CP XV - La enfermedad de Candela - Mario Cavara

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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CP XV - La enfermedad de Candela - Mario Cavara

Mensaje por lucia »

La enfermedad de Candela

De niño me encantaba pasar los veranos en el pueblo. Mis padres me dejaban plena libertad de movimientos, por lo que podía ir de acá para allá a mis anchas, sin tener que rendir cuentas a nadie, algo de todo punto imposible cuando estábamos en la ciudad. Solían, no obstante, advertirme que tuviese cuidado de no acercarme demasiado al río, más que nada porque a mis ocho años aún no sabía nadar y podía tener un percance serio. A mí, sin embargo, me gustaba ir y observar a las torcaces bebiendo agua en la orilla, de modo que, siempre que conseguía escabullirme, allí que iba. Alguna que otra vez había intentado atrapar alguna, pero no lo conseguía, era demasiado pequeño y mis movimientos demasiado lentos. Mi primo Gonzalo sí que era hábil para esos menesteres, pero, claro, él tenía ya veinte años, o quizá más.

Una de esas tardes de verano en que, fiel a mi costumbre, acudí a contemplar a las torcaces, escuché voces que provenían de la alberca donde las mujeres del pueblo solían ir a lavar la ropa. La curiosidad me llevó a agazaparme entre las breñas y aproximarme en silencio hasta el lugar de donde procedían tales voces. De esta guisa logré alcanzar una especie de tolmo, tras el que me parapeté para escuchar y mirar sin riesgo de ser visto, ya que no quería que fuesen luego a mis padres con la cantinela de que yo andaba otra vez merodeando por el río.

En la alberca estaba lavando Candela, la hija del tío Basilio y la tía Eladia, una moza de muy buen ver que, según la maledicencia, tenía a varios pretendientes en pos de sus encantos. Yo no sabía a qué tipos de encantos se referían en concreto, ni tampoco el porqué de esas risitas que solían acompañar a tales habladurías, pero lo cierto era que a mí Candela me caía muy bien, era simpática y a menudo me regalaba regaliz de palo para masticar. En aquellos momentos el que estaba detrás de ella era precisamente mi primo Gonzalo, uno de esos supuestos pretendientes, quien la abrazaba por la espalda mientras le decía algo así como <<Vamos, Candelita, no seas tan dura conmigo>>. Candela parecía resistirse, aunque a mí me dio la impresión de que en realidad le gustaba todo aquello, ya que sus esfuerzos por zafarse del abrazo eran bastante ridículos, apenas un ligero movimiento de hombros y algún que otro pescozón inofensivo, meros amagos en los que no ponía empeño alguno.

—Te he dicho mil veces que no –replicaba, no obstante, con una voz melosa que en el fondo denotaba más satisfacción que sufrimiento. Al menos así me lo parecía a mí, que observaba en silencio desde mi escondite.
—Venga, mujer.
—Que no, que no y que no. Si no dejas de molestarme, se lo tendré que decir a padre…, y ya sabes el genio que se gasta.

En eso sí que tenía razón Candela, pues el tío Basilio era de armas tomar cuando se enfadaba. Mi padre solía decir que no había en el pueblo hombre más bruto que él. A mi primo Gonzalo, sin embargo, no pareció hacerle demasiado efecto esta amenaza, ya que, en lugar de soltar la presa, lo que hizo fue apretarla más fuerte contra sí mismo, al tiempo que le magreaba los pechos con sus manos. Candela, por su parte, continuaba refunfuñando, aunque ya solo de palabra y con escaso ímpetu, una sucesión lánguida de negaciones que para nada se correspondían con su actitud cada vez más permisiva, habiendo cerrado los ojos y dejado definitivamente de agitarse. Observé incluso cómo sus labios, aun fruncidos, escondían una sonrisa pícara. Por todo ello supuse que fuera cual fuese aquel jueguecito que se traían entre manos, le estaba, pese a todo, divirtiendo bastante.

Yo, en cambio, comenzaba a aburrirme, ya que todo aquello me parecía una tontería de mayores, un pasatiempo insulso cuyas reglas escapaban a mi comprensión, de modo que volví a escabullirme sin hacer ruido, dispuesto a regresar donde las torcaces y ver si por fin conseguía hacerme con alguna.

