Marcos y el señor de las pesadillas
- Nelly
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Marcos y el señor de las pesadillas
Al atardecer observaba como iban encendiéndose las farolas a través de los cristales oscuros de la vieja mansión abandonada, y las contaba como si fueran pequeñas pepitas de limón. Marcaban el comienzo de la caída de la noche y, con ella, la llegada de su domino. El punto de partida del viaje que iniciaba indiferente al mal tiempo, el frío, el paso de los años o los cambios que se produjeran fuera, pues ajenos e insondables se le antojaban, tanto como a los humanos su presencia podría parecerles, si de hecho la percibieran.
Las pesadillas. Esa era su función. Se deslizaba en silencio en pos de la oscuridad que abnegaba las calles y, escurriéndose suavemente entre puertas y ventanas entornadas, alcanzaba a enfrentarse a los rostros de los durmientes sobre los que derramaba suavemente su aliento helado. Apenas unos minutos después, el cuerpo de estos se agitaba, se convulsionaba, dando vía libre a la manifestación de sus temores en forma de delirantes fantasías, que provocaban sensaciones que a menudo persistían al despertar.
Y así, durante millones de años, el señor de las pesadillas había sobrevidido, alimentándose de los miedos que despertaba en los durmientes. Y así, durante millones de años, todo seguiría igual.
La ventana que eligió aquella noche no tenía nada de especial; un marco verde, persianas a medio bajar, un cristal apenas un palmo separado de su alfeizar. Tras ella, dos cortinas que ondeaban suavemente dando paso a un cuarto teñido de azules oscuros y siluetas de objetos sin identificar.
En la cama dormitaba un muchacho tumbado boca arriba con las sábanas desordenadas y la almohada torcida. Tenía el cabello rubio claro, como era propio de los infantes de su edad de tez tan pálida. Apenas rebasaba los nueve años, era delgado, con nariz pecosa, cejas finas; sus ojos cerrados ocultaban sendos iris de color marrón claro, y poseía una cara ovalada de perfecta geometría que pronto comenzaría a cambiar cuando entrara en la pubertad. Aunque para eso aún faltaban varios años.
Nadie sabía exactamente qué enfermedad tenía Marcos, pues ese era su nombre, ni porqué era incapaz de hablar. El Doctor Vidal, el pedíatra al que le llevaban sus padres de pequeño, le había diagnosticado a muy temprana edad algún tipo de trastorno neurológico del desarrollo. Pues si bien el muchacho no parecía mostrar los típicos síntomas del autismo clásico, si mostraba otros de carácter similar. Fuera lo que fuera lo que impedía a Marcos desarrollarse debidamente, tendrían que estudiarlo con detenimiento, cosa que se hizo a lo largo de los siguiente años, hasta que el Doctor Vidal pasó el caso a un especialista del hospital general.
Marcos corría, caminaba y saltaba como cualquier otro niño, pero aunque su mirada despierta recorría el entorno con ojos pacientes e inescrutables, interesados incluso, jamás sonreía a otra persona, ni compartía los juegos de los demás, ni hacía nada que implicara interacción directa y activa por su parte. Ni siquiera hablaba a sus padres.
Se comunicaba con ellos de otras maneras, con pequeños gestos, con movimientos que a su madre nunca pasaban desapercibidos y entendía perfectamente, sabiendo que denotaban el estado de ánimo del pequeño.
Éste nunca se quejó, ni cuando caía enfermo y tenía fiebre, o cuando otros niños le pegaban o se metían con él, siempre mantenía la misma mirada fija, inalterable, daba igual lo que pasara.
Nada de especial habría tenido este niño para el señor de las pesadillas, de no ser porque al inclinarse sobre él y soplar su aliento helado, su cara no varió lo más mínimo, ni se produjeron los cambios que cabían esperar.
Asombrado, la criatura de la noche se irguió sacudiendo la negra capa que ondeaba en torno a su espectral cuerpo, y miró a través de sus hojos helados escrutando su faz. Nada. Ni el más ligero cambio. Ni el más ligero temor acechaba la mente del chaval. El señor de las pesadillas retrocedió presa de la comprensión que se tornó en mudo espanto.
El niño no soñaba.
