Diálogos

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Moderador: Ashling

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madison
La dama misteriosa
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Re: Diálogos

Mensaje por madison »

ADELA.— Esperémoslo, hija. Que esto no es vida.
SOCORRO.— ¡Qué!¿Algo para don Gregorio?
ADELA.— Sí, doña Socorro... Un medicamento muy bueno... Justo lo que necesita él... y nosotras.
LAURA.— El mes que viene cumple noventa y dos años... ¿No les parece que ya es mucho cumplir?
VENERANDA.— ¡Cómo!...Es casi casi, una grosería. ¡Hombre tenía que ser!
SOCORRO.— ¿Y qué le van a dar? Algún remedio alemán..., ¿verdad?... Háganme caso; los alemanes, se dan unas mañas para las medicinas... O, si no, que lo diga aquí, Veneranda.
VENERANDA.— Ya lo creo. Y para las radios y la mecánica, no digamos. Además, como son tan rubios y tan altos...
ADELA.— ¿Ustedes han oído hablar del cianuro?
VENERANDA.— No, doña Adela. Viajamos tan poco... De medicamentos y porquerías por el estilo, lo que mejor nos va es el termómetro. ¿Verdad, Socorro?
SOCORRO.— Es cierto; pero lo tuvimos que dejar, porque nos hacía llagas.
VENERANDA.— A mí me sentaba muy bien.
ADELA.— ¿El termómetro?
SOCORRO.— Como se lo decimos. Lo usábamos de reconstituyente. ¡Me abría un apetito!... Y, en verano, ¡es tan fresquito!...
SOCORRO.— Lo malo es que me bajaba un poco la tensión. Esto no quiere decir nada. A lo mejor, el cianuro no baja la tensión.
LAURA.— Es un remedio infalible. Como la lejía, pero en polvo. Y rapidísimo. Un alarde de la técnica.
VENERANDA. (Se ríe.)— ¿Has oído, Socorro?... ¡Qué disparate!... Como la lejía...
SOCORRO.— Ya, ya... ¿Y quién es la que va a tener el hijo?
VENERANDA.— Pero...,¿qué has entendido, mujer?... ¡Qué costumbre...!
SOCORRO.— Es que no he oído bien.
VENERANDA.— Discúlpela. Es la cuarta visita que llevamos hoy, y la pobre se hace un lío. Ya saben su costumbre: cuando no entiende alguna conversación, lo relaciona con el sexto Mandamiento. Suele acertar casi siempre.
ADELA.— Me hago cargo... Pero es muy desagradable... Compréndalo... El abuelo cerca de tres meses agonizando... y..., y... (Llora.)
VENERANDA.— Vamos, vamos, doña Adela...
SOCORRO.— No se preocupe, mujer... Mañana son los Santos Difuntos. No hay que perder la esperanza.
VENERANDA.— Claro...,a lo mejor..., ¿Quién sabe?
ADELA.— Lo dicen para consolarme... Pero yo sé que le queda cuerda para rato.
LAURA.— Son ustedes demasiado optimistas. Eso pensábamos hace una semana... pero pasa el tiempo... y todo sigue igual... Escuchen, escuchen... ¿No es desesperante?
Juan José Alonso Millán, El cianuro... ¿solo o con leche?
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Gretogarbo
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Re: Diálogos

Mensaje por Gretogarbo »

— Oye —le dije deteniéndome—, cuando yo te hablo de mis cosas, ¿en qué piensas tú?
Elsa me miró sonriendo y extrañada de que hubiera advertido su desatención.
— Perdona —me dijo—, supongo que cada vez en algo diferente. No puedo evitarlo.
— No deberías dar tantas vueltas a tus obsesiones —le dije con aspereza, ofendida por su continua falta de atención—. Siempre estás ausente.
— Bueno, y ¿qué importa eso? —me respondió quedamente, encogiéndose de hombros ante mi reproche.

El silencio de las sirenas, de Adelaida García Morales

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durito
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Re: Diálogos

Mensaje por durito »

de mi vida como hombre, de philip roth:

Filosófica:

–A quién le importa.

–¡A mí me importa! ¿Sabes cuántas son dos más dos? ¡Quiero saberlo! Mírame. Hablo en serio. Tengo que saber lo que sabes y lo que no sabes, y por dónde hay que empezar. ¿Cuántas son dos más dos? ¡Contéstame!

Estúpida:

–No sé.

–¡Sí lo sabes! Y no hables como una criatura. ¡Contéstame!

Fuera de sí:

–¡No sé! ¡Te digo que me dejes en paz!

–Mónica, ¿cuántas son once menos uno? A once le quitas uno. Si tienes once centavos y alguien te quita un centavo, ¿cuánto te queda? Tienes que saber esto.

Histérica:

–¡No lo sé!

–¡Lo sabes!

Explosión:

–¡Doce!

–¿Cómo pueden ser doce? Doce es más que once. Te pregunto qué es menos que once. Once menos uno son… ¿cuánto?

Pausa. Reflexión. Decisión:

–Uno.

–¡No! ¡Tienes onces y le quitas uno!

Iluminación:

–¡Aaah! ¡Le quito...!

–Sí. Sí.

Impávida:

–Nunca hemos hecho quitar.

–Lo has hecho. Has tenido que hacerlo.

Firme:

–Te digo la verdad. No tenemos quitar en la escuela James Madison.

