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En un yermo de peligros descansa un gigante. Cortó el cielo a la mitad, vuelto una bola de fuego. Al golpear la tierra abrió una grieta desde el norte al sur de La Cuna, fisura que con sus extremos tocó con temeridad los primeros pasos de las Zonas prohibidas, e hizo fluir del subsuelo el agua tan escasa y preciada. Rebeldía y benevolencia, rasgos que la tribu identificó en esa entidad venida de planos mayores. La vieja Zakary y el resto de venerables ancianos, alzaron sus voces para identificar el evento como la llegada del héroe profetizado en las leyendas. Historias trasmitidas durante generaciones, retratando aquel que los guiará en un éxodo hasta un paraíso sin igual, donde la comida y el agua abunden, la hierba sea verde, y la muerte invisible, esa que devora la piel, se mantenga lejos.
El pueblo regocijado, a la par que llenaban sus recipientes de barro y arcilla con agua, dieron ofrendas y rezos de rodillas en los cantos rodados, frente los pies del gigante y sobre la fuente viva. Muchos corazones pidieron en unísono: ¡Despierta! ¡Muéstranos el camino! Pero a pesar del clamado, el gigante guardó silencio. Solo una voz se mantuvo distante y fría respecto la llegada del salvador… Neddin, el líder de la aldea, nombre más respetado, y hombre más receloso sobre el ídolo de la fisura.
Quinta noche desde el arribo del gigante. Acaloradas discusiones continúan tomando la cámara cilíndrica del templo de las contemplaciones, ese ubicado en la cima de la cara plana de la montaña, con su amplia boca circular justo en el borde, flanqueada por banderas que el viento alto agita sin cesar. ¿Serán las alas del templo, esas que se extienden hacia los lados desde sus bases, capaces de guiar al líder y a los ancianos a una resolución positiva para la tribu? La princesa Nadjela confío en ello. Con sus lindos ojos pardos fijos en la cumbre de montaña, y las manos juntas alrededor del collar regalado por su progenitora, rezó por un final feliz.
Nadjela abandonó la ventana, deslizándose como un puma por la cama compuesta por varias capas de almohadas y gruesas pieles de bestias. Le mortificaba contrariar las opiniones de su padre, pero su alma no daba abasto al gusto por la oportunidad de acabar con meses de tierras crueles, animales famélicos, y gentes que mueren sin llegar a ser ancianos. Son años duros. De los 500 habitantes que se cuenta eran hace una década, ahora quedan menos de 200. El pueblo se esfuerza, lucha por la esperanza, sigue fiel… Pero el azote de la enfermedad, el hambre y otros demonios, no daba tregua. Solo el gigante reflejó una posible mejora. Finalmente su padre pudo desembarazarse de las cargas, y el pesar, y el dolor… ¿Pero entonces por qué, cuando todo apuntaba a un futuro más brillante, Neddin lució como un cuerpo al que arrancan la vida?
«Papá, ¿conoces algo que los demás no? ¿Un secreto imposible de revelar, ligado al gigante? ¿Tampoco me lo puedes confiar a mí, que soy tu hija mayor?» Esas dudas no la dejaron conciliar el sueño, así que se escabulló fuera del lecho y la habitación. Bajó las escaleras de puntillas y, consciente que Zell, el guerrero de mayor confianza y a su vez más inflexible de su padre, estaría pululando, la princesa se escabulló por la puerta trasera.
Cruzó por detrás del corral de los avestruces. En un par de minutos alcanzó la choza de quienes sirven en su casa. Apartó las telas de una ventana con la mano, y entró. Guiada por la luz de la luna llegó al lecho donde, suspendidas en hamacas, descansan las sirvientas de su familia. Movió con suavidad los hombros cobrizos de una: Majani. Joven como ella, pero de pelo más corto, con aretes de perlas que Nadjela le obsequió, y que no se quitaba ni para dormir. Majani abrió los ojos primero con lentitud y después de par en par al reconocer el perfil de su majestad.
—¿Princesa? —Preguntó en voz baja y temblorosa, nerviosa de encontrarse con su ama, no, con su amiga, a esas horas de la noche y sin avisar. —¿Qué hace deambulando? Si su padre la descubre me regañará. Nos regañará a todas.
Podrán conocerse de toda la vida, pero las diferencias en el estatus son tan firmes como las tradiciones o el suelo. La familia del líder manda y guía, los demás obedecen, de lo contrario solo encontrarán desorden y después la destrucción. Así se predica desde que tienen memoria, y se predicará hasta que acabe el mundo.
