Libros que nos llevan a otros libros

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magali
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Mensaje por magali »

¿Qué hacer con la belleza estereotipada de una espectacular puesta de sol? ¿Deberíamos teñirla de amenaza, como lo hizo Roberto Bolaño cuando con tanta brillantez escribió: «El cielo, al atardecer, parecía una flor carnívora»? ¿Deberíamos apoyarnos en el sentimentalismo inherente, como hace Kerouac en En el camino, cuando escribe: «Llegó enseguida el crepúsculo, un crepúsculo púrpura sobre viñas, naranjos y campos de melones […] los campos color amor y misterios españoles»? O quizá deberíamos recurrir al misticismo, como hizo Anna Ajmátova cuando escribió que, frente a una hermosa puesta de sol,
no puedo decir si el día
está terminando, o el mundo, o si
el secreto de los secretos está dentro de mí de nuevo.
.
2066 - Roberto Bolaño
En el camino - Jack Kerouac
Anna Ajmátova - A land not mine, still

Tu mundo y el mío, de John Green. Traducción de Noemí Sobregués Arias
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magali
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Mensaje por magali »

Pensé en aquella vieja frase de Faulkner de que el pasado no está muerto; ni siquiera es pasado. Una de las cosas extrañas de la edad adulta es que eres tu yo actual, pero también eres todos los yos que has sido, los yos de los que nunca podrás deshacerte del todo aunque hayas crecido.
Tu mundo y el mío, de John Green. Traducción de Noemí Sobregués Arias

Creo que la frase a la que se refiere J.G. aparece en el libro Réquiem para una mujer, de William Faulkner. Título original: Requiem for a Nun, de 1951.

https://es.wikipedia.org/wiki/Requiem_for_a_Nun

http://digitum.um.eX/jspui/bitstream/10 ... ulkner.pdf

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Tatiasha
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Tatiasha »

Normalmente calo a las personas a partir de lo que les interesa de mi sala de estar. Desconfío si se dirigen primero a la biblioteca. Puede tratarse de mero artificio. Las chicas suelen mostrar su afectación colocándose embelesadas delante de un cuadro. No miran los grabados franceses. Supuse que ella cogería una obra de filosofía o de historia del arte para mostrar que tenía nivel. Es una actitud perfectamente humana. Su elección me sorprendió un poco. Se puso a hojear el Decamerón. En su rostro se dibujó una pequeña sonrisa mientras sus ojos seguían cavilando como antes. Pregunté si lo conocía .Asintió con la cabeza sin apartar los ojos del libro. Sus manos, ocupadas en pasar las páginas, eran largas y expresivas. Uno podía percibir la noble y poderosa estructura ósea que se ocultaba bajo aquella piel tersa. Tenía los dedos de la mano derecha oscurecidos por la nicotina. También un poco los de la izquierda. No llevaba ningún anillo, ninguna joya. Cuando volvió a colocar el libro en su sitio, le pregunté si le gustaba. Se encogió de hombros.
Nada crece a la luz de la luna, Torborg Nedreaas
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Tatiasha
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Tatiasha »

Sí, ya en su infancia se sintió en esa situación de desventaja, pero entonces lo atribuyó al hecho de ser huérfano de madre y padre. Sin embargo, de niño encontró en esa circunstancia un sentimiento romántico que albergó con afectación bajo la influencia de la novela juvenil El pequeño lord. En el protagonista se veía reflejado a sí mismo y ello le agradaba. En sus fantasías infantiles imaginaba tener orígenes misteriosos, borrosos, que años más tarde le llevaban a un desenlace glorioso. El misterio de su origen se apoyaba en el hecho de que sus parientes nunca mencionaban a sus padres.
Los días contados, Miklós Bánffy
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Mensaje por Gretogarbo »

Se tomó la pastilla con otro Campari. ¿Sería verdad que el color rojo del bitter provenía de la quitina de un escarabajo? Tenía que ser un insecto hermosísimo. O solo feo y rojo. De lo que se come se cría, decían las abuelas, la generación de las madres ya había perdido esa frase. Entonces a ella le saldría un caparazón. Ojalá también rojo, o negro con puntitos rojos. Se acordó de Circe, el relato de Cortázar en el que una mujer, Delia, uno de esos nombres que se llevan tan bien con acento argentino, hace bombones crujientes de caparazones de cucarachas. Sorbió un trocito de hielo, lo quebró con los dientes y brindó por ella y no por Kafka, que nunca dijo que fuera una cucaracha, sino un bicho, y pensó que el Chartreuse amarillo estaría hecho del escarabajo de oro. ¿Stevenson? No. Poe. Estaba borracha y la pastilla ya corría alegre por sus venas doblemente rojas.
Lejos, de Rosa Ribas

