Libros que nos llevan a otros libros

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Ashling »

Más tarde, sentado en los escalones del patio trasero leyendo Los papeles del Club Pickwick y parándose con frecuencia a pensar y a contemplar las delgadas hojas de maíz que la brisa hacía susurrar, no le sorprendió oír que el señor alzaba la voz desde el salón.

Medio sol amarillo, Chimamanda Nogzi Adichie


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Mensaje por Gretogarbo »

(...) A las cinco treinta minutos Helga Pato supo que Fat no aparecería. No fue sólo una sensación, fue que de pronto su vista se posó en el lomo del volumen C10, que quince minutos antes no se encontraba en ese lugar. Obedeciendo a un impulso. Helga Pato corrió hacia el final del pasillo, creyendo que alcanzaría a quienquiera que fuera la persona que lo había devuelto a su lugar, pero en seguida reparó en lo absurdo de su intento, y regresó a la signatura con el corazón agitado. El volumen frente al que se habían citado era una traducción al inglés de las Confesiones de Rousseau. Helga lo inspeccionó por si Fat hubiese dejado alguna nota, algún rastro de su identidad, pero no encontró nada. Helga regresó desairada a casa de Montoro, con la sensación de haber sido víctima de un fraude. Timada. Cuando días después reanudó la correspondencia con Fat, ésta le pidió disculpas: le había surgido un imprevisto de última hora y no había podido desplazarse a Nueva York, nunca había estado allí. Helga no la creyó; discutieron, y dejaron de escribirse; pero eso es de otra historia.
Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo

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Mensaje por Gretogarbo »

Estos veinte años del principio de la vida, los que forjan el carácter y predicen la conducta futura, esos que aparecen glosados en la vida nueva y pija de Pedrito de Andía o en la alegre algarabía de El Jarama, ésos, me los chupé yo yaciente. Mis huesos reblandecidos me vedaron las experiencias que suelen enriquecer los tiernos años de la adolescencia; la vida penetró en mí filtrada por el opaco tamiz de la hermana Araceli, mi preceptora de Educación general Básica, y por el filtro multicolor y fantástico de las hermanas Benigna y Enriqueta, que me dieron el Bachillerato Unificado Polivalente. Mis experiencias fueron siempre fingidas y ajenas, catarsis que sacudió mi espíritu embebido durante la lectura o hipnotizado frente a la pantalla del televisor. Cabe los trovadores, cabe Pretarca, cabe Garcilaso y las dulces canciones de Castillejo que me proporcionaba mis monjitas, también encontré deleite en las ficciones pornográficas que suministraba el formato vídeo el prestador social sustitutorio. Y así, este niño caracol se hizo una idea del mundo y del maravilloso universo del amor, que no obstante le dejaba insatisfecho.
Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Este invierno pasado, por ejemplo, asistiendo una noche a la representación que también a destiempo, como todo, se ha hecho en Madrid de Luces de Bohemia, en la escena en que están en el periódico aquellos alevines de escritor haciendo trofeo de su barata agresividad verbal, de pronto me quedé sobrecogida por que pensé: «Uno de ésos, ese mismo delgaducho que se da tantos aires, del que creo que es un actorcito joven al que dentro de un rato puedo ver en la barra de un café tomándose una copa, podría yo decir y no estaría mintiendo que ha sido más que Dante y Faulkner para mí, arquitecto de mis capiteles más firmes y recónditos; ahora se irá a su casa cuando deje la escena y a la luz de una lámpara, sin ganas, distraído, se pondrá a traducir, del italiano creo, para que yo la lea a los diez años, a los doce y los quince, la historia que no ha sido capaz de inventar él, la que me hará vivir la pasión más enorme que he conocido nunca; es mucho más que mi primer amante, nunca bostezará delante de mí ni sabré de su hambre, de su frío y su miedo, pero va a tener parte en la edición de un libro sin grabados del cual compró el abuelo un ejemplar que lo guardó la abuela y yo se lo robé secretamente, no, no tenía grabados», luego pensé «mejor, mejor me lo imagino», le faltaban las primeras páginas y había que adentrarse todavía unas cuantas que hablaban de las pesquisas tenaces y morosas de un siciliano pálido, de mirada febril, antes de que irrumpiera en la página treinta, como pago al tesón de aquella búsqueda, la singular mujer de radiante belleza que con su aparición desafiaba a ese hosco personaje cuyo nombre aún no se sabía, viajero infatigable que la venía invocando de país en país con el obsesivo designio de hallarla donde fuera para vengar en ella, último retoño de una estirpe maldita, implacables agravios de familia, orientado por el solo afán de llegar a matarla fríamente.
Retahílas, de Carmen Martín Gaite

