R - Marianela - David Pesadilla (1º Jur) (1º Pop)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
Cruela de vil
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R - Marianela - David Pesadilla (1º Jur) (1º Pop)

Mensaje por lucia »

Marianela

—¡Me llamo Marianela y soy poderosa! —gritó anunciando su presencia con la solvencia de alguien que ha perdido la cuenta de las veces en las que ha oído la pregunta: «¿Quién anda ahí?» de unos labios ignorantes de haber pronunciado sus últimas palabras.

Pero aquel grito no solo era una frase de: «¡Eh, estoy aquí!». No. Bajo aquellas palabras subyacía un mensaje, el mismo que Íñigo Montoya le recitó al conde Rugen, no con tanto valor decorativo pero con todo ese aplomo que hace que quien lo recibe tenga la urgente necesidad de poner sus papeles en orden y, quizás, cerrar la llave del gas.
El sonido recorrió el valle arrancando ecos de los rincones más inaccesibles y atrayendo la atención de todos a quienes tocaba arrebatándoles el paso del tiempo. Objetos de luz, intangibles, aparecieron por todas partes y no hizo falta más explicación. Los ecos murieron en un silencio plomizo, cargado de arrepentimientos, protestas y reproches sin oportunidad. Muchas llaves del gas se cerraron, a pesar de que el recurso energético no existía en la época.


