CV10 - Los niños camaleón - Rey Tomate (3º)
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CV10 - Los niños camaleón - Rey Tomate (3º)
Los niños camaleón
–Y, ¿cómo dices que has llegado hasta aquí?
El tipo, enjuto, montaraz y macilento, se movía corvado por aquella oquedad, que no debía alcanzar el metro setenta de altura. Junto a él, esparcidos en el suelo, incrustadas en la pared, disimulado bajo una lona en el rincón más lóbrego del ahuecamiento, observó Idalia un antiquísimo y remendado mapa de la Hispania Lusitana, un tocadiscos sin plato, brazo ni aguja, diferentes brebajes, monedas de cobre de la República Temprana y un hatillo de lino desvencijado del que sobresalía la hoja de un pugio. También había algo de pescado en salmuera, pan de higo, una papilla que reconoció en seguida, mezcla de harina de trigo, fruta, legumbres y cereales, algunas prendas de ropa de diferentes épocas, y el garabato en la piedra de una noria de agua de la vieja Arcadia.
–Sen…, senderismo –acertó a decir.
–No importa, eso es lo de menos. Qué bien que has venido. A ver, escucha: Nnnnn…, turalesa. Ese silensio de tu boca, tatatatatatata, y voy tatatatatata, ta. ¡Aaaah! Se me ha vuelto a ir el Do menor. ¿Cómo has dicho que te llamas?
–Idalia. Idalia, señor. No quería importunar –hizo amago de volverse y enfilar los pasos que le habían llevado desde un pequeño pueblo abulense hasta aquella mina romana, en desuso ya hacía varios cientos de años.
–Insisto, Idalia, quédate. No recibo visitas muy a menudo y mal no me hará un poco de compañía. Estéfano es mi nombre, bella signora. –Estéfano se tapó con la diestra la oreja del mismo lado y comenzó a cantar–. Sé lo que fui aprendiendo al seguir tus pasooos, rodaba y lo hacía en vanooo, para acabar en tus braaazoos… Estéfano es mi nombre –repitió–, me has reconocido, ¿verdad?, el de Donato y Estéfano…
–Lo…, lo siento, señor; creo que no.
–Sí, mujer. Lo que pasa es que esta galería ahoga y te hace perder la razón. ¿Conmocionada? Normal. Las rocas hablan, tienen nombre e historia; han sido maltratadas, ignoradas primero y luego explotadas durante milenios por diferentes civilizaciones…; y ahora que por fin respiran nos exigen un tributo, nos oprimen, nos roban el aire asfixiándonos y obligándonos a hincar la rodilla. Por otro lado, bueno, supongo que una chica como tú no se topa todos los días con un romano de dos mil trescientos once años. Es lógico tu aturdimiento, querida. Nnnnn…, turalesa.
Idalia se apoyó en el saliente de un peñasco y regó su melena con media botella de agua. Estéfano se le acercó y examinó la anatomía de su rostro.
–Bien podrías pasar por la hija de un patricio romano, bella Idalia. Y los plebeyos se arrodillarían al paso de tu cuadriga y te ofrecerían capachos de dátil y uva, y atusarían los esclavos tu pelo con la molienda del hueso de un melocotón, con natrium y con ceniza recogida en la orilla del mismísimo Monte Sapo. Venga, repite conmigo: no me dejes solo.
–No me dejes solo.
–Otra vez. Pero utiliza un tono más neutro, sin emoción: no me dejes solo. Eres la segunda voz, tenlo en cuenta.
–No me dejes solo.
–Mejor. Probemos: Nnn…, ámame otra ves, quiéreme otra ves pero no me dejes soooloo –le hizo un gesto a Idalia, que repitió “no me dejes solo”, y continuó–, sumiido en la tristeesaaa. No está mal, no para ser nuestro primer dueto. Donato nunca quiso introducir una voz femenina en el grupo. Yo insistía, necesitábamos un empujón a nuestra carrera, una sacudida, pero él decía que cualquier cambio supondría el fin de la magia… Hay que adaptarse. Hay que asirse a la vida, agarrarse a su cola y dejarse arrastrar. Inventé las sandalias, ¿lo sabías? Regresábamos del campamento de invierno, al oeste del río Betis, y maldije aquel barro en descomposición, mezcla de mil orines, de arcilla, de la sangre de las muchas piezas de caza con las que nos alimentábamos y de silicio, que pudría nuestros pies. Plinio Gavalia Sandalio caminaba junto a mí cuando pronuncié aquello de que en mala hora nos habíamos protegido las extremidades inferiores apenas con unas tiras de piel de becerra. Tomó nota el muy hijo de la grandísima puta y fue él quien pasó a la historia. Cagoen… Es la tónica general de mi vida, Idalia.
