El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Espacio en el que encontrar los relatos de los foreros, y pistas para quien quiera publicar.

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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


Por un par de pecanas



un par de pecanas.png


No sé, Cata, si es tanta mala noticia lo que me tiene la mente revuelta y hace que recuerde a los míos que ya no están de tal manera que me acabo sintiendo culpable.

Culpable por solo saber sus nombres y poco más; y por haberlas besado movida, más que por ninguna otra cosa, por el miedo a quedarme sin la habitual recompensa que siempre nos daban antes de marcharnos.

Culpable porque mis ganas de vivir me tenían tan absorta que, cuando me cruzaba con ellas, no me interesaba por sus vidas, por las razones que le habían llevado a vivir enlutadas y en aquellas casas oscuras y frías.

Culpable porque era demasiado niña y demasiado egoísta aún para intentar meterme en la piel de aquellas mujeres educadas para ser madre y que, sin embargo, vivían sin las risas ni los llantos de esa tabla de salvación que suele ser la carne de tu carne o la carne de la carne de tu carne.

Ellas, las hermanas de mi abuelo materno, eran muchas y todas solteras; salvo una, Emilia, la que enviudó estando embarazada y se volvió medio loca cuando dio a luz un niño que en cada pie tenía seis dedos y, para más inri, unidos por membranas. Niño que al menos recibió los desvelos de esa otra tía mía, Pepa, cuya casa en invierno siempre olía a alhucema.

Tenían nombres distintos y edades lógicamente escalonadas; pero debido a mi falta de interés de entonces y a la ya irremediable ignorancia de ahora, en mi recuerdo todas son muy parecidas: vestidas de negro y con su pelo cano recogido en un moño, y viviendo en casas silenciosas y poco cálidas debido a lo vacías que siempre estaban. Y es que las recuerdo como sacadas de esa obra de teatro que su coetáneo granadino no llegó a escribir porque el azar no las puso en su camino.

Mis bisabuelos tuvieron doce hijos, de los cuales ocho fueron niñas. Y las que hoy me han hecho sentirme culpable son las que nacieron en la quinta y novena posición. Se llamaban Matilde y Salud, pero para nosotros, los asilvestrados, eran las Tías de Puentegenil. Por norma, las visitábamos al menos una vez al año y, cuando nos daban la noticia de que al día siguiente tocaba visitarlas, mis sentimientos eran encontrados. Por un lado, me daba pereza abandonar mis rutinas y me incomodaba tener que cambiar el mono y los zapatones de campo por un atuendo más apropiado a la ocasión. Por el otro, viajar tan lejos —por aquel entonces, todo lugar al que no se pudiera ir andando me parecía remoto— y todos juntos en el Land Rover era siempre una gratísima aventura; además, estaba el asunto de aquellas extrañas y codiciadas nueces alargadas que a la vuelta apretaría entre mis manos...

De Matilde solo sé que de joven era coqueta y guapetona: de hecho, fue el tener pretendientes lo que hizo que sus tíos de Munda la mandaran de vuelta a casa. Que pasó luego, por qué no llegó a a cuajar con ninguno de sus pretendientes, lo ignoro. Lo que sí sé es que, cuando yo la conocí, seguía soltera y tenía ya aspecto lorquiano, lo cual no era óbice para que fuese una ancianita —para la niña que yo era entonces, cualquier mujer vestida de negro y con el pelo cano era una anciana— amable y de voz muy dulce. De Salud, la más joven, todavía sé menos. En realidad, no sé absolutamente nada, salvo que tenía también pinta lorquiana y, durante nuestras visitas, mantenía una actitud más híspida; amén de que su voz no era tan agradable como la de su hermana y su cabeza no cesaba de oscilar con un movimiento involuntario que a mí me provocaba cierto nerviosismo.

Mientras mi madre hablaba con las tías, nosotros, los asilvestrados, hacíamos tímidas avanzadillas de exploración por el resto de la casa. Pero en cuanto llevábamos unos minutos perdidos de vista, allá que aparecía la cabeza oscilante de la más joven para ver qué estábamos haciendo. Quizás fuera por esa labor de vigilancia, que frustraba mi deseo de moverme por la casa con libertad, Salud era para mí una tía osca y antipática, mientras que Matilde me resultaba más próxima y agradable. Pero querer, lo que se dice querer de verdad, yo diría que no quise a ninguna de las dos —demasiado poco trato, me digo a mí misma a modo de disculpa—. Y sin embargo, además de porque mi madre me tenía bien educada, yo no dejaba nunca de saludar a mis dos tías con un par de besos —uno a la llegada, el otro a la partida— por miedo a que, justo antes de la despedida, no me llevasen a la despensa para darme el codiciado par de nueces.

