tras dejarse llevar por un impulso y abrazarlo, él se había marchado de forma repentina murmurando que tenía algo muy urgente que hacer. Parecía nervioso. ¿Qué ocurrió de improviso con el aplomo y el descaro que le caracterizaban? No entendía nada…

Varias pantallas colocadas en diferentes puntos del bar retransmitían en directo un partido de fútbol americano. Numerosos hinchas se habían adueñado de las mesas del local y el potente griterío la hizo volver a la realidad. Esquivó a una camarera que cargaba con una bandeja repleta de jarras de cerveza y, al rodear la barra, divisó a Damon acomodado sobre uno de los taburetes. En esta ocasión lucía su expresión de “Me importa un pimiento el mundo entero” mientras sumergía la mirada en las profundidades de un licor ambarino.

—Hola, Lilith —la saludó Matt, y ella le correspondió haciendo un ademán con la mano.

Damon la observó en aquel instante y levantó su vaso en un gesto amigable, aunque su semblante siguió mostrando una expresión taciturna y abstraída. Ella se recolocó un mechón de sus cabellos y siguió avanzando hacia el fondo del local, donde la doctora Meredith estaba con Alaric en la mesa contigua al billar. En aquel rincón no había televisión y el ambiente estaba más tranquilo.

La chica sonrió con ternura al advertir que la pareja tenía las manos unidas sobre la mesa mientras conversaban y se miraban a los ojos como dos adolescentes en plena efervescencia hormonal. Ambos separaron las manos al reparar en su presencia.

—Lo siento, no era mi intención molestar.

—Te estaba esperando —respondió Meredith sonriendo con cordialidad—. Siéntate, por favor.

Alaric se incorporó de inmediato y se alejó hacia la barra para dejar que las mujeres hablaran. Fue a tomar asiento junto a Damon y pidió un whisky con hielo.

Lilith empezó comentando a la doctora que la herida que le había hecho estaba totalmente curada. Incluso le mostró el brazo para que lo comprobara con sus propios ojos.

—Tu cuerpo tiene poder de regeneración —explicó Meredith—, aunque el proceso no es tan rápido como en otros seres sobrenaturales porque eres medio humana.

—Pero he tenido heridas a lo largo de toda mi vida y nunca sanaron tan rápido…

—Exacto, eso es porque tu naturaleza sobrenatural estaba latente, no se había manifestado todavía.

La chica se sirvió agua de una jarra que había en el centro de la mesa y bebió mientras escuchaba las explicaciones de la doctora.

—Se trata de una herencia genética. Sin duda, uno de tus padres era sobrenatural.

Aquella revelación dejó a Lilith sin aliento, aunque consiguió traducir sus pensamientos en palabras un poco después:

—¿Y por qué esa parte de mí se ha activado justo ahora?

—Fue al ingerir sangre vampírica. Eso hizo que se manifestara lo que estaba latente y empezaste a sentir el impulso de beber sangre.

Lilith tomó la jarra para servirse más agua, pero al ver que se acercaba un camarero decidió pedirle una copa de brandy. Necesitaba algo más fuerte.

—Entonces..., uno de mis padres era vampiro —murmuró con un hilo de voz.

—No, es algo diferente, aunque no puedo decirte qué... Nunca había visto nada igual.

Damon había estado escuchando toda la conversación gracias a su oído vampírico. A su lado, Alaric había intentado iniciar una charla, pero terminó por desistir al darse de bruces con la impenetrabilidad que reflejaban los ojos del vampiro. Al parecer, no tenía un buen día. Sin previo aviso, la mano de Damon se cerró con tanta fuerza alrededor del vaso que sujetaba que el vidrio estalló, desperdigando una lluvia de fragmentos sobre la barra y el suelo.

El vampiro arrancó con indiferencia un trozo que se había quedado enterrado en la palma de su mano y echó a andar decidido hacia la puerta del bar, dejando a su paso un rastro de gotas de sangre. Alaric salió tras él cuando logró reaccionar tras el sobresalto inicial.

—¡Damon! ¿Qué te ocurre? —preguntó cuando consiguió detener a su amigo en medio de la acera.

—Ha sido por mi culpa, Ric.

Alaric colocó sus manos en la parte alta de los brazos del vampiro y clavó su mirada en la suya intentando comprender lo que sucedía.

—¿A qué te refieres?

—No tendría que haberle dado mi sangre a Lilith.

—¡Ah! Se trata de eso…

Alaric no pudo evitar sonreír al comprender que Damon tenía sentimientos, por más que se empeñara en ocultarlos tras una máscara irreverente y mordaz.

—Ella estaba herida y tú la ayudaste. ¡Es probable que le salvaras la vida!

—Si quieres creer esa patraña eres libre de hacerlo, aunque no pensaba que fueras tan ingenuo —espetó Damon tensando la mandíbula y frunciendo el ceño—. ¡Lo hice porque soy un egoísta! ¿Comprendes? ¡Lo hice porque la deseaba y no quería perderla sin que hubiera sido mía!

