Un fragmento literario y su representación artística

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La reina Isabel de Borbón […] aunque dos años mayor que su real esposo, era muy joven: tenía diecinueve años. Era alta y esbelta, gentil, de cabellos y ojos grandes y alegres. Un talle perfecto y un rostro que, sin una extraordinaria belleza, era risueño y encantador. Tenía el aire extremadamente noble, con una natural majestad y sus gracias eran tan espontáneas y tan continuas que fascinaba a quien la tratara. Vestía a la española: saya entera, de raso verde, acuchillada y forrada en rica tela de oro, orilladas las cuchilladas con lucidas eses de perlas. Le gustaba el verde obscuro. Realmente el verde estaba de moda...

A los diecinueve años contemplaba su rostro: era ciertamente seductor. Blanco de tez —cuidadosamente maquillado de blanco y luego de colorete para ocultar la huella de la viruela que sufrió en Burdeos, cuando venía a España para casarse—, con unos ojos pardos y serenos, boca pequeña de labios gruesos, de color cereza. No era la boca ancha de los Borbones, ni la fina boca, sesgada por la sonrisa desdeñosa, de los florentinos Médicis. Eran los labios trémulos y malvas de su abuela materna, la devota y amarga archiduquesa Juana de Habsburgo. El peinado estaba perfecto, pensó. Su magnífica cabellera espesa, peinada alta, formaba una corona de cabellos obscuros, entretejidos y sembrados de diamantes y perlas.

Isabel de Borbón.jpg
Isabel de Borbón, reina de España, primera esposa de Felipe IV, Anónimo


Su marido entró, erguido, con un paso breve sobre las puntas de los pies, que aquel adolescente, un niñato torpemente crecido, creía que traslucía majestad. Iba vestido de terciopelo negro, con una gorguera a la moda; llevaba unos greguescos de terciopelo, asimismo negro, tan altos, cortos y tan holgados como un saco. Finas medias de seda negra recubrían a otras blancas interiores sostenidas por una liga adornada con cintas invisibles formando como una roseta. Como era tan estimado un pie breve y una gruesa pantorrilla, llevaba profusión de medias o un relleno falso de la pierna y zapatos de puntera cuadrada. La gorguera ofrecía su cabeza y, como era pálido de tez, semejaba la de San Juan Bautista de las pinturas góticas. Era un plato de encaje, almidonado y encañonado, que rompía la negra monotonía de su atavío, que aparentaba majestad. Su rostro era largo, pálido, con unos tufos rubios en las orejas, con unos labios extrañamente semejantes a los de su esposa: el estigma real y augusto, los labios húmedos de los Habsburgo. Era aún barbilampiño, sonrosado y terso. Y sus ojos, un tanto saltones, eran de un azul aguado.

Felipe IV.jpg
Retrato de Felipe IV, príncipe, Rodrigo de Villandrando



Decidnos, ¿quién mató al conde?, de Néstor Luján
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Última edición por jilguero el 18 Feb 2021 18:34, editado 1 vez en total.


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Porque ahora, señores, ya se usa que las damas lleven armas de fuego como adorno. Y quiero añadir, que una parienta del conde de Olivares, la condesa de Monterrey, se ha hecho retratar con un pistolete colgando de la cintura como antes llevaban dijes y espejos.

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Inés de Zúñiga, condesa de Monterrey (Carreño) bis.jpg
Retrato de Inés de Zúñiga, condesa de Monterrey, de Juan Carreño de Miranda

Pistolete (detalle).jpg

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Tenía don Francisco una gran cabeza y un cuerpo pleno, el pelo rojizo y algo encrespado, la frente espaciosa, los ojos muy vivos, pero era tan corto de vista que llevaba continuamente unos anteojos montados al aire que hizo populares y hoy se siguen llamando quevedos. Una nariz gruesa, bulbosa y sensual. Llevaba bigote y perilla; el labio inferior abultado; su tez era pálida, redondo el rostro: una caraza lunar que sonreía con altanería. Hablaba con una voz grave, que se tornaba un tanto estridente cuando se excitaba.