Por eso, Cata, cuando ahora me acuerdo de ellas, me siento culpable... Culpable por no haberme preocupado de saber más de ellas: cómo había sido su vida, por ejemplo, o cuáles eran sus deseos o si se sentían solas cuando las visitas se marchaban... Pero, sobre todo, me siento culpable porque los dos besos de rigor no se los daba pensando ellas, sino pensando siempre en esas nueces alargadas, las pecanas, que a la salida apretaría entre mis manos.


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magali
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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por magali »

Maravillosas historias, @jilguero , de otros tiempos, de otros seres, que me recuerdan a mi otro yo, siendo como es que no se parecen en nada (o se parecen en todo, no lo sé) a historias que yo viví.

Espléndido comienzo para una última página.

Un abrazo :60:
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Gretogarbo
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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Gretogarbo »

¡Qué bien escribes, jilguero! ¡Y qué bonito el comentario de magali! A mí no me queda otra que callarme y volver a leeros.
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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Megan »

jilguero escribió: 16 Ene 2021 13:52
Por un par de pecanas



un par de pecanas.png


No sé, Cata, si es tanta mala noticia lo que me tiene la mente revuelta y hace que recuerde a los míos que ya no están de tal manera que me acabo sintiendo culpable.

Culpable por solo saber sus nombres y poco más; y por haberlas besado movida, más que por ninguna otra cosa, por el miedo a quedarme sin la habitual recompensa que siempre nos daban antes de marcharnos.

Culpable porque mis ganas de vivir me tenían tan absorta que, cuando me cruzaba con ellas, no me interesaba por sus vidas, por las razones que le habían llevado a vivir enlutadas y en aquellas casas oscuras y frías.

Culpable porque era demasiado niña y demasiado egoísta aún para intentar meterme en la piel de aquellas mujeres educadas para ser madre y que, sin embargo, vivían sin las risas ni los llantos de esa tabla de salvación que suele ser la carne de tu carne o la carne de la carne de tu carne.

Ellas, las hermanas de mi abuelo materno, eran muchas y todas solteras; salvo una, Emilia, la que enviudó estando embarazada y se volvió medio loca cuando dio a luz un niño que en cada pie tenía seis dedos y, para más inri, unidos por membranas. Niño que al menos recibió los desvelos de esa otra tía mía, Pepa, cuya casa en invierno siempre olía a alhucema.

Tenían nombres distintos y edades lógicamente escalonadas; pero debido a mi falta de interés de entonces y a la ya irremediable ignorancia de ahora, en mi recuerdo todas son muy parecidas: vestidas de negro y con su pelo cano recogido en un moño, y viviendo en casas silenciosas y poco cálidas debido a lo vacías que siempre estaban. Y es que las recuerdo como sacadas de esa obra de teatro que su coetáneo granadino no llegó a escribir porque el azar no las puso en su camino.

Mis bisabuelos tuvieron doce hijos, de los cuales ocho fueron niñas. Y las que hoy me han hecho sentirme culpable son las que nacieron en la quinta y novena posición. Se llamaban Matilde y Salud, pero para nosotros, los asilvestrados, eran las Tías de Puentegenil. Por norma, las visitábamos al menos una vez al año y, cuando nos daban la noticia de que al día siguiente tocaba visitarlas, mis sentimientos eran encontrados. Por un lado, me daba pereza abandonar mis rutinas y me incomodaba tener que cambiar el mono y los zapatones de campo por un atuendo más apropiado a la ocasión. Por el otro, viajar tan lejos —por aquel entonces, todo lugar al que no se pudiera ir andando me parecía remoto— y todos juntos en el Land Rover era siempre una gratísima aventura; además, estaba el asunto de aquellas extrañas y codiciadas nueces alargadas que a la vuelta apretaría entre mis manos...