Idalia observó que los ojos de Estéfano cambiaban repentinamente de color. El tono predominante de su iris era un gris basalto; un gris en el que se podía bucear y en el que un ojeador entrenado adivinaría a un niño arrojado a una pocilga cercada por estacas de abeto, rodeado de otras bestias. Un gris en el que asomaba un joven esclavo, un trampero, un recolector de olivas; y, más adelante, un soldado, un herrero, un agricultor y un mecenas. Pero tornaba el iris en momentos concretos en el púrpura extraído de un molusco, y asomaba entonces el pescador, el remero en la galera, el marino y el comerciante, y también el hombre que recorrió por amor el río más basto de Egipto a bordo de una dahabiya.
–Sí, lo hice por Thea…, Cleopatra, tal y como ha llegado a vuestros días. Ya por aquel entonces inventaba canciones para ella, y hasta las piedras de las pirámides se estremecían si hacíamos el amor entre sicomoros, flores de loto y bambú. –De nuevo el gris basalto. –Soy hijo de un pueblo íbero cuasi extinguido por la VI Legión romana de Augusto. Sobreviví a una herida mortal de necesidad, y no volví a sangrar más. Alcancé la madurez con ciento nueve años de edad, de vuestra edad, debería decir; y pronto comprobé que mis tiempos diferían de los vuestros. También lo entendieron mis captores, que se convertirían luego en mis protectores, en mis mecenas y en mi familia. Y fui hijo de Aldeamo, de Justinio, de Caronte, de Aeno Lucano; y hermano de Fungias, de Ramides, de Thargeón. Amé a Julia, a Belona, a Cires, a Claudia, a Lepido Liviano… Me di a tantos que casi me estalla el corazón al recordarlos a todos.
–¿Có…, cómo es posible?
–Ya te lo he dicho: adaptándome. No hay otra. Ah, también inventé la bala de cañón. Aparezco medio siglo y me quito de en medio otro tanto; hasta que se olvidan de mí. En esta gruta me escondo, en esta vieja mina romana en la que yo mismo horadé dos milenios atrás galerías verticales para luego inundarlas con agua de una poza y extraer su oro… Cagoen… Me peí frente a Lisa Gherardini y frunció el ceño, ¿sabes? Su expresión de asco gustó tanto que Leonardo la obligó a mantenerla hasta que terminó su retrato –y continuó cantando–: Y yo soy un asar de la naturalesa, que viajo sin saber sobre una cuerda floja, mi vida es como un juego de rompecabesa…
–Tengo…, tengo tantas preguntas que hacerte…
–Inventé la cocacola, ¿sabes? Y la peonza, la cremallera, el juego del virus ese de las cartas ahora tan de moda. Una noche de marzo me aposté con el comandante Benito Molas dos mil pesetas a que no tenía cojones de ascender doce mil metros a bordo de un globo aerostático. Lo bautizamos Hispania, ¿lo puedes creer? Acompañé a Cayetano Valdés a bordo del Neptuno y vieron mis ojos hundirse por culpa del fuego del inglés al Santísima Trinidad. El día en que a Maimónides le entregaron un sitar indio yo estaba a su lado. Sitar-sitara-gitara y, por fin, guitarra. Nnnn…, ese silensio de tu boca, me tiene en el exilio, y voy rodaando de cabeesaaa, porque Idalia no está conmigo…
–Habrás visto tantos amaneceres…
–Manescere. Yo mismo acuñé el término. Podría traducirse como ver un día más. Idalia, Idalia, Idalia…, me recuerdas a alguien, aunque no sé a quién. Me pasa a menudo; al fin y al cabo, los rasgos son finitos, y he conocido, palpado, besado tantos. Todos, todos vosotros me sois afines, os siento próximos. He caminado junto a tantos que casi me considero vuestro progenitor. Compartí lecho –sus ojos tornaron en púrpura– con diez mil princesas en el Oriente Próximo, ninguna tan bella como tú. Apuré mi copa junto a Tesla, recorrí la estepa a lomos de un tarpán, defendiendo a los uigures de un tirano mongol… ¿Qué quieres saber? Adivino en tu mirada la sombra de una pregunta, adelante.
