Elige tu aventura. De tus decisiones dependerá tu destino.
—Naciste en la época equivocada, Megan —murmuras con desgana mientras contemplas el reflejo de tu rostro en la pantalla del ordenador. Seleccionas una de tus canciones favoritas y los primeros acordes de All you need is love resuenan por los altavoces de tu habitación—. Ya no se hace música como ésta.
Tus padres han acudido a uno de esos eventos deportivos en los cuales hay que asistir de etiqueta. Como representante del equipo técnico de los New York Yankees, la presencia de tu padre suele ser obligada en esas fiestas que a ti te parecen el colmo del aburrimiento.
Lo positivo es que no regresarán hasta bien entrada la madrugada y, por lo tanto, tendrás varias horas para recorrer a tu antojo los corredores de aquel viejo edificio al que os habéis mudado hace poco: el famoso Dakota, situado en el número uno de la calle 72, justo en frente del Central Park West. Muchos creen que el Dakota está maldito y tú te encuentras entre ellos, por eso no dejarás escapar esta oportunidad para comprobarlo.
A pesar de su leyenda negra, o precisamente debido a eso, las solicitudes para adquirir uno de los caros apartamentos del inmueble no dejan de aumentar año tras año. Disponer de diez o de veinte millones de dólares no es señal de garantía, pues todas las demandas pasan por un riguroso proceso de selección. Cuando tus padres te comunicaron que la junta había aceptado vuestra solicitud no te lo podías creer.
Extiendes sobre el escritorio los planos del Dakota y observas una vez más los lugares que has señalado con un bolígrafo rojo: el apartamento donde vivió el ocultista y filósofo Aleister Crowley (quien celebró rituales de magia negra en el edificio), el del célebre actor Boris Karloff (que participó en algunas de esas sesiones y en cuyo apartamento se produjeron fenómenos de poltergeist tras su muerte), la planta en la que Roman Polanski quiso rodar algunas escenas de La semilla del diablo en 1968 (desde entonces muchos aseguran haber oído el llanto de un bebé fantasma), así como el apartamento donde se alojó otro brujo, Gerald Brosseau Gardner, quien invocó potencias ocultas de la naturaleza en el lugar.
Por último, contemplas la entrada del inmueble, donde John Lennon fue asesinado en 1980, y el apartamento en la planta alta donde el famoso músico vivió con Yoko Ono durante siete años. Ella sigue viviendo allí y ahora es tu vecina, aunque todavía no la has visto.
—La escalera donde se aparece el niño llorón es un buen sitio para comenzar el tour —comentas en voz alta.
Si sales ya de exploración sigue leyendo en el 2
Si prefieres ir a buscar una linterna corre al 3
Pulsas el interruptor de la luz y no funciona. ¡Maldición! Deberías de haberte llevado una linterna. «Los de mantenimiento limpian el ascensor cada día pero parece que no se preocupan mucho por las escaleras», piensas. Por suerte, recuerdas que llevas el móvil en un bolsillo del pantalón. Enciendes la antorcha y vas iluminando los escalones mientras empiezas a bajar conteniendo el aliento. Más allá del pequeño círculo de luz reinan las tinieblas y, de repente, sientes el aguijonazo del frío en los huesos. Consigues llegar al rellano del segundo piso y entonces sientes que algo te roza la pierna derecha.
—¡Joder! —exclamas sobresaltada. A punto ha estado de caerte el móvil. Respiras hondo y descubres que hay una planta en el rincón. Comprendes que habrán sido sus hojas las que te rozaron y te ríes de ti misma. A continuación sigues descendiendo hasta el primer piso. Justo en ese instante escuchas el llanto del niño. Parece provenir de la planta baja. ¡La leyenda es real! Tan nerviosa como emocionada te dejas guiar por ese lamento desconsolado que ha surgido de la nada.
Llegas por fin a un corredor iluminado. Ante ti se abren las elegantes puertas del gran salón-restaurante situado en la planta baja del edificio. El llanto del bebé suena ahora más apagado y te das cuenta de que tiene que estar allí dentro. Empujas la puerta y entras.
Ves a varias personas desperdigadas por el local: algunas ocupando mesas individuales, otras en la barra del bar y una pareja bailando muy pegados junto a la vieja máquina de discos. Al fondo, sobre una tarima, dos músicos se disponen a tocar. Ya no puedes oír al niño.
Here comes the sun, here comes the sun and I say it's all right...
El guitarrista parece en trance mientras toca con un cigarrillo colgando de la comisura de los labios. Una guirnalda de humo se enreda con sus cabellos largos. El cantante le mira, asintiendo, y luego observa al público mientras continúa el show.