—No hay tiempo que perder, Majani —La princesa correspondió el susurro. —Esta noche bajaré a la grieta.
Resumió su plan. Para averiguar lo que angustia a su padre, buscó estar cara a cara con el ídolo.
—Confío en ti. Sé que has bajado para ayudar a llevar el agua. Sabes el mejor modo de alcanzar la fuente y al caído del cielo.
—¿Y la prohibición de su padre? Él nos reunió y nos lo dijo, no quiere verla allá abajo, ni a usted, ni a sus hermanas. Si descubre que la llevé, puede que me castigue o peor, me exilie de la tribu.
La princesa con una mano rodea los dedos de Majani, y con la otra calló sus labios temblorosos. El gesto y la cercanía con alguien que quiere y respeta, calmó la turbulencia espiritual de Majani.
—Lo sé, pero quiero entender de donde viene su preocupación —Aclaró Nadjela. —Tal vez así pueda ayudarlo, darle una respuesta que disipe sus angustias. Mi padre es un hombre fuerte, pero hasta los fuertes necesitan un respiro y una mano amiga.
—Su padre siempre tendrá nuestro apoyo, y el de los sabios anciano, y la bendición de la madre de todas las aves. Tiene todas las manos amigas que pueda tener, princesa. Preocuparse es inútil.
—Tiene el apoyo. ¿Pero qué hay de la comprensión? Puede que tú no lo notes, Majani, pero ayer lo encontré mirando por largos minutos el fuego de la hoguera, sin parpadear ni una vez, luciendo desolado y abandonado. Algo preocupa a mi padre, y si no averiguó que es y lo solucionamos, temo que se derrumbe.
¿Neddin, derrumbándose? A Majani eso le sonó imposible. El líder de la aldea, aquel que comparte nombre con el fundador de La Cuna, es la base que mantiene la tribu unida, igual que lo fueron los líderes anteriores que ahora viven en gloria, tomando vuelto en la bandada de puntos brillantes avistados tras el crepúsculo. Son hombres a los que no se debe cuestionar, porque su sabiduría despeja el polvo que se levanta con el transcurrir de las generaciones. Majani consideró la preocupación de Nadjela como infundada, aunque genuina, y como la aprecia y no quiere seguir viendo tristeza en ella, aceptó guiarla.
Echándose a los hombros frondosas capuchas negras de piel de tasmania, y actuando como sombras de la noche, marcharon las dos. Cruzaron de un salto las murallas de barro y piedra. Se mezclaron en las plantaciones de El-nido-de-todas-las-plantas, con sus tallos altos como personas. Enfilaron por la orilla del rió seco, al que Nadjela observó con peso en el cuello (Que no era su collar). Una decena de picos de cristal, que refulgían con los rayos de luna, señalaron la entrada en la zona del impacto. Nadjela quedó boquiabierta al presenciar lo largo de la grieta que contaba un kilómetro de largo, como el tajo de una cimitarra de grandeza imposible. La entrada a la tierra intimida, primero con sus cristales de tres metros, y luego con su boca abierta inundada de sombras. Pero dentro de Nadjela el miedo perdió la carrera frente la curiosidad. Antes de profundizar, tocó uno de los cristales de ángulos duros, notando luego las yemas heladas. Majani le señaló que cuando el gigante cayó, la entrada a la grieta hervía más caliente que las termas de la montaña, y que tuvieron que dejar las horas pasar antes de poder acercarse.
La dentadura de la tierra arriba bloqueo a la luna, convirtiendo las entrañas del suelo en una senda llena de rincones que devoran. Frente a eso la princesa se sacó el collar de su madre del cuello y lo alzó en lo alto. La gema, esfera perfecta y blancuzca que cuelga de cuentas de hueso, prendió con el deseo, y echó una luz pura y cálida como el abrazo de un ser querido. Oyeron el agua correr antes de verla, y pronto el toque fresco se deslizó como una tela entre sus pies. Llegado un punto en el cada vez más hondo y estrecho pasadizo, tocó ir saltando de roca en roca, actividad en la que mostraron una soltura venida de la costumbre. De vez en cuando Majani ofreció a Nadjela su mano para evitar que esta tropiece por las superficies húmedas. Cada nuevo paso aceleró el corazón de la princesa, cuya imaginación vivaz esbozó impresiones de los cuentos sobre el gigante. Pero ni sus más alocadas fantasías se aproximaron a esbozar al coloso.
