El día de hoy en un libro (II)

[emedoble]

2 de abril. Nos visita Barbara. ¿Puede hablar conmigo en la más estricta confianza?, pregunta. Le aseguro que sí y saco de inmediato a Helen Wills y su gatito por la ventana para crear una atmósfera confidencial. Me siento, llena de emoción, con la esperanza de que Barbara vaya a decirme, como mínimo, que está comprometida. Trato de que no se me note y de esbozar tan solo una expresión de franca y comprensiva atención, en tanto que Barbara comenta que a veces cuesta saber cuál es tu deber, que ella siempre ha pensado que la verdadera vocación de una mujer es la de construir un hogar y que amar a un buen hombre es la cúspide de la vida. «Sí, sí», contesto. (Tras darle vueltas al asunto, comprendo que no estoy de acuerdo con todo eso y me asombra la extraordinaria hipocresía de la que soy capaz.)

Diario de una dama de provincias, de E.M. Delafield (traducido por Patricia Antón)

[emedoble]

La respuesta a esas dos preguntas la encontré en otro anuncio parecido al anterior, publicado también en La Vanguardia casi un año más tarde, el 2 de abril de 1941. Es el segundo pequeño milagro. «En la oficina del Detall de la Comandancia Militar de Marina —dice el anuncio—, se interesa la inmediata presentación de los inscriptos marítimos pertenecientes al reemplazo de 1941 que se citan a continuación, para poder hacerles entrega de sus respectivas cartillas navales»; y a continuación se indican cuatro nombres, el penúltimo de los cuales es —también lo han adivinado— Enrique Marco Batlle.

El impostor, de Javier Cercas

[emedoble]

A Luisa le llenó de emoción que el propio Picasso se reuniera con Diáguilev en Roma. Hasta entonces, el artista había eludido el alcance social de la marchesa, y esta, decidida a causar impresión, celebró una cena en su honor el 2 de abril. Aquello suponía un contraste tan irracional, comparado con el París traumatizado por la guerra del que Picasso hacía poco había huido, que el pintor conservaría una memoria visual muy precisa del encuentro durante el resto de su vida. Cuarenta años después todavía era capaz de recordar a aquellos lacayos vestidos en sus libreas del siglo XVIII y lanzando limaduras de cobre a los fuegos que se repartían por el salón para que las llamas adquirieran un color verde; la gigantesca boa constrictor repantigada en sus espirales doradas sobre una alfombra de piel de oso polar; la cotorra Abracadabra, posada en el hombro de Garbi; y, sobre todo, la imponente presencia de la propia Luisa, que llevaba un vestido con bordado de perlas, una rígida gorguera isabelina y un escote que le llegaba hasta el ombligo.

El palazzo inacabado: Arte, amor y vida en Venecia, de Judith Mackrell (traducido por Lorenzo Luengo)

[emedoble]

—Él no sabe que yo lo sé. Es un hombre muy reservado, así es. —Barry aguardó—. Me lo contó el viejo doctor Flanagan. En 1941, en el mes de abril, el martes de Pascua, los alemanes, esos condenados bastardos, lanzaron bombas sobre Belfast, sí, y sobre Bangor. —Su mirada se endureció. Apretó los puños—. Una de ellas alcanzó a una joven enfermera y murió. Llevaban casados seis meses. Él la había cortejado durante tres duros años. Adoraba a esa chica, así es.
—¡Dios mío!

Doctor en Irlanda, de Patrick J. Taylor (traducido por Paz Pruneda Gozálvez)

[emedoble]

Fueron años también de una inocencia casi conmovedora. El 3 de abril de 1956, según los periódicos, una tal Julia Chase, de Hagerstown (Maryland), se despistó del grupo con el que visitaba la Casa Blanca y desapareció en las entrañas del edificio. Durante cuatro horas y media, la señora Chase, a la que más tarde se describiría como «desaliñada, errática y no especialmente lúcida», deambuló por la Casa Blanca y prendió un total de cinco fuegos. Así de extrema era la seguridad en aquellos tiempos: una mujer sin demasiadas luces fue capaz de moverse durante media jornada por la residencia presidencial sin llamar la atención.

Aventuras y desventuras del Chico Centella, de Bill Bryson (traducido por Pablo Álvarez)

[emedoble]

3 DE ABRIL

El aire azota más en la estación de Poughkeepsie que en Grand Central Station, pero ha salido el sol y está derritiendo las últimas nieves del invierno que quedan sobre el andén. Entre una cohorte de estudiantes que van comentando viajes a esquiar a Europa, prácticas en el Guggenheim y zoonosis víricas, cruzo el puente peatonal, los torniquetes, la sala de espera que parece una iglesia de los años veinte, y llego hasta el bordillo, donde espera una mujer unos años mayor que yo con un chaleco de plumas negro junto a un Chevrolet híbrido, sosteniendo un cartel que pone: DOCTORA I. FENBY. Tiene una nube de pelo espumoso teñido de castaño rojizo, pero con asomos de gris, y las gafas de armadura turquesa no hacen más que acentuar su palidez enfermiza. Una descripción poco amable podría decir que tiene cara de fiesta en la que no ha aparecido nadie.