De Matilde solo sé que de joven era coqueta y guapetona: de hecho, fue el tener pretendientes lo que hizo que sus tíos de Munda la mandaran de vuelta a casa. Que pasó luego, por qué no llegó a a cuajar con ninguno de sus pretendientes, lo ignoro. Lo que sí sé es que, cuando yo la conocí, seguía soltera y tenía ya aspecto lorquiano, lo cual no era óbice para que fuese una ancianita —para la niña que yo era entonces, cualquier mujer vestida de negro y con el pelo cano era una anciana— amable y de voz muy dulce. De Salud, la más joven, todavía sé menos. En realidad, no sé absolutamente nada, salvo que tenía también pinta lorquiana y, durante nuestras visitas, mantenía una actitud más híspida; amén de que su voz no era tan agradable como la de su hermana y su cabeza no cesaba de oscilar con un movimiento involuntario que a mí me provocaba cierto nerviosismo.

Mientras mi madre hablaba con las tías, nosotros, los asilvestrados, hacíamos tímidas avanzadillas de exploración por el resto de la casa. Pero en cuanto llevábamos unos minutos perdidos de vista, allá que aparecía la cabeza oscilante de la más joven para ver qué estábamos haciendo. Quizás fuera por esa labor de vigilancia, que frustraba mi deseo de moverme por la casa con libertad, Salud era para mí una tía osca y antipática, mientras que Matilde me resultaba más próxima y agradable. Pero querer, lo que se dice querer de verdad, yo diría que no quise a ninguna de las dos —demasiado poco trato, me digo a mí misma a modo de disculpa—. Y sin embargo, además de porque mi madre me tenía bien educada, yo no dejaba nunca de saludar a mis dos tías con un par de besos —uno a la llegada, el otro a la partida— por miedo a que, justo antes de la despedida, no me llevasen a la despensa para darme el codiciado par de nueces.

Por eso, Cata, cuando ahora me acuerdo de ellas, me siento culpable... Culpable por no haberme preocupado de saber más de ellas: cómo había sido su vida, por ejemplo, o cuáles eran sus deseos o si se sentían solas cuando las visitas se marchaban... Pero, sobre todo, me siento culpable porque los dos besos de rigor no se los daba pensando ellas, sino pensando siempre en esas nueces alargadas, las pecanas, que a la salida apretaría entre mis manos.

Qué precioso, Jilguerillo, me encantó, como todo lo que sale de esa pluma tan humana, tan sensible, :P .

Lo que remarqué es algo de lo que también me siento muy culpable, pero tiene un justificativo: era muy jovencita y todavía no había madurado ese proceso que tiene la vida. Aunque me quedé con ganas de saberlo y ahora de muy adulta, intento imaginarlo. Estuviste genial en expresar esa idea que en general está oculta en nuestros pensamientos.

Cariños, :60: :60: :60: .
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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Megan »

Gretogarbo escribió: 16 Ene 2021 16:23 ¡Qué bien escribes, jilguero! ¡Y qué bonito el comentario de magali! A mí no me queda otra que callarme y volver a leeros.
Totalmente de acuerdo contigo en ambas cosas, Greto, :D :hola: .
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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por hexagono69 »

Jilguero se esta convirtiendo en una Diva de las letras. :lol:

Todavía no he leído el relato de las dos tías de Puente Genil y de las dos nueces de pecana, que por cierto con helado de vainilla de Madagascar están de rechupete. :wink:
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Estrella de mar
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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Estrella de mar »

Felicitaciones al colibrí por el nuevo hilo. Parece que fue ayer cuando comenzó este.

Cata, espero que saliera todo bien. Estás en mis pensamientos. :60:
Por un cachito de la mar de Cai les cambio el cielo que han prometío.
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jilguero
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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

magali escribió: 16 Ene 2021 14:03 de otros tiempos, de otros seres, que me recuerdan a mi otro yo, siendo como es que no se parecen en nada (o se parecen en todo, no lo sé) a historias que yo viví.
Lo que no daría yo porque te lanzaras tú al ruedo con una cadencia que no sea de años...:wink:.
Gretogarbo escribió: 16 Ene 2021 16:23 A mí no me queda otra que callarme y volver a leeros.
Ojalá no te calles y nos cuentes más recuerdos, como este o este otro; o te hagas más preguntas en voz alta.
Megan escribió: 16 Ene 2021 18:11 Aunque me quedé con ganas de saberlo y ahora de muy adulta, intento imaginarlo. Estuviste genial en expresar esa idea que en general está oculta en nuestros pensamientos.
Tardé mucho, demasiado, en darme cuenta y, cuando lo hice, ya era demasiado tarde, incluso para pedirle a mi santacatalina que me hablase más de los suyos. Era una gran conversadora y le habría encantado contarme más detalles. De hecho, lo poco que conozco, que no sea por haberlo vivido yo misma, lo sé por ella. Y me alegra saber que compartes esa sensación :60:.
hexagono69 escribió: 16 Ene 2021 19:13 con helado de vainilla de Madagascar están de rechupete.
No conozco yo ese helado. Si me tomo alguna vez uno acompañado de pecanas lo haré a la salud, aunque ya de nada les sirva, de las Tías de Puentegenil. Y hablando de escribir, tengo difícil superar el epitafio de tus memorias: Al final no te conoces a ti mismo, ni sabes las razones de tu conducta; al final desconoces el argumento y el título; al final no hay final, solo miedo.