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por lunallena »

— ¿Tú recuerdas aquella escena de Enrique V de Shakespeare?—Mis clases de Literatura Inglesa en la Facultad me habían obligado a leerlo a fondo, si tenía que explicarlo.
—¿Qué escena?
—La noche antes de la batalla, el Rey se emboza en una capa y se mezcla con tres soldados insomnes que aguardan la llegada del día con gran temor y con las armas prestas a mano. Se presenta como amigo, se hace pasar por uno de ellos, toma asiento junto a su fogata y conversan. Los soldados hablan con la libertad habitual entre iguales, e incluso dos se ponen farrucos con él en un momento determinado, porque para ellos no es el Rey ni nada, como tampoco son ellos sus súbditos en ese instante, le pueden discutir y decir lo que quieran, el Rey está disfrazado y se ha ocultado.
Berta Isla de Javier Marías
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Del caos de novelas de mi infancia había trepado luego a otras lecturas y el veneno bebido en aquellas historias clandestinas lo había relegado a zonas subterráneas y malditas de las que renegaba con implacable ardor. Un día trajo Julio Les liaisons dangeureuses, su padre es escritor y en casa tenían libros que circulaban poco por entonces; me bebí aquella historia con deleite, fue una revolución, la que estaba esperando. Lacios pulverizaba el concepto de amor arraigado en Occidente, su heroína lo era por revolverse contra lo sublime, contra aquellos modelos ancestrales de conducta amorosa, al atreverse a demostrar que la única verdad del amor radicaba en su trampa; hice mi catecismo de aquel libro y de allí en adelante la señora Merteuil cínica, descreída, artífice de su propio destino, destronó a las mujeres de la raza de Adriana, palpitantes de amor, luchando entre deseo y raciocinio, y me dejó suspensa que tu madre, cuando accedió por fin a leer la novela, se encogiera de hombros: «El libro está bien escrito, eso quien te lo niega, pero, chica, que el triunfo de las mujeres consista en tenerse que volver tan liantes y antipáticas como la tal madame , para semejante viaje no habíamos menester alforjas». Yo me solivianté; ¿antipática?, ¿que era antipática madame de Merteuil?, y ella sin alterarse, con voz de broma: «Pues sí, muy antipática, pero además, Eulalia, qué más da, no hagas proselitismo, a mí, por ejemplo, me parece bastante simpática santa Teresa, pero no se me ocurre andar repartiendo estampitas, lo malo es tener santos, ponerlos en altares, yo no quiero ninguno».
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Hay que reconocer que la abuela esa tarde estuvo en todo muy clarividente y además divertidísima, al final el licor café se le había subido bastante a la cabeza y eso aumentaba su locuacidad; me estuvo leyendo trozos de una comedia de Moreto que siempre le ha gustado a ella mucho, El desdén con el desdén, me parece que en el baúl la trae, un librito negro con pinta de breviario; ya en otras ocasiones, cuando era yo pequeña, me había señalado párrafos y la escogía para hacernos dictados, pero a la lectura de esa noche le dio una especial solemnidad, siempre le ha encantado leer en alto porque sabe que lo hace bien, yo me iba a casar a los pocos días y en su boca tomaban un tono especial de admonición las parrafadas de aquella Diana del texto a quien los desengaños de una pasión violenta llevan a refugiarse en el estudio de la historia y la filosofía antiguas para instruirse sobre los desastres que el amor ha acarreado a la humanidad; pero todo esto intercalado con unos comentarios graciosísimos. Ya era tarde, cenamos un poco y la acompañé a acostarse a esa misma cama grande de donde la he sacado para siempre antesdeayer; al despedirme estaba un poco emocionada, le pregunté: "Oye, abuela, ¿por qué has dicho que Andrés es frío si sólo lo has visto una vez?", no me contestó a derechas, ella hace eso muchas veces, tratar de aclararte algo y meter otra sentencia que desvía el asunto y lo oscurece, dijo con un ritmo de voz un poco incoherente: "Es frío pero tiene buen cuerpo, un hombre es su cuerpo, el placer que te dé y nada más, tú búscale el cuerpo y déjate de historias; eso es lo malo de los hombres fríos, que te intrigan, gozas de su cuerpo y no te basta, pero lo que te digo es que te baste, te tiene que bastar, acuérdate".
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