–¿Te arrepientes de algo, Estéfano?
–He sido un buen hombre, Idalia. He levantado familias y forjado imperios. Algunos se mantienen aún en pie. He inventado colores; he compuesto la banda sonora de varias generaciones; he llevado al hombre a la Luna. Pero también he mentido, he robado, he violado a mujeres y a hombres, a niños, a bestias… He traicionado y me han perseguido, me han olvidado y, las menos veces, me han perdonado. Una anécdota, Idalia: fui uno de los cuatro que entró en su tienda y degolló al caudillo Viriato. Sabía de sobra cómo se las gastaban los romanos y que no aceptarían nuestra argucia a pesar que la idea no fue nuestra, sino del mismísimo Quinto Servilio Cepión, por lo que jamás regresé al campamento. Mis compañeros, Audax, Minuro y Ditalco, no estuvieron de acuerdo en huir, y lo pagaron con su vida… Yo me escondí, primero en una aldea cercana a esta mina y, decenios después, en esta gruta: habían puesto precio a mi cabeza y comprendí que debía quitarme de en medio cada cierto tiempo, los romanos de aquella época eran muy rencorosos, ¿sabes?; debía pasar desapercibido y volver a empezar.
Idalia rebuscó en su mochila y se puso en pie.
–¿Podemos seguir ensayando la mejor canción que se ha escrito en la historia de la humanidad, Idalia? Nnnn.., naturalesa… Por cierto, no sé si tus padres te hablaron del origen de tu nombre, ya frecuente por estos lares cuando comencé a recorrerlos. Es una ofrenda a la diosa Venus; podría traducirse como “La que vio el sol”. Jajajaja, niño, ¿te lo puedes creer? Niño camaleón me llamaban en aquella época. Porque sobrevivía, porque perduraba, porque nunca desfallecía; porque amaba, mataba, estrangulaba y..., y mutaba; claro, de identidad, de familia, de trabajo, de comarca… Las huellas de mi paso se han grabado en mis ojos y a veces quieren huir, quieren asomarse y decir “aquí estamos todos los que has sido”; pero los atrapo y los retengo. Y perduro, porque un sujeto único en su especie debe subsistir pese a todo. Niño, jaja, niño camaleón.
–Niños. Niños camaleón, mi queridísimo Gnaeus Curio Stepanos. Nos llamaban los niños camaleón.
Apenas pudo ver un destello, la hoja de un puñal seccionando su carótida, y unos ojos verdes que tornaban en púrpura, y, en ellos, a La que vio el sol, a Claudia, a Hypatia, a Agripina, a Zenobia de Palmira, a Micaela Bastidas, a Golda Meir…, y oír una voz tal vez más antigua que la suya repitiendo una y otra vez: Roma no paga traidores.
–Y, ¿cómo dices que has llegado hasta aquí?
El tipo, enjuto, montaraz y macilento, se movía corvado por aquella oquedad, que no debía alcanzar el metro setenta de altura. Junto a él, esparcidos en el suelo, incrustadas en la pared, disimulado bajo una lona en el rincón más lóbrego del ahuecamiento, observó Idalia un antiquísimo y remendado mapa de la Hispania Lusitana, un tocadiscos sin plato, brazo ni aguja, diferentes brebajes, monedas de cobre de la República Temprana y un hatillo de lino desvencijado del que sobresalía la hoja de un pugio. También había algo de pescado en salmuera, pan de higo, una papilla que reconoció en seguida, mezcla de harina de trigo, fruta, legumbres y cereales, algunas prendas de ropa de diferentes épocas, y el garabato en la piedra de una noria de agua de la vieja Arcadia.
