Libros que nos llevan a otros libros

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Moderador: Ashling

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magali
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por magali »

En el avión le había gustado su colonia amaderada y él le había dicho que era rusa. Añadió que le encantaban los rusos. Sí, había bromeado diciendo que era un chico estadounidense y sureño, pero que descendía de los rusos y que sentía que todavía tenía un alma rusa en el interior. Pushkin. Eugenio Oneguin. Algo sobre los destellos de un corazón vacío.
The Flight Attendant, de Chris Bohjalian. Traducción de Alicia Botella Juan
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magali
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por magali »

Para tratar de apartar la mente de los periódicos y de lo que la esperaba por la tarde, se terminó en el sofá La muerte de Iván Ilich, mirando de vez en cuando hacia el Empire State mientras su mente vagaba por la Rusia del siglo XIX.
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magali
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por magali »

Estaba demasiado deprimida para ir al gimnasio. En lugar de eso, fue a una librería y echó un vistazo a la sección de bolsillo de ficción deteniéndose en los pasillos en los que estaban Chéjov, Pushkin y Tolstói. Consideró una colección de Turguénev porque Alex lo había mencionado y ella no estaba familiarizada con su obra, pero la tienda solo tenía Padres e hijos y no era una relación que le apeteciera esa tarde. Finalmente, compró un libro pequeño de Tolstói —pequeño para ser de Tolstói, pero aun así tenía cuatrocientas páginas— porque la primera historia se llamaba La felicidad conyugal. Sospechó que el título sería probablemente irónico, pero tenía esperanzas.

Sin embargo, una vez en casa descubrió que el libro era posiblemente la peor elección que podía haber hecho (lo cual no debería sorprenderla, dada su predilección por las malas decisiones). Al menos la primera historia empezaba mal teniendo en cuenta su historia personal. En la primera página, la narradora, una mujer de diecisiete años llamada Masha, empieza llorando la muerte de su madre. Cassie también era adolescente cuando su madre había muerto. Masha también tenía una hermana pequeña. Cassie no pasó de la cuarta página. Dejó el libro y pasó un cepillo quitapelusas por su ropa para quitar las evidencias de su paso por el refugio. Pero no se cambió. Esa noche no bebió. Ni una gota.

The Flight Attendant, de Chris Bohjalian. Traducción de Alicia Botella Juan
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Gretogarbo
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

(...) Hay además de esto otra observación que me admiro no haya hecho usted mismo, y es que nada hay tan difícil, en punto de amor, como escribir lo que se siente. Digo escribirlo de un modo verosímil; no porque no se empleen los mismos términos, sino porque no se coordinan de igual moso, o más bien porque se coordinan, y esto basta. Vuelva usted a leer su carta, y verá que el orden mismo que reina en ella descubre el artificio en cada frase. Quiero suponer que la presidenta no tiene bastante experiencia para percibirse de ello; pero qué importa, el efecto no deja de faltar por eso. Es lo que sucede con las novelas: el autor se afana por acalorarse y el lector se queda frío. La de Heloísa es la única que puede exceptuarse, y, a pesar del talento del autor, esta observación me ha hecho creer siempre que el fondo de ella es verdadero. (...)
Las amistades peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos (traducción anónima revisada por Gabriel Ferrater)

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isuhefu
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por isuhefu »

[...] El Secretario pensaba, una vez más, en ese anhelo de guerra total nunca vista alentado por un hombre tierno y simple, capaz de llorar ante un achaque de su tortuga, que gastaba todo su sueldo en comprar soldaditos de plomo a los chicos del barrio, comulgaba con cierta regularidad y, en cuanto a literatura, poseía la gracia de Libro Único, insustituible, irreemplazable, que colmaba aún, al cabo de un centenar de lecturas, sus apetencias de belleza, de aventura, de amor, halagando sus ocultas voluntades de poder, y trayendo acaso, a su condición de graduado menor, tenido a poco, aquello que sólo se encuentra en los escritos de Boecio, Epicteto y Marco Aurelio: El Conde de Montecristo. Pero a la vez, soñaba con guerras terribles, exterminadoras, exhaustivas, con sus consiguientes genocidios. [...]

Cuento El derecho de asilo, de Alejo Carpentier.

Guerra del tiempo y otros relatos
Non sopporto piú le persone che mi annoiano anche pochissimo e mi fanno perdere anche solo un secondo di vita. Goffredo Parise
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Tatiasha
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Tatiasha »

Después de hacer lo que tenía que hacer, se subía a la colcha de punto y se sumergía en narraciones que le cambiaban alguna que otra cosa, que descorrían una cortina, que le descubrían cosas que nadie le había enseñado hasta entonces. Nadie le había dicho a Tora que toda guerra tiene al menos dos verdades. Un día empezó a leer un pequeño libro de algo más de doscientas páginas. Bajo un cielo más duro de Jens Bjørneboe.
La habitación muda, de Herbjørg Wassmo (Trilogía de Tora 2)
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Tatiasha
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Tatiasha »