Marianela no nació en una familia humilde. Ni acaudalada. No tuvo una infancia difícil. De belleza moderada y estatura dentro de los cánones nunca atrajo las burlas, siempre crueles, de otros niños. Era una niña normal. Y aún así era especial. Ella lo ignoraba, por supuesto. Su carácter introvertido y solitario ayudó a ello. También ayudó a que lo ignorasen los demás. Durante el tiempo suficiente, al menos.
Le gustaba pasar el tiempo subida a los árboles, alejada de la aldea, disfrutando de la belleza que le rodeaba. Siempre llevaba bayas o semillas y cuando podía conseguirlas, manzanas o fresas que masticaba para fabricar una papilla que se escupía en las manos y ofrecía a las alturas. Los pájaros no tardaban en acudir al festín.
Para subirse a los árboles imaginaba ramas a su alcance y aparecían en forma de luz, al agarrarlas se materializaban, trepaba y al soltarlas volvían a ser de luz y desaparecían. Nunca había creado otra cosa que no fuesen ramas en los árboles y se daba el caso de que siempre estaba sola cuando lo hacía, así que nadie conocía su singular habilidad y ella creía que lo hacían los árboles que la estaban ayudando a trepar, porque nadie le dijo lo contrario y no había razón alguna para pensar que no fuera así.
Aquella era una habilidad muy escasa que aparecía cada tantos años en alguna aldeana al azar, siempre mujeres. Se manifestaba a edades muy tempranas. Se habían dado casos de mujeres embarazadas que de pronto se veían rodeadas de objetos de luz sin forma determinada. Cuando una niña manifestaba la habilidad se la sometía a un férreo y discreto control hasta que cumplía los seis años de edad. Ese mismo día se celebraba una fiesta en su honor y se la enviaba a la Casa de la Abuelita, una escuela de magia llamada así en reconocimiento a su fundadora, la primera mujer que manifestó dicha cualidad en la aldea hacía ya muchos, muchos años. Allí aprendería a canalizar su habilidad, a usarla correctamente y a desarrollar todo su potencial.
El caso de Marianela era particularmente atípico. Su habilidad se había manifestado temprano, lo normal, pero no fue descubierta hasta que ya tenía diez años y ese es un detalle aparentemente insignificante pero que marcaría el devenir de los hechos.
Sucedió un día no muy especial, ese tipo de días en los que suceden las cosas más importantes. Marianela regresaba a casa un poco antes de la hora del almuerzo para hacer unas tareas que había dejado pendientes cuando oyó varias voces. No se distinguía lo que decían, así que se apartó del camino y se acercó empujada por la curiosidad. Pronto estuvo lo suficientemente cerca como para darse cuenta de que una voz femenina gritaba pidiendo auxilio. Marianela, en un acto reflejo, a todas luces imprudente, corrió en su ayuda. Cuando llegó vio a una chica de unos catorce años violentada por dos hombres adultos de aspecto desgalichado que la rodeaban en actitud amenazadora con cuchillos en las manos. Ambos fijaron su atención en la niña sobresaltados por su repentina presencia. Uno de ellos la señaló con el cuchillo, le dijo algo al otro e hizo ademán de abalanzarse sobre ella cuando varios objetos de luz aparecieron a su alrededor: tenedores, una sartén y un cucharón especialmente inquietante. Los dos hombres titubearon en una valoración rápida de la magnitud de la amenaza. Finalmente decidieron que la niña no era amenaza suficiente, que los tenedores y demás enseres no tenían la capacidad de manejarse a sí mismos y, por lo tanto, tampoco suponían una amenaza, pero que la combinación de niña más tenedores y demás enseres si bien en principio pudiera no ser suficientemente amenazadora…, bueno, se contaban historias. Se decía, se oía. Historias sobre cierta raza que existió… En definitiva, que huyeron rehilando por entre los árboles. Los objetos desaparecieron casi al mismo tiempo. Marianela no fue consciente de haberlos creado ella, pero la chica, que la miró con pavor y echó a correr hacia la aldea, sí fue consciente de ello.
Marianela corrió detrás de ella pero la perdió de vista en seguida y lo cierto era que no sabía dónde estaba. Se había perdido. Caminó durante horas. Era casi la hora de la cena cuando llegó a la aldea. Estaba cansada y caminaba despacio por la calle principal. Le llamó la atención la confusión general que suscitaba su mera presencia y el recelo con que la miraban.
—¡Marianela! —gritó el alcalde desde una ventana a lo lejos. Era un hombre con notable sobrepeso debido a años de lo que sea que hagan los alcaldes, entre lo que no se encontraba el deporte. Ni ninguna otra actividad saludable. Ni física ni mental. Un minuto después estaba al lado de la niña luchando por respirar—. Te… dábamos… por muerta —dijo con señalado esfuerzo.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—Carlota nos ha contado lo ocurrido en el bosque —dijo—. Está viva gracias a ti.
—¿A mi? Si yo no he hecho nada —dijo Marianela con inocencia.
—Ya lo creo que sí. Y vamos a recompensarte como es debido —dijo con cierto temblor en la voz que denotaba nerviosismo—. Te llevaré a casa, hay muchas cosas de qué hablar.
Cogió a Marianela de la mano y la arrastró con tanta destreza que a la niña le pareció que ella lo guiaba a él. Por el camino el alcalde fue haciendo gestos a algunos hombres y mujeres mientras esquivaba con descaro las preguntas de la niña. Algunos de esos hombres y mujeres se unían a ellos y bisbiseaban entre sí, otros desaparecían por alguna puerta o alguna esquina y al cabo aparecía otra persona que se incorporaba a la comitiva y al bisbiseo. Todos ellos formaban el consejo y tenían la firme intención de celebrar una reunión de urgencia en unos minutos.
Cuando llegaron a casa de Marianela no hubo besos ni abrazos para la niña. La madre la cogió de la mano y la llevó a la habitación. La metió en la cama, la arregló el pelo con un gesto frío y la arropó.
—Descansa un poco, hija —dijo con tono amargo. Salió de aquel chiscón, cerró la puerta y se unió a la reunión que acababa de dar comienzo en el comedor.
Las normas al respecto estaban claras, así que aquello era una mera formalidad. Marianela tendría que ir a la Casa de la Abuelita. Los pormenores consistieron en cuando y de qué manera. Y las soluciones fueron que se haría una fiesta para celebrar el descubrimiento de las habilidades de la niña, y que tendría lugar en dos días, dada su avanzada edad y el peligro que eso suponía. Hubo argumentos sólidos en contra de una celebración tan precipitada, aun así, se asumieron las dificultades y se aprobó.
Más tarde los padres de Marianela se esforzaron en buscar las palabras adecuadas dentro de su limitado vocabulario para que el destino de la niña pareciera atractivo. Más atractivo que quedarse en la aldea, con eso bastaba. Ella tenía que elegirlo por sí misma.
—Pero yo no quiero ir —dijo la niña.
—¿Por qué? —dijo la madre con un tono amable. El afecto abandonó sus palabras—. Allí harás muchas amigas —mintió con descaro haciendo evidentes méritos para el puesto de Alcalde. Y vanos, porque solo dos cosas pueden apartar a un político de su cargo: la muerte y la voluntad de este para dejarlo, y una de ellas de momento es una teoría—. Además podrás comer lo que quieras. Empanada de carne y queso. Hojaldre de pera con almendras y mantequilla. Podrás beber leche de frutas o agua con miel y bayas a todas horas. —Los ojos de la niña centellearon a medida que su madre enumeraba alimentos. Ella se dio cuenta y aprovechó la oportunidad—. Podrás levantarte a la hora que prefieras. Y acostarte tarde. Y si un día no te apetece estudiar te lo tomas libre para hacer lo que quieras.
—¿A sí? —dijo Marianela con las cejas tan levantadas que la frente casi le quedaba por debajo—. ¿Y cuando tengo que irme?
—En dos días —contestó la madre satisfecha por un trabajo bien hecho. El padre se había desentendido por completo del asunto—. Será un día especial para la aldea, así que habrá una celebración. Después se hará una pequeña ceremonia y partirás.