Fíjate, si es que es en todo lo mismo, con la literatura pasa igual; ¿tú concibes mayor memez que el libro ése de Love story que ha hecho tanto furor?, yo no lo entiendo. Y a Ester, por ejemplo, le encanta, dice que está muy bien desmitificar el amor, que ya era hora, que no todo van a ser los parlamentos de Melibea. ¡Pues sí señor!, en literatura amorosa o los parlamentos de Melibea o nada, a mí que no me den gato por liebre; para tanto como eso no escriba usted una novela si los amantes que salen allí no tienen nada que decirse; ¿cómo te vas a creer una historia de amor sin palabras de amor?, porque lo grande es que el autor pretende que te la creas, pretende que te parezca verdad que aquellos dos chicos se enamoran nada más conocerse y que a ella le da leucemia y que deciden vivir intensamente esos meses que les quedan de estar juntos; pero, por favor, la leucemia precisa su retórica adecuada, no se te ocurre decir "pobre chica", no te crees una palabra de todo aquello porque a ellos mismos parece que les cae por fuera. Y Ester dice: "Si lo que quiere indicar precisamente es que le quitan importancia, que viven el presente, o sea que no hace falta dramatizar"; pero bueno, si ya sé lo que pretende, pero ¿cómo no va a haber que dramatizar cuando a la persona que más quieres en el mundo le da leucemia y los médicos la desahucian?, porque allí te quieren indicar eso, que se quieren mutuamente más que a nadie en el mundo pero que no necesitan decírselo, pues no sé, peor para ellos si no tienen nada que decirse. Cierras el libro y te han informado, sí, de que la muerte ha venido a interrumpir el amor de dos jóvenes que se llaman Fulano y Mengana y que viven en tal ciudad, puros datos, pero es un amor que ni te conmueve, ni te interesa, ni te lo crees, te quedas diciendo ¿y en qué se notaba que se querían esos dos?, porque no se notaba en nada; vamos, anda, eso qué va a ser literatura. Y Ester siempre acaba diciendo que lo que me pasa a mí es que soy muy antiguo.
Retahílas, de Carmen Martín Gaite

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

— ¡No hable usted mal de la digestión! —imploró festivamente el pintor—. Digerir es la beatitud.
— ¡Contento se quedaría usted si una sibila le predijese que su único porvenir era perfeccionar la función digestiva!
— ¡Quién sabe lo que eso vale! ¡Sin eso, me río de lo demás! —respondió Silvio con alarde de prosaísmo brusco—. ¿Sabe usted que escampa y clarea? Voy a leer un rato en el cenador de las pasionarias. ¿Me presta usted el librito que leía ayer?
— ¿
La Tentación de San Antonio? Voy a casa y se lo envío.
La Quimera, de Emilia Pardo Bazán

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por magali »

La novela está llena de referencias literarias, entre otras muchas cosas.
I put on her clothes
I button one of her frilly shirts
over my own t-shirt.
Or I wrap one, sometimes two,
sometimes all of her diva scarves around my neck.
Or I strip and slip one of her slinkier dresses over my head,
letting the fabric
fall over my skin like water.
I always feel better then,
like she's holding me.
Then I touch all the things
that haven't moved since she died:
crumpled up dollars
dredged from a sweaty pocket,
the three bottles of perfume
always with the same amount of liquid in them now,
the Sam Shepherd play
Fool for Love

where her bookmark will never move forward.
I've read it for her twice now,
always putting the bookmark back
where it was when I finish—
it kills me
she will never find out
what happens
in the end.
(Found on the inside cover of Wuthering Heights, Clover High library)


El cielo está en cualquier lugar, de Jandy Nelson


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Locos de amor, de Sam Shepard



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Mensaje por Gretogarbo »

Sonreí con tranquilidad, y, en lugar de ira, me sentí inundado de compasión. No es la primera vez que noto que me falta el resorte del honor burgués. Me conmueven poco imputaciones de tal índole. Si llego a convencerme de que no puedo hacer nada de arte, ¿qué me importa lo demás? Siempre me han dado risa esos señores que se van a la redacción de un diario a exigir que pongan un suelto enterando a los lectores de que el Manuel Fulánez que fue sorprendido robando por el procedimiento de la mecha no es el respetable procurador D. Manuel Fulánez. En mi interior me he dicho muchas veces: «¡Qué dianche! Pues me tiene perfectamente sin cuidado ser o no todo un caballero...».
— Habías de ver —prosiguió Cenizate— lo que revolvió el indino para colar aquí su engendro, un verdadero padrón de ignominia... Porque tú no te puedes figurar lo que es. No vayas a estar soñando algo parecido a lo que cuenta Zola en
La Obra, y que Solano tiene una chispa genial...
— ¿Quién sabe?