–Sen…, senderismo –acertó a decir.
–No importa, eso es lo de menos. Qué bien que has venido. A ver, escucha: Nnnnn…, turalesa. Ese silensio de tu boca, tatatatatatata, y voy tatatatatata, ta. ¡Aaaah! Se me ha vuelto a ir el Do menor. ¿Cómo has dicho que te llamas?
–Idalia. Idalia, señor. No quería importunar –hizo amago de volverse y enfilar los pasos que le habían llevado desde un pequeño pueblo abulense hasta aquella mina romana, en desuso ya hacía varios cientos de años.
–Insisto, Idalia, quédate. No recibo visitas muy a menudo y mal no me hará un poco de compañía. Estéfano es mi nombre, bella signora. –Estéfano se tapó con la diestra la oreja del mismo lado y comenzó a cantar–. Sé lo que fui aprendiendo al seguir tus pasooos, rodaba y lo hacía en vanooo, para acabar en tus braaazoos… Estéfano es mi nombre –repitió–, me has reconocido, ¿verdad?, el de Donato y Estéfano…
–Lo…, lo siento, señor; creo que no.
–Sí, mujer. Lo que pasa es que esta galería ahoga y te hace perder la razón. ¿Conmocionada? Normal. Las rocas hablan, tienen nombre e historia; han sido maltratadas, ignoradas primero y luego explotadas durante milenios por diferentes civilizaciones…; y ahora que por fin respiran nos exigen un tributo, nos oprimen, nos roban el aire asfixiándonos y obligándonos a hincar la rodilla. Por otro lado, bueno, supongo que una chica como tú no se topa todos los días con un romano de dos mil trescientos once años. Es lógico tu aturdimiento, querida. Nnnnn…, turalesa.
Idalia se apoyó en el saliente de un peñasco y regó su melena con media botella de agua. Estéfano se le acercó y examinó la anatomía de su rostro.
–Bien podrías pasar por la hija de un patricio romano, bella Idalia. Y los plebeyos se arrodillarían al paso de tu cuadriga y te ofrecerían capachos de dátil y uva, y atusarían los esclavos tu pelo con la molienda del hueso de un melocotón, con natrium y con ceniza recogida en la orilla del mismísimo Monte Sapo. Venga, repite conmigo: no me dejes solo.
–No me dejes solo.
–Otra vez. Pero utiliza un tono más neutro, sin emoción: no me dejes solo. Eres la segunda voz, tenlo en cuenta.
–No me dejes solo.
–Mejor. Probemos: Nnn…, ámame otra ves, quiéreme otra ves pero no me dejes soooloo –le hizo un gesto a Idalia, que repitió “no me dejes solo”, y continuó–, sumiido en la tristeesaaa. No está mal, no para ser nuestro primer dueto. Donato nunca quiso introducir una voz femenina en el grupo. Yo insistía, necesitábamos un empujón a nuestra carrera, una sacudida, pero él decía que cualquier cambio supondría el fin de la magia… Hay que adaptarse. Hay que asirse a la vida, agarrarse a su cola y dejarse arrastrar. Inventé las sandalias, ¿lo sabías? Regresábamos del campamento de invierno, al oeste del río Betis, y maldije aquel barro en descomposición, mezcla de mil orines, de arcilla, de la sangre de las muchas piezas de caza con las que nos alimentábamos y de silicio, que pudría nuestros pies. Plinio Gavalia Sandalio caminaba junto a mí cuando pronuncié aquello de que en mala hora nos habíamos protegido las extremidades inferiores apenas con unas tiras de piel de becerra. Tomó nota el muy hijo de la grandísima puta y fue él quien pasó a la historia. Cagoen… Es la tónica general de mi vida, Idalia.
Idalia observó que los ojos de Estéfano cambiaban repentinamente de color. El tono predominante de su iris era un gris basalto; un gris en el que se podía bucear y en el que un ojeador entrenado adivinaría a un niño arrojado a una pocilga cercada por estacas de abeto, rodeado de otras bestias. Un gris en el que asomaba un joven esclavo, un trampero, un recolector de olivas; y, más adelante, un soldado, un herrero, un agricultor y un mecenas. Pero tornaba el iris en momentos concretos en el púrpura extraído de un molusco, y asomaba entonces el pescador, el remero en la galera, el marino y el comerciante, y también el hombre que recorrió por amor el río más basto de Egipto a bordo de una dahabiya.