Dos días después tuvo lugar la celebración. En aquel momento Marianela era feliz. Todo eran elogios y atenciones. Se sentía tan bien… Tanto que cuando tuvo que partir vaciló por un instante. Pero la celebración había terminado de todos modos, así que lo hizo, se giró dando la espalda a su familia, a su hogar, miró a lo lejos y empezó a andar con decisión.
A medida que las voces de la aldea se apagaban en la distancia Marianela empezó a tener dudas en proporción. Pero se armó de valor y continuó adelante. Pronto no tuvo más compañía que el sonido de las hojas de los árboles imitando la lluvia caer al ser agitadas por el viento. Y los pájaros advirtiéndose unos a otros de la presencia de la niña. Y las ardillas correteando y saltando de rama en rama y teniendo discusiones sobre la legítima propiedad de alguna bellota. De vez en cuando oía el zumbido de algún insecto determinado a degustar el delicioso brebaje de las astutas flores, que se servían de este estimulante premio para cargar sus patas con un polen que en la siguiente visita al éxtasis del placer polinizarían a su anfitriona.
Eso le gustaba. La naturaleza en su estado más auténtico. Y siguió caminando y disfrutando del entorno. Caminó tantos minutos que le parecieron horas. Y quizá lo fueran. Lo cierto era que no se le había ocurrido preguntar a qué distancia estaba la Casa de la Abuelita. Nadie se lo dijo tampoco, o ella no lo recordaba. Y caminó. Y los minutos pasaron, de nuevo, en una cantidad notable. Y siguió andando con tesón hasta que el camino murió al pie de un frondoso bosque. Tan frondoso que la luz del sol no lograba abrirse camino más allá de las copas de los árboles.
Marianela arrugó la frente confundida. No entendía nada. ¿Dónde estaba la Casa de la Abuelita? Intentaba atisbar la respuesta en la espesa oscuridad de aquel bosque cuando unos ruidos procedentes de su interior la pusieron alerta. Retrocedió unos pasos instintivamente, la distancia suficiente para evitar el intenso olor de los doce hombres que salieron de allí. Era un olor vehemente, doloroso, un olor con espinas, un olor que se abría paso por tu nariz a machetazos después de haberte insultado. Vestían harapos mugrientos. Mugrientos los harapos y mugrientos ellos. Podían haber prescindido de los harapos y no se podría haber dicho que fuesen desnudos, porque la mugre ya los vestía. Esta tenía grosor. Un grosor importante. Un grosor que, si en unas semanas nadie ponía remedio de escoplo y sosa cáustica, para describirlos con fidelidad sería más apropiado emplear términos como coraza, armadura o blindaje. Se movieron con rapidez para rodear a Marianela antes de que esta adivinara sus intenciones. Los hierros viajaron de las cinturas a las manos. Había cuchillos, estiletes y espadas, lo que no había era elegancia. Ni método. Los movimientos con que amenazaban a la niña eran groseros y bastos.
—¿Qué haces aquí solita, niñita? —dijo uno de ellos con una voz húmeda que casi le resbalaba de los labios. Parecía el líder de aquella liga del asco.
—Voy a la Casa de la Abuelita —dijo Marianela con ingenuidad.
Otro hombre se acercó al primero y le habló al oído. Marianela le reconoció en seguida como uno de los dos granujas que habían asaltado a Carlota dos jornadas atrás. Hizo un rápido reconocimiento en busca del segundo: allí estaba.
—Así que eres una de ellas —dijo el primer hombre. Al parecer el único con derecho a dirigirse a la niña—. Hace años de la última, ¿verdad? —dijo buscando la confirmación tácita del grupo—. Y eres muy mayor. Nunca habían mandado a una tan mayor como tú. —Hubo un murmullo general de opiniones bailando de unos a otros que corroboró tal hecho—. Seguro que nos lo pones más difícil. Mejor, mis hombres se estaban volviendo blandos por falta de retos.
—Solo quiero ir a la Casa de la Abuelita —insistió Marianela gimoteando y mirando con recelo a su alrededor.
—¿Solo eso? ¿Habéis oído, chicos?, solo quiere ir a casa de su abuelita —dijo el hombre con esa voz lechosa dirigiéndose a la masa. Hubo una carcajada colectiva.
—No, a casa de mi abuelita, no. A la Casa de la Abuelita. Es una escuela —explicó la niña.