Minutos después, no obstante, tras haber probado una vez más las hieles del fracaso en mis cazadores afanes, volví a escuchar de lejos lo que en esta ocasión se me antojaron unos gemidos anómalos, localizados ahora junto a unos matorrales próximos a la alberca. Azuzado de nuevo por la curiosidad, avancé hasta el soto y, agazapándome tras unos arbustos, conseguí hacer contacto visual con el origen de tales gemidos, comprobando que se trataba otra vez de Candela y de mi primo. Eso sí, ya no parecían estar jugando como antes, sino que daba la impresión de que la muchacha había sufrido algún tipo de mareo o indisposición, habida cuenta que estaba tirada de espaldas sobre el suelo y no dejaba de quejarse. <<Ayyyy, ayyyy, ayyy>>, repetía una y otra vez con los ojos entornados y extrañas convulsiones en las piernas. Por encima de ella Gonzalo parecía tratar de reanimarla haciéndole cada dos por tres la respiración boca a boca. Me resultó chocante, sin embargo, que llevase los pantalones bajados y no dejara de moverse adelante y atrás, como si tuviese el baile de San Vito. Llegué a la conclusión de que estaría dándole algún tipo de masaje especial, utilizando para ello todo su cuerpo. Pero no debía ser demasiado efectivo, ya que Candela seguía quejándose. <<Ayyyy, ayyyy, ayyy>>. Tal vez Gonzalo, pese a toda su buena intención, le estaba haciendo más mal que bien con aquel masaje. Refiriéndose a él, mi madre acostumbraba a decir que era un gran muchacho, pero también muy bruto, aunque no tanto como el tío Basilio.

Finalmente, luego de emitir un prolongado bramido, mi primo se desplomó sobre la pobre Candela, quedando ambos abrazados en el suelo, el uno encima de la otra. Ahí sí que me asusté, ya que sobrevino de golpe una situación de quietud absoluta, donde ninguno de los dos se movía ni decía nada. Solo se escuchaban sofocados e intermitentes jadeos, como quien se está recuperando de un arduo esfuerzo que le hubiese dejado muy desfallecido. ¿Les habrá pasado algo malo?, me preguntaba sin saber qué hacer. Por fortuna, segundos después Gonzalo se incorporaba para echarse a un lado, quedando ambos tendidos de espaldas sobre la grama, aunque al parecer ya del todo recuperados y, si la expresión de sus rostros no mentía, muy satisfechos a priori.

Tras otro breve lapso durante el que ninguno de los dos dijo nada, fijos sus ojos en el cielo y el pensamiento a saber dónde, la voz de Candela se desplegó en un susurro apenas audible. A mí me pareció escuchar que le preguntaba a mi primo algo así como qué iba a pasar ahora si ella quedaba enferma.

—Tú no te preocupes –le contestó Gonzalo; su voz sí sonaba diáfana y la pude escuchar sin mayor problema–, que yo soy hombre y te respondo.

Tras esto decidí irme ya. Se me había hecho muy tarde y mi madre andaría a buen seguro buscándome. Me iba a caer, sin duda, una buena bronca.

Como no podía ser de otro modo, el verano tocó a su fin y, con él, las vacaciones en el pueblo, de modo que mis padres y yo regresamos a la ciudad, con todo lo que ello implicaba para mí en cuanto a menor independencia, horarios más rígidos, tediosas jornadas de escuela, etcétera. Sin embargo, para gran regocijo mío, algunos meses después se presentó la oportunidad de pasar algunos días extra en el pueblo, ya que fuimos invitados a la boda de mi primo Gonzalo, que de forma inopinada se casaba con Candela.

—El sindicato de las prisas –comentó mi padre con una sonrisa ladina tras recibir la invitación. Yo no sabía qué quería decir con eso, pero tampoco pregunté. Estaba verdaderamente entusiasmado con la idea de volver al pueblo, aunque tan solo fuese durante poco más de un fin se semana.

El día de la boda fue todo un acontecimiento en el pueblo. Los aldeanos se vistieron con sus mejores galas y acudieron en tropel al enlace entre el garboso Gonzalo y la bella hija del tío Basilio. La pequeña iglesia parroquial quedó por completo abarrotada, sin que cupiese en ella ni un alfiler más. De hecho, muchos de los asistentes tuvieron que quedarse fuera, pues era imposible acogerlos a todos en tan reducido espacio. La mañana era bastante plomiza, con un sol que, pese a sus esfuerzos, parecía incapaz de rasgar el velo gris que cubría el cielo. No era, desde luego, un día afín con el evento que se celebraba, ya que se espera que en una boda sea todo hermoso, incluido el tiempo. Aunque, la verdad, tampoco la cara de mi primo Gonzalo denotaba excesiva alegría que se dijera, se le veía encogido y con un semblante más bien de resignación, como si, en lugar de casarse, fueran a operarlo de apendicitis. El tío Basilio no se separaba un metro de él, parecía su guardaespaldas; lucía un rostro adusto, aunque en su caso aquello no suponía novedad alguna, era su rostro de siempre, la misma cara de pocos amigos que exhibía por lo común.