Little darling, it's been a long cold lonely winter. Little darling, it feels like years since it's been here...
«Estos imitadores de George Harrison y John Lennon son muy buenos. Y todo un acierto el look de Teddy Boys. ¡Están para comérselos!», admites en tus pensamientos. Avanzas unos pasos y desde allí te fijas mejor en un tipo que está sentado en la barra. Te suena de algo... En un momento dado, mientras el hombre conversa con el barman, gira la cabeza y puedes verlo con claridad. Se parece mucho a Boris Karloff. Precisamente estuviste viendo hace poco unas fotografías suyas en Internet.
Little darling, I feel that ice is slowly melting. Little darling, it seems like years since it's been clear...
De improviso, el cuerpo del barman se vuelve translúcido y el de varios clientes también. Sientes que se te erizan los pelos de la nuca y un escalofrío te recorre la columna vertebral. Todos te miran al unísono. Corres hacia la puerta, pero ésta se cierra ante ti sin que nadie la haya tocado. Por más que intentas abrirla te resulta imposible.
Here comes the sun, here comes the sun...
Te giras y te encuentras con una veintena de ojos hambrientos a pocos centímetros de ti. La misma cantidad de manos se posan sobre tu cuerpo y sientes que empiezan a absorber tu energía. Quieres luchar, pero ahora estás tan cansada que no tienes ni fuerzas para gritar y se te doblan las rodillas. Caes sobre la moqueta como una muñeca rota. Entonces reparas en una mujer que luce una larga cabellera blanca. Yoko Ono te toma de la mano y dice:
—Te estábamos esperando, cariño. Necesitamos tu fuerza vital para seguir existiendo.
Los párpados se te cierran y sabes que vas a morir.
Here comes the sun, it's all right.
Prefieres actuar con precaución y decides buscar una linterna antes de salir a explorar el edificio. Recuerdas que, tras la mudanza, dejásteis unas cajas en la buhardilla llenas de trastos, destornilladores, clavos, bombillas, cinta adhesiva y otros materiales por el estilo. Allí encontrarás lo que necesitas.
Cuando subes al desván no puedes evitar asomarte a la ventana para contemplar la espectacular panorámica. Los tejados inclinados salpicados de ventanas y los altos gabletes, típicos del estilo renacentista alemán, se recortan contra un cielo teñido de carmesís, añiles y púrpuras a la hora del crepúsculo. Los atardeceres siempre te han gustado más que los amaneceres y éste es tan impresionante que haces unas fotografías con tu móvil.
Instantes después, mientras guardas el teléfono en un bolsillo, adviertes por el rabillo del ojo el movimiento de algo oscuro sobre la pared de ladrillo. Te acercas y ves que se trata de una pequeña lagartija que probablemente se haya colado por la ventana. En ese instante, el animalito mete la cabeza en el resquicio que hay entre dos ladrillos, a la altura de tus rodillas, y en un santiamén desaparece todo su cuerpo como por arte de magia.
Te arrodillas y palpas la pared. Es evidente que uno de los ladrillos está prácticamente suelto y es probable que detrás exista un hueco. La curiosidad ante tal descubrimiento es mayor que el sentido común y decides tirar de él para extraerlo, cosa que consigues con bastante facilidad. Metes la mano derecha y tocas algo. Te llevas un buen susto cuando la lagartija reaparece corriendo por encima de tu brazo. Se te escapa un chillido.
—Bueno, vamos a ver qué hay aquí dentro —te dices a ti misma mientras tiras del objeto—. ¡Es un libro! —exclamas al verlo. Parece muy viejo y está bastante deteriorado a causa de la humedad. Lo dejas en el suelo y vuelves a investigar en la cavidad por si hay algo más. ¡Bingo! Sujetas con la punta de tus dedos lo que parece ser una bolsa de tela y la sacas del agujero.
Estás tan impaciente por examinar los hallazgos que te sientas en el suelo allí mismo y coges el libro. Las cubiertas son negras y no hay título alguno. Lo abres con cuidado y pasas algunas páginas. El papel está amarillento, arrugado y en algunas zonas la tinta se ha emborronado. Sin embargo, algunas partes del texto siguen siendo legibles. Salta a la vista que se escribió a mano y con pluma. Y, aunque el idioma es inglés, parece más británico que americano. Llegas a la conclusión de que fue el cuaderno de notas de algún científico porque hace referencia a experimentos incluyendo extrañas fórmulas y gráficos. En las últimas páginas descubres un nombre: A. Crowley.