Francisco de Quevedo.jpg
Retrato de Francisco de Quevedo y Villegas, de Juan van der Hamen (copia del original de Velázquez)




Fray Félix era, en aquel momento, la gran figura de la oratoria sagrada en España. Con todas sus exageraciones fue, posiblemente, el orador más elocuente de su siglo. Tenía una voz pastosa y maleable y sus períodos oratorios eran armónicos, artificiosos y llenos de un empaque grandilocuente. A los cuarenta y dos años mantenía un cabello abundante, negro y sedoso, con un rizo que caía sobre la frente y con unos ojos, también negros, de muy vivo mirar. La boca, audaz, bien dibujada, con una sonrisa soberbia, entera y noble. Las manos largas, cuidadas, magistrales en el gesto, emocionantes en la amistad. Una figura distinguida, de porte reservado, que armonizaba la austeridad famosa de su Orden —de la cual era Provincial de Castilla— con el vigor y pompa de las maneras cortesanas, y la soledad de la celda, con el vivir cotidiano de aquel Madrid desmesurado y tan lleno de altercados, denuedos y porfías.

fray Hortensio Felix Paravicino.jpg
Fray Hortensio Féelix de Paravicino, de el Greco


A su lado, dieciocho años mayor que él, a sus sesenta, el hombre más importante de las letras populares españolas Lope de Vega, se agitaba macilento y flaco. No carecía de distinción noble. Su fuerza vital, si bien era menos aparente, se revelaba en su mirada perspicaz intensa y avasalladora. Había sido un hombre de mucha salud, muy suelto en los miembros, muy ágil en las fuerzas, muy regular en las facciones y muy ligero de pies y manos.

Lope de Vega.jpg
Retrato de Lope de Vega, Anónimo


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Del campo llegaban, a caballo, unos cazadores de altanería y entre ellos vio a una gallarda señora sobre un palafrén o hacanea blanquísima, adornada de guarniciones verdes y con un sillón de planta. Venía la señora asimismo vestida de verde, tan bizarra y ricamente, que la misma bizarría venía transformada en ella. En la mano izquierda traía un azor...

Don Pedro Velázquez Dávila, marqués de Loriana, sonrió y dijo con su mejor talante, como quien descubre un delicioso secreto a sus cómplices:

—Es doña María Luisa de Aragón, duquesa de Villahermosa, que ha venido con su esposo don Carlos Borja a probar varios halcones borníes de las montañas de León, que allí fueron domeñados para la caza.

El conde de Gondomar sonrió con una bella y amplia sonrisa enigmática. Era, como el propio lord Bristol, muy aficionado a las letras y familiar de los grandes escritores, tanto ingleses como españoles, de aquella edad de oro.

—Me dijisteis que habíais leído el Quijote, señor de Bristol. Es la duquesa...



Duqusa de Villahermosa.jpg
Sancho solicita a la duquesa que reciba a don Quijote, de Eusebio Zarza
(grabado de la edición del Quijote de 1887 de Felipe González d Rojas)




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Re: Un fragmento literario y su representación artística

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¡Qué bien te lo estás pasando entre libro y cuadros, jilguero!
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Re: Un fragmento literario y su representación artística

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Gretogarbo escribió: 19 Feb 2021 19:35 ¡Qué bien te lo estás pasando entre libro y cuadros, jilguero!
Así es, Greto. Cada vez que leo una descripción hecha "por menudo" (expresión del autor), me digo que está describiendo una imagen que tenía delante y no puedo evitar el intentar buscarla. Eso sí, voy a paso de tortuga...


