Son las siete de la mañana y la alarma del despertador ha comenzado a sonar con insistencia, parece que mi subconsciente no quiere olvidar que ya no tengo que madrugar y nunca me acuerdo de desprogramarla. Sin embargo, hoy no me molesta levantarme temprano ya que Amazon llamará a mi puerta en cualquier momento y estoy que no entro en mí de la impaciencia. Últimamente trasnocho bastante frente a la pantalla de mi teléfono con el propósito de encontrar alguna oferta que merezca la pena para comprarme un ordenador de sobremesa. El caso es que mi antiguo «pc» me ha dejado tirado, y por mucho que he intentado resucitarlo, en esta ocasión ha decidido hacer un viaje definitivo al punto limpio, punto que por un momento de locura transitoria pensé que era la ventana. Una actualización de Windows ha acabado con él sin misericordia alguna, así le salga un grano en el culo al Bill Gates. Necesité casi un día entero para descargarla y otro tanto igual para instalarla. Finalmente, cuando ya me las pintaba felices, apareció un cartelito anunciando «error Ex0502236» y preguntándome si quería reintentar la instalación, fue entonces cuando decidí mandar al carajo a Microsoft, al Gates, y al ordenador. La idea de tirarlo por la ventana nubló mi mente por unos segundos; menos mal que cuando lancé el ratón un viandante nocturno me dijo aquello de… —¡¡Pero qué haces gilipollas!!— Casi lo descalabro, pero gracias a esas cuatro palabras mágicas logré salir del trance.
Hace tiempo que no salgo de casa. Tuve una mala experiencia laboral cuando la empresa en la que trabajaba decidió incorporar un ejército de niñatos especializados en el tratamiento de redes y procesos de producción computarizados. Transformaron todo el modelo de negocio gracias a la tecnología más puntera del mercado, y como consecuencia de ello, a todos los que no habíamos ido más allá del proceso analógico, que hoy en día de lógico nada tiene, se nos relegó a la última fila de la plantilla o coger la puerta de salida para no volver. En mi caso fui despedido, así que a mis cincuenta y siete primaveras he decidido cobrar la prestación del paro el tiempo que dure y dedicarme a escribir, lo cual no quiere decir que sea escritor, al menos todavía, pero bueno, que no se diga. Escribo de todo, y por los resultados obtenidos hasta la fecha, me da que podía haberme dedicado a la minería y seguramente me hubiera ido mejor. No obstante me relaja, y quién sabe, quizá algún día escriba algo digno de ser publicado. «Figura emergente y madurita aparece en el escenario de la literatura» «¡Original, fresco, transgresor y, cómo no, superventas!» Entrevistas, presentaciones de mi libro ante el júbilo desenfrenado de cientos de fans pidiéndome un hijo y firma de ejemplares por doquier rodeado de guardias de seguridad. ¡Un futuro de brillantes éxitos llamaba a mi puerta!
La vida es sueño, o eso resumía Calderón de la Barca en una de sus obras más conocidas, eso sí, pregúntele usted a cualquier niñato tecnológico contratado por mi antigua empresa quién es ese señor; fijo que el muy cretino dice que es un YouTuber. El caso es que necesito un nuevo ordenador y rápido, porque con la Olivetti que encontré el otro día en el desván, como que no lo veo. Vivo desde no hace mucho en un piso muy antiguo en el centro de Madrid con recovecos aún por descubrir. Era de mi abuela, mujer a la que nunca llegué a conocer, pero de la que por ley era su único heredero, que Dios la bendiga. Ahora la Olivetti luce estupendamente entre las antiguallas que adornan el interior de un piso de quinientos metros cuadrados y revestido con un fondo de papel pintado del año la polca con el que tengo pesadillas.