—Crowley... Crowley... ¿De qué me suena eso? —reflexionas un momento hasta que te das cuenta—. ¡Aleister Crowley! ¡El ocultista que vivió en este edificio!
Muy emocionada por el descubrimiento que acabas de hacer dejas el libro y coges la bolsa de tela. En su interior hay algo que tiene una forma circular y que pesa poco. Con mucho cuidado consigues desanudar la cinta que mantenía la bolsa cerrada y no puedes creer lo que encuentras en su interior.
—¡Un disco de vinilo!
Se trata de un disco de vinilo de pequeño tamaño. Como únicas anotaciones puedes leer «Help» en la cara A y «Yellow submarine» en la B. Sabes que son canciones de The Beatles, por supuesto, pero no logras encontrar un sentido a todo aquello. ¿Qué relación pudo haber entre Aleister Crowley y los chicos de Liverpool? ¿Y por qué estaban esas cosas escondidas en la pared?
Recuerdas que tu padre te regaló un tocadiscos cuando cumpliste quince años. Hace tiempo que no lo utilizas, pero ahora das gracias al cielo por tenerlo. Recoges los tesoros que has encontrado y te vas corriendo a tu habitación para sacar el tocadiscos del armario.
¿Qué cara del disco escucharás primero?
Si prefieres Help continúa leyendo en el 4
Si te gusta más Yellow submarine salta al 6
Te decides por la cara A porque consideras que Help es una de las mejores canciones jamás compuestas. Tienes el tocadiscos preparado sobre el escritorio de tu habitación y el vinilo empieza a girar con un movimiento que te resulta hipnótico. En un principio todo es normal: los primeros acordes de la música, la voz de John Lennon algo desgarrada pidiendo ayuda..., pero poco a poco el sonido se distorsiona hasta el punto de que ya no oyes la canción. Una suerte de zumbido te taladra los oídos. En algún momento te pasa por la mente la idea de desenchufar el tocadiscos para poner fin a lo que sea que está sucediendo, aunque entonces descubres con terror que tu cuerpo no te obedece. Tienes la certeza de que vas a caer en un abismo y ves unos destellos de luz blanca ante los ojos. La habitación desaparece.
Lo primero que sientes es el frío. Luego oyes el canto de algunos pájaros y, un poco más lejos, el rumor de los vehículos circulando por la calle. El siguiente sentido que recuperas es la vista. Estás en un parque rodeada de árboles, plantas y parterres de flores. Das unos pasos y sufres un repentino mareo, por lo que optas por tomar asiento en un banco. El frío te ayuda a recuperarte y tras unos minutos avanzas hacia la calle que ves tras los árboles. «42 street» anuncia un indicador.
Te cruzas con algunas personas que visten abrigos, bufandas, guantes y gorros de lana. Tú solo llevas unos vaqueros y una camiseta de manga corta y hay quien te mira como a un bicho raro. Entonces lo ves: el edificio Dakota en todo su esplendor está al otro lado de la calle.
Recuerdas que hace un momento estabas en tu habitación y ahora te encuentras en la calle sin saber qué ha pasado. Además, todo parece diferente. La indumentaria de la gente, los coches, el invierno que ha llegado de improviso y el mismo Central Park. En esta zona del parque deberías de haber visto el monumento dedicado a John Lennon, pero no hay ni rastro del famoso mosaico.
—Esto no puede estar pasando —murmuras—, ¡debe ser una pesadilla!
En ese instante reparas en un periódico que asoma de una papelera y le echas un vistazo con la intención de hallar alguna explicación. Y, en efecto, la encuentras al ver la fecha: 8 de diciembre de 1980.
No habías nacido todavía, pero como buena beatlemaníaca que eres sabes muy bien que ése fue el día en que asesinaron a John Lennon. Un escalofrío te recorre todo el cuerpo cuando te das cuenta de que quizás estás allí para evitar lo que sabes que va a pasar. Se te ha brindado la oportunidad de cambiar la historia. ¿Lo harás?
Si deseas salvar al músico corre al 5
Si no quieres esa responsabilidad busca el 7
Aunque estás muy asustada por lo que está pasando, te haría muy feliz cambiar el destino de John Lennon si estuviera en tu mano. Una vez que has tomado la decisión te apresuras a preguntar la hora a un transeúnte. Pasan algunos minutos de las diez de la noche, por lo que calculas que el músico debe de estar en esos momentos a punto de terminar en el estudio de grabación. Según los datos históricos que recuerdas, fue asesinado al regresar a su apartamento en el Dakota, aproximadamente a las diez y cincuenta minutos.
