¡Por fiiiiin! ¡Mi Musa ha vueltooo! (Un favor por otro)

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Naomi
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¡Por fiiiiin! ¡Mi Musa ha vueltooo! (Un favor por otro)

Mensaje por Naomi »

Pedro era un chico de unos veinte años, amante de la naturaleza, que disfrutaba dando largos paseos por los bosques que rodeaban su pueblo.

Aunque, debido al trabajo, no podía hacerlo tan a menudo como le gustaría. Pero, en cuanto tenía un día libre, no dudaba en hacer lo que más le gustaba.

Podía pasarse horas enteras, con su mochila al hombro, observando todo cuanto lo rodeaba, tomando notas en su diario, retratando lo que le parecía que era digno de ser retratado o leyendo tranquilamente un libro, con los sonidos de la naturaleza como música de fondo.

Cuando se cansaba o le entraba hambre, se sentaba al pie de cualquier árbol, sacaba un bocadillo y un refresco de la mochila y comía y bebía tranquilamente.

Y siempre, siempre, antes de proseguir con su paseo, recogía todo concienzudamente, asegurándose de no dejar nada que pudiera perturbar la paz que había encontrado.

Porque allí, rodeado de la belleza de la naturaleza y las criaturas que la poblaban, sentía que su alma estaba libre de preocupaciones y pesares, que podía dejar vagar su mente y deleitar su vista con las innumerables maravillas de la Madre Tierra.

Uno de esos días, justo cuando regresaba a casa, después de un largo paseo, un débil sonido le hizo desviarse de la ruta como un par de metros.

Guiándose por el sonido que según se acercaba parecía un débil piar, llegó hasta una escena que le partió el corazón.

Un polluelo de águila que no podría tener mucho tiempo de nacido, pues aún tenía en abundancia el característico plumón gris, se hallaba al pie de un árbol, totalmente indefenso y piando desconsolado.

Al levantar la vista, vio varias ramas que estaban partidas. Era fácil deducir lo que había pasado: el polluelo se había caído del nido, las ramas habían amortiguado buena parte de su caída, lo cual era bueno porque, al levantar aún más la vista, por fin vio el nido, que estaba a una altura de unos quince metros.

Pero, aunque el polluelo parecía estar ileso o, por lo menos, no parecía tener nada roto, Pedro sabía que no estaba fuera de peligro, pues de seguir ahí sería una presa fácil para los depredadores.

Así que, sin pensárselo dos veces, vació su mochila, metió al polluelo dentro con toda la delicadeza de la que fue capaz y, tras volver a colgársela, empezó a trepar.

No fue una tarea fácil, pues el nido estaba a bastante altura y además tenía que tener mucho cuidado con dónde apoyaba su peso, pues algunas ramas se partían en su ascenso y ya había estado a punto en un par de ocasiones de precipitarse al vacío.

Aún así, finalmente logró alcanzar su objetivo. Cansado y sudoroso, se sentó sobre la parte más gruesa de una rama adyacente a la que sostenía el nido y, con cuidado, se descolgó la mochila y sacó al polluelo.

En el nido había otros dos polluelos más que, al principio, se mostraron asustados y recelosos del intruso, no sabiendo qué criatura era ni cuáles eran sus intenciones. Pero, en cuanto vieron a su hermano, se pusieron a piar con gran alegría.

Con mucho cuidado, Pedro alargó el brazo que sostenía el polluelo, mientras se aferraba al tronco donde estaba con el otro brazo y las piernas. Le costó un poco de esfuerzo pero finalmente logró depositar al polluelo junto a sus hermanos, que enseguida lo rodearon piando felices.

No pudo evitar la sonrisa que afloró a sus labios ante la tierna escena. Pero, justo cuando se preparaba para descender, un ruido procedente de arriba le hizo alzar la vista. Y entonces, el corazón se le disparó en el pecho, pues justo en la rama que estaba por encima de su cabeza, una enorme águila lo observaba con sus penetrantes ojos fijos en él.

Pedro sabía que las águilas eran muy territoriales y protectoras con sus polluelos. Así que, sin apartar la vista de la enorme ave, empezó a bajar con cuidado, pero ésta no hizo el menor ademán de atacarle. De hecho, ni siquiera había adoptado ninguna postura amenazante o intimidatoria. Se limitaba a observarle, con la cabeza ligeramente ladeada, como si…

Se le ocurrió entonces, por descabellado que pudiera parecer, que quizás el águila había visto lo que había sucedido y sabía que sus intenciones eran buenas. Eso le dio valor para devolverle la mirada al águila y decir:

-Sólo quería ayudar a tu pequeño. Me alegro de que esté bien.