–Mónica, esto es restar... lo tienen en todas partes, en todas las escuelas, y tienes que saberlo. Querida, no me importa lo del sombrero, ni siquiera me importa lo de tu padre, eso ya pasó. Me importas tú y lo que será de ti. Porque no puedes ser como una niña pequeña que no sabe nada. Sí sigues así tendrás dificultades y una vida terrible. Eres mujer, y estás creciendo, y tienes que saber cómo obtener cambio de un dólar y qué viene antes del once, que es la edad que tendrás el año que viene. Y tienes que saber cómo sentarte... por favor, por favor, no te sientes así, Mónica, por favor, no vayas en el autobús ni te sientes así en público, aunque insistas en sentarte así aquí para hacerme enfadar. Por favor, prométemelo.

Hosca, perpleja:

–No te entiendo

–Mónica, estás creciendo, aunque los domingos te vistan como una muñeca.

Justa indignación:

–Eso es para la iglesia.

–Pero la iglesia no tiene nada que ver contigo. Lo que es importante para ti es leer y escribir... Mónica, te juro que te digo todo esto solo porque te quiero, y no quiero que te pase nada malo, nunca. ¡Te quiero, debes saberlo! Lo que puedan haberte dicho de mí no es verdad. No estoy loca, no soy una demente. No tienes que tenerme miedo, ni odiarme... He estado enferma, pero ahora estoy bien, y me dan ganas de ahorcarme cada vez que pienso que te dejé en manos de él, que pensé que te daría una madre y un hogar y todo lo que yo quería que tuvieses. ¡Y ahora no tienes madre... tienes esta persona, esta mujer, esta idiota que te viste con ese disfraz ridículo y te da una Biblia para llevarla en la mano cuando ni siquiera sabes leer! Y como padre tienes a ese hombre. ¡De todos los padres del mundo, ese!

En este punto, Mónica lanzó un alarido tan penetrante que salí corriendo de la cocina, donde había estado sentado a solas con una taza de café frío, sin saber qué pensar.

En la sala, lo único que había hecho Lydia era tomar una de las manos de Mónica, y sin embargo la chica gritaba como si fueran a matarla.

–Pero ¡si solo quiero acariciarte! –decía Lydia entre sollozos.

Como si mi aparición fuese la señal para el comienzo de la verdadera violencia, Mónica empezó a echar espuma por la boca, gritando sin interrupción:

–¡No me toques! ¡No me toques! ¡Dos y dos son cuatro! ¡No me pegues! ¡Son cuatro!
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Gretogarbo
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Re: Diálogos

Mensaje por Gretogarbo »

—¿Te gusta el amor? —preguntó mirando muy fija hacia delante, donde se levantaba la alzada de una barca coloreada de blanco y con una franja azul.
—Antes de este verano lo leía en los libros y no entendía por qué los adultos se acaloraban tanto. Ahora lo sé, provoca cambios y a las personas les gusta que las cambien. No sé si me gusta, pero ahora lo tengo y antes no.
—¿Lo tienes?
—Sí, me he dado cuenta de que lo tengo. Empezó con la mano, la primera vez que me la mantuviste sujeta. Mantener es mi verbo preferido.
—Qué cosas más graciosas dices. ¿Estás enamorado de mí?
—¿Se dice así? Empezó por la mano, que se enamoró de la tuya. Después se enamoraron las heridas que se pusieron a curarse a toda prisa, la tarde que viniste a verme y me tocaste. Cuando saliste de la habitación, me sentía mejor, me levanté de la cama y al día siguiente estaba en la playa.
—Entonces ¿te gusta el amor?
—Es peligroso. Provoca heridas y después, a causa de la justicia, más heridas. No es una serenata en el balcón, se parece a una marejada de ábrego, revuelve el mar por encima y por debajo lo remueve. No sé si me gusta.
—El beso que te di, ¿eso te gustó por lo menos?
—Ése no me lo diste a mí, se lo restregaste en la cara a los dos que estaban por los suelos.
Sentados al lado con poca luz, las palabras subían ágiles, como burbujitas.
—¿Eso quiere decir que tengo que darte uno todo tuyo?
Se volvió hacia mí. Por instinto, quise girarme del lado opuesto, pero una fuerza imprevista me giró la cabeza y el cuello hacia su lado. Se detuvo la cháchara que me había salido con facilidad mientras no la miraba. Era tan hermosa de cerca, con los labios ligeramente abiertos. Me conmueven los de una mujer, desnudos cuando se aproximan para besar, se desvisten de todo, de las palabras hacia abajo.
—Cierra esos benditos ojos de pez.
—Es que no puedo. Si tú vieras lo que veo yo, no podrías cerrarlos.
—¿De dónde te salen tantos cumplidos, pequeño jovenzuelo?
—¿Qué cumplidos? Digo lo que veo.
—Ahora ya está bien.

Los peces no cierran los ojos, de Erri De Luca (traducción de Carlos Gumpert)

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Re: Diálogos

Mensaje por Gretogarbo »

— Volví al pueblo poco antes que a él lo detuvieran, era un hombre sin miedo y predicaba mundos imposibles y enamoraba a las mujeres, el amor y la música también sirven para ahuyentar el miedo, por eso en las guerras se escriben cartas de amor y se cantan canciones nuevas.
—Tal vez esté la noche tan rara porque se están despidiendo los que se quieren o porque están inventando canciones los que tienen miedo.

No encuentro mi cara en el espejo, de Fulgencio Argüelles

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