Decides esperar en la entrada del Central Park West, sentada en un banco, pues desde allí puedes observar tranquilamente la calle 42 y la puerta principal del Dakota. Los minutos transcurren con una lentitud que te eriza los nervios y a punto estás de comerte las uñas, pero justo entonces ves a un tipo que muy bien podría ser Mark Chapman, el asesino.
El hombre se acerca a la entrada del Dakota con un libro debajo del brazo. Se detiene junto al portón y finge estar leyendo. Se trata de un ejemplar de El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger. Este libro es especial para Chapman porque se identifica con el protagonista de la obra, Holden Caulfield, un adolescente rebelde.
El portero del inmueble repara en el desconocido, pero no le parece sospechoso porque muchos admiradores del exBeatle acuden allí con la esperanza de obtener un autógrafo o una fotografía de su ídolo.
Poco después ves una limusina blanca que dobla la esquina y aminora la velocidad para estacionar delante del edificio. Tu corazón se acelera y empiezas a sudar. Te incorporas y avanzas hacia el bordillo de la acera. Chapman guarda el libro en algún bolsillo de su chaqueta y observa a los recién llegados. Yoko Ono baja del vehículo y se dirige hacia el portón sin esperar a su marido.
Echas a correr y cruzas la calle gritando: «¡Cuidado, John! ¡Tiene una pistola!». Algunos transeúntes chillan y cunde el pánico, Chapman te mira con fastidio, revólver en mano, y apunta hacia ti, mientras que el portero, el chófer de la limusina y el propio Lennon corren hacia el asesino para reducirlo. El primer disparo pasa sobre tu cabeza, el segundo se incrusta en tu hombro y la bala de punta hueca provoca daños considerables, mientras que el tercero roza la pierna del músico.
Antes de perder el sentido logras ver que han inmovilizado a Chapman y sonríes porque has conseguido cambiar la historia.
No tienes ni idea del tiempo que ha transcurrido cuando despiertas en la cama de un hospital. La habitación está llena de flores, globos, peluches y de otros muchos regalos, pero lo que te deja sin habla es ver a las personas que te acompañan: John y Paul están sentados junto a la cama, Ringo permanece de pie ante la ventana y George ha salido al pasillo para fumar un pitillo.
—Necesito saber el nombre del ángel que me ha salvado —dice John tomando tu mano entre las suyas.
—Soy... Megan.
—Gracias, Megan —responde él con humildad.
—Cuidaremos de ti —asegura Paul guiñando un ojo.
—Y queremos saberlo todo de ti —comenta Ringo.
En aquel instante entra George en la habitación. Desde la cama percibes el olor a tabaco y una sombra de tristeza cruza tu rostro.
—George..., tengo que pedirte una cosa —dices con un hilo de voz.
—Lo que quieras, preciosa.
—Debes dejar de fumar, por favor.
Todos estallan en carcajadas. Todos menos tú. Piensas que algún día les contarás que has venido del futuro. Y, aunque es probable que nunca regreses al 2020, te sientes feliz.
Yellow submarine siempre te ha parecido una canción muy simpática y rebosante de buen rollo, por lo que eliges la cara B del disco. Empiezas a bailar por la habitación mientras escuchas la voz de Ringo Starr, pero cuando llega el estribillo el sonido se distorsiona y se convierte en un extraño zumbido.
—Vaya, ¡qué rabia! —comentas en voz alta—. El disco se debió dañar.
Te acercas al tocadiscos para pararlo y justo en ese momento aparece una intensa luz blanca delante de ti. Retrocedes asustada y te cubres los ojos con las manos para protegerte de la luz cegadora.
—Hola, jovencita. Disculpa las molestias.
Abres los ojos y descubres a un hombre de unos ochenta años sentado en tu cama con las piernas cruzadas. Luce un traje azul, bombín y chaleco amarillo, sin corbata. Te saluda levantándose el sombrero y le caen algunos rizos blancos sobre la cara.
—¿Quién es usted?
—A. Crowley, para servirla.
—¿¡Aleister Crowley!?
—Aleister era mi padre. Yo soy Alexander Crowley. Alex para los amigos —El anciano vuelve a levantar el bombín.
—Pero... pero... ¿Cómo ha llegado aquí? ¿Qué acaba de pasar? —preguntas al borde del colapso.
—He llegado aquí porque tú has abierto el portal... Por cierto, ¿cómo puedo llamarte?
—Megan —contestas sin fiarte mucho de ese viejo loco.
—Verás, Megan. Yo viví aquí hace muchos años y siempre me gusta dejar miguitas de pan por donde paso, por eso escondí el libro con mis estudios y el disco.