La Quimera, de Emilia Pardo Bazán

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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

De la larga y amplia calle de Rivoli, revolvió a la Plaza del Teatro Francés, y con goce pueril deletreó el anuncio de las funciones para la semana: Le Misanthrope, de Molière; Phédre, de Racine. El teatro estaba iluminado; entraba gente; Silvio sintió impulsos de pasar también. Pero el antojo de seguir flaneando pudo más, y echó Avenida de la Ópera arriba. La Ópera —el edificio neroniano— se erguía más elegante de noche, apagado el brillo de sus oros y el colorido de sus mármoles, fundido todo en armonioso conjunto. El grupo de Carpeaux, entrevisto, era ligero, puro, de una sensualidad espiritualizada. Ante la Ópera, el Bulevar rechispeaba de luces, rebosaba gentío; se agolpaban alrededor de las mesas de los cafés, sacadas a la acera; circulaban sorbetes y refrescos.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

El salón iba llenándose de gente: ilustraciones masculinas, damas vestidas con más atrevimiento que en Madrid. Había poetas capilares codeándose con celebridades indiscutibles, como el gran Heredia. Presentado a él, Silvio le miró con veneración fetichista. El destino de aquel hombre de corta estatura, de tipo español, sordo, distraído, ya metido en años, era el destino envidiable, ideal, del artista. Con reducida labor, breve pero intensísima, de una intensidad como no ha solido verse desde el Renacimiento; sin soñar en renovar formas, aceptando la más rígida, la más hecha y manejada de todas, el soneto; sin reincidir en el intento victoriosamente logrado; sin perderse en el afán de renovarse; sin decadencia posible, por lo único de la obra; sin la lucha innoble con la necesidad y el envilecimiento de la sobreproducción y del industrialismo; serenamente, bellamente, señorialmente, había llegado a la plenitud de la gloria. ¿Y qué pintor podía preciarse de haber igualado a Heredia, el colorista -a menos que sea Moreau?-. No era la primera vez que Silvio, sufridor de todas las dudas por la misma incandescencia de su fe, se había preguntado, leyendo a Flaubert, a Heredia, a los coloristas de la pluma, si era dable superarles con el pincel; y ahora la duda reaparecía, al recordar el esplendor de Los Trofeos, Antonio en brazos de Cleopatra, viendo en sus ojos el inmenso mar y la huida de las galeras de Accio, los Conquistadores españoles sobre el fosforescente azul del mar de los Trópicos, en la proa de las blancas carabelas, inclinados para ver surgir estrellas nuevas del fondo del Océano.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

— ¿No sabe usted? —díjole—. Esta mañana tuve un mal rato... He visitado al pobre Vierge...
— ¿Urrabieta Vierge? —exclamó Silvio con interés—. ¡Qué gran dibujante! Es un genio. He visto de él cosas que hay que quitarse no digo el sombrero, sino el cráneo.
— ¡Y qué desdicha la suya! —murmuró el vizconde, arrastrando a Silvio hacia un rincón, para mejor desahogar, pues sufría depresión y la aliviaba comunicándola—. ¿Usted ya estará enterado?...
— No sé de Vierge sino que es un dibujante colosal.
— Sí, pero figúreselo usted paralítico. Sólo trabaja con la mano izquierda. ¡Paralítico, incurable! ¡Y si al menos le hubiese acometido el mal en la vejez! Pero no: era un muchacho, treinta años, cuando despertó así una mañana. Precisamente soñaba el hombre con subir (no sé si es subir) del lápiz al pincel; iba a ilustrar una edición de
Gil Blas que le pagaban espléndidamente, y con ese dinero y algo ahorrado, se prometía hacer lo que se le antojase, realizar sus ideales... Vea usted en qué momento cayó sobre él la enfermedad. ¡Qué vida la nuestra! —añadió, como si dijese cosa muy profunda.
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Re: Libros que nos llevan a otros libros

Mensaje por Gretogarbo »

— ¡Shama! —gritó—. Dile a esa chica que vaya a ayudar a ese inútil que tiene por marido a cuidar las cabras del apeadero de Pokima.
Lo de las cabras era una invención del señor Biswas que nunca dejaba de irritar a Suniti.
— ¡Cabras! —gritó hacia el patio, y chasqueó la lengua contra los dientes—. Bueno, algunos por lo menos tienen cabras. No como otros.
— ¡Bah! —dijo el señor Biswas en voz baja y, negándose a iniciar una discusión con Suniti, se puso de costado y siguió leyendo las
Meditaciones de Marco Aurelio.
(...)
Pero el señor Biswas nunca fue a trabajar al campo. Los acontecimientos que tuvieron lugar le apartaron de aquello. No le llevaron a la riqueza, pero le dieron la posibilidad de consolarse en la última etapa de su vida con las Meditaciones de Marco Aurelio, mientras descansaba en la cama doble de la habitación que albergaba la mayor parte de sus cosas.
Una casa para el señor Biswas, de Vidiadhar Surajprasad Naipaul (traducción de Flora Casas)

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