El águila inclinó la cabeza, como si, aún sin entender las palabras, comprendiera el sentimiento que contenían.

Pedro sintió muchas cosas mientras descendía de aquel árbol: alivio de que el águila no lo hubiera atacado, alegría de que el polluelo estuviera sano y salvo junto a su madre, satisfacción de haber hecho algo bueno… pero una de las más prominentes era una especie de mezcla entre asombro y maravilla, pues sentía que, de algún modo, ahora estaba en mayor comunión con la naturaleza que nunca.

Al llegar al suelo, dirigió una última mirada al nido, donde la madre estaba acurrucada sobre sus pequeños, dándoles calor y cobijo. Entonces, con una sonrisa que no lo abandonó en todo el día, emprendió el regreso a casa.

Unos días más tarde, de nuevo pudo volver a dar otro de sus anhelados paseos por el bosque. Aunque ahora empezaba a refrescar, pues ya se acercaba el invierno, eso no lo había detenido. Se había enfundado ropa de más abrigo y una gorra que le cubría hasta las orejas y había salido de su casa con paso alegre, deseando perderse en esa inmensidad verde.

Se detuvo a contemplar unas flores que despedían un agradable aroma y se dispuso a sacar su cuaderno para retratarlas, cuando un alarmante grito le hizo alzar la vista hacia el cielo.

Entonces la vio, un águila daba vueltas en el cielo mientras lanzaba graves gritos, como queriendo llamar su atención.

El hombre se quedó quieto, observando confuso al águila hasta que se le ocurrió pensar si no sería la misma con la que se encontrara días atrás.

Entonces, antes de que el hombre pudiera reaccionar, el águila se lanzó en picado y le arrebató la gorra con el pico, dejándola caer a unos veinte metros de donde se encontraba.

Antes de tener tiempo de sorprenderse ante el comportamiento del águila el hombre, instintivamente, echó a correr para recuperar su gorra.

Pero, justo al llegar al lugar donde el águila la había dejado caer, lo sobresaltó un fuerte estrépito a sus espaldas.

Al darse la vuelta, vio con espanto que, justo donde se hallaba apenas un minuto antes, un enorme árbol se había desplomado. Al acercarse pudo comprobar que la base del mismo estaba podrida, lo que había provocado que acabara cayendo.

De haber seguido donde estaba, el enorme tronco lo habría aplastado, pensó Pedro con un estremecimiento. Si el águila no lo hubiera hecho correr en pos de su gorra…

Un aleteo le hizo volver la cabeza y entonces vio al águila que, ya no le cabía duda, era la misma de días atrás. Acababa de posarse sobre la rama de otro árbol y lo miraba con expresión serena.

Era obvio que el águila había percibido el peligro en el que se encontraba y, al no poder apartarlo con sus gritos, había optado por arrebatarle la gorra para alejarlo de allí.

Esa había sido su forma de devolverle el favor por haber ayudado a su polluelo días atrás. Él le había salvado la vida ese día y ahora el águila acababa de salvar la suya.

Pedro sintió una enorme emoción, un sentimiento indescriptible que le oprimía el corazón y la garganta. Pero, aún así, con un hilo de voz y lágrimas en los ojos, logró decir:

-Muchas gracias, amiga. Me has salvado la vida.

De nuevo, el águila asintió con la cabeza, mirándolo con una penetrante mirada que parecía decir:

“Sólo he devuelto un favor por otro”.

Entonces, extendiendo sus enormes alas, emprendió el vuelo y se alejó volando. Y Pedro la siguió con la mirada hasta perderla de vista.

“Bueno, parece que tengo una nueva historia que contar en el pueblo” pensó Pedro, mientras deshacía el camino andado, con una enorme sonrisa en los labios y otra aún más grande en el corazón.
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lucia
Cruela de vil
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Re: ¡Por fiiiiin! ¡Mi Musa ha vueltooo! - UN FAVOR POR OTRO

Mensaje por lucia »

Muy bonito como cuento infantil, pero cualquier cosa que empuje a un niño a coger un polluelo del suelo :no: Luego sus madres no los quieren en el nido. Y así, un cuento bienintencionado puede llevar a un mal final.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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