Novela histórica sin lilailos, como debe ser.
Tiene tres partes que se corresponden con las etapas de la vida, pero no es una biografía novelada de Augusto, como pudiera parecer. Ni una novela epistolar, aunque muchos capítulos estén escritos a través de correspondencia entre personajes, también se apoya en fragmentos de supuestas memorias, actas e informes de la época... y todo tan bien ensamblado que resulta una trama de lo más coherente, con nada del academicismo que se pudiera pensar que tiene por usar esos recursos. El ser una novela narrada por tantos personajes le da realismo y mayor interés.
El
primer libro trata sobre el ascenso de Octavio a partir del asesinato de César rodeado de los también casi niños Agripa, Mecenas y Salvidieno. Es curioso que siendo una parte de la Historia tan conocida se lea con el interés de la primera vez, y aquí le doy toda la razón a quienes defienden que la Historia es más apasionante que cualquier “Juego de tronos”. Esta primera parte me ha recordado el estilo de McCullough, pero yendo más al grano
En el
segundo libro y sobre todo el último libro se vuelven más intimista. La segunda parte, la más extensa de las tres, se centra en la hija de Octavio, Julia la mayor, y la relación con su padre. Muchos capítulos son memorias suyas desde el destierro y son el hilo conductor de la novela junto con la correspondencia entre miembros de la familia Julia, políticos, poetas… Las apariciones de Virgilio, Horacio, Ovidio y otros autores le ponen sal a la novela.
La
tercera y última parte chorrea melancolía, como ocurre siempre cuando toca plegar velas y hacer balance. Es la recapitulación vital de Octavio en forma de larga carta a Nicolás de Damasco, un filósofo sirio romano y último superviviente de su mundo que desaparece.
El
epílogo es de los que te dejan el pellizco en la garganta cuando cierras el libro. Se trata de una conversación varias décadas después entre Filipo de Atenas, último médico de Octavio que le asistió en su muerte, y el filósofo Séneca...
| quien quiera saber de qué va, que lo lea |
Livia aparece poco. La presenta como una mujer ambiciosa desde muy joven cuya obsesión era lograr que su hijo Tiberio fuese el sucesor de Augusto, pero nada de la malvada envenenadora que ha pasado a la Historia gracias a la novela de Graves, quien se apoyó en Tácito y éste en exceso en rumores a toro pasado. Es una tentación para el novelista achacar las muertes tempranas que se dieron en la dinastía Julia a intrigas y conspiraciones, dan mucho juego para montar historias atrapantes. La realidad debió ser mucho menos novelesca, y no creo que esas muertes imprevistas fueran mayores que las de cualquier otra familia del siglo I.
Cuando ser desconocido es un mérito es una paradoja que se da en muchos grandes escritores. Los hay tan desconocidos como reconocidos que viniendo de otros ámbitos de la literatura hacen incursiones en la novela histórica. John E. Williams es uno de ellos.
El hijo de César es su única novela histórica y quizás por eso no sea popular en los mentideros de ese género, en ese mundillo en el que se es popular cuando se escriben novelas históricas como quien hace rosquillas.
). De modo que con los ebooks hago lo que me da la gana y cuando me da la gana.
Me da mucha pena contigo, pero no pude acompañarte. Hace como un mes y medio que no entraba al foro, pues el horno no está para galleticas. Aquí hay rebrotes de coronavirus _que de hecho no es lo peor, pues las cifras no son tan altas como en otros países_, y eso lo ha cambiado todo. Las medidas de contención son tan fuertes que afectan demasiado a la gente. Y también hay una escasez muy generalizada, de modo que tienes que pasarte el tiempo tratando de encontrar las cosas. Por si fuera poco este año tampoco nos escapamos de las tormentas tropicales. Que eso pone peor el asunto de la comida, y pronto se notará más.
Creo que lo leí con otro título "Augustus" y otra editorial, evidentemente. Pero claro, si no me acuerdo bien ni de que lo leí, no recuerdo nada de si me gustó o no. Creo recordar que me pareció algo intimista, pero tendré que releerlo. 
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