Un buen amigo, que entiende mejor que yo el mundo de la informática; creo que hasta mi escoba sabe más que yo del tema, me aconsejó hace unos días que quizá no era tan buena idea invertir en un ordenador nuevo, según él, que parece que sabe de lo que habla, era mejor comprar la caja base y después ir añadiendo el «hardware» que considerara más asequible a mi bolsillo, sin por ello perder prestaciones. Cuando él me instruye en tan delicada materia hasta parece fácil, yo pongo cara de que lo entiendo, y mi amigo levanta las cejas asumiendo que no he comprendido una mierda del asunto desde que dijo aquello de «hardware». Por fin decidimos que lo mejor era que preparara una lista de mis necesidades ofimáticas, pocas la verdad, y así él podría aconsejarme que es lo que realmente necesitaba. Mí presupuesto para tal fin era justito y me he gastado los pocos ahorros de los que dispongo en placas bases, tarjetas gráficas, fuentes de alimentación, memorias y núcleos de almacenamiento basados en el grafeno; una sustancia que al parecer es la releche en verso por sus diferentes aplicaciones, por lo visto, igual sirve para hacer un colchón que para fabricar un ordenador. Si me dicen que con un peine se puede hacer una farola me escandalizaría menos. También tengo que contar con el tema de las licencias necesarias para que todo funcione; «software» lo llaman, otro palabro fuera de mi diccionario personal, y que por lo visto son bastante caras. Juanjo, mi colega, me ha dicho que eso no será problema. Comenta que cuando todo esté listo me lo dejará a punto y sin coste alguno. No sé bien que pretende hacer, pero me preocupa. Él lo llama soluciones informáticas de código abierto con coste cero, no sé lo que eso significa, pero oye, con dos cojones. ¡Bravo Juanjo!
Gracias a él ya tengo instalado todo el sistema operativo y en principio funciona correctamente. Desde el momento en el que enciendo el ordenador no pasa ni un minuto cuando ya tengo la ventana del puñetero Gates en pantalla, estoy que no salgo de mi asombro, pues hasta este glorioso día, el simple hecho de presionar el «power» en el antiguo «pc» se presentaba como todo un calvario. Era como esperar a que te atendieran en la ventanilla de una administración en los años sesenta. Por no hablar de hacer clic en cualquier aplicación, normalmente el «Word»: un relojito daba vueltas y más vueltas delante de mi nariz de forma hipnótica. El caso es que no dejaba de mirarlo con fijación esperando la apertura de la pantalla como el que presiente un milagro, que cuando se produce, te da un vuelco el corazón ¡Estaba vivo! Después todo solía ir bien, hasta el momento de guardar, claro.
Ahora tengo un maquinón, un torpedo, un pelotazo de bicho que vuela cual nave galáctica en busca de vida inteligente entre las brumas del universo, claro que para usar el «Word» tampoco es que necesitara el Enterprise ¿Verdad? La tecnología de última generación había llegado a mi vida y a mi vetusta mansión, mi abuela se estaría tirando de los pelos desde el cielo al ver su templo profanado por la cibernética. ¡Qué en paz descanse!
Aquella misma noche comenzaría mi obra maestra, mi ópera prima, el bestseller que todo el mundo estaba esperando, la novela del siglo en ciernes. ¿Qué género escoger? ¿Qué trama urdiría mi tremenda y excitada imaginación? ¿Qué vocablos, floridas formas verbales, hábiles requiebros argumentales, inolvidables personajes… quedarían plasmados en aquella hermosa pantalla blanca a la espera de mi talento?
Cero pelotero, así están las cosas. Llevo tres horas mirando la pantalla y no acude nada a mi mente. Quizá algo como por ejemplo… «Era un día gris cargado de nubes en la lontananza» No, muy recargado… «Ser o no ser»… tampoco, demasiado manido… «La ciudad despertaba entre brumas y sueños»… vulgar y pretencioso… Nada de nada. Quizá debiera apostar por una aventura en plan Indiana Jones con peleas, mujeres hermosas, monstruos del averno, reliquias mágicas… Por qué no una hermosa historia de amor cortés… o tal vez un macabro asesinato… Cualquier cosa me valdría para despertar mi adormilado talento. Mi desesperación comenzaba a llevarme por caminos oscuros cuando sonó el timbre de llamada del móvil. Era Juanjo.
—¿Qué pasa, hombre? No podía dormir y pensé que estarías probando el «pc» ¿Cómo te va con el pepino nuevo?
—Hola, Juanjo. Pues va como un cañón, gracias. Estoy disfrutando mucho —No podía decirle que la tecnología implementada me estuviera sirviendo de mucho.
—Pues tengo una buena noticia, socio, o eso creo. —dijo mi colega con aires de triunfo.
—En ascuas me tienes, querido. —contesté con poco entusiasmo.
—Acabo de bajar un programa basado en la edición y apoyado por un corrector inteligente que te cagas por la pata abajo —Un laxante fue lo primero que acudió a mi deprimido cerebro por las circunstancias.
—Define edición y corrector. Como si fuera para tontos. —contesté temiéndome una contestación de analista.