¡Anda, Cata, la Niña Guadiana! :cumples:
Estrella de mar escribió: 16 Ene 2021 19:58 Parece que fue ayer cuando comenzó este.
Es verdad, parece que fu ayer cuando le contabas a Cata (por entonces aún Catalina, pues no habíamos llegado a tener tanta confianza) la visita de Pin y Pon. :D


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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Aunque sigamos aquí, Cata, hasta que se cierre el hilo, voy a editar ya la continuación para poder poner un enlace a ella en la primera página de este antes de que echen el candado.

Luego, cuando acabe, si no se me ha hecho tarde, vendré a contarte lo de la benefactora del compositor ruso, que lo tengo pendiente. :wink:


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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Hecho, Cata, ya tienes colgada mi nueva propuesta de que sigas ejercitando tu santa paciencia durante otras quinientas páginas. También he colgado ya la pamplina de Satie, pero esa tarea déjala para más adelante, para cuando terminemos la mudanza del bujío, que es larga y requiere que te la tomes con calma. El colgarla tan rápida es porque estamos en la sección de "Los foreros escriben" y veía oportuno que el primer mensaje, tras la entradilla, fuese una pamplina.

Y viendo la hora que es y el hambre que tengo, mejor me voy a preparar la comida y dejamos para otro momento lo de hablar del affaire o, más bien, no affaire de P.I. Tchaikovskyla y Nadezhda von Meck :wink:.


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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Megan »

Jilguerillo querido, veo que ya creaste el Bujío 2, pero todavía hay espacio para escribir aquí.
Te pregunto: ¿ya cerramos este o vas a seguir aquí hasta la página 500?

Cariños, :60: .
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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »

Megan escribió: 17 Ene 2021 17:39 Jilguerillo querido, veo que ya creaste el Bujío 2, pero todavía hay espacio para escribir aquí.
Te pregunto: ¿ya cerramos este o vas a seguir aquí hasta la página 500?

Cariños, :60: .
Lo he abierto para poner en la primera página de este el enlace del otro. Si no te importa, mañana le cuento a Cata lo que le he comentado más arriba para no dejar aquí algo incumplido y ya lo cierras. :wink:


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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por magali »

Antes de que se eche el cierre quiero dejar constancia de mi agradecimiento @jilguero por crear este lugar donde todos somos bienvenidos y en el que me siento entre amigos.
:60: :60: :60:
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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por Megan »

jilguero escribió: 17 Ene 2021 18:25
Megan escribió: 17 Ene 2021 17:39 Jilguerillo querido, veo que ya creaste el Bujío 2, pero todavía hay espacio para escribir aquí.
Te pregunto: ¿ya cerramos este o vas a seguir aquí hasta la página 500?

Cariños, :60: .
Lo he abierto para poner en la primera página de este el enlace del otro. Si no te importa, mañana le cuento a Cata lo que le he comentado más arriba para no dejar aquí algo incumplido y ya lo cierras. :wink:
Ya te dije, pajarillo, queda todo a tu voluntad, yo solo hago lo que vos me digas, :hola: .
¿Ese va a ser el final del Bujío 1?
Podríamos hacer un brindis por la finalización de una etapa y el comienzo de otra, para darle el remate final; se me ocurre eso, quizás vos proponés algo más interesante. Pero me gustaría que tuviera un final entre todos los bujianos, incluso entre los que no coincidimos mucho. Pero eso, por supuesto, lo decidís vos.