Las últimas palabras las pronunció con tanto desdén y rabia que prácticamente las escupió. Apartó con brusquedad las manos de Alaric de sus brazos y cerró con fuerza sus propias manos convirtiéndolas en puños. Los ojos se le oscurecieron y la piel que los rodeaba se cubrió de capilares negros. Sus colmillos eran visibles cuando volvió a hablar.

—Te diré también lo que ha ocurrido esta mañana… La pobre chica estaba afectada porque acababa de descubrir su naturaleza sobrenatural y ¿sabes en qué pensaba yo? ¡No deseaba otra cosa que arrancarle la ropa y darme un festín con su sangre!

—Tienes que calmarte, Damon —susurró Alaric mirando con preocupación a su alrededor—. Estamos en medio de la calle…

El vampiro soltó una risa sarcástica.

—Descuida, ya me largo, no sea que alguien se asuste. Voy a por alguna vena que pinchar.

Dicho esto, se alejó utilizando su velocidad sobrenatural. Por suerte, nadie se dio cuenta. Desde el interior del bar se escucharon vítores y aplausos celebrando un gol y todo pareció volver a la normalidad. Sin embargo, Alaric permaneció un momento más en la acera. Estaba preocupado. La última vez que había visto a Damon tan alterado se vio obligado a desempolvar sus viejas armas de cazador de vampiros y no le apetecía nada tener que volver a hacerlo. Además, ahora eran amigos.




(…)




Ayden Fitheach



He disfrutado de infinitos placeres a lo largo de mi existencia, por eso puedo afirmar que pocos son comparables a la satisfacción de contemplar el mundo a mis pies.

Desde mi ático, situado en el edificio más alto de la ciudad, las vistas son espectaculares, en especial cuando el sol comienza a declinar y las calles van cubriéndose de luz artificial. Sin duda, la invención de la luz eléctrica marcó una nueva era en el mundo de los mortales; sus vidas fueron más cómodas, más eficientes y se sintieron más seguros. Sin embargo, ese sentimiento de seguridad siempre ha sido una falacia y muy pocos se dan cuenta de ello. Así es la estupidez humana.

Otro de sus grandes defectos es la soberbia. Maltratan, esclavizan y asesinan, llegando en muchos casos a la extinción de especies enteras, porque un día decidieron autoproclamarse seres superiores. Y no solo pisotean y liquidan a sus congéneres, también envenenan y destruyen su entorno devorándolo como un cáncer.

Han pasado más de mil años desde que fui un joven mortal. En aquel entonces, el mundo estaba cubierto de frondosos bosques y fértiles tierras. La naturaleza nos ofrecía sus dones y la honrábamos y respetábamos por ello. De mis ancestros aprendí a utilizar las propiedades de las plantas y a canalizar el poder de los elementos, pero yo siempre quise más. No me conformaba con ser un simple canal y estar al servicio de la naturaleza; quería retener el poder y hacerlo mío.

Empecé a usar la magia negra en mis rituales y la gente comenzó a temerme. Aprendí entonces que el miedo también es una gran fuente de poder y, de hecho, disfruto mucho alimentándome de él. A lo largo de la historia me han llamado de muchas formas —druida oscuro o dios de la sangre, por ejemplo— y he tenido muchas vidas en diferentes cuerpos. Actualmente me llamo Ayden Fitheach y he ganado una fortuna como accionista mayoritario de una multinacional.

El sonido estridente del telefonillo me saca de mis pensamientos y me alejo del ventanal desde el que he estado contemplando la panorámica de la ciudad.

—La señorita Hannah Wildes está aquí —me informa el portero.

—Perfecto, hazla subir.

Me detengo ante un espejo para comprobar mi aspecto. Mi cuerpo actual aparenta treinta y pocos años, aunque en realidad tiene más del doble. Los signos de deterioro empiezan a manifestarse, por desgracia, y no podré retrasar el ritual mucho más. Con ciento noventa centímetros de altura, una complexión atlética y rasgos armoniosos, es un cuerpo que no pasa desapercibido y eso me gusta. Los ojos son grises, aunque su tonalidad y profundidad varían según mi estado de ánimo, y los cabellos son de un rubio platino casi blanco. Suelo peinarlos hacia atrás, con algún mechón rebelde cayendo sobre la frente.

Dejo abiertos los primeros botones de mi camisa de lino blanco y luego me dirijo a la cocina para añadir hielo en la cubitera, que ya tengo preparada con una botella de vino blanco. Sé que es su favorito. Al sacar el hielo, veo los contornos del envase de plástico donde guardo lo que necesito para el ritual. Acaricio la tapa durante un momento con la reverencia de quien tiene en sus manos un objeto sagrado. De hecho, hasta ahora he conseguido tres, pero necesito tres más.

Suena el timbre de la puerta y voy a abrir. Ella me saluda con una sonrisa desenfadada y coqueta, aunque en sus ojos atisbo algún destello de nerviosismo. Me aparto para dejarla entrar mientras halago el vestido negro entallado que luce en esta ocasión. Los colores oscuros resaltan su piel canela y la melena castaña con reflejos dorados. Echa una mirada curiosa alrededor mientras deja el abrigo sobre el sofá. Intenta hacerlo de forma casual, pero percibo que tiene algún interés oculto.