Majani saltó a la roca en el centro del nuevo manantial, y Nadjela aterrizó después, inclinando las rodillas para absorber la impacto. Alzaron las miradas, mudas, Majani solmene, Nadjela… Tragó saliva. Grande, capaz de empequeñecer a la aldea con su sombra. La princesa esperó un titan gris y severo como su padre, lo que le devolvió la realidad fue justo lo contrario. Lucía poderoso, sí, pero su cuerpo no era de un opaco temible, sino de un vivo color zafiro que resaltó como un trozo del firmamento en la oscuridad, trazado por un juego de líneas que, dependiendo de la perspectiva, se transforman de tonos entre rojo, el amarillo, y el naranja, escalando por la coraza hasta acabar en ángulos puntiagudos que en su totalidad le daban aspecto a relámpago.
«Rayo azul que duerme en la tierra, sobre un trono de piedra que tú mismo creaste al tocar. ¡Te ruego, cumple mi pedido de auxilio!» Rezó la princesa. No hizo falta verle la cara al gigante (En en esos momentos muy alta, y escondida por las sombras de la roca). Nadjela entendió, con el cuerpo temblando, que aquella entidad ya sea calamidad o salvador, era capaz de cambiar el mundo.
—¡¿Qué hace, princesa?! —Majani abrió la boca con horror cuando Nadjela se inclinó con clara intención de saltar a las piernas del gigante. —Su padre prohibió que lo tocásemos.
La princesa la miró con sus ojos reflejando incomprensión y le preguntó la razón para esa regla.
—No lo sé. Jamás nos atreveríamos a cuestionar. ¿Quizás evitar que molestemos al ídolo?
Nadjela lanzó una mirada significativa al coloso. Entonces recordó las expresiones desdeñosas de su padre... Donde no parecía que importunar al ídolo fuese el motivo de la preocupación, sino el propio gigante como causante de los desvelos. ¿Pero por qué…? Se miró las manos, vacías y sin respuesta, y menospreció la opción de retirarse sin dar todo de sí.
Majani quedó paralizada de espanto, solo sus ojos se movieron para seguir el ágil ascenso de Nadjela por la pared de piedra hasta un bordillo a cuatro metros de altura, desde donde la princesa se sostuvo con una mano, encaró al titan, y balanceándose atrás y adelante, saltó con todo el poder de su impulso, plantándose en la saliente angulosa que forma la pierna izquierda del ídolo, por debajo de la rodilla. Sus dedos sufrieron ligeros cortes, y se dio de panza contra un tacto fino, como las zonas menos erosionadas del templo de las contemplaciones, pero diez veces más refinadas. La parte azul congela y le puso los pezones en alza, mientras que las líneas incandescentes dejaron una sensación tibia en la piel como lava que palpita bajo un grueso exterior.
El collar de su madre mantuvo la ruptura de las tinieblas. Atrás y abajo, la llamada de Majani pidió con desespero su regreso. Pero Nadjela se adhirió a su misión con el mismo ímpetu con el que se adhería al gigante, y haciendo fuerza con los brazos, se echó para arriba y se perdió por una abertura, cayendo hasta las articulaciones tras la coraza. Plantó las palmas, se levantó, y quedó de pie frente una serie de tubos y mangueras ascendentes, hechos de un material negro y cromado, que palpita bajo la luz de la gema de su madre. Es ahí cuando Nadjela percibió lo brillante, casi cegador, de la esfera, y antes de musitar cualquier sonido de sorpresa, el blanco nuclear la llevó a gritar y a cerrar los ojos. Nadjela se abrazó al pilar de tubos y mangueras mientras todo a su alrededor temblaba.
Majani observó encogida como el color zafiro del ser, pasó del letargo a un tinte más vivo como la cola de un cometa, y el rostro en lo alto se iluminó para revelar un aspecto metálico esculpido para ser vagamente humano. El cristal que componen los ojos del ídolo, prendió en un rojo tan amenazado que por un momento creyó que la atravesaba por el pecho y le salía por la espalda. Grandes pedruscos se desplomaron, causando una reacción en cadena de cantos que ruedan, obligando a Majani retroceder para evitar morir aplastada.
La voluminosa figura se inclina y se endereza, crujiendo en su molde, desquebrajando con las hombreras la roca, liberando sus extremidades del agua y la piedra. Las enormes manos capaces de aplastar se echaron para arriba hasta clavarse en la boca de la grieta. Se impulsa. Revienta su sello. ¡Vive!
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No es el prologo completo, pero creo que basta para hacerse una primera impresión