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Tatiasha »

En Londres, Nancy, a sus nueve años, cree haberse convertido en el cabeza de familia. Complacida, da rienda suelta a su carácter autoritario. Un día, interroga a Blor (apodo de Laura Dicks, una niñera que permanecerá muchos años al servicio de los Mitford): "Dime, el Titanic, ¿cómo era de grande?". "Tan grande como de aquí a Kensington High Street", responde, con indiferencia, Blor. Nancy se deja llevar enseguida por su fantasía. Si el barco que han tomado sus padres para regresar desde Canadá también se hundiera, ella tomaría definitivamente las riendas de la casa. Como en ese libro que acababa de devorar, en el que la heroína, una huérfana, se convierte en el cabeza de familia. Desde ese momento, los bebés tan solo la obedecerán a ella. Por eso, cada mañana, Nancy escruta con febril atención el Daily News que lee Blor. Por si alguna vez se habla en él de un nuevo naufragio... Pero sus padres vuelven sanos y salvos. Sydney incluso ha engordado un poco. Está esperando otro bebé. El quinto. "[Mis padres] vivían en un estado de continua sorpresa, viendo llenarse tantas cunas, y no parecían tener la menor idea del porvenir de sus ocupantes", escribirá Nancy, muchos años después, en The Pursuit of Love. Ya entonces, en 1914, observa con despecho la redondez de su madre.
Las hermanas Mitford, Annick Le Floc'hmoan
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Mensaje por Gretogarbo »

Al cabo de algunos meses volví a encontrar ocasión de marcharme de la corte por tres o cuatro días. Limpié el polvo a mi cartera de dibujo, me la puse bajo el brazo y provisto de una mano de papel, media docena de lápices y unos cuantos napoleones, deplorando que aún no estuviese concluida la línea férrea, me encajoné en un vehículo para recorrer en sentido inverso, los puntos en que tiene lugar la célebre comedia de Tirso Desde Toledo a Madrid.
Tres fechas, de Gustavo Adolfo Bécquer

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Mensaje por Gretogarbo »

El viajero está medio dormido y da un par de cabezadas mientras pasa las hojas. Se despierta de nuevo del todo, cuando lee al pie de una lámina: Cromlech que existe en Pontes de García Rodríguez. Lo devuelve a su sitio y piensa que, realmente, tiene los libros bastante mal ordenados. La Historia de Galicia queda entre una Fisiología e Higiene, del bachillerato, y el The sun also rises, de Hemingway.
Viaje a La Alcarria, de Camilo José Cela

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por magali »

Tim dejó las carpetas sobre la mesa baja, junto a un libro con un marcapáginas que asomaba más o menos por la mitad. Era una novela de Bioy Casares y el título estaba en español: La invención de Morel. Se sentó en el sillón y Camila lo hizo en el sofá de enfrente.
La hija ejemplar, de Federico Axat

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Mensaje por Gretogarbo »

Quedaban veinte minutos para el cierre, y me puse a husmear en la sección de arte, de la que saqué un libro sobre expresionismo abstracto, con el que me dirigí a un sofá Chester que había al fondo de la librería. Al final me llevé El arco iris de gravedad, de Pynchon, que cada dos por tres mi madre me preguntaba si había leído ya.
(...)
A punto de entrar en la ambulancia, que iba a significar el acceso a otra dimensión, que me conduciría a otra vida, distinguí un fragmento de papel lo bastante grande como para identificar lo que quedaba de la cubierta de El arco iris de gravedad. Ahora se me hace imposible no ver en aquel resto del libro de Pynchon el final de lo bueno. Cuando se cerraron las puertas de la ambulancia, y las luces de la calle, y los focos de los servicios de emergencia, y las sirenas luminosas de otras ambulancias y los coches de policía, y los ruidos rotos que me golpeaban los oídos se aplacaron, concediéndome una tregua para reconocer hasta qué punto era un milagro estar vivo, un pensamiento tristísimo, pero verdadero, me aplastó: solo tenía veinte años, pero ya había dejado atrás mis mejores días.
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Mensaje por Gretogarbo »

