noramu escribió: ↑11 May 2019 16:57
Fernando, qué bien volver a verte por aquí
Me gustó mucho la crítica atroz al servilismo y a la credulidad. A la falta de sentido crítico y dejarse "encerrar" sin cuestionar a los "videntes".
Pero no me cautivó lo suficiente. Lo encuentro un poco "frío". Y tampoco ayudó a la fluidez en la lectura el constante cambio de letra.
Gracias, Noramu.
¿A qué te refieres con el constante cambio de letra?
Berlín escribió: ↑12 May 2019 09:10
Fernando Vidal, que bueno volver a tenerte por aquí. En fin, ya has visto que a mi me encantó tu historia. No te vayas muy lejos ¿eh?
Gracias, Berlín.
Voy a ver si puedo decir algo de lo que pasaba por mi mente al escribir este texto.
Este relato no se refiere a ninguna sociedad concreta pero se inspira en algunos históricos. Esto lo hice a propósito para que pudiese imaginarse en diversos lugares y tiempos. Tenemos la oposición ciudadanos nacionales-bárbaros extranjeros, el monopolio del gobierno de la ciudad por una élite (los videntes), la justificación ideológico-religiosa que permite a esa élite seguir gobernando, la exaltación con tintes de epopeya de un supuesto pasado (la liberación de la ciudad por parte del Señor) y la consecuente promesa de un futuro idílico al final de los tiempos.
La élite ha logrado no solo gobernar la ciudad sino controlarla de manera férrea y efectiva por lo menos durante dos generaciones. Esta élite no es solo la que ha elaborado esa ideología político-religiosa en torno al culto a la patria y la veneración al Señor, sino también la que propaló la leyenda de la liberación de la ciudad por aquel líder mítico. Lo más probable es que el Señor no exista realmente, ya que todo lo que supuestamente hizo en el pasado y afirma en el presente es lo que la élite de videntes relata constantemente al pueblo (por eso el protagonista escribe
"... eso es lo que afirma Nuestro Señor, así nos lo dicen sus videntes."). Existe la posibilidad también de que haya existido un caudillo de hazañas muy limitadas y grises, cuya vida después de morir experimentó un proceso de exaltación divina, como en el caso del llamado Jesús histórico.
Lo cierto es que a los ciudadanos se les convence de que el Señor sigue vivo y que es él quien gobierna de la ciudad, cuando en realidad son los videntes los únicos en dar la cara. Por eso el protagonista escribe que cuando el sabio del nosocomio en el que trabaja mereció una felicitación, fueron los videntes los que se la dieron. Se dice que el sabio pudo postrarse ante el Señor, pero no que fue directamente felicitado por él, de manera que lo más probable es que se haya postrado frente una suerte de
sancta sanctorum en el que supuestamente habitaba el Señor y sin llegar a entrar al interior del recinto.
Con respecto a la escritura, el protagonista afirma que los ciudadanos no pueden escribir pero pueden leer. Esto permite a la élite reforzar su control. Solo la élite de videntes y los autorizados por esta pueden escribir. La élite escribe las epopeyas, leyes, profecías y órdenes concretas. Los escribas del gobierno, en cambio, solo se limitan a escribir reportes sobre acontecimientos cotidianos con el fin de informar a la élite. Este es el caso del autor del reporte del destino final del protagonista. Quizá a primera vista no resulte lógico que el común de los ciudadanos pueda leer pero no escribir. Lo más fácil sería que no supieran ambas cosas. Sin embargo, la escritura a lo largo de la historia ha sido utilizada como un potente vehículo de control político y no fueron pocos los casos en que el común de la gente podía llegar a aprender a leer pero no a escribir. El caso concreto que se me vino a la mente para el relato fue la Judea de los siglos II a.C. al siglo I d.C. Esta era una sociedad que había convertido la religión en un poderoso instrumento de unificación nacional y por ende había "democratizado" la lectura (al menos al público masculino) de los diferentes escritos que luego serían conocidos como la Biblia hebrea. En aquella época los niños y jóvenes judíos aprendían a leer en las sinagogas pero no a escribir. Debían memorizar las epopeyas que daban cuenta del supuesto origen de su pueblo y reforzarse en el amor a su propia cultura frente a culturas foráneas (como la cultura helénica) que amenazaban con infiltrarse en sus costumbres y rituales, haciendo peligrar la existencia misma de la nación. Para ello evidentemente solo bastaba leer.
Y con respecto a la disputa entre nacionales y un pueblo invasor, no hace falta decir que esta ha sido común en la historia de la humanidad. Pero no solo eso. En el relato hay indicios que hacen suponer que tanto ciudadanos nacionales como bárbaros extranjeros se parecen y comparten en el fondo características comunes. En este punto vuelvo de nuevo al Antiguo Israel, pero esta vez a los tiempos de su génesis como pueblo: mientras los reinos de Israel y Judá crearon las epopeyas de la salida de Egipto y la conquista de Canaán como narraciones que daban cuenta del origen de los israelitas y los distinguían de los cananeos "impíos", hoy se sabe, y así es aceptado por la mayoría de historiadores y arqueólogos que se ocupan del tema, que la inmensa mayoría de estos futuros israelitas eran de origen cananeo, nativos de la región y que los relatos del Éxodo y la conquista de Canaán por Josué no tuvieron lugar, siendo más bien creación legendaria tardía, escrita varios siglos después de los supuestos hechos. En mi relato existe la posibilidad de que los habitantes de la ciudad sean simplemente descendientes de los mismos bárbaros que ahora repudian. La ciudad inicial "bárbara", quizá más pequeña, algo más tribal y sin murallas, habría existido por un tiempo. Luego, en algún momento, con el surgimiento de la élite ahora en el poder, habría habido un paulatino cambio de valores y por ende se habría visto la necesidad de confeccionar epopeyas que justificaran la nueva realidad cultural y, sobre todo, la necesidad de murallas para un control más efectivo de la gente.