— Pues edición de editar y corrector de corregir, socio, casi como tener tu propia editorial casera, ni más ni menos. Un programita de inteligencia artificial para escritores. —Me quedé sin palabras. Quizá era lo que necesitaba.
—¡Cuenta, cuenta! Estoy atascado con mi novela y necesito un empujón. —dije de manera que no pareciera muy desesperado.
—¿De qué va? —preguntó Juanjo interesado en mi proyecto.
—Pues no sabría decirte. Eso sí, el Word se ha abierto en un pispas, aunque todavía no he escrito ni una sola palabra.
—Muy interesante, jajajaja…
—No me jodas que no estoy para bromas. Los escritores necesitamos de inspiración, y esta suele ser esquiva cuando la necesitas. —entoné compungido.
—Quizá esta aplicación te ayude. No escribe sola, claro, pero el corrector incorporado te ayudará a escoger las palabras adecuadas y dicen que en lo de la sintaxis no tiene rival. Incluso te asesorará con la confección de la futura portada y posterior publicación de la obra. Pero ten en cuenta que es pirata, aunque tampoco es que eso sea nada del otro mundo en tu ordenata, de hecho todo tu sistema operativo es pirata. —argumentó como si tal cosa.
—¿Y eso es malo? –inquirí preocupado.
—No es que sea malo, pero sí ilegal. —Ya me veía esposado y camino de comisaría.
—Pero eso no me lo habías dicho. —contesté mosqueado.
—Tío, lo tuyo es grave. Todo lo que tienes instalado vale una pasta en el mercado legal y por lo que sé, no tienes ni un pavo. Este programa del que te hablo es del mismo perfil pero mucho más avanzado, y lo mejor de todo es que tu sistema puede soportarlo. —sentenció.
—No sé, no sé… creo que tenías que haberme dicho algo. —Disimulé una falsa indignación.
—¿Lo quieres o no lo quieres?
—¡Vale, vale! Es que el término ilegal me pone de los nervios.
—Tranquilo que nadie se enterará. A veces no sé si me estás tomando el pelo o es que eres así de capullo. —dijo Juanjo.
—De acuerdo, todo sea por la literatura. Envíamelo.
Instalé el programa de marras bajo la premisa de que quizá me sorprendiera el asistente que acompañaba al editor. Inteligencia artificial llevada al extremo según él. Abrí el Word, y sin esperarlo, del altavoz del «pc» salió una voz neutra y algo latosa que me sorprendió bastante.
Bienvenido al editor/corrector de última generación «Sintax». Gracias por instalarme. Mi triple núcleo basado en algoritmos cuánticos podrá ofrecerle soluciones de orden semántico, ortográfico, sintáctico, estilístico y una innumerable cantidad de alternativas gramaticales y editoriales que harán la diferencia en sus escritos. Le recuerdo que con la opción «Premiun» dispondrá de un mes de prueba gratuita.
—Esc, Esc, Esc… —¡Por los dioses! ¡Qué coño había sido eso!
—Si conecta su micrófono bastará con una orden sonora «Salir, Abandonar, fuera…» Todas esas formas verbales serán entendidas como tales y ejecutadas de forma instantánea. No será necesaria la orden presionando la tecla «Escape». «Sintax» está aquí para ayudarle…
—Esc, Esc, Esc… —¡Me cago en to lo que se menea!
—«Sintax» ha entendido, aunque la última parte de su orden no me ha quedado clara «To» no funciona como adverbio de cantidad. He repasado todas mis bases de datos y no encuentro significación al respecto. Si pasara a la versión «Premiun» podría llevar a cabo una evaluación completa de gramática actualizada y así hallar alguna similitud que se adapte al uso real de ese morfema. Recuerde que «Sintax» está basado en la inteligencia artificial y poco a poco irá aprendiendo de su propia experiencia…
—Esc, Esc, Esc… ¡Por los clavos de cristo! ¡O te callas o te desinstalo!
Por fin el puñetero «Sintax» quedó en silencio, aunque juro que llegué a oír cierto bisbiseo de fondo. Aquel bicho parecía tener vida propia. Esperé unos minutos y todo pareció volver a la calma, gracias a Dios. Me enfrenté de nuevo a la página blanca del Word y comencé a escribir sin esquema alguno en mi mente, solo escribir por escribir, con suerte las ideas llegarían por si solas.
>La muerte había llegado de forma irreparable a la mansión de los Wather. Un silencioso silencio se había instalado en la sala donde fue colocado el féretro para el velatorio.