—¡Madre mía, qué vistas! —exclama acercándose al ventanal que cubre prácticamente toda una pared, desde el suelo al techo—. Creo que mi apartamento entero cabría en este salón.

—Sí, son unas vistas espléndidas —afirmo mientras me acerco a ella, y mis ojos recorren sin reparo su figura curvilínea. En este momento no me importa en absoluto la panorámica de la ciudad. Pongo las manos en su cintura, la acerco a mi cuerpo y me inclino para saborear sus labios.

Nos conocimos durante el fin de semana en una discoteca. No obstante, yo ya llevaba algún tiempo estudiando sus movimientos desde las sombras y me encargué de que se produjera aquel encuentro “por casualidad”. Según mis investigaciones, Hannah es la última descendiente de un linaje de brujas procedentes de Salem, aunque, al parecer, no es consciente de su herencia sobrenatural. De todos modos, a mí me da igual que sea practicante o no, lo que me interesa es su linaje.

Tras besarnos, ella se aparta sonriendo de nuevo con coquetería y toma una de las copas de vino que antes he servido. Apura la bebida mientras conversamos sobre sus estudios universitarios y otras banalidades y vuelvo a llenar su copa.

—Creo que he bebido demasiado —me dice tras terminar la segunda bebida, y suelta una risita tonta—. Tengo que ir al baño.

Le indico cómo llegar y sonrío mientras se aleja por el pasillo tambaleándose un poco sobre los zapatos de tacón de aguja. Sé que me está mintiendo, puedo percibirlo con claridad. Está fingiendo que el alcohol se le ha subido a la cabeza, pero en realidad lo tolera muy bien.

Espero unos cinco minutos porque quiero pillarla con las manos en la masa.

Y así es. La encuentro husmeando en mi despacho, rebuscando entre los papeles que dejé sobre el escritorio. El cuaderno donde recopilo mis investigaciones sobre los linajes de las brujas está abierto y tengo la certeza de que ha visto demasiado. Sin embargo, intenta disimular.

—Siempre quise estar en el despacho de un hombre tan importante —improvisa cuando me ve apoyado en el marco de la puerta—. ¿Y sabes? Hacerlo sobre el escritorio es una fantasía que siempre he tenido —añade sentándose sobre la mesa mientras me sonríe con picardía.

—Me gusta esa fantasía —respondo siguiéndole el juego.

Avanzo hacia ella, observando cómo se humedece los labios con nerviosismo, y pongo las manos sobre sus muslos. Acaricio su piel desnuda al mismo tiempo que voy subiendo el dobladillo del vestido, hasta llegar a sus caderas, que sujeto con fuerza. Entonces tiro de su cuerpo, posicionándolo más cerca del borde de la mesa, y meto mis piernas entre las suyas.

Esta vez me dejo llevar por mis impulsos más salvajes y la beso con furia, devoro su boca sin piedad, lamiendo, mordiendo y chupando mientras Hannah lucha por respirar. Jadea, gimotea e intenta apartarme cuando las caricias de mis manos se vuelven más frenéticas y rudas y siento que el miedo empieza a crecer en su interior, hasta convertirse en un tsunami que barre con todo a su paso. Al fin ha comprendido que no se puede jugar con el diablo, aunque ya es demasiado tarde.

—Mi fantasía es un poco diferente, preciosa —confieso mirándola con intensidad. Mis pupilas se dilatan convirtiendo mis ojos en abismos insondables y ella se pierde en su interior. Ahora está bajo mi control mental y la obligo a permanecer inmóvil. Pase lo que pase—. Quería retrasar esto porque me gustabas, pero has sido muy curiosa…

La sujeto con fuerza por la nuca, echando su cabeza hacia atrás, y acaricio la piel suave de su garganta mientras con la otra mano busco el abrecartas. Lo encuentro por fin bajo unos papeles y, utilizando su filo, abro una herida en el cuello de Hannah. La sangre comienza a brotar y la succiono con avidez para absorber su energía vital. Siento que mi cuerpo se llena de vigor en la misma medida que el suyo va languideciendo entre mis brazos. También siento su terror, pues ella es consciente de que la vida se le está escurriendo y no puede hacer nada para impedirlo. Me alimento del miedo junto con su sangre y estoy tan pletórico que parezco ebrio.

Su respiración se vuelve trabajosa y los latidos de su corazón se ralentizan más y más. Separo entonces los labios de su cuello y recuesto la parte superior de su cuerpo sobre el escritorio. Está inconsciente, al borde de la muerte. Sus ojos, muy abiertos y hermosos por el brillo de las lágrimas, parecen lanzarme una mirada acusadora, pero en realidad ya no pueden ver nada.

Antes de que se extinga el último latido de su corazón, se lo arranco del pecho con mis propias manos.

Ahora solo me faltan dos.



(Continuará...)



Gracias por leer. No subiré el próximo capítulo hasta después de las fiestas, así que aprovecho para desearos una feliz Navidad y un magnífico Año Nuevo. ¡Besos!
De tus decisiones dependerá tu destino.


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