—¡Ah! Perdón —dijo el hombre con tono de burla, luego miró a sus hombres e hizo un gesto con la cabeza para señalar a la niña. Una disculpa global parecida al júbilo de un rebaño de ovejas que conocen la inminencia del alimento sobrevoló el lugar—. Adonde sea. Nosotros te llevamos —dijo. La voz le chorreó barbilla abajo. Le hizo un gesto a uno de sus compinches situado a la espalda de Marianela casi al instante en el que dos objetos de luz aparecieron justo al lado de esta: un cucharón, que por alguna extraña razón parecía ser capaz de ocuparse él solo de aquellos hombres, y un pañuelo—. No te resistas —apuntilló.
Marianela miró los objetos contrariada y es en este instante donde su avanzada edad pasa de ser un detalle sin importancia a ser determinante. Todo sucedió muy rápido. El secuaz se abalanzó sobre la niña estilete en mano. Marianela entró en estado de mesmerismo y se movió veloz a la derecha haciendo un giro completo para esquivar la embestida. El secuaz estiró el brazo derecho para asestar una estocada. Marianela se agachó y pasó por debajo del estilete con un movimiento grácil, abrió la mano derecha y al cerrarla, por la trayectoria, coincidió en el punto exacto en el que se encontraba el mango del cucharón, este se materializó y fue acelerado con vigor hasta impactar en una rodilla, que se desvaneció como el ajo se desvanece bajo el ánimo del mortero. Antes de que el salteador se desgañitara en un bramido que expresó con precisión lo ocurrido un metro más abajo el cucharón embistió la segunda rodilla con tanta energía que para reconstruirla necesitarían un aspirador de fuelle y un molde de escayola de la original. El hombre cayó y Marianela se irguió con el cucharón en ristre y en su trayectoria, este se encontró con el pañuelo en la posición exacta en la que se detuvo, el pañuelo se materializó, Marianela lo movió suavemente por la superficie, sopló el cucharón y se deshizo de ellos arrojándolos a ambos lados con arrogancia. Se convirtieron en luz en pleno vuelo y desaparecieron en un breve fulgor.
El círculo de mugre se expandió a la velocidad que se expande un universo en el primer segundo después de un big bang. Aquellos hombres acababan de comprobar que las historias que se contaban eran ciertas y el pánico ejerció su tiranía. Pero cuando el pánico y el orgullo se enfrentan entre sí, siempre gana la estupidez.
—¡La superamos en número! —vociferó determinado su paladín—. ¡Acabemos con ella!
Antes de que terminase de hablar un cucharón de luz apareció a mitad de camino entre él y Marianela. Los hombres se miraban los unos a los otros rehusando la acometida. Luego apareció otro cucharón y luego otros dos. Y otro más. Los había por todas partes. Y el tamaño del círculo empezó a crecer de manera apenas imperceptible. Marianela permanecía en el centro, impertérrita, desafiante. Un par de cucharones empezaron a parpadear, aparecían y desaparecían intermitentemente como un cartel luminoso estropeado, luego, uno de aquellos hombres retrocedió con discreción, se deslizó en la negrura del bosque y el par de cucharones desapareció definitivamente. Y si hay algo que rivalice con un bostezo en contagioso, eso es la duda: siembra un par de dudas por ahí y al cabo tendrás legiones de fanáticos disfrazando verdades de conspiraciones. Así que tras el primer abandono los cucharones empezaron a parpadear por todas partes, primero uno, luego tres, siete, trece. Y empezaron a desaparecer al mismo ritmo que los hombres huían por entre los árboles. Quedaban seis, cinco en pie, y todos coincidieron tácitamente en que la ventaja de la superioridad numérica ya no era tal. Todos los cucharones empezaron a parpadear y los seis hombres huyeron, cinco corriendo y uno arrastrándose con los brazos. Todos los cucharones desaparecieron y Marianela salió del estado de mesmerismo.
—¡Bravo! —aulló una voz profunda y musical acompañada de palmas que procedía del interior del bosque. Marianela adoptó una postura defensiva por instinto. Al ver que los objetos de luz no aparecían hizo aspavientos y cambió de postura varias veces, como si tratase de iniciar algo que está atascado—. ¡Oh! Eso no será necesario —dijo la voz adivinando las intenciones de la niña. Una figura salió de las sombras. Vestía chaleco, casaca y calzón hasta la rodilla, todo de terciopelo púrpura ribeteado en sus contornos con un fino cordón de color beis. También era beis el solitario que le asomaba por el chaleco. Y los zapatos y el sombrero tipo brístol que le cubría la cabeza, pero estos tenían adornos en color púrpura. Sostenía un bastón de madera de abedul terminado en la exquisita talla de una cabeza de cánido y protegido con un esmalte que según incidiese la luz en él centelleaba en distintos colores. Marianela seguía haciendo aspavientos ofuscada—. Por favor, para. No soy tu enemigo. Y si lo fuese habría cambiado de opinión después de lo que acabo de ver aquí —añadió haciendo un gesto de amplitud con el bastón que abarcaba la zona. Marianela dejó de hacer aspavientos pero se mantuvo alerta—. Me temo que no sería rival para ti. Ni siquiera para él —dijo señalando con el bastón (lo usaba como una extensión de su mano) al hombre que se arrastraba afanoso hacia la frondosidad. Hizo una breve pausa dubitativo—. Quizá para él sí —rectificó—. Pero no voy a comprobarlo con estos zapatos.