EL DESEO DEL HADA
Llegó con el viento de primavera, cansada, somñolienta, sigilosa como la brisa nocturna que mecía las cortinas juguetonas de la ventana de aquella casa. No recordaba de dónde venía, ni tampoco a dónde tenía que llegar...
Oteó curiosa el interior y descubrió sorprendida la figura de una pareja interte en la amplia cama de comfortable aspecto; al prestar más atención llegó hasta sus diminutos oídos el incofundible sonido acompasado de la respiración de la mujer, que dormía abrazada a su compañero.
El hada miró a un lado y a otro, apenas se atrevió a rozar suavemente los visillos al entrar en la mansión, y dirigiéndose a hurtadillas hacia el pasillo, recorrió después volando el resto de la casa...
Caras sonrientes la miraban desde los cuadros de las estanterías, montones de libros que encerraban misterios inescrutables para ella descansaban como dormidos aguardando la llegada del día.
Contempló las flores y jarrones que decoraban las estancias. Una chimenea casi monumental se situaba frente a las escaleras que conducían al segundo piso. El hada planeó sobre la pulida superficie del suelo y llegó a un cuarto abuhardillado de paredes decoradas con papel pintado de estrellas.
De repente se sintió presa de una extraña melancolía y, rápidamente, escapó por la ventana y voló hasta la uña brillante que vigilaba todo desde el cielo.
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- Dime, Luna -le dijo- ¿quiénes eran esos seres de ahí abajo?
- Humanos -le respondió ésta.
- ¿Y qué debo hacer para ser como ellos?
- Bueno, -respondió la Luna-, tendrías que dejar de vagar por el cielo.
Ahora lo recordaba, eso era lo único que había hecho durante los últimos millones de años, eones, una eternidad vagando entre los cuerpos celestes desde el otro confín del universo, hasta llegar allí.
- Pero si lo haces -le recordó la Luna- ya no podrás volverte a marchar.
El hada miró hacia la casa, donde la mujer dormía plácidamente, con su mano entrelazada con la del hombre que yacía a su lado Luego recordó la infinita soledad del universo, el vagar incansable de un mundo a otro, a veces viendo solo piedras estériles, otras mundos helados, otras cegadoras estrellas...
Y sin pensarlo más, se dejó caer...
La mujer despertó justo a tiempo de ver la estrella fugaz cruzar el firmamento tan rápidamente que no habría podido asegurar si pertenecía al mundo real o al de los sueños.
Su marido captó el apenas leve moviento y abrió los ojos a su vez.
- ¿Qué ocurre? -preguntó.
- Nada, nada -le dijo esta- es solo que..., bueno, acabo de ver una estrella fugaz y he pedido un deseo.
- ¿Y qué fue lo que pediste?
- Si te lo digo, igual no se cumple... -respondió somñolienta y misteriosa...
Y con gesto despreocupado se llevó la mano a su vientre donde, sin ella saberlo, el deseo del hada había comenzado a volverse realidad...