Aquel sábado llovió. No, no llovió, hizo buen día. Llovió el día anterior más bien. El verano se estaba acabando, o ya se había acabado en realidad, porque el verano se acaba siempre de repente, sin que una se dé cuenta. Se es consciente de ello solo cuando ya quedó atrás. El verano no va diciendo adiós, no avisa, digamos, de que llega a su fin y lanza besos con la punta de los dedos mientras el sol pone cara triste. De pronto, una se dice: «Caray, el otro día se acabó el verano y no lo vi.» El viernes, entonces, llovió bastante, y el sábado regresó el sol. Yo estaba leyendo una novelita detrás del mostrador. Creo que era un libro de Simenon. No, no era de Simenon, casi estoy segura de que era La Chambre des morts, de Franck Thilliez. En esa época me había dado muy fuerte por sus novelas. En mitad de la lectura entró un joven alto, moreno, muy guapo, que compró Le Monde y preguntó si tenía El País. (...)
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Cerré el libro, como dando un portazo, y le mostré la cubierta para economizar palabras. «Ah, es buenísima», afirmó con emoción. «¿La has leído?», pregunté escéptica, vagamente interesada. «El año pasado. Y Deuils de miel todavía es más buena. ¿La conoces?» Negué con la cabeza. A ver si iba a ser un listillo. Le pregunté si vivía en el barrio, porque su cara no me sonaba. A veces encuentras caras así, perfectamente desconocidas, familiares en su forma de resultar forasteras. Lyon está lleno de muchachos guapos, y a partir de cierto número a mí me parecen todos iguales. «Soy nuevo. Mis tres compañeros de piso y yo acabamos de mudarnos aquí. Vivimos justo enfrente», y señaló a través de la puerta al edificio donde estaba la tienda de Jacques Loury. «En el primero», precisó. Qué interesante, pensé en voz alta.
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Mensaje por Gretogarbo »

Al mes y medio de mudarse, a aquellos chavales los conocía y quería medio barrio. Tardé solo tres semanas en ir a cenar a su casa. Lo primero que me enseñaron fue la lámpara en la que se había ahorcado Lindon. Era una preciosidad. Ojalá colgase en mi casa. Se tomaban a broma aquella circunstancia. Eran demasiado jóvenes, así que cómo no hacerlo. Luca, quizá el chico más organizado que haya visto nunca, cocinó un plato de pasta con el que, si me pongo, todavía sueño. Cenamos espaguetis. Luca, que poseía una curiosidad insaciable, me preguntó si sabía de dónde venía exactamente mi apellido, Dubois. «La primera Dubois de la que oí hablar fue Blanche Dubois, la protagonista junto a su cuñado Stanley Kowalski de Un tranvía llamado Deseo. Era una dama del sur de los Estados Unidos con delirios de grandeza, ¿no?», dijo.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Yo había oído a mi padre contar que los primeros Dubois eran originarios de España, pero nunca me interesé por esa circunstancia. Mi padre, en todo caso, era estadounidense, y mi madre parisina, que a veces parece una cosa distinta a ser francesa, porque tienes que ser demasiado francesa, no basta con serlo a secas. Luca quiso saber más de mi vida, y como ya nadie era desconocido para nadie, me puse a hablar y a hablar, y les conté la historia de mi padre, un soldado que participó en el desembarco de Normandía y que formó parte del mismo regimiento que J. D. Salinger, el duodécimo de Infantería, en la segunda oleada de la playa de Utah, el 6 de junio. «En esos días, de los 3.100 soldados que formaban aquel regimiento, 2.500 causaron baja. Lo peor, según mi padre, no fue el desembarco en sí, sino los setos que rodeaban los bocages, tan típicos de Normandía», les conté. Después de eso él y Salinger volvieron a sobrevivir juntos, ya en la cuarta división, a la batalla en el bosque de Hürtgen, en la frontera belga-suiza, donde los nazis infligieron una terrible derrota a los norteamericanos. Mi padre decía que salir vivos de ahí sí que fue un milagro. La cuarta división tuvo un doscientos por ciento de bajas. Morían tantos soldados de reemplazo como bajas se cubrían. «Y si alguno de vosotros se lo está preguntando, sí, es cierto que Salinger llevaba consigo los primeros capítulos de El guardián entre el centeno. Mi padre me aseguraba que lo vio muchas veces tomando notas.»
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

A veces en la vida todo ocurre o deja de hacerlo por muy poco, ese poco puede ser un minuto, unos metros, un cambio de idea repentino. Y una insignificancia semejante te salva o te mata. Solo poco después de que Juliette hubiese regado las plantas y abandonado la casa, yo misma estuve a punto de acudir a la rue Romarin. Vivo en place Sathonay, encima de la farmacia, a cinco minutos del quiosco, en el que me había olvidado el libro que estaba leyendo esos días. Se trataba de La reina en el palacio de las corrientes de aire, de Stieg Larsson. Me tenía atrapadísima, no podía dejarlo. ¿Sabes cuando una cosa importante pasa a un segundo plano porque te interesa algo que no tiene relevancia? Había descubierto a Larsson un poco tarde, pero en veinte días devoré la trilogía. Estaba a punto de irme a la cama. Ya me había cepillado los dientes, fregado los platos de la cena y, desde luego, puesto el pijama, cuando me di cuenta de que me había olvidado el libro en el quiosco. Qué disgusto. (...)
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