La que sí se mostraba radiante era Candela, la novia, quien sostenía un copioso ramo de flores y no dejaba de repartir sonrisas a diestro y siniestro. Me sorprendió, eso sí, lo gorda que estaba. Pensé en todo lo que debía de haber comido durante estos meses atrás para engordar de esa forma tan exagerada. Aunque lo que se me hacía más chocante era que toda su obesidad se concentrara casi por entero en la panza, que se le había hinchado como si fuese un globo, mientras que el resto del cuerpo se mantenía más o menos como antes. Los sabrosos potajes y estofados de la tía Eladia, su madre, se le debían haber acumulado todos en la tripa, fue el primer pensamiento que, en mi bendita inocencia infantil, acudió a mi cabeza al verla de esa guisa. Pero luego recordé de pronto las palabras que Candela pronunciara aquella tarde de verano entre los matorrales, cuando expresó ante mi primo su temor de quedarse enferma, y evocando tales palabras me dije que tal vez esa era su enfermedad, una enfermedad que le provocaba tan exorbitante hinchazón del vientre.

Por la tarde se celebró un banquete en casa del tío Basilio y la tía Eladia, sirviéndose una sucesión interminable de platos que hizo que la mayoría de los invitados se pusiese las botas hasta casi reventar. Para el postre se cortó una tarta gigantesca de nata y chocolate, cuya cúspide estaba coronada por dos figuritas de porcelana que al parecer representaban a los novios. Luego se repartieron puros entre los mayores y golosinas entre los niños. Mi madre me previno para que no comiese demasiadas, no fuese a enfermar del estómago.

—¿Igual que la Candela? –pregunté yo ingenuamente.
—Sí, hijo, igual que la Candela, que se comió muchas chucherías y mira cómo se ha puesto –me respondió mi madre en tono más bien jocoso.
—Ya, pero el primo Gonzalo la ayudó cuando se puso malita.
—Pero ¿qué dices, niño? ¿Cuándo y dónde se puso mala la Candela?
—Este verano, una tarde en que estaba ella con el primo en el soto que hay cerca de la alberca. Yo lo vi todo.
—¿Que viste qué?
—Pues eso, que la Candela se debió marear y el primo Gonzalo tuvo que ayudarla, primero haciéndole la respiración boca a boca y luego bajándose los pantalones para echarse sobre ella y darle un masaje extraño con el cuerpo. Y gracias a eso la Candela se puso mejor. Pero estaba preocupada y dijo que tenía miedo de quedarse enferma.

Noté cómo mi madre se ponía colorada como un tomate tras escuchar esta revelación. Con su mano derecha apretó con fuerza mi brazo mientras me preguntaba si ellos me habían visto a mí aquel día. Yo le dije que no, que había sabido ocultarme muy bien. Entonces se quedó callada durante un rato, como si estuviera en babia, hasta que, en un tono que no acerté bien a saber si era de enfado o de risa, pues venía a ser una mezcla de las dos cosas, me advirtió que no le dijera a nadie más lo que había visto y que para otra vez no anduviera espiando lo que hacían los mayores, que eso estaba muy feo.

La enfermedad de Candela se curó poco tiempo después, justo cuando tuvo su primer hijo y se le vació el vientre. Ella y Gonzalo tuvieron otros tres más y, a día de hoy, todos ellos continúan viviendo en el pueblo.

Y en cuanto a mí, veinte años más tarde, escribo estos recuerdos mientras contemplo el vientre opimo de mi esposa y me sonrío al pensar que también ella tiene ahora la enfermedad de Candela.
Nuestra editorial: www.osapolar.es

Si cedes una libertad por egoísmo, acabarás perdiéndolas todas.