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Re: Un fragmento literario y su representación artística

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jilguero escribió: 19 Feb 2021 19:41Cada vez que leo una descripción hecha "por menudo" (expresión del autor), me digo que está describiendo una imagen que tenía delante y no puedo evitar el intentar buscarla. Eso sí, voy a paso de tortuga...
Pero es fascinante buscar y encontrar el cuadro.
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Re: Un fragmento literario y su representación artística

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Hace unas horas tan sólo, a prima noche, en la calle Mayor, han matado a uno de sus mejores amigos. Se trata de don Juan de Tasis, conde de Villamediana. Don Luis da vueltas y revueltas al terrible lance: el conde salía de Palacio en su coche con don Luis de Haro, hijo mayor del marqués de Carpio, y en la calle Mayor salió de los portales que están a la acera de San Ginés un hombre que se arrimó al lado izquierdo, que llevaba el conde, y con arma terrible, según la herida, le pasó del costado izquierdo hasta el molledo del brazo derecho, dejándole tal boquete que aun en un toro diera horror. El conde, al punto, sin abrir el estribo, se echó por encima de él y puso mano a la espada, mas viendo que no podía gobernarla, dijo: «Esto es hecho; confesión, señores.» Y cayó herido de muerte.

Imagen
La muerte del conde de Villamediana, de Manuel Castellano



Villamediana era un gran amigo del poeta Gian Battista Marino, el nuevo Homero, como se le ponderaba en Nápoles. [...] el mago de la palabra, honrado por todos, pensionado y considerado como el príncipe de los poetas antiguos y no tan sólo por la plebe napolitana, sino por los hombres más ilustres de su época. También se decía que fue el gran corruptor de su siglo. Y no tan sólo desde el punto de vista literario, sino también desde el punto de vista de sus costumbres excesivamente napolitanas. Como poeta dilapidaba una imaginación copiosa y rápida, poseía un oído musical y una riqueza inagotable de modos y formas. Era un poeta que no tenía ni fe, ni profundidad, ni sentimientos, pero todo el mundo estaba de acuerdo que suscitaba una emoción misteriosa su magnífica poesía, casi intratable por soberbia y soberana.

Imagen
Retrato del poeta italiano Giovanni Battista Marino, de Frans Pourbus el Joven



En un despacho grande, presidido por el despiadado marfil de un crucifijo severo, trabajaba Richelieu. Había sido nombrado cardenal el 5 de septiembre, pero todavía no había recibido el capelo. Tenía entonces treinta y siete años. Vestía, no las ropas cardenalicias, sino las de obispo. Tenía rostro aguileño, la nariz corva, de una impertinencia feudal, aunque bien proporcionada; la boca pequeña, la frente protuberante y desembarazada, los ojos grises acerados, de mirada perspicaz y minuciosa. Llevaba una perilla casi militar en la que ya blanqueaba alguna cana. Era en extremo pálido, casi macilento, con unas finas rosetas en los pómulos y su boca fina, enérgica en su crispación, que dejaba ver, más de una vez, una sonrisa maliciosa, callada, como para sí mismo.

Imagen
Retrato del Cardenal Armand-Jean du Plessis de Richelieu, Philippe de Champaigne



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Re: Un fragmento literario y su representación artística

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jilguero escribió: 21 Feb 2021 16:08... don Juan de Tasis, conde de Villamediana....
Es impresionante el cuadro de Manuel Castellano, jilguero. Lo he visitado recientemente porque se hace referencia a ese asesinato en las dos novelas de Néstor Luján que he leído recientemente: Por ver mi estrella María y Los espejos paralelos. Me parece una auténtica obra maestra con ese dominio del claroscuro.
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Re: Un fragmento literario y su representación artística

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Gretogarbo escribió: 21 Feb 2021 16:59
jilguero escribió: 21 Feb 2021 16:08... don Juan de Tasis, conde de Villamediana....
Es impresionante el cuadro de Manuel Castellano, jilguero. Lo he visitado recientemente porque se hace referencia a ese asesinato en las dos novelas de Néstor Luján que he leído recientemente: Por ver mi estrella María y Los espejos paralelos. Me parece una auténtica obra maestra con ese dominio del claroscuro.
Sí, es una maravilla, con esas dos zonas iluminadas tan diferentes, la de la luz del farol y la de la luz natural. No he leído nada sobre el cuadro, pero me llama la atención la presencia simultánea de esos dos ambientes. El farol se ajusta bien a que se supone era "prima noche" cuando lo mataron, pero la luz del exterior me parece mucha.