—He encontrado el libro, pero una gran parte del texto es ilegible. ¿Qué clase de estudios eran esos? ¿No serían sobre ocultismo y magia negra?
—El ocultista era mi padre, aunque fue otras muchas cosas: místico, escritor, filósofo, alquimista, mago y hasta pintor. También fue un libertino y, al final, eso acabó con él. En cierto modo, yo continué con sus estudios pero utilizando la ciencia. Y encontré la forma de transformar la música...
El anciano se incorpora y empieza a pasear por la habitación observando todos los objetos. Se para aquí y allá y murmura «interesante» mientras se frota la barbilla. Luego se detiene ante una estantería llena de discos y, tras rebuscar un poco, toma uno. Te muestra la portada de Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band y señala uno de los personajes retratados.
—Los Beatles incluyeron a mi padre en la portada de este álbum. Creo que fue Lennon quien insistió. Siempre me cayeron bien estos chicos de Liverpool y utilicé su música para investigar. Transformé sus canciones en portales que nos permitieran viajar. De forma literal.
—¿Se refiere a viajar de un lugar a otro?
—Sí, pero también a viajar en el tiempo. Y entre realidades.
—Pero... ¿eso es posible?
—Te lo aseguro.
Miras asombrada a tu extraño visitante y no sabes si creerle, aunque te gustaría hacerlo. Él advierte que ha despertado tu interés y te hace una proposición:
—¿Te apetecería ver un concierto de Los Beatles, Megan?
Si la respuesta es sí, continúa en el 8
Tú no has pedido viajar en el tiempo para salvar a nadie, nunca has querido esa responsabilidad. Todo esto es una broma macabra y estás muy asustada. Lo único que quieres es regresar a tu casa y a tu época. ¡Maldices el momento en el que se te ocurrió extraer ese ladrillo de la pared!
Llena de desesperación se te ocurre utilizar el móvil para contactar con tus padres. El intento es inútil, por supuesto. ¡Estás en 1980! Lanzas el teléfono contra un árbol y echas a correr sin saber adónde ir. Cruzas la calle con los ojos anegados de lágrimas y, de improviso, unas luces blancas te deslumbran. El conductor intenta frenar, pero es demasiado tarde. Tu cuerpo sale despedido y cae desmadejado sobre el asfalto.
Lo último que ves antes de abandonar este mundo es el parachoques de un Volkswagen escarabajo blanco. Está manchado con tu sangre y te recuerda la portada de cierto disco de The Beatles.
En el parque, un joven ingeniero encuentra tu móvil. Queda maravillado por esa tecnología que aún no existe y por todas las posibilidades que implica. Su trabajo revolucionará la telefonía y se extenderá por otros sectores.
—La verdad es que me encantaría, aunque da un poco de miedo esto de viajar por el espacio-tiempo o cómo se llame... —respondes con sinceridad.
—No hay nada que temer. Yo lo hago constantemente y no he sufrido ningún daño irreparable... Es broma —asegura él mientras juguetea con una especie de pulsera que lleva en la muñeca izquierda—. Tras muchos años de investigación he perfeccionado el método y ya no utilizo discos. Ahora solo necesito este dispositivo y que me cojas de la mano.
Aprietas su mano y enseguida te embarga una intensa sensación de vértigo. Cierras los ojos ante los destellos de luz blanca y, cuando vuelves a abrirlos, estás en la calle y te sientes un poco desorientada.
—Tranquila, en unos segundos estarás bien. ¡Bienvenida a Liverpool!
—¿¡Estamos en Liverpool!?
—En la calle Mathew, para ser más exactos. Nos dirigimos al número 10, ahí delante —señala con el dedo un cartel luminoso en el que puedes leer «The Cavern Club» con letras de neón amarillas sobre un fondo rojo.
Sientes que las piernas te tiemblan cuando entráis en el mítico local donde Brian Epstein conoció a Los Beatles en 1961 y se convirtió en su mánager. Enseguida llegan hasta ti los acordes de Yesterday y la melosa voz de Paul McCartney que está cantando en directo, pero lo que te deja con la boca abierta es ver a los cuatro componentes del grupo juntos. Y todos tienen aproximadamente ochenta años.
—Están... ¡vivos! ¡Están los cuatro vivos y juntos! —exclamas levantando la voz. Algunos de los parroquianos te miran con extrañeza.
—Sí. En esta realidad paralela están los cuatro vivos y siguen dando conciertos —te explica Alexander Crowley al oído—. Quién iba a imaginarlo, ¿verdad?