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Tolomew Dewhust
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Re: CP XV - La enfermedad de Candela

Mensaje por Tolomew Dewhust »

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Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Re: CP XV - La enfermedad de Candela

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Re: CP XV - La enfermedad de Candela

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Creo que voy a seguir así toda la noche...
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Re: CP XV - La enfermedad de Candela

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Gonzalo y Candela...

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Re: CP XV - La enfermedad de Candela

Mensaje por Tolomew Dewhust »

También tiene maña el autor escribiendo, :cunao:, peeero la historia me resultó una tanto inocentona, asííí quééééééééé:

Me gusta regular: disfruté más de la forma que del fondo.

Por otro lado, que el prota escriba la historia con 28 años no me termina de cuadrar, pues el enfoque es siempre el que tendría un crío. Hubiera pegado un tono más macarra o picantón, con más guasa; o bien que lo cuente el crío como si acabara de suceder, y no como una anécdota de hace veinte años.
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Re: CP XV - La enfermedad de Candela

Mensaje por Tolomew Dewhust »

El autor, cuando se levante mañana, y vea seis o siete comentarios en su relato:

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El autor, cuando vea que son todos míos y diciendo chorradas:

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Re: CP XV - La enfermedad de Candela

Mensaje por Tolomew Dewhust »

La otra mañana recibí un pedido de Ikea: una mesa comedor con sus correspondientes sillas. Estuve alrededor de tres horas montando el invento, pues los críos que pululan por aquí no ayudaban, como comprenderás (uno traía una sartén y la ponía encima de la madera, otro una bicicleta de juguete y nos atropellaba, uno pedía un actimel, otro iba al baño y te lo advertía de antemano...).

Por la noche entré a trabajar. Entonces me percaté de las ampollas que tenía en la mano, de utilizar el destornillador. Como siempre, desinfectamos el salpicadero y otras áreas del vehículo con una solución de lejía, con la que igualmente nos limpiábamos las manos una y otra vez, después de cada intervención o cuando nos bajábamos del coche.

A eso de las seis de la mañana empezó a escocerme el dedo índice de la mano derecha.

Me acosté a las siete y media, pero no dormí: el dedo me ardía. Se ve que la lejía penetró en la piel y, desde entonces, tengo el dedo como E.T., y me late como la patata de Gonzalo mientras le mete mano a Candela...

Lo que quiero decir con esto, autor, es que tampoco es fácil para mí estar aquí, escribiéndote, buscando gifs... pero creo que debo hacerlo.

Buenos días.
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prófugo
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Re: CP XV - La enfermedad de Candela

Mensaje por prófugo »

Jajjaja me lo estoy pasando bomba :loco:

Dos relatos leídos..y los dos me molan :-)

Este chaval es casi tan inocente como este prófugo en sus años de infancia...en fin...que no pienso contar mis historias de niño ignorante fugitivo :-)

Hoy en día..salvo honrosas excepciones, ya no hay niños así...la ingenuidad es cosa del pasado...pero qué bueno es leer y recordar aquella época:-)

Un fuerte abrazo, crack! :60:

También eres de los míos...no como el señor Tolomew Dewhust :evil: :meparto:

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Raúl Conesa
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Re: CP XV - La enfermedad de Candela

Mensaje por Raúl Conesa »

Un poco más costumbrista y el relato no sale del pueblo. Es extraño ver un relato de historias tan cotidianas y que a la vez se mantenga interesante. Eso dice mucho a favor del autor/a. Dicho eso... a este niño le faltan luces.
Era él un pretencioso autorcillo,
palurdo, payasil y muy pillo,
que aunque poco dijera en el foro,
famoso era su piquito de oro.
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Gavalia
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Re: CP XV - La enfermedad de Candela

Mensaje por Gavalia »

No me parece ĺa historia más original del mundo, pero está también contada. Etre ese ambientillo de pueblo profundo y el aire bucolico mezclado de costumbrismo apoyados en una buena prosa aunque por momentos excesiva, consigue que te centres en lo que lees y lo disfrutes sin más vueltas.
Me gustaría más si me lo hubieses contado desde el punto de vista de un niño, con su propio vocabulario y pensamientos originales a la edad de ocho años.
El relato es divertido en su justa medida. Supongo que porque se escribe desde el punto de vista de un adulto que recuerda y da rienda suelta a su imaginación.
Opimo trabajo.
Suerte.
--- Pareces atribulado!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
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Mister_Sogad
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Re: CP XV - La enfermedad de Candela

Mensaje por Mister_Sogad »

Soy amigo de los relatos costumbristas y el tuyo así me lo parece, autor/a. No puedo decir que el tema o la historia me hayan enganchado, pero sí que me ha agradado la ambientación y, además, ha resultado una lectura fluída, así que al acabar no me hubiera importado que se alargara un tanto más, y eso es un plus, creo yo. Y es que tu narración ha sido buena, sin florituras ni complejidades, ciñéndote con acierto a un lenguaje próximo al área o lugar que creas.

