El dolor de muelas.
El dolor de muelas.
Ahora mismo me es imposible escribir una palabra. Me diréis que estoy escribiendo y tenéis razón, si no, no podríais estar leyendo esto...; ¡pero es verdad! Esto no es escribir; es gritar de dolor. ¡Me duele horriblemente una muela! ¡necesito decírselo a todo el mundo! Me duele tanto que no puedo pensar en otra cosa. De pronto, todos los proyectos inmediatos: la cena, machacársela, ir a correr, levantarme mañana para ir al trabajo... pierden toda su perspectiva y se convierten en acciones imposibles.
Toda mi conciencia se reduce a un punto situado en el centro de la muela, con cerebro y espíritu propio. Tanto es así, que un pequeño corazón se ha instalado en su interior luchando por abrirse paso ¡y cómo late el condenado! ¡cómo bombea el cabrón!
Acabo de llegar del dentista (maxilofacial) y me ha hurgado con ese artilugio en forma de gancho. Sólo protestaba diciendo:
- ¡Qué desastre! ¡qué desastre! ¡Es que tienes la pieza partida! – el hombre metía la punta entre los pliegues de la encía y de la carie sin ningún miramiento-- ¡Todo el interior es empaste y tu muela es como una cáscara!
Como no podía hablar, le hice un gesto con los ojos y con los hombros “y yo que culpa tengo..., ¡joder!”
A la ayudante, María del Cielo, le ha pedido que preparara la anestesia con gesto de fastidio.
- Prepara la anestesia, María del Cielo.
A mí me avisa.
- No te muevas, tranquilo que no va a dolerte.
Siempre que dice eso, me echo a temblar. Y ya lo conozco. Mi historial lo colecciona en tarjetas de cartón. Es gordo como una guía de teléfonos.
Cuando tiene todo preparado levanta mi labio superior como si fuera un caballo y mete la aguja. Siento cómo penetra en la carne. Me pellizco los muslos. Siempre salgo con los muslos morados a pellizcos. Digo yo que si reparto el dolor por todo el cuerpo, dolerá menos ¿no? Empieza a escarbar con fruición, como esos monos que rebuscan en el interior de los troncos buscando termitas. Pego un bote; luego, dos. Le dice a María del Cielo que prepare más anestesia. Hace un gesto de impaciencia. Es tarde y hace un calor espantoso. Me caen gotas de sudor que se juntan con las lágrimas que me han resbalado hasta el cogote. Me mete otra vez la aguja, esta vez por otro agujero. Me pregunta si va surtiendo efecto. Le digo que sí por decir algo. Coge el torno para destrozar el empaste antiguo. Pego un nuevo bote. Me dice que es imposible.
- ¡Venga ya tío! ¡tú lo que eres es un cagón!- él también comienza a sudar.
Me la vuelve a meter, la aguja, y termina todo lo que quedaba de líquido. A los cinco minutos creo parecerme al hombre elefante. Creo notar que cuelga de mi labio un entrecot entero. Con hueso y todo. Me masajea el carrillo.
- Venga, vamos. ¿Notas algo? –no me deja contestar- Ya tiene que estar ¡abre la boca!
Me limpia todo el interior del volcán. Me sopla con aire y aún noto dolor pero hago esfuerzos para que no se de cuenta. María del Cielo está atenta a la evacuación de saliva con el succionador. El Dr. mete una especie de plastilina que llena todo el hueco y lo alumbra con una luz chiquita. Me hace morder un papel azul. Choca bastante. Me lima la pasta endurecida. Guiño ambos ojos a pesar que no me duele ya nada. Cuando termina me limpio el sudor y me enjuago la boca. Le voy a abonar el importe pero me dice que eso lo hable con María del Cielo.
Me ha recetado antibióticos y un antiinflamatorio y me ha dicho que si no mejoro perderé la pieza. Otra.
El tema de la dentadura es como una alegoría del existir. Es preferible el dolor a la nada. Pero es tan insoportable... A veces preferiría la nada. Noto que mi cuerpo rechaza a mis propias muelas. Noto que las empujan hacia fuera, con mucho dolor. A veces preferiría no tener ni una pieza y pedir “mamá, sshhhssooopita”
Sufro mucho cuando visito al dentista por eso siempre lo dejo para el final, cuando ya no hay remedio. Pero pienso en cómo debían pasarlo nuestros antepasados, sin medicinas ni anestesias. Qué horror. Y además, es tan caro que si siguen subiendo los precios, habrá que hipotecar la casa; si ello es posible. ¡vaya palo!
Un saludo.
Toda mi conciencia se reduce a un punto situado en el centro de la muela, con cerebro y espíritu propio. Tanto es así, que un pequeño corazón se ha instalado en su interior luchando por abrirse paso ¡y cómo late el condenado! ¡cómo bombea el cabrón!
Acabo de llegar del dentista (maxilofacial) y me ha hurgado con ese artilugio en forma de gancho. Sólo protestaba diciendo:
- ¡Qué desastre! ¡qué desastre! ¡Es que tienes la pieza partida! – el hombre metía la punta entre los pliegues de la encía y de la carie sin ningún miramiento-- ¡Todo el interior es empaste y tu muela es como una cáscara!