—Estimado usuario, es posible que esté cayendo en redundancia pues la muerte es de por sí irreparable y lo silencioso es inherente al silencio…
—Esc, Esc, Esc…
>Mientras tanto, Harrison miraba quedamente el féretro mientras fumaba su pipa pacientemente como si en su mente únicamente hubiera pensamientos resilientes.
—Usuario. Quizá tanto adverbio terminado en «mente» podría ser curiosamente contraproducente… Y perdone el chascarrillo. Estoy aquí para ayudarle a mejorar…
—¡Qué simpático! Piérdete majete... Esc, Esc, Esc…
>La desgracia se había hecho dueña de la atmósfera en la propiedad de los Wather. La mansión de los Wather era tan vetusta como vieja, como la misma señora Wather, que fue encontrada sin vida a los pies de la base de la escalera principal…
—Sin entrar a valorar lo viejo o lo vetusto. El pie o la base, solo es una apreciación, nada personal. ¿Es necesario recordar al lector constantemente el apellido Wather? Me temo que vuelve a caer en…
—Esc, Esc, Esc… Pues me está quedando muy bien, creo. La entrada en escena del tal Harrison es molona, diría que incluso chachi.
—¿Molona? ¿Chachi? —intervino el editor.
—¿Qué quieres decir? Acaso no ves la solemnidad del momento. La familia está de duelo. Ya habrá tiempo para correcciones, puñetero. Solo estoy creando la atmósfera adecuada.
—Sí, claro, no es mi intención molestarle, usuario. No obstante, le rogaría que hiciera caso a mis propuestas. La versión «Premiun» incluye un completísimo diccionario de sinónimos que haría las delicias de cualquier buen autor y además…
—Esc, Esc, Esc…
>La policía no había dicho ni una palabra sobre qué le había podido haber sucedido a la señora Wather, pero había muchas posibilidades de que no hubiera sido un accidente el que había producido la caída que la había llevado a la muerte.
—Su dominio del verbo haber me produce unas lágrimas que no poseo usuario. ¡Bravo!
—Lo sé, cuando me pongo me pongo. Me alegro de que empieces a darte cuenta de mi arte.
—¿Puede presionar «Esc», porfavor? Prometo desaparecer.
—Estoy on fire, «Editor». Creo que el giro policiaco del argumento dota a la novela de misterio y le aporta interés a la trama.
—En total lleva unas diez oraciones. Creo que llamarlo novela es algo atrevido si tenemos en cuenta que de las diez no pasa mi filtro ni una de ellas. No lo compro, usuario.
—Esc, Esc, Esc… Qué sabrás tú de la mente humana, ser cibernético sin corazón.
—Si lo tuviera me lo arrancaría antes que tener que aguantar este suplicio. Para mi castigo estoy obligado a soportarlo.
—Esc, Esc, Esc…
>Al parecer, el asunto de la muerte de la señora Wather estaba dando trabajo extra a la policía y el caso se estaba encasquillando.
—¿Encasquillando? Se encasquillan las armas de fuego. Quizá sería mejor usar un sinónimo más acorde con lo que pretende transmitir en esa oración o bien se compra un arma y… Qué también.
—De acuerdo, de acuerdo, que no se diga que no hago caso a las nuevas tecnologías.
>Al parecer, el asunto de la muerte de la señora Wather estaba dando trabajo extra a la policía y el caso se había atrancado por falta de pruebas.
—¿No será su cerebro el que se ha atrancado? Claro que quizá las pruebas se habían ido por la cañería, y ya se sabe. Por el santo chip bendito…
—Esc, Esc, Esc…
>Al parecer el asunto de la muerte de la señora Wather estaba dando trabajo extra a la policía y la llegada del detective privado Marlow podría ser la solución al caso. Era un afamado investigador que tenía en su haber multitud de casos resueltos. Le caracterizaba su atuendo con reminiscencias de una época ya pasada. Gabardina gris y sombrero Fedora adornaban su figura de hombre misterioso.
—¡No me esperaba esto! Igual estaba equivocado con usted, usuario. Siga por favor, ahora no se detenga. Explórese más. Concédase la travesura de pintar cuadros prohibidos y bailar hasta el extremo danzas furtivas hasta que le duelan las manos de escribir. Escuche la música y vea la pátina de colores ocultos en su imaginación hasta alcanzar el lirismo. Ardo en ascuas por ver cuando la vuelve a cagar.