Relojes de hueso, de David Mitchell (traducido por Laura Salas Rodríguez)

[emedoble]

El 3 de abril de 1981 el cardenal irlandés Tomás Ó Flaich escribió a Thatcher para explicarle que había ido a ver a Price y que esta llevaba todo un mes en la enfermería, «apática y sin compañía, apenas capaz de andar y necesitada de ayuda para subir las escaleras». El cardenal había ido a verla antes de que Dolours se deteriorara, y la recordaba como una joven vivaz y despierta. Ahora, en cambio, se había convertido en «un espectro demacrado, prematuramente envejecida y sin ganas de vivir». Pedía a Thatcher que reconociera «la dura realidad de que esta chica se está muriendo» y señalaba que, si moría, esto podría provocar una oleada de violencia vengativa. El prelado imploraba a Thatcher que pusiera en libertad a Price; «puede que incluso la semana que viene sea demasiado tarde».

No digas nada, de Patrick Radden Keefe (traducido por Ariel Font Prades)

[Gretogarbo]

3 de abril
Ayer, mientras escribía, caí en la cuenta del significado del libro de Emanuele. Quizá todo el mundo lo tenía claro, pero yo lo viví como una iluminación. Las dos vidas a las que se refiere el título no son solo las dos vidas que se cuentan, las de sus dos amigos, Pia Pera y Rocco Carbone, que ya no están con nosotros. La segunda vida a la que se refiere es la que los vivos garantizamos a los muertos, al menos mientras existimos. Él les otorga esa segunda vida, que es la memoria. Es más, los que ya no están entre nosotros vuelven a vivir, a actuar y a opinar en los libros. (...)
La librería en la colina, de Alba Donati (traducción del italiano de Ana Ciurans Ferrándiz)

[Gretogarbo]

París, 3 de abril de 1881
Hoy estoy agotado. No sé por qué me sorprende. Durante días me he mantenido a flote gracias a las noticias de la medalla y todavía me mantengo, pero eso no quiere decir que mi dolor se haya esfumado. Hoy, las piernas se me doblan y me dan tirones, y los pies parecen nudos demasiado apretados.
El cuaderno perdido de Édouard Manet. Una novela, de Maureen Gibbon (traducción de Jaime Blasco Castiñeyra)

[emedoble]

A sus preguntas, el jefe le señala como la más grande de las islas la de Cebú —Zubu—, y cuando Magallanes le pide un piloto, el jefe recaba humildemente el honor de guiarle y acompañarle él mismo. Este honor real será un factor de retraso, pues el buen Calambu ha hecho tales excesos en la comida y la bebida que la flota no puede ser confiada al pantagruélico piloto hasta el día 4 de abril. Parten los barcos de la bendita playa que los salvó del peligro extremo.

Magallanes: El hombre y su gesta, de Stefan Zweig (traducido por José Fernández)

[emedoble]

De esos años es un documento insólito; exactamente: del 4 de abril de 1970. La víspera había regresado a Barcelona, después de tres décadas de exilio, Josep Carner, acaso el mayor poeta catalán del siglo XX. Fue todo un acontecimiento. El diario La Vanguardia (que todavía se llamaba La Vanguardia Española porque aún no había muerto Franco) lo llevó con dos grandes fotos a su portada: en la primera se ve muy bien a Carner, que había vuelto a Barcelona para morir, o para pisar su tierra antes de morir, saludando en primer plano con su sombrero, viejo, digno y demacrado; en la segunda apenas se le ve, porque se halla dentro de un coche, rodeado de una multitud que lo aplaude. Pero en las páginas interiores del periódico hay otra foto del gran poeta. Está de espaldas, con el sombrero calado, y parece que acabe de salir de su coche; también lo rodea un grupo de gente, esta vez más pequeño o aparentemente más pequeño, que no lo aplaude sino que intenta tocarlo o incluso abrazarlo.

El impostor, de Javier Cercas

[emedoble]

4 DE ABRIL

—Mi plato favorito del menú, cariño, te lo juro por Dios. —Nestor me pone el plato delante—. La gente entra, se sienta, ve «musaka vegetariana» y piensa que, claro, si la musaka no tiene carne no es musaka, así que piden la chuleta, la panceta o las chuletas de cordero. No saben lo que se pierden. Adelante, pruébala. Esta receta la inventó mi propia madre, que Dios guarde su alma. Menuda señora. Las fuerzas especiales de la armada, los ninjas y los mafiosos son un puñado de mariquitas cagones al lado de una madre griega. Es la del marco encima de la caja. Señala a la canosa matriarca.

Relojes de hueso, de David Mitchell (traducido por Laura Salas Rodríguez)

[Gretogarbo]

4 de abril
Mi padre comió con nosotros el domingo de Pascua. Mi madre, en un santiamén, pasó de mascullar frases de moribunda, de sus medias palabras ancestrales, ecos de ultratumba, a aletear y soltar grititos. Se había puesto una falda de terciopelo negro, más bien corta. Estaba muy elegante.
La librería en la colina, de Alba Donati (traducción del italiano de Ana Ciurans Ferrándiz)

[Gretogarbo]

París, 4 de abril de 1881
Hoy he ensayado una nueva estrategia.
Cuando ha empezado a dolerme la pierna izquierda, me he imaginado a propósito que un pulpo se me enrollaba alrededor del foco del dolor. He colocado su cabeza ovalada sobre el lugar donde más me pinchaba. No era un pulpo rojo esta vez, sino de color lavanda brillante, con la piel fría, sinuoso.
El cuaderno perdido de Édouard Manet. Una novela, de Maureen Gibbon (traducción de Jaime Blasco Castiñeyra)

[dorsvenabili]

4 de abril de 1984: Abajo el Gran Hermano.
Con estas palabras inicia el Diario de Winston Smith.

1984, de George Orwell