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Por que mi magia no funciona contigo? ¿Y dónde está la Casa de la Abuelita? —interrogó Marianela con vehemencia haciéndose fuerte en su actitud.
—Lupino. A ti. Porque no soy una amenaza y no existe.
—¿Qué? —dijo ella como si le hubieran hablado en una lengua desconocida.
—Me llamo Lupino —dijo este con tono de afecto e hizo una reverencia—. Lo que quiero… lo que quería —corrigió—, era encontrarte. Tu magia… ¿Así lo llamas?… No funciona conmigo porque no supongo una amenaza para ti. Y lamento comunicarte que la Casa de la Abuelita no existe. Pero antes de que digas nada —dijo levantando el bastón en un gesto de autoridad que frenó la retahíla de preguntas que anunciaban los ojos de la niña—, permite que te cuente una historia que despejará todas tus dudas. Es un poco larga, pero valdrá la pena —aseguró.
—De acuerdo, la escucharé —dijo Marianela. Se sentó en una piedra de gran tamaño y cuando Lupino fue a sentarse a su lado, ella señaló otra piedra un par de metros más allá.
—No te fías, lo entiendo —dijo sin abandonar la delicadeza tanto en su tono de voz como en sus acciones, y con movimientos rítmicos y mesurados se sentó donde la niña le indicó—. Esta historia ocurrió hace mucho tiempo —empezó a relatar—. Por aquel entonces existió una raza de mujeres llamadas mesmeristas. A menudo se las confundía con brujas o hechiceras, pero a diferencia de estas sus habilidades se limitaban a tres. Podían crear objetos de luz que al tocarlos se materializaban. Eso sí, debían conocer el objeto —aclaró—. También eran capaces, a nivel subconsciente, de predecir el futuro a corto plazo y, en respuesta a una amenaza, hacer aparecer objetos defensivos y ofensivos que coincidían en la trayectoria exacta que ellas iban a seguir en un momento determinado.
—¿Qué es subconsciente? —preguntó Marianela.
—Es cuando haces algo pero no te das cuenta de que lo haces. Como te lo explicaría…
—¿Como cuando andas dormido y no te chocas con las cosas?
—¡Exacto! —exclamó Lupino—. Es un ejemplo perfecto. Eres muy lista, va a ser muy fácil trabajar contigo —dijo. Marianela frunció el ceño, pero él lo ignoró y continuó—. Y por último, tenían la capacidad de entrar en estado de mesmerismo.
—¿Eso qué es? —preguntó la niña de nuevo.
—Es como si tu cuerpo lo manejase una fuerza ajena a ti —contestó Lupino. Ella asintió—. En ese estado se volvían guerreras implacables, como si esa fuerza que manejaba su cuerpo supiera qué hacer y cuándo hacerlo en cada momento. Esas tres habilidades combinadas las hacía muy poderosas y su mera existencia se convirtió en una amenaza para los humanos.
—¿Por qué? —preguntó Marianela confundida.
—Porque el poder genera temor e inseguridad a quién no lo tiene —respondió Lupino—. Los humanos pueden depositar toda su confianza en alguien capaz de sostener una ballesta y ensartarles con ella, pero no en alguien capaz de lanzarles rayos con los dedos. Para ellos lo peligroso no es la capacidad de decisión de usar un poder o una ballesta, lo peligroso es el poder, aunque por sí solo sea inofensivo. —Marianela quiso oponerse a aquella afirmación, pero no lo hizo—. Y a pesar de que las mesmeristas jamás exhibieron actitud bélica alguna, fueron sometidas a un hostigamiento desmedido fundamentado en falacias, en calumnias diseñadas para fabricar odio. El odio es la lejía de la conciencia. Y los que antes eran reacios a empuñar un arma, ahora se sentían acreditados, no solo a empuñarla, también a usarla. O por lo menos a mirar hacia otro lado en un claro ejercicio de aprobación. Y las mesmeristas fueron exterminadas.