De esta novela sería lo primero que debiera haber puesto en este hilo, pero cuando arranqué todavía no sabía hasta que punto este hombre usa los cuadros, aun sin nombrarlos, como base de sus puestas en escena. Aunque hay uno que sí lo nombra y voy a colgar en el otro hilo.


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Re: Un fragmento literario y su representación artística

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jilguero escribió: 21 Feb 2021 17:50... es una maravilla, con esas dos zonas iluminadas tan diferentes, la de la luz del farol y la de la luz natural.
La del farol me parece una genialidad absoluta.
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Re: Un fragmento literario y su representación artística

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..había pasado la época de las cerezas; la sombra cálida y broncínea del gran cerezo bañaba las ventanas en mansarda del primer piso, donde vivíamos; en esa sombra ardiente, yo desvestía lentamente a Marianne, la examinaba con todo detalle en ese calor sofocante, la echaba en el suelo de madera clara que ardía en el torpor de los días; en el centro de esos reflejos reunidos, las partes demasiado rosadas de sus muslos adoptaban las tonalidades de uno de esos Renoir en los que, exhibido violentamente en el resplandor del sol pero cautivo todavía en una penumbra de molino, el moldeado malva de las carnes surge más desnudo por tener sombras de oro, de trigo púrpura...

Imagen
Baile en el Moulin de la Galette (1876), de Pierre-Auguste Renoir



Ocupaba la cama cerca de la ventana; cautivado por el día o por los recuerdos que sólo para él se movían en el día, se quedaba sentado horas enteras frente a la luz. Quizás los ángeles producían su ruido para él, y prestaba oídos a su música; pero su boca no comentaba las palabras de oro y de miel, su mano no transcribía ningún verbo de noche resplandeciente. Los tilos trazaban sombras presurosas, trémulas, sobre su cabeza calva y siempre asombrada; contemplabas sus gruesas manos, el cielo, otra vez sus manos, por último la noche; se acostaba estupefacto. El hombre sentado de Van Gogh no está más masivamente adolorido; pero es más complaciente, patético, seguramente menos discreto.


Imagen
Anciano en pena (en las puertas d la eternidad), de Vincent Van Gogh (1890)

Vida del Tío Foucault, en Vidas Minúsculas, de Pierre Michon



Me pusieron a dormir en un cuartito que olía a moho, con colcha blanca y edredón color gamba, con una ventana exigua y fresca como la de Van Gogh en Arles [...] ¿Me alegró un rayo de sol? ¿La indecisión del despertar me hizo tomar el recuerdo pictórico de otro cuarto por el deleite de encontrarme en éste? .

Imagen
En el dormitorio en Arlés, de Vincent van Gogh (1888)


Vidas de Eugéne y Clara, en Vidas Minúsculas, de Pierre Michon


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Re: Un fragmento literario y su representación artística

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Los hermanos Bakroot eran retoños perdidos extraviados de una especie de locura medieval, terrosa y, en suma, flamenca; mi memoria los lleva hacia ese norte; allí caminan eternamente uno al encuentro del otro en una tierra de turbas, de vana extensión que el mar abraza de un extremo a otro, de pólders y de patatas enanas bajo un cielo colosalmente gris a la manera del primer Van Gogh...

Imagen
Los comedores de patatas, de Vicent van Gogh (1885)


Vidas de los hermanos Bakroot, en Vidas Minúsculas , de Pierre Michon



Perdido en esas piadosas sandeces, olía a sacristía (no creo que el olor me haya dejado hoy en día); las cosas decaían; había olvidado a las criaturas, al perrito que mira tan inocentemente a San Jerónimo que escribe en un cuadro de Carpaccio [...]ella ocupaba todo el abanico de lo que vive, desde las presas más lamentables hasta las fieras más deseadas; ella era el perrito de San Jerónimo. Y, al huir por culpa mía, el animalito se había llevado consigo los libros, los atriles y la escribanía, había despojado de su púrpura altiva y de su muceta negra al patriarca erudito...