¡Besos! :beso:

Ahora me voy que estamos en pleno concurso de relatos, :batman: .
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Re: El bujío de Santa Catalina 1 (Bordeando la realidad)

Mensaje por jilguero »


Hace unos días, Cata, en la radio hablaron y pusieron música del compositor ruso P.I. Tchaikovsky. Mencionaron ciertos avatares de su vida que me suena que ya conocía, pero que los había olvidado totalmente. Me refiero, en concreto, a la peculiar relación epistolar con su benefactora Nadezhda von Meck.

Nadezhda von Meck.jpeg

Pero te voy a poner en contexto recordándote algunos hechos previos de la vida del compositor. Resulta que cuando Piotr era joven (por cierto, empezó a tocar el piano con cinco años), además del trauma que le produjo la muerte de su madre de cólera cuando él tenía 14 años (el compositor acabaría muriendo también de cólera por beber agua del grifo sin hervir en una visita suya a Moscú cuando había una epidemia de cólera), tuvo otras experiencias personales muy traumáticas. Era homosexual, si bien hay quien opina que no lo aceptaba del todo y eso le llevaba a idealizar sus relaciones con varones, tendiendo a no consumarlas del todo, y a incluso enamorarse o tolerar tener relaciones con mujeres. Estuvo, por ejemplo, muy enamorado de una soprano muy bella, Desiree Artot, y ella de él: tontearon ambos y se comprometieron, si bien ella se acabó casando, sin previo aviso a su prometido, con otro hombre (un barítono español, dicho sea de paso); con el tiempo, el compositor llegaría a decir que era la única mujer a la que había mado (otro como Satie con La Valadon, de la que ya te enterarás de cosas en el otro hilo del bujío). Tenía, además, una alumna en el conservatorio (hasta que obtuvo el apoyo de su benefactora se ganaba la vida dando clases del Conservatorio de Moscú) muy pesadita. Se llamaba Antonina Ivanovna Milyukova y no paraba de escribirles cartas de amor; yo creo que le hacía un acoso en toda regla, puesto que amenazó con quitarse la vida si Tchaikovsky no se casaba con ella. El interés del compositor parecía estar más centrado en una de sus alumnos favoritos, un joven aristócrata llamado Vladímir Shilovski. Pero de repente su alumno se casó y eso parece ser que fue un revulsivo para el compositor que decidió acceder a casarse con la pesada de la Milyukova. Como cabía esperar, el matrimonio fue un fracaso y se separaron pocos meses después de la boda. Esta experiencia matrimonial fallida lo llevó a una crisis emocional y a una gran depresión, por lo que viajó a una aldea, Clarens, a orillas del lago de Ginebra para descansar y recuperarse. Un inciso, Cata, yo he estado en esa zona varias veces, visitando a Mr Yves (al cual había conocido en Casares, Málaga) y es una preciosidad.

Tchaikovsky 25 años.jpg

Esta experiencia parece ser que le hizo ver más claras cuáles eran sus verdaderas tendencias sexuales y no volvió a contemplar el matrimonio como una forma de disimulo de su homosexualidad. Pues bien, por ese tiempo más o menos, siendo todavía profesor del conservatorio, por intermediación de un violinista alumno y amigo del compositor, Nadezhda von Meck, rica viuda de un empresario de ferrocarriles, le hizo el encargo de alguna composición suelta. La finalidad de esos encargos era, al menos en parte, aliviar su dependencia económica de las clases del conservatorio. Pero parece que la música le convenció y, ya que tenía haberes, le propuso pagarle un subsidio anual de 6000 rublos, para que dejase el conservatorio y se dedicase solo a componer. Aunque ella puso como condición no conocerse personalmente nunca, parece ser que, fascinada por sus obras, desea conocer más a fondo al creador de esa sublime música e inicia una relación emocional muy intensa vía correspondencia postal. Relación epistolar que en algunos momentos alcanzó una elevada temperatura emocional/afectiva, si bien el compositor parece ser que evitaba, como bien podía, entrar en narrarle detalles íntimos. Hubo épocas (la cosa iba por rachas) en que intercambiaban varias cartas por día. Vamos, que en 14 años de intercambio epistolar se intercambiaron un volumen considerable de cartas.