–Sí, lo hice por Thea…, Cleopatra, tal y como ha llegado a vuestros días. Ya por aquel entonces inventaba canciones para ella, y hasta las piedras de las pirámides se estremecían si hacíamos el amor entre sicomoros, flores de loto y bambú. –De nuevo el gris basalto. –Soy hijo de un pueblo íbero cuasi extinguido por la VI Legión romana de Augusto. Sobreviví a una herida mortal de necesidad, y no volví a sangrar más. Alcancé la madurez con ciento nueve años de edad, de vuestra edad, debería decir; y pronto comprobé que mis tiempos diferían de los vuestros. También lo entendieron mis captores, que se convertirían luego en mis protectores, en mis mecenas y en mi familia. Y fui hijo de Aldeamo, de Justinio, de Caronte, de Aeno Lucano; y hermano de Fungias, de Ramides, de Thargeón. Amé a Julia, a Belona, a Cires, a Claudia, a Lepido Liviano… Me di a tantos que casi me estalla el corazón al recordarlos a todos.
–¿Có…, cómo es posible?
–Ya te lo he dicho: adaptándome. No hay otra. Ah, también inventé la bala de cañón. Aparezco medio siglo y me quito de en medio otro tanto; hasta que se olvidan de mí. En esta gruta me escondo, en esta vieja mina romana en la que yo mismo horadé dos milenios atrás galerías verticales para luego inundarlas con agua de una poza y extraer su oro… Cagoen… Me peí frente a Lisa Gherardini y frunció el ceño, ¿sabes? Su expresión de asco gustó tanto que Leonardo la obligó a mantenerla hasta que terminó su retrato –y continuó cantando–: Y yo soy un asar de la naturalesa, que viajo sin saber sobre una cuerda floja, mi vida es como un juego de rompecabesa…
–Tengo…, tengo tantas preguntas que hacerte…
–Inventé la cocacola, ¿sabes? Y la peonza, la cremallera, el juego del virus ese de las cartas ahora tan de moda. Una noche de marzo me aposté con el comandante Benito Molas dos mil pesetas a que no tenía cojones de ascender doce mil metros a bordo de un globo aerostático. Lo bautizamos Hispania, ¿lo puedes creer? Acompañé a Cayetano Valdés a bordo del Neptuno y vieron mis ojos hundirse por culpa del fuego del inglés al Santísima Trinidad. El día en que a Maimónides le entregaron un sitar indio yo estaba a su lado. Sitar-sitara-gitara y, por fin, guitarra. Nnnn…, ese silensio de tu boca, me tiene en el exilio, y voy rodaando de cabeesaaa, porque Idalia no está conmigo…
–Habrás visto tantos amaneceres…
–Manescere. Yo mismo acuñé el término. Podría traducirse como ver un día más. Idalia, Idalia, Idalia…, me recuerdas a alguien, aunque no sé a quién. Me pasa a menudo; al fin y al cabo, los rasgos son finitos, y he conocido, palpado, besado tantos. Todos, todos vosotros me sois afines, os siento próximos. He caminado junto a tantos que casi me considero vuestro progenitor. Compartí lecho –sus ojos tornaron en púrpura– con diez mil princesas en el Oriente Próximo, ninguna tan bella como tú. Apuré mi copa junto a Tesla, recorrí la estepa a lomos de un tarpán, defendiendo a los uigures de un tirano mongol… ¿Qué quieres saber? Adivino en tu mirada la sombra de una pregunta, adelante.
–¿Te arrepientes de algo, Estéfano?