Imagen
San Jerónimo en su celda, de Vittore Carpaccio



...un conejo espantado se echó a correr al lado de nuestras luces, como suelen hacer esos animales, sin que se pueda saber en ese momento si es por terror o por una horrible seducción. Malvadamente lo miraba galopar detrás de ese falso día mortal. Marianne ponía cuidado en evitarlo; tomé taimadamente el volante con la mano izquierda, el auto se desvió lo poco que hacía falta para la muerte de un conejo; me bajé y lo recogí: el divertido corredor de largas orejas era aquella pelambre empapada, pegajosa; todavía resollaba, lo rematé dentro del coche con el puño. Era el hermano del conejito que retoza entre las flores en los tapices, el conejo de la Dama del Unicornio, y hubiera podido comer en la mano de un santo..

Imagen
La dama y el unicornioÀ mon seul désir (Museo de Cluny, París)


Vida de Georges Bandy, en Vidas Minúsculas, de Pierre Michon


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Re: Un fragmento literario y su representación artística

Mensaje por Gretogarbo »

Y cuánto más interesante llegó a ser tal espectáculo cuando, adquiriendo plena vida y animación al brotar un grito simultáneo de «¡Pickwick!» entre sus seguidores, el ilustre caballero se encaramó lentamente sobre la butaca Windsor en que había estado sentado, para dirigir la palabra al club que había fundado él mismo. ¡Qué hermoso apunte ofrecía esa escena para un artista! El elocuente Pickwick, con una mano graciosamente oculta tras los faldones de la levita y la otra agitándose en el aire para apoyar su ardiente declaración; dejando ver, por su elevada situación, esas polainas y calzones que, si hubieran revestido a un hombre corriente podrían haber pasado inadvertidas, pero que, desde el momento en que Pickwick los revestía —si podemos usar esta expresión—, inspiraban involuntariamente respeto y temor, rodeado por los hombres que se habían ofrecido para compartir los peligros de sus viajes y que estaban destinados a participar en las glorias de sus descubrimientos. A su derecha se sentaba el señor Tracy Tupman, el tan sensible Tupman, que a la sabiduría y experiencia de los años maduros sobreañadía el entusiasmo y ardor de un muchacho en la más interesante y perdonable de las debilidades humanas: el amor. La edad y la buena mesa habían hecho expansionarse su silueta, en otro tiempo romántica: el chaleco negro de seda se había ido ensanchando cada vez más; pulgada a pulgada, la cadena de oro del reloj había ido desapareciendo, debajo del chaleco, al alcance de la mirada de Tupman, y gradualmente la amplia sotabarba se había desbordado sobre los límites del plastrón blanco; pero el alma de Tupman no había sufrido cambio: la admiración por el bello sexo seguía siendo su pasión dominante. A la izquierda de aquel gran caudillo se sentaba el poético Snodgrass, y al lado de este, a su vez, el deportivo Winkle; aquel, líricamente envuelto en una misteriosa casaca azul con cuello de piel de perro; este, comunicando mayor refulgencia a una cazadora verde nueva, con pañuelo escocés al cuello y pantalones ajustados.
Los papeles póstumos del Club Pickwick, de Charles Dickens (traducción de José María Valverde; ilustración de Robert Seymour y Phiz)

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Re: Un fragmento literario y su representación artística

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—¡Ah!, debería tener perros… estupendos animales… criaturas sagaces… Tuve un perro una vez… un pointer… un instinto sorprendente… un día, de caza… entrábamos en un coto; silbo… el perro, parado… silbo… ¡Ponto…! Nada, no se movía; quieto… le llamo, ¡Ponto, Ponto…! No se movía… el perro, como en éxtasis… mirando una tabla… me fijo: decía: «El guarda tiene orden de tirar sobre los perros que entren en este vedado» … no quería pasar… maravilloso perro… valioso perro… mucho...
Los papeles póstumos del Club Pickwick, de Charles Dickens (traducción de José María Valverde; ilustración de Robert Seymour y Phiz)

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