Me colecciono a mí mismo (Autobiografía?)
Publicado: 30 Oct 2023 13:30
Si Pessoa, en voz de uno de sus múltiples heterónimos, dice aquello de el mundo está hecho de partes sin un todo, no me resulta difícil transpolar esta idea a la vida misma: hecha de momentos que suman más que la propia vida. Y quizá sea esa la grandeza y el consuelo. Me voy haciendo mayor y lo noto porque ahora miro más hacia atrás que hacia delante, pues lo que viene no parece más motivador que lo que ya pasó. Y me solazo en momentos que me pertenecieron, en un gesto de onanismo espiritual, y me digo por qué no coleccionarlos con un alfiler, como un buen lepidóptero haría.
Por qué no.
I. Palabras Ausentes.
Hemos salido del instituto a mediodía. Diluvia. Nuestros paraguas hace un rato que se desmontaron por la fuerza del viento. Así que caminamos bajo el torrente de agua como dos náufragos urbanos. Ella, sin embargo, se me antoja más bella que nunca. Una ninfa de los ríos cuya risa ilumina más que el ausente sol. El azar ha querido que hoy recorramos solos ella y yo el camino de regreso. Tengo una roca en el estómago. Estoy inmensamente feliz, pero al tiempo una fiebre desconocida me quema los huesos, me anestesia la lengua. ¿Este es el dolor del que hablan los poetas? Solo tengo dieciséis. Yo no sé de palabras de amor, pero hay tantas como murciélagos en una cueva, que quieren salir, proclamarse. Pero solo hago comentarios triviales, balbuceantes. ¿Y si por un momento enloqueciera y la besara? En la siguiente esquina nuestros caminos divergen. Qué risa vernos así. Adiós, adiós, inalcanzable alma de las cumbres. ¿Es este dolor lo que me espera en la vida?, ¿esta delicia de júbilo y amargo sufrir? Soy muy joven para estar loco. Y la lluvia son palabras que se derraman desde la conciencia poética del mundo, y los árboles combados me hablan con el frufrú de sus hojas, palabras de árbol entre las que reconozco el sonido “idiota”
Una semana después nos devuelven los resultados de una redacción que había que hacer sobre los estragos del temporal. La profesora se detiene ante mí, tiene una cara sospechosa… Parece dudar si decirme algo… Sus palabras quedan también ausentes. Tan solo me señala que no es correcto decir “le succionó la vida”. Ni a día de hoy entiendo esa corrección. Pero sé qué había en aquel silencio. No se podía elogiar a un chico con aspecto agitanado, que faltaba a la mitad de las clases. ¿Quién te había hecho aquella redacción, chico? Un gitano no puede escribir así. Yo era de pocas palabras, simplemente dejé de asistir a esa clase. Yo no sabía lo que era la rebeldía, pero el mundo desplegaba ante mi su manual de instrucciones. Y eso sí, aprendía rápido.
Por qué no.
I. Palabras Ausentes.
Hemos salido del instituto a mediodía. Diluvia. Nuestros paraguas hace un rato que se desmontaron por la fuerza del viento. Así que caminamos bajo el torrente de agua como dos náufragos urbanos. Ella, sin embargo, se me antoja más bella que nunca. Una ninfa de los ríos cuya risa ilumina más que el ausente sol. El azar ha querido que hoy recorramos solos ella y yo el camino de regreso. Tengo una roca en el estómago. Estoy inmensamente feliz, pero al tiempo una fiebre desconocida me quema los huesos, me anestesia la lengua. ¿Este es el dolor del que hablan los poetas? Solo tengo dieciséis. Yo no sé de palabras de amor, pero hay tantas como murciélagos en una cueva, que quieren salir, proclamarse. Pero solo hago comentarios triviales, balbuceantes. ¿Y si por un momento enloqueciera y la besara? En la siguiente esquina nuestros caminos divergen. Qué risa vernos así. Adiós, adiós, inalcanzable alma de las cumbres. ¿Es este dolor lo que me espera en la vida?, ¿esta delicia de júbilo y amargo sufrir? Soy muy joven para estar loco. Y la lluvia son palabras que se derraman desde la conciencia poética del mundo, y los árboles combados me hablan con el frufrú de sus hojas, palabras de árbol entre las que reconozco el sonido “idiota”
Una semana después nos devuelven los resultados de una redacción que había que hacer sobre los estragos del temporal. La profesora se detiene ante mí, tiene una cara sospechosa… Parece dudar si decirme algo… Sus palabras quedan también ausentes. Tan solo me señala que no es correcto decir “le succionó la vida”. Ni a día de hoy entiendo esa corrección. Pero sé qué había en aquel silencio. No se podía elogiar a un chico con aspecto agitanado, que faltaba a la mitad de las clases. ¿Quién te había hecho aquella redacción, chico? Un gitano no puede escribir así. Yo era de pocas palabras, simplemente dejé de asistir a esa clase. Yo no sabía lo que era la rebeldía, pero el mundo desplegaba ante mi su manual de instrucciones. Y eso sí, aprendía rápido.