Además, has recreado bien y con poca inversión en palabras a tu protagonista y al resto que lo rodean, lo que ha ayudado aún más a la lectura y comprensión de tu texto. Tal vez, y al hilo de esa construcción de tu personaje principal, solo me ha chocado el que no contextualizaras la historia en una época pretérita, pues así se explicaría mejor la ignorancia de tu protagonista respecto a los temas de sexualidad; a ver, no es algo que deba estar sí o sí pero, en mi caso, creo que hubiera dotado al texto de un elemento más que sumaría al tema costumbrista. Una pequeña cosa más que señalar respecto a esto: se te ha colado un "magreaba", que desentona claramente con tu personaje principal y esa ignorancia respecto a la sexualidad.

Espero que saques algo constructivo de mis comentarios, que es mi intención. Mucha suerte en el concurso!! :60:
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Megan
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Re: CP XV - La enfermedad de Candela

Mensaje por Megan »

Autor/a, me gustó tu relato.
Aunque el tema no sea muy original, lo narraste muy bien.
Lo leí con ganas, porque tus palabras me llevaron y eso es muy bueno.

Mucha suerte y gracias por compartirlo :D
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Jarg
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Re: CP XV - La enfermedad de Candela

Mensaje por Jarg »

Un relato bastante divertido, más de una vez me ha hecho sonreir con el modo que tiene el narrador de describir lo que ve. Es cierto que choca un poco el hecho de contarlo desde el punto de vista de un niño pero con el lenguaje de un adulto, aunque tampoco lo veo algo grave. Es cierto que el niño parece un poco ingenuo de más, incluso para alguien de otra época, pero esa es la esencia de esta historia. Si no fuera por la forma cándida que tiene el protagonista de ver las cosas, sería sólo un relato de aquítepilloaquítemato con boda, sin más interés. En cambio, a través de la forma en que está narrado, nos mantiene en vilo mientras vemos la escena con los ojos de un niño inocente (eso sí, el chavalín no se perdió detalle :lol: ).

En fin, autor/a, que me ha gustado bastante. El relato tiene un tinte cómico que alegra en estos tiempos de coronavirus y el final me gusta bastante, cuando menciona a su mujer con la frase de "ahora ella también tiene la enfermedad de Candela". Gracias por compartirlo y buena suerte.

P.D.: me has hecho aprender una palabra nueva (opimo), ¡gracias!

P.D.2: lo que me he podido reir con los memes :lol: :lol: :lol: :lol:
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rubisco
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Re: CP XV - La enfermedad de Candela

Mensaje por rubisco »

Tolomew Dewhust escribió: 20 Abr 2020 10:56 La otra mañana recibí un pedido de Ikea: una mesa comedor con sus correspondientes sillas. Estuve alrededor de tres horas montando el invento, pues los críos que pululan por aquí no ayudaban, como comprenderás (uno traía una sartén y la ponía encima de la madera, otro una bicicleta de juguete y nos atropellaba, uno pedía un actimel, otro iba al baño y te lo advertía de antemano...).

Por la noche entré a trabajar. Entonces me percaté de las ampollas que tenía en la mano, de utilizar el destornillador. Como siempre, desinfectamos el salpicadero y otras áreas del vehículo con una solución de lejía, con la que igualmente nos limpiábamos las manos una y otra vez, después de cada intervención o cuando nos bajábamos del coche.

A eso de las seis de la mañana empezó a escocerme el dedo índice de la mano derecha.

Me acosté a las siete y media, pero no dormí: el dedo me ardía. Se ve que la lejía penetró en la piel y, desde entonces, tengo el dedo como E.T., y me late como la patata de Gonzalo mientras le mete mano a Candela...

Lo que quiero decir con esto, autor, es que tampoco es fácil para mí estar aquí, escribiéndote, buscando gifs... pero creo que debo hacerlo.

Buenos días.
@lucia, ¿puedo votar por este relato para el popular? Porfi, porfi, porfi.
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