Máquinas como yo, de Ian McEwan. Traducción de Jesús Zulaika Goicoechea–¿Y qué libros has leído últimamente?
Era la peor de las preguntas que podría haberme hecho. Yo leía en la pantalla: periódicos, sobre todo, o vagaba por páginas científicas, culturales, políticas, y por blogs de temas generales. La noche anterior había estado absorto en un artículo de una revista de divulgación de electrónica. No tenía el hábito de leer libros. Los días pasaban volando y no encontraba hueco en ellos para sentarme en un sillón y ponerme a pasar las páginas con indolencia. Tendría que haberme inventado algo, pero mi mente estaba vacía. El último libro que había tenido en las manos era uno de Miranda con historias de las Leyes de granos. Leí el título en el lomo y se lo devolví a Miranda. No había olvidado nada, porque no había nada que recordar. Pensé que podría ser drásticamente inteligente decírselo así a Maxfield, pero Adán acudió en mi ayuda.
–He leído los ensayos de Sir William Cornwallis.
–Ah, él... –dijo Maxfield–. El Montaigne inglés. Nada del otro mundo.
–Tuvo mala suerte, encajonado entre Montaigne y Shakespeare.
–Un plagiario, diría yo.
Adán dijo, con voz suave:
–En la eclosión del yo laico, a principios de la Edad Moderna, creo que se ha ganado su puesto. No leía bien francés. Debió de conocer la traducción de Montaigne de Florio, además de otra versión que hoy se ha perdido. En cuanto a Florio, conoció a Ben Jonson, así que no sería de extrañar que conociera a Shakespeare.
–Y –dijo Maxfield, cuyo temperamento competitivo entraba en acción– Shakespeare saqueó a Montaigne para su Hamlet.
–No estoy de acuerdo –contradijo Adán a su anfitrión, de forma muy irreflexiva, a mi juicio–. La prueba textual es endeble. Si quiere seguir por ahí, yo le diría que La tempestad se presta más a lo que dice. Gonzalo.
–¡Ah! El buen Gonzalo, el imposible aspirante a gobernador. «No admitiría tráfico alguno, ni nombre alguno de magistrado.» Luego sigue algo... «Ni contratos, ni herencias, ni lindes, ni viñas, nada.»
Adán continuó, con fluidez:
–«No se utilizaría el metal, ni el grano, ni el vino, ni el aceite: no habría ocupaciones; todos los hombres, ociosos, todos.»
–¿Y qué decía Montaigne?
–Con palabras de Florio, dice que los salvajes «no tenían ningún tipo de tráfico» y «ningún nombre de magistrado», y luego: «ni ocupación, solo ocio», y luego: «no se utilizaba el vino, ni el grano, ni el metal».
Maxfield dijo:
–Todos los hombres, ociosos..., eso es lo que queremos. Ese Bill Shakespeare era un jodido ladrón.
–El mejor de los ladrones –dijo Adán.
–Eres un especialista en Shakespeare.
Adán negó con la cabeza.
–Me ha preguntado qué he estado leyendo.
Maxfield mostraba de pronto un ánimo pletórico. Se volvió hacia su hija.
–Me gusta –dijo–. ¡Apto!
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