»Sin embargo, una sobrevivió. Se enamoró de un humano, este ocultó sus poderes y vivieron como una pareja más hasta que murieron muchos años después. Dejaron dos hijos, ambos varones, y estos tuvieron su propia descendencia. Y el germen de las mesmeristas fue pasando de generación en generación, en silencio, con la paciencia de quien sabe que la probabilidad es implacable. Hasta que se manifestó en la primera niña.
»Ante este inesperado hecho los humanos tomaron la drástica decisión de sacrificarla. Pero el germen estaba entre ellos y no tardó en manifestarse de nuevo con el mismo terrible final para la niña. Los humanos, sin comprender el motivo, asumieron que cada cierto tiempo nacería una mesmerista entre ellos, así que desarrollaron un imaginativo protocolo para enmascarar el sacrificio y así sentirse mejor. Inventaron una escuela: La Casa de la Abuelita, crearon una historia alrededor de ella y enviaron a las niñas allí por un camino lleno de ladrones, bandidos, criminales y demás despojos de la sociedad, quienes no necesitan justificar lo que hacen, si andas por sus dominios significa que no tienes mucho apego por tus pertenencias, por tu salud o por tu vida, así que se sienten legitimados para tomarlo. El camino es este —sentenció con un gesto de su bastón dando por terminado el relato.
—No ha sido tan larga —dijo Marianela después de un momento de silencio.
—Supongo que no. Pero sí que ha merecido la pena —dijo Lupino buscando el aplauso de la niña. Marianela agachó la cabeza con melancolía.
—Entonces, ¿yo soy una de ellas? —dijo.
—Una mesmerista, sí. Y te han enviado aquí a morir —dijo Lupino combinando delicadeza y contundencia en el mismo tono haciendo gala de una habilidad poco usual.
—¿Y dónde están las otras niñas? Si tenían esas habilidades igual que yo…
—No es tan sencillo —interrumpió Lupino alzando el bastón—. Hay una diferencia entre las otras niñas y tú: la edad. La habilidad de entrar en estado de mesmerismo se manifiesta en torno a la edad que tú tienes ahora. Sin ella no hubieras tenido ninguna oportunidad.
Lupino concedió unos minutos de reflexión a Marianela. Acababa de poner su vida patas arriba, no era fácil digerir algo así. Ella exhibió una entereza insólita para una niña de su edad, aun así no pudo evitar un par de lágrimas. Estaban llenas de inocencia, de ingenuidad, de inexperiencia… Resbalaron con libertad mejilla abajo y la ira se asomó a sus ojos con la intención de echar raíces.
—¿Estás bien? —preguntó Lupino acercándose a la niña con ternura. Ella asintió con la cabeza—. ¿Hay algo más que quieras saber?
—¿Por que sabes tanto de nosotras? —preguntó Marianela con cierta desconfianza.
—Porque las mesmeristas convivían con una especie de la familia de los cánidos. Una raza de ilustrados que se encargaban de su educación y su adiestramiento —dijo haciendo una reverencia como si se acabara de presentar. Marianela sonrió—. Esos poderes que tienes… hay que refinarlos, darles forma. Te enseñaré a entrar en estado de mesmerismo a voluntad. Y lo más importante, hay que refinar y dar forma a esto —dijo apoyando el bastón en la cabeza de la niña.
Marianela se levantó. Lupino pasó un brazo por encima de su hombro y la invitó a caminar con un gesto sutil pero determinado. Los dos se adentraron en el bosque iniciando así una relación de respeto, lealtad y, por encima de todo, de amistad, que no se rompería jamás.
—¿Entonces eres un lobo?
—¡¿Qué?! ¡¿Un lobo?! ¡No! ¡¿Por qué dices eso?!
—Tienes los brazos muy grandes.
—No es motivo. Además, así mis abrazos son más generosos —dijo dándole un achuchón.
—Tienes unas piernas enormes.
—Musculadas —corrigió él—. Y es porque camino mucho.
—Tus orejas también son grandes…
—¿Es que vas a enumerar todos mis defectos? Tengo virtudes, ¿sabes?
—…Y tus ojos.
—Vale, los vas a enumerar todos.
—Y tienes hocico.
—¡Ya era hora! —dijo Lupino vanidoso—. Lo heredé de mi difunto padre. —Se puso de perfil para recortar silueta—. Un hocico estilizado y definido como el mío es un rasgo de belleza. Con colmillos prominentes como…
—Pareces un lobo —dijo Marianela interrumpiendo la ensoñación de Lupino.
—Pues no lo soy.
—Te llamas Lupino.
—Casualidad.
Diez años más tarde Marianela regresó a la que una vez fue su casa para deshacerse de un dolor que le mordía, como un lobo, el corazón. Se detuvo en una posición en la que dominaba todo el valle y guardó silencio unos instantes haciendo acopio de toda la determinación que le fue posible. Luego anunció su presencia:
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Raúl Conesa
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Re: R - Marianela