Era imposible pues cualidad común entre todos los seres humanos era el hecho de que todos, absolutamente todos, dormían y soñaban por igual. El señor de las pesadillas no daba crédito a lo que estaba pasando. ¿Y si aquel hecho se repetía? ¿Y si aquel caso inaudito se daba en otras personas y la gente dejaba de soñar? Sería su fin, su muerte. La sola idea estremeció cada fibra de su ser inmortal, él, que llevaba siglos contemplando con desdén la fugacidad de los humanos, no podía morir, porque tampoco estaba vivo como ellos, mas, ¿podría acaso dejar de existir?
Acudiado por la idea de ver su propio fin, cosa que jamás podría haber imaginado, el señor de las pesadillas volvió a intentarlo una vez más, pero no despertó temor alguno en el durmiente. Preso entonces de una furia incontrolable, agarró del brazo al muchacho y, justo cuando este abria los ojos, lo incorporó de la cama con fuerza y la oscuridad se expandió por el cuarto, engulléndolos a ambos hacia un mundo que ningún otro humano había contemplado antes, jamás.
Las pesadillas. Esa era su función. Se deslizaba en silencio en pos de la oscuridad que abnegaba las calles y, escurriéndose suavemente entre puertas y ventanas entornadas, alcanzaba a enfrentarse a los rostros de los durmientes sobre los que derramaba suavemente su aliento helado. Apenas unos minutos después, el cuerpo de estos se agitaba, se convulsionaba, dando vía libre a la manifestación de sus temores en forma de delirantes fantasías, que provocaban sensaciones que a menudo persistían al despertar.
Y así, durante millones de años, el señor de las pesadillas había sobrevidido, alimentándose de los miedos que despertaba en los durmientes. Y así, durante millones de años, todo seguiría igual.
La ventana que eligió aquella noche no tenía nada de especial; un marco verde, persianas a medio bajar, un cristal apenas un palmo separado de su alfeizar. Tras ella, dos cortinas que ondeaban suavemente dando paso a un cuarto teñido de azules oscuros y siluetas de objetos sin identificar.
En la cama dormitaba un muchacho tumbado boca arriba con las sábanas desordenadas y la almohada torcida. Tenía el cabello rubio claro, como era propio de los infantes de su edad de tez tan pálida. Apenas rebasaba los nueve años, era delgado, con nariz pecosa, cejas finas; sus ojos cerrados ocultaban sendos iris de color marrón claro, y poseía una cara ovalada de perfecta geometría que pronto comenzaría a cambiar cuando entrara en la pubertad. Aunque para eso aún faltaban varios años.
Nadie sabía exactamente qué enfermedad tenía Marcos, pues ese era su nombre, ni porqué era incapaz de hablar. El Doctor Vidal, el pedíatra al que le llevaban sus padres de pequeño, le había diagnosticado a muy temprana edad algún tipo de trastorno neurológico del desarrollo. Pues si bien el muchacho no parecía mostrar los típicos síntomas del autismo clásico, si mostraba otros de carácter similar. Fuera lo que fuera lo que impedía a Marcos desarrollarse debidamente, tendrían que estudiarlo con detenimiento, cosa que se hizo a lo largo de los siguiente años, hasta que el Doctor Vidal pasó el caso a un especialista del hospital general.
Marcos corría, caminaba y saltaba como cualquier otro niño, pero aunque su mirada despierta recorría el entorno con ojos pacientes e inescrutables, interesados incluso, jamás sonreía a otra persona, ni compartía los juegos de los demás, ni hacía nada que implicara interacción directa y activa por su parte. Ni siquiera hablaba a sus padres.
Se comunicaba con ellos de otras maneras, con pequeños gestos, con movimientos que a su madre nunca pasaban desapercibidos y entendía perfectamente, sabiendo que denotaban el estado de ánimo del pequeño.
Éste nunca se quejó, ni cuando caía enfermo y tenía fiebre, o cuando otros niños le pegaban o se metían con él, siempre mantenía la misma mirada fija, inalterable, daba igual lo que pasara.
Nada de especial habría tenido este niño para el señor de las pesadillas, de no ser porque al inclinarse sobre él y soplar su aliento helado, su cara no varió lo más mínimo, ni se produjeron los cambios que cabían esperar.