Total que, con aquella paguita, Piotr dejó el conservatorio y se dedicó de pleno a componer y a escribirle a su benefactora. Es más, aparte de esa paga, ella alquilaba una villa para él y otra para ella que estuvieran cercanas (en Italia, por ejemplo) para que él compusiera a gusto y ella estar cerca; ocupaba las casas palaciegas de ella cuando esta estaba ausente, e incluso hubo momentos en que ambos estuvieron alojados a la vez en una hacienda de su propiedad, pero paseaban a horas diferentes para no encontrarse. En alguna ocasión por un mal cálculo de horas (la Von Meck le pedía a Piotr que pasara por ciertos lugares a horas fijas para ella poder verlo pasar) se cruzaron pero no se dirigieron la palabra. Y comentaron en la radio, que ella le escribió luego dándole las gracias por no haberle hablado. La razón de la exigencia de Nadezhda de no verse hay quien mantiene que pudo ser porque cuando se conocen él tenía 36 años y ella 45 años y 11 hijos de su matrimonio con el difunto ferroviario. Es posible que ella se sintiera vieja o no lo bastante atractiva físicamente como para interesar al músico. Mientras que él, después de su mala experiencia matrimonial, y haber tenido relaciones con hombres, quizás ya tuviera claro que su interés sexual por las mujeres era más bien escaso. De todas formas, no está claro que estas tendencias las conociera ya Nadezhda (como luego veremos), pero sí que ella dejó claro desde el principio lo de que no se conocerían nunca en persona y que su trato sería solo por carta.

La realidad es que, mientras duró, esta peculiar relación epistolar fue muy intensa y Tchaikovsky consideraba que podía hablar con su benefactora, mejor que con cualquier otra persona, sobre sus muchas angustias vitales y sobre sus procesos creativos. Como ejemplo, este fragmento de una carta de él: "Hay algo tan especial sobre nuestra relación que a veces me deja atónito. Te he contado más de una vez, creo que tú eres para mí la misma mano del Destino, vigilándome y protegiéndome. El mismo hecho de que no te conozco personalmente, junto con el hecho de sentirme tan cerca de ti, hace que te imagine como una presencia oculta pero benevolente, como una Providencia divina". En el caso de ella, en cambio, yo creo que sí llegó a desear conocerlo personalmente, si bien le frenaba el miedo a malograr la relación si intimaban de otra manera. Y digo esto por la distinta reacción de uno y otro, cuando se produjo el encuentro por error que antes he mencionado. Él le comenta al día siguiente en una carta que se había sentido azorado porque estaba acostumbrado a que ella fuese su "ángel bueno, pero invisible". El sentimiento de ella, en cambio, pese a que le diese la gracias por no haberle hablado, fue muy distinto, que le comenta que se le iluminó el corazón al poder verlo "no como un mito sino como la persona viva" a la que tanto amaba.

En cualquier caso, a pesar de imponerse esa inflexible norma de no conocerse nunca personalmente, lo cual podría haberles ayudado a que esa relación epistolar fuera imperecedera, la realidad fue que ella la rompe bruscamente, después de catorce años, comunicándole con frialdad a su protegido que la pensión queda cancelada por problemas financieros. Los mal pensados opinan que, en realidad, ocurrió porque fue entonces cuando ella se enteró de los affaires que tenía el compositor con los de su mismo sexo. Y el compositor, que ya no la necesitaba económicamente porque había triunfado, opta por despedirse de ella de forma cariñosa, diciéndole: "Usted me ha salvado; sin duda habría enloquecido o perecido sin su apoyo".

De joven, Cata, me fascinaban estas historias singulares. Y no solo porque fueran singulares (lo único siempre atrae), sino porque ya entonces pensaba que el desgaste de la convivencia era capaz de terminar con relaciones que, de forma incorpórea, a través de las palabras, podían mantenerse a perpetuidad. Ahora, si te digo la verdad, ya no tengo una visión tan "romántica" y positiva de este tipo de relaciones, sobre todo si responden a una cierta cobardía, a un cierto miedo a perder al otro, como parece fue el caso de Nadezhda; o a una necesidad, como pudo ser en el caso de Piotr. Otra cosa es cuando es de verdad una opción voluntaria, que responde al deseo de diversificar nuestra manera de asomarnos al mundo y, como parte de este, a la vida de los otros. En esos casos, me parece una opción que puede resultar enriquecedora, como lo es, por ejemplo, las relaciones que establecemos, sin necesidad de vernos, en este bujío. :wink:

Para terminar, podría elegir otros muchos vídeos de música del compositor, pero pensando en la Niña de los Teros emocionada de pequeña con el Lago de los Cisnes, y pensando también en mis tías de Puente Genil y en todas esas otras personas mayores a quienes no prestamos atención cuando aún estábamos a tiempo, opto por este que andaba días atrás por las redes.


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