Mensaje por Raúl Conesa »

En efecto, éste también era sobre Caperucita Roja. Misma inspiración para dos relatos completamente distintos: es lo bueno de los retellings.

En este caso tenemos un relato de aventura y fantasía, al corte de historias tipo Eragon. El argumento es sólido, aunque me deja la sensasión de que nos saltamos la parte más interesante de la vida de la protagonista, entrenando para dominar sus poderes. Sólo me queda la duda de si el lobo está siempre merodeando por ese camino, o si fue allí precisamente para encontrar a Marianela. Siendo que no es humano, asumo que lo tiene difícil para oír cuándo los aldeanos envían a las niñas.

La prosa sin duda es la más florida y elaborada de los cinco relatos que llevo. Lo veo bastante rubisquense, es muy de su tono con esa forma de injertar humor en la narración. Lo único criticable es que hay muchos fallos de tildes que faltan o están en el lugar equivocado. Imagino que al autor se le estaba echando encima la fecha límite y no pudo revisarlo a fondo. Por suerte no distrae demasiado.

En conclusión, está de notable alto. Yo diría que va para podio.
Era él un pretencioso autorcillo,
palurdo, payasil y muy pillo,
que aunque poco dijera en el foro,
famoso era su piquito de oro.
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Iliria
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Re: R - Marianela

Mensaje por Iliria »

Una interesante vuelta de tuerca al cuento de Caperucita, con esa escuela de brujas que además, dando un giro a la trama, no existe. Me ha gustado esa idea encubierta de sacrificio, y que el lobo al final sea el bueno y la ayude, y los lobos sean en realidad salteadores y maleantes (de hecho, el cuento original creo que es una advertencia para las niñas sobre el peligro de ser asaltadas...)
La ambientación también está lograda; resulta muy agradable de leer y las pinceladas de crítica también aportan lo suyo.

Las faltas que me las dejen las mods para la recopilación... :lista:

Gracias por participar, y suerte :hola:
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Re: R - Marianela

Mensaje por Iliria »

Raúl Conesa escribió: 21 Oct 2021 16:59 Lo veo bastante rubisquense, es muy de su tono con esa forma de injertar humor en la narración.
Y Galdós es canario, ahora que lo pienso.. :roll:
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Edgardo Benitez
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Re: R - Marianela

Mensaje por Edgardo Benitez »

Muy interesante esta versión de un cuento tradicional.
¡Hay vida antes de la muerte!
Ninguna de tus neuronas sabe quién eres… ni les importa.
Pero si te pego en el centro, será por filosofía.
Pero por poesía, serás mi centro.
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lucia
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Re: R - Marianela

Mensaje por lucia »

Iliria escribió: 22 Oct 2021 01:43Las faltas que me las dejen las mods para la recopilación... :lista:
Si quieres, te paso el pdf ya para que puedas ir corrigiendo :cunao:
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Iliria
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Re: R - Marianela

Mensaje por Iliria »

lucia escribió: 23 Oct 2021 17:40
Iliria escribió: 22 Oct 2021 01:43Las faltas que me las dejen las mods para la recopilación... :lista:
Si quieres, te paso el pdf ya para que puedas ir corrigiendo :cunao:
No prob :60:
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David P. González
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Re: R - Marianela

Mensaje por David P. González »

Pues se confirma que ha habido coincidencia: dos relatos que nos recuentan el clásico popular Caperucita roja. Lo curioso es que son dos de seis :cunao:

Para empezar, este relato se ha ganado mi simpatía por presentarnos a un lobo muy distinto del original. Es un animal que ha sido injustamente denostado en el mundo en general y en España en particular por el único hecho de... (hasta aquí)

La verdad es que me ha gustado el tono. La historia es original. El estilo es curioso, me ha sorprendido, no sé por qué, pero ha pasado. Me recuerda algo o alguien, no lo tengo claro. Cuando se me encienda la bombilla volveré a decirlo.

Para ser sincero, me ha faltado acción en esa primera escena que se supone que es la última. Me hubiera gustado leerla, pero no es una crítica, autor, sino un deseo.

Gracias, autor :60:
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Jarg
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Re: R - Marianela

Mensaje por Jarg »

Y aquí tenemos a otra Caperucita, vaya. Ya lo he dicho en el otro relato, lo de que se llamara Marianela no estaba en la versión que se contaba en mis tiempos, por entonces era Caperucita (Cape para los amigos) y ya está...

Autor/a, lo primero, puntos por originalidad. Has transformado todos los elementos del cuento, pero a la vez sigue siendo reconocible, lo cual no es fácil. Me ha gustado lo de que la casa de la Abuelita sea la mentira que los aldeanos cuentan a las niñas con poderes para librarse de ellas. Lo de los poderes está bien pensado (me ha encantado que pueda crear objetos de luz), y también el personaje de Lupino. Además, aunque has transformado el argumento, le has sabido dar el formato de cuento, con diálogos sencillos pero dinámicos. Quizás lo que me falla un poco sea que algunos personajes son algo planos, como la madre de Marianela. ¡Vaya con la señora! Le acaban de contar que la niña tiene poderes y no duda en mentirle para librarse de ella. Aun así, ese tipo de personajes es bastante común en los cuentos infantiles, así que encaja con el tipo de relato que has escrito.

El estilo me ha gustado un poco menos. En el primer párrafo hay frases kilométricas y casi sin comas (me he quedado sin respiración leyéndolas), mientras que en el segundo párrafo son todo frases muy cortas, con un ritmo completamente distinto. No te sé decir si esto es un fallo, autor/a, puede ser también una elección estilística por tu parte, aunque a mí me suele gustar que haya un poco más de consistencia (pero eso es solamente mi preferencia personal).

Por lo demás, bien, y me hubiera gustado también ver a Marianela en acción con total dominio de sus poderes (igual para el próximo concurso nos traes la secuela :) ). Gracias por compartirlo y buena suerte :60: :60: .
Yo amo a la humanidad. Es la gente lo que no soporto.
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Isma
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Re: R - Marianela

Mensaje por Isma »

Me ha gustado. Me ha parecido muy original (pese al socorrido tema de Caperucita, que acapara el 33,33333% de los relatos). Me ha gustado mucho el arranque, sacudiendo al lector y prometiéndole una buena lectura. También me ha gustado el final, con esos bandidos y esa revelación que conecta con el famoso intercambio del lobo y Cape. Me gusta especialmente que no haya abuelita, vaya usted a saber porqué. El resto también me gusta aunque no me haya impactado tanto.