Asombrado, la criatura de la noche se irguió sacudiendo la negra capa que ondeaba en torno a su espectral cuerpo, y miró a través de sus hojos helados escrutando su faz. Nada. Ni el más ligero cambio. Ni el más ligero temor acechaba la mente del chaval. El señor de las pesadillas retrocedió presa de la comprensión que se tornó en mudo espanto.
El niño no soñaba.
Era imposible pues cualidad común entre todos los seres humanos era el hecho de que todos, absolutamente todos, dormían y soñaban por igual. El señor de las pesadillas no daba crédito a lo que estaba pasando. ¿Y si aquel hecho se repetía? ¿Y si aquel caso inaudito se daba en otras personas y la gente dejaba de soñar? Sería su fin, su muerte. La sola idea estremeció cada fibra de su ser inmortal, él, que llevaba siglos contemplando con desdén la fugacidad de los humanos, no podía morir, porque tampoco estaba vivo como ellos, mas, ¿podría acaso dejar de existir?
Acudiado por la idea de ver su propio fin, cosa que jamás podría haber imaginado, el señor de las pesadillas volvió a intentarlo una vez más, pero no despertó temor alguno en el durmiente. Preso entonces de una furia incontrolable, agarró del brazo al muchacho y, justo cuando este abria los ojos, lo incorporó de la cama con fuerza y la oscuridad se expandió por el cuarto, engulléndolos a ambos hacia un mundo que ningún otro humano había contemplado antes, jamás.
Si lo consideramos una especie de resumen que hay que revisar, naturalmente que sí. De hecho, no sé por qué, me ha recordado a los libros de Michael Ende. Un niño que no sueña. El señor de las pesadillas que le secuestra. Buenos ingredientes.
Viéndolo como el principio de algo, tiene fuerza pero habría que elaborarlo un poco más. Tal vez modificar la estructura, simplificarla o ampliarla, no lo tengo claro. Pero, en general, está muy bien y yo diría que cada línea que has escrito es completamente aprovechable. Quizás sólo faltan algunas frases que den más unidad al texto, para que la lectura se deslice más suavemente aún de un párrafo a otro. Pero es sólo mi opinión, ¿eh?
Viéndolo como el principio de algo, tiene fuerza pero habría que elaborarlo un poco más. Tal vez modificar la estructura, simplificarla o ampliarla, no lo tengo claro. Pero, en general, está muy bien y yo diría que cada línea que has escrito es completamente aprovechable. Quizás sólo faltan algunas frases que den más unidad al texto, para que la lectura se deslice más suavemente aún de un párrafo a otro. Pero es sólo mi opinión, ¿eh?
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Nelly, seguiría leyendo, pero me gustaría saber un poco más sobre MARCOS ¿es autista? ¿está paralítico? ¿Porqué está en la cama?
Nuestra editorial: www.osapolar.es
Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.
Mis diseños
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- Nelly
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Si es que como leí el comentario de Ende pensé que igual no era original la idea, es sorprendente la de veces que una escribe algo y le sacan parecido con mil cosas por eso la dejé de lado...
Mi idea no era que estuviera enfermo sino simplemente que no puede soñar. ¿Por qué? se revelará más adelante, una cosa está clara, no se comunica con los demás porque no puede soñar..., es un niño diferente.
Ahora quedaba todo un periplo de aventuras en el mundo onírico que se abre ante él no obstante, si ya se ha escrito algo parecido, pensé que no valía la pena estrujarse la sesera...
Si bien vuestro interés me ha hecho retomar el hilo de la historia.
Gracias, gracias, gracias mil.
Jangel, ..., necesitaría dos horas al día solo para organizarme, escribir como Dios manda y pedirte asesoramiento.
Besotes!!!
Mi idea no era que estuviera enfermo sino simplemente que no puede soñar. ¿Por qué? se revelará más adelante, una cosa está clara, no se comunica con los demás porque no puede soñar..., es un niño diferente.
Ahora quedaba todo un periplo de aventuras en el mundo onírico que se abre ante él no obstante, si ya se ha escrito algo parecido, pensé que no valía la pena estrujarse la sesera...
Si bien vuestro interés me ha hecho retomar el hilo de la historia.
Gracias, gracias, gracias mil.
Jangel, ..., necesitaría dos horas al día solo para organizarme, escribir como Dios manda y pedirte asesoramiento.
Besotes!!!