Como no podía hablar, le hice un gesto con los ojos y con los hombros “y yo que culpa tengo..., ¡joder!”
A la ayudante, María del Cielo, le ha pedido que preparara la anestesia con gesto de fastidio.
- Prepara la anestesia, María del Cielo.
A mí me avisa.
- No te muevas, tranquilo que no va a dolerte.
Siempre que dice eso, me echo a temblar. Y ya lo conozco. Mi historial lo colecciona en tarjetas de cartón. Es gordo como una guía de teléfonos.
Cuando tiene todo preparado levanta mi labio superior como si fuera un caballo y mete la aguja. Siento cómo penetra en la carne. Me pellizco los muslos. Siempre salgo con los muslos morados a pellizcos. Digo yo que si reparto el dolor por todo el cuerpo, dolerá menos ¿no? Empieza a escarbar con fruición, como esos monos que rebuscan en el interior de los troncos buscando termitas. Pego un bote; luego, dos. Le dice a María del Cielo que prepare más anestesia. Hace un gesto de impaciencia. Es tarde y hace un calor espantoso. Me caen gotas de sudor que se juntan con las lágrimas que me han resbalado hasta el cogote. Me mete otra vez la aguja, esta vez por otro agujero. Me pregunta si va surtiendo efecto. Le digo que sí por decir algo. Coge el torno para destrozar el empaste antiguo. Pego un nuevo bote. Me dice que es imposible.
- ¡Venga ya tío! ¡tú lo que eres es un cagón!- él también comienza a sudar.
Me la vuelve a meter, la aguja, y termina todo lo que quedaba de líquido. A los cinco minutos creo parecerme al hombre elefante. Creo notar que cuelga de mi labio un entrecot entero. Con hueso y todo. Me masajea el carrillo.
- Venga, vamos. ¿Notas algo? –no me deja contestar- Ya tiene que estar ¡abre la boca!
Me limpia todo el interior del volcán. Me sopla con aire y aún noto dolor pero hago esfuerzos para que no se de cuenta. María del Cielo está atenta a la evacuación de saliva con el succionador. El Dr. mete una especie de plastilina que llena todo el hueco y lo alumbra con una luz chiquita. Me hace morder un papel azul. Choca bastante. Me lima la pasta endurecida. Guiño ambos ojos a pesar que no me duele ya nada. Cuando termina me limpio el sudor y me enjuago la boca. Le voy a abonar el importe pero me dice que eso lo hable con María del Cielo.
Me ha recetado antibióticos y un antiinflamatorio y me ha dicho que si no mejoro perderé la pieza. Otra.
El tema de la dentadura es como una alegoría del existir. Es preferible el dolor a la nada. Pero es tan insoportable... A veces preferiría la nada. Noto que mi cuerpo rechaza a mis propias muelas. Noto que las empujan hacia fuera, con mucho dolor. A veces preferiría no tener ni una pieza y pedir “mamá, sshhhssooopita”
Sufro mucho cuando visito al dentista por eso siempre lo dejo para el final, cuando ya no hay remedio. Pero pienso en cómo debían pasarlo nuestros antepasados, sin medicinas ni anestesias. Qué horror. Y además, es tan caro que si siguen subiendo los precios, habrá que hipotecar la casa; si ello es posible. ¡vaya palo!
Un saludo.
- JoseMSGamboa
- Lector voraz
- Mensajes: 120
- Registrado: 30 May 2006 17:10
- Ubicación: Barcelona
- Contactar:
Dentistas: Psicópatas profesionales bien vistos por la sociedad. Esconden sus intenciones carniceras tras el blanco inmaculado de una bata. El brillo de sus instrumentos de tortura no es comparable al de sus ojos disfrutando con la emoción de trepanar bocas.
Creo que te comprendo, Hermann. Ánimo! Y que te mejores.
Saludos.
Creo que te comprendo, Hermann. Ánimo! Y que te mejores.
Saludos.
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Gracias Julia, me alegro que te haya hecho reir; esa era mi intención. Gracias a ti también por la empatía Jose.
Madison ¿machacársela? Es muy fácil. Se cogen dos piedras gordas, a ser posible de pedernal. Se coge una en cada mano y se aplasta uno los genitales con fruición. Dirás que hace daño y es verdad. Por eso hay que tener cuidado con los pulgares.
Saludos
Madison ¿machacársela? Es muy fácil. Se cogen dos piedras gordas, a ser posible de pedernal. Se coge una en cada mano y se aplasta uno los genitales con fruición. Dirás que hace daño y es verdad. Por eso hay que tener cuidado con los pulgares.
Saludos
El dolor de muelas
Pues yo debo de ser una sádica porque me he reido un montón con tu dolor de muelas.
Buenísimo el relato. ¿Ves como la letra con sangre entra?
Buenísimo el relato. ¿Ves como la letra con sangre entra?
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