En definitiva, buen relato. Enhorabuena y suerte.

pd. Las faltas ya te las corrige Iliria y eso.
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Gavalia
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Re: R - Marianela

Mensaje por Gavalia »

En líneas generales me ha gustado esta versión de caperucita roja. Es curioso que lo que a unos les parece una parrafada interesante y elaborada, a otros nos parezca lo contrario. El primer párrafo es farragoso de cojones y me hace sentirme algo incómodo con la lectura. Gracias a las musas que después el cuento adquiere entidad propia y se desarrolla con interés para el lector. La magia de Marianela me recordó incluso a escenas de la bella y la bestia con el asunto de los cacharros voladores. Lupino me ha caído bien, ya está bien de envilecer a estos nobles animales protagonistas siempre de malos augurios y penalidades. La prosa pasa el corte y se entiende perfectamente, excepto ese primer párrafo, claro. Los errores de orden ortográficos no deslucen el trabajo, pero tampoco ayudan demasiado, y pueden suponer ese puntillo más o puntillo menos que te quite el puesto en orden de lucimiento.
Por lo demás es un buen relato.
Saludos.
En paz descanses, amigo.
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Dama Luna
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Re: R - Marianela

Mensaje por Dama Luna »

Un cuento interesante; me ha gustado lo personal de la narración, con un estilo que huye de la simplicidad sin ser retorcido y al que, entre líneas se le adivina al autor mano para tirar del lector por donde le viene en gana. Bien por eso, jeje.
En cuanto a la historia, trama interesante de aventurillas y giro (no voy a decir insólito) de los personajes originales; así que en general un texto que se lee con interés y gusto. Enhorabuena, autor!
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Megan
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Re: R - Marianela

Mensaje por Megan »

Autor/a, me gustó mucho tu relato.
Es una Caperucita muy distinta a la del otro cuento, pero también me encanta. Quizá la historia sea más parecida a la versión original, sobre todo cuando habla con el lobo. Me encantó la narración, las descripciones de los personajes y en qué convertiste la famosa Casa de la Abuelita. Todo muy correcto, solo un pequeño comentario, al que no hagas mucho caso, creo que hay muchas palabras repetidas, me pasó con "habilidad", pero eso no hace la cosa.
Me encantó y seguramente estés en mi podio, si hay lugar, porque ya no me acuerdo de cuántos llevo diciéndoles esto, :wink: .

Mucha suerte y gracias por compartirlo, :D .
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rubisco
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Re: R - Marianela

Mensaje por rubisco »

Querido autor, querida autora:

Veo que ha habido coincidencia de caperucitismos. Habiendo tantos cuentos infantiles de los que tirar deja claro cuál es de los más recordados por los adultos.

En originalidad le daría un diez sobre diez. Creo que has sabido poner patas arriba todo el cuento para quedarte con la sustancia más básica y escribir un nuevo cuento partiendo del original. El sabor de los elementos fantasiosos, sin ser este mi género favorito, encaja muy bien y permite ver a Caperucita sin echar de menos los elementos del cuento original. Incluso te has permitido mandar a la niña a una muerte segura por parte del pueblo y has hecho que el lobo la salvara. Definitivamente, le has dado la vuelta a todo.

El estilo me ha gustado menos. He notado inconsistencias en la forma de escribir (es como si lo hubieran escrito dos personas; o bien como si lo hubieras escrito de varias veces y dejando pasar tiempo entre ellas). Algunos fragmentos son muy floreados, otros son sobrios en exceso; hay tramos con frases muy largas y otros que exigen meter alguna palabra más en ciertas frases. E verdad que la longitud de las oraciones ayuda a marcar el ritmo, pero ese ritmo tiene que casar con lo que se cuenta y no he notado que aprovecharas bien ese recurso.

Por último, hay expresiones que me han impactado, como la "voz lechosa" o "la voz le chorreó"; son figuras que nunca se me habría ocurrido usar porque me cuesta darle forma a la imagen en mi mente, pero me gustan este tipo de experimentaciones.

¡Mucha suerte! :60:
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Casper
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Re: R - Marianela

Mensaje por Casper »

Tiene cierto parecido con El Principito, ese diálogo entre el lobo y Marianela…
Hay destellos muy buenos, descripciones muy bien logradas al igual que muchos diálogos. Al comienzo, que en realidad es el final, captas el interés del lector y luego desarrollas la trama con más altos que bajos.
Tendré que releerlo uno de estos días, me quedo con una sensación extraña, como si lograras reflejar la inocencia con la pluma de un niño y la crueldad humana con la pluma de un adulto.
Pero eso es solo una percepción, es muy probable que esté entre mis favoritos. Suerte :60:
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