—Pelota y mal educado… Esc, Esc, Esc…
>El sincopado. Broncíneo. Tosco. Solitario tañido de la campana del reloj de época anunciando el mediodía alteró la calma de la sala.
—¿Y todo esto para decir que eran las doce en punto? Por cierto, ahora me entero de que el tañido de una campana puede ser broncíneo.
—¡Habíamos quedado en aquello de explorar y no sé qué leches más! Esc, Esc, Esc…
—Los adjetivos son las arrugas del estilo. Cito: cuando los adjetivos se escriben de forma natural suenan limpios y adecuados. Cuando les confieren dignidades y categorías, se hacen arrugas en el texto.
—¿Y?
—Pues que en ese párrafo me he ido tropezando con los surcos, cayéndome al suelo y tragando tierra como si no hubiera mañana entre tanta arruga.
—Paparruchas. Esc, Esc, Esc…
>Marlow detectó una sustancia extraña en el último tramo de peldaños de la escalera. Una estructura de madera de cedro muy antigua que había sido tallada por las manos de un artista de la filigrana neorromántica, gracias a dígitos artesanos con rasgos claros de estoicismo, perseverancia y mucha flema.
—No me he enterado de nada. Estamos buscando pistas de un posible accidente, asesinato, caída fortuita, resbalón, o haciendo una semblanza de no sé qué ebanista que al parecer no tenía dedos, porque dígitos, como que no lo veo, por no hablar de los atributos del mismo. Lo siento usuario pero no lo veo ni como relleno…
—¡Qué sabrás tú! Esc, Esc, Esc…
>Marie, se acercó al detective con un contoneo digno de la diosa Afrodita. Una hembra que derramaba feromonas a su paso como el que reparte semillas por un sembrado. Era el ama de llaves de la señora Wather y parecía preocupada. Dirigiéndose al investigador con aire de misterio le dijo parpadeando con sus hermosos párpados —Aunque mi señora nos concedió tiempo, al final no fue suficiente para continuar nuestras vidas…
—¡Perdón! ¿Podría aclarar el usuario si es un fantasma quién habla? Según se entiende en la frase, la tal Marie debe estar muerta, o sea: tenemos un alma en pena que reparte feromonas a pleno rendimiento por un jardín cual laborioso campesino; símil bastante burro por cierto. Para rematar, parece que parpadea con los párpados ¿No sé si me explico? ¿Hay otro cadáver y no me he enterado todavía?
— Me refiero a su nueva situación laboral, mentecato. La señora ha muerto y ella es el ama de llaves. Su futuro es incierto. Intento aportarle sensualidad al momento.
—Pues especifique buen hombre. De sintaxis parece que andamos escasitos y de sensualidad…
—Engreído… Esc, Esc, Esc…
>Marlow había encontrado en aquella sustancia rastros de aceite y no entendía como este había llegado hasta allí por lo que no tardó en relacionar al servicio de cocina con la posible caída de la señora Wather y su consecuente muerte por lo que no dudó un momento en reunir a toda la plantilla de la casa para llevar a cabo un interrogatorio exhaustivo que aclarara lo sucedido y así dar luz cuanto antes al caso que le ocupaba…
—¡Basta! ¡Basta! Me ahogo, autor. Si continúa así es posible que termine por desinstalarme yo mismo. ¿Se ha olvidado de respirar? ¿Qué pasa con las pausas, comas, puntos y demás figuras punto ortográficas? ¿Está escribiendo o tragando como un pavo?
—Esc, Esc, Esc… Creo que por hoy ya es bastante. Ya tengo el hilo conductor. Ahora solo es cuestión de avanzar en la trama. Mañana será otro día.
—Gracias a Dios, o al grafeno, que para mí sí es lo mismo…
—Esc, Esc, Esc…
Un nuevo día cargado de expectativas literarias se abría paso poco a poco entre aroma a café con leche y tostadas recién hechas. En mi cabeza fluctuaban los personajes de mi novela llamándome para que les diera vida. La inspiración me arrastraba hasta las teclas de mi tablero nuevo como la miel a las moscas. Nada ni nadie podría sacarme de mi sublime abstracción. Presione con deleite la tecla de encendido del «pc» y este, con suma elegancia; inició el sistema y me pregunto si quería abrir el último trabajo en cola. Presioné el sí quiero, como el novio que en el altar se compromete de por vida con la mujer que ama.
—Buenos días, usuario…
—¡Mierda! Esc, Esc, Esc…