–He sido un buen hombre, Idalia. He levantado familias y forjado imperios. Algunos se mantienen aún en pie. He inventado colores; he compuesto la banda sonora de varias generaciones; he llevado al hombre a la Luna. Pero también he mentido, he robado, he violado a mujeres y a hombres, a niños, a bestias… He traicionado y me han perseguido, me han olvidado y, las menos veces, me han perdonado. Una anécdota, Idalia: fui uno de los cuatro que entró en su tienda y degolló al caudillo Viriato. Sabía de sobra cómo se las gastaban los romanos y que no aceptarían nuestra argucia a pesar que la idea no fue nuestra, sino del mismísimo Quinto Servilio Cepión, por lo que jamás regresé al campamento. Mis compañeros, Audax, Minuro y Ditalco, no estuvieron de acuerdo en huir, y lo pagaron con su vida… Yo me escondí, primero en una aldea cercana a esta mina y, decenios después, en esta gruta: habían puesto precio a mi cabeza y comprendí que debía quitarme de en medio cada cierto tiempo, los romanos de aquella época eran muy rencorosos, ¿sabes?; debía pasar desapercibido y volver a empezar.
Idalia rebuscó en su mochila y se puso en pie.
–¿Podemos seguir ensayando la mejor canción que se ha escrito en la historia de la humanidad, Idalia? Nnnn.., naturalesa… Por cierto, no sé si tus padres te hablaron del origen de tu nombre, ya frecuente por estos lares cuando comencé a recorrerlos. Es una ofrenda a la diosa Venus; podría traducirse como “La que vio el sol”. Jajajaja, niño, ¿te lo puedes creer? Niño camaleón me llamaban en aquella época. Porque sobrevivía, porque perduraba, porque nunca desfallecía; porque amaba, mataba, estrangulaba y..., y mutaba; claro, de identidad, de familia, de trabajo, de comarca… Las huellas de mi paso se han grabado en mis ojos y a veces quieren huir, quieren asomarse y decir “aquí estamos todos los que has sido”; pero los atrapo y los retengo. Y perduro, porque un sujeto único en su especie debe subsistir pese a todo. Niño, jaja, niño camaleón.
–Niños. Niños camaleón, mi queridísimo Gnaeus Curio Stepanos. Nos llamaban los niños camaleón.
Apenas pudo ver un destello, la hoja de un puñal seccionando su carótida, y unos ojos verdes que tornaban en púrpura, y, en ellos, a La que vio el sol, a Claudia, a Hypatia, a Agripina, a Zenobia de Palmira, a Micaela Bastidas, a Golda Meir…, y oír una voz tal vez más antigua que la suya repitiendo una y otra vez: Roma no paga traidores.
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Re: CV10 - Los niños camaleón
Así a bote pronto, se me ocurre alguien que ha vivido muchas vidas, pero se quedó anclado a la que vivió en Roma. Igual me equivoco, autor/a y el significado es otro.
Tiene buenos detalles humorísticos, como el que Sandalio patentara las sandalias y el prota se quedara a dos velas. O el gesto de Mona Lisa. Bien escrito, al menos me ha gustado como va hilando ideas en cascada.
Lo único que me ha fallado es el final. ¿Quizá Idalia es otra niña camaleón, sufrió alguna tropelia de Estéfano y se ha ido reencarnando hasta encontrarle y vengarse? Ya nos lo aclaras, autor/a
Gracias por participar, y suerte
Tiene buenos detalles humorísticos, como el que Sandalio patentara las sandalias y el prota se quedara a dos velas. O el gesto de Mona Lisa. Bien escrito, al menos me ha gustado como va hilando ideas en cascada.
Lo único que me ha fallado es el final. ¿Quizá Idalia es otra niña camaleón, sufrió alguna tropelia de Estéfano y se ha ido reencarnando hasta encontrarle y vengarse? Ya nos lo aclaras, autor/a
Gracias por participar, y suerte
Si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas - Cicerón
-¿Y con wi-fi?
-Mejor.
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-Mejor.
Re: CV10 - Los niños camaleón
He procurado encontrarle cierta lógica a la historia intentando descifrar metáforas y símiles. Primero pensé en magnitudes como el tiempo y el espacio representadas en un personaje tan raro, al parecer de unos dos mil años, pero las descripciones son demasiado mundanas para elevar al personaje a ese rango. Las referencias son tan dispares en cuanto a las vivencias del tal Stéfano mezclando pasado, presente y futuro, me hacen complicada la tarea de cuadrar la historia. No sé muy bien a que