Después de tomarse una copa de coñac, Annette mandó llamar a su hija.
—La carta —dijo, chasqueando los dedos.
—No la llevo encima.
—¿Dónde la has guardado?
—En las Cartas persas.
—¿Por qué no la guardas en mi ejemplar de Las relaciones peligrosas? -preguntó Annette, sonriendo despectivamente.
—No sabía que tuvieras ese libro. ¿Puedo leerlo?
—No. Quizá siga los consejos que da el autor en el prólogo y te regale un ejemplar el día de tu boda. Cuando tu padre y yo encontremos un marido adecuado para ti, dentro de un tiempo.
La sombra de la guillotina, de Hilary Mantel
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Tatiasha
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Tatiasha »

Lucile se inclinó para coger una rosa que se le había caído a su madre de las manos. Se chupó una gota de sangre en el dedo y pensó: "Puede que lo haga, y puede que no". En cualquier caso, recibirá más cartas. No volverá a utilizar el tomo de Montesquieu para ocultarlas, sino las disertaciones de Mably de 1768: Dudas sobre el orden natural de las sociedades. Las cuales, de pronto, le parecen enormes.
La sombra de la guillotina, de Hilary Mantel
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magali
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por magali »

Mi madre llevaba a casa libros de la biblioteca. A casa llegaban libros y más libros, y los padres se iban volando. Mi madre me explicó que un escritor francés, Flaubert, que en otros tiempos para mí fue «Flobert», escribió con quince años un relato titulado «Rabia e impotencia». Me lo leyó primero en francés y luego en inglés, ambos fragmentarios, llenos de pausas –si es que las pausas pueden llenar– porque ninguno de los dos era su idioma materno, la lengua muerta que nosotros dos utilizábamos para nuestros secretos… Flaubert soñaba con el amor en una tumba. Pero el sueño se evaporaba y quedaba solamente la tumba. Ése era el relato de Flaubert, y quizá también la historia de los menonitas de Molotschna.
Ellas hablan, de Miriam Toews. Traducción de Julia Osuna Aguilar



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Cuentos completos, de Gustave Flaubert. Traducción de Mauro Armiño.
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Tatiasha
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Tatiasha »

— No te andes con bromas, Crevel —respondió el barón, que se ahogaba de rabia—, que este es un asunto de vida o muerte.
— ¡Hombre! ¿Así se lo toma? A ver si es que no se acuerda, barón, de lo que me dijo en la boda de Hortense: "¿Es que van a reñir por unas faldas dos cotorrones como nosotros? Eso se queda para los tenderos, para la gentecilla...". Ya había quedado claro que lo nuestro era el estilo Regencia y la casaca azul, vivir a lo Pompadour y a lo siglo dieciocho, que éramos de la cuerda del mariscal de Richelieu, del mundo de las rocallas y hasta me atrevería a decir que de Las amistades peligrosas.
La prima Bette, de Honoré de Balzac
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natura
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por natura »

—Bueno, abuelo, pero ¿no has conocido a otra mujeres, mujeres que de verdad aman?
—Oh, claro que sí, Vérochka. E incluso te diré más: estoy convencido de que casi todas las mujeres enamoradas son capaces de llevar a cabo los actos más heroicos. ¿Lo entiendes? Ella besa, abraza, se entrega… y se convierte en madre. Para ella, si ama, ¡el amor se convierte en el sentido de toda su vida, en el universo entero! No es culpa suya que el amor entre las personas haya adquirido formas tan triviales y haya quedado reducido a un tipo de comodidad cotidiana, a un pasatiempo cualquiera. La culpa la tienen los hombres que, saciados a los veinte años, con los cuerpos ya encogidos y el espíritu medroso, son incapaces de desear algo de verdad, realizar algún tipo de proeza, o querer con ternura y devoción. Dicen que antes sí que había amores así. Y, aunque no los hubiera, ¿acaso no los soñaron y anhelaron las mejores mentes y almas de la humanidad: poetas, novelistas, músicos, artistas? Hace unos días leí la historia de Manon Lescaut y el caballero Des Grieux. ¿Me creerías si te dijera que lloré? Pero dime con total sinceridad, querida: ¿no sueña toda mujer, en el fondo de su alma, encontrar un amor así, un amor único, que todo lo perdona, dispuesto a cualquier cosa, humilde y desinteresado?
El brazalete de granates, Alexandr Kuprín

Y le robo a magali la portada, que la puso hace nada :mrgreen: :lista:
magali escribió: 23 Ene 2022 00:06 Imagen

Manon Lescaut - Abate Prévost
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por magali »

Quiero releer Manon Lescaut. Pero no hay forma de que saque los pies del plato :hola:
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Tatiasha
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Tatiasha »

Unity y yo nos inventamos un idioma entero, que llamamos Gorgojorito, ininteligible para cualquiera excepto nosotras mismas, al que tradujimos varias canciones cochinas (para cantarlas sin peligro delante de los adultos) y trozos larguísimos de El libro de Oxford del verso inglés. Debo y yo creamos la sociedad secreta de los Ísimos, de la que las dos éramos mandatarias y únicos miembros. Las reuniones se celebraban en la lengua oficial de la sociedad, que consistía en una mezcla del acento del norte de Inglaterra con el de los yanquis. Contrariamente a lo que ha afirmado recientemente un historiador, el apelativo de Ísimos no derivaba del hecho de que Debo y yo fuéramos personajes ilustrísimos, sino de las gallinas. Sí, de las gallinas y su importantísimo papel en nuestras vidas. De hecho, las gallinas eran la fuente principal de nuestra economía personal. Las teníamos a docenas, y mi madre nos proporcionaba con qué alimentarlas y después nos compraba los huevos, en una suerte de benevolente variación del contrato de aparcería.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Tatiasha »

Mamu nos enseñaba historia de Inglaterra mediante un gran libro ilustrado que se titulaba La historia de nuestra isla y tenía una bella imagen de la reina Victoria en el frontispicio. "Mirad, Inglaterra y todas las posesiones de nuestro Imperio son de un precioso tono rosa en el mapa —explicaba—. Alemania es de un marrón asqueroso y horripilante". Las ilustraciones, el texto y los comentarios de Mamu creaban toda una serie de vívidas escenas: la reina Boadicea cabalgando valientemente a la cabeza de su ejército... los pobrecitos príncipes en la Torre... Carlomagno, que según el abuelo era antepasado nuestro... el odioso e insulso Cromwell... Carlos I, el rey mártir... los heroicos fundadores del Imperio aplastando valientemente a las hordas de negros africanos para gloria de Inglaterra... los malvados indios del Agujero Negro de Calcuta... los americanos, a quienes se había expulsado del Imperio por causar problemas y que ya no tenían derecho al precioso tono rosa en el mapa.... los asquerosos alemanes, que habían matado al tío Clem en la guerra... los bolcheviques rusos, que mataron a sangre fría a los perros del zar (y, de hecho, al pequeño zarévich y a sus hermanas, pero su suerte no acababa de ser tan triste como la de los pobres perros inocentes)... los buenos eran buenísimos y los malos, malísimos; la historia tal como la explicaba Mamu me resultaba en general muy clara.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Tatiasha »

Hacerse mayor en la campiña inglesa se nos antojaba un proceso interminable. El gélido invierno daba paso a una primavera glacial que a su vez se fundía con el frío verano, pero nunca, jamás, pasaba nada. La lírica y suave belleza del cambio de las estaciones en los Cotswold nos dejaba frías, literalmente. "Quién estuviera en Inglaterra, ahora que ha llegado abril" o "Bellos narcisos, cómo lloramos al veros partir con tanta premura...". Unas palabras muy evocadoras, sin duda, pero yo nunca había reparado siquiera en la llegada de abril, ni me gustaban especialmente los narcisos. Nunca se me ocurrió sentirme satisfecha con mi suerte. Puesto que conocía a pocos niños de mi edad con los que compararme, los niños de la literatura, a quienes siempre les pasaban cosas interesantes, me producían envidia: "¡Pero qué suerte tenía Oliver Twist de vivir en un fascinante orfanato!".
—No puedes publicar eso con tu nombre —insistía mi madre escandalizada, pues las páginas de Highland Fling no solo estaban pobladas por tías, tíos y amigos de la familia apenas disfrazados, sino que en ellas, caricaturizado y con el oportuno nombre de "general Murgatroyd", aparecía mi padre.
Y así, casi de la noche a la mañana, Papu dejó de ser alguien de carne y hueso para convertirse en un personaje de ficción, una figura casi legendaria, incluso para nosotros. En los años que siguieron, Nancy continuó perfeccionando el proceso de capturarlo y aprisionarlo entre las cubiertas de sus novelas, unas veces como el general Murgatroyd, y más adelante como el aterrador tío Matthew de A la caza del amor. Tuvo tantísimo éxito que hasta el escritor de las necrológicas del Times, cuando describió a mi padre poco después de su muerte en 1958, pareció no saber muy bien si escribía sobre el diputado David Bertram Ogilvy Freeman-Mitford o el "temperamental y franco tío Matthew...".
En mi caso, a mis insatisfechos trece años, la uniforme monotonía de la vida se había vuelto de pronto insoportable. El único factor atenuante era la presencia de Tudemio, quien pasaba temporadas en casa cuando estudiaba para los exámenes. A veces me dejaba leer pasajes de los enormes y mohosos volúmenes de derecho y concebir posibles preguntas de exámenes para comprobar sus conocimientos. Aunque me llevaba diez años, quizá recordaba todavía el profundo malestar de la adolescencia y pensaba que la mejor cura era el trabajo duro, pues me hizo acometer la lectura de Milton, de Balzac, de la Vida de Samuel Johnson de Boswell; libros todos ellos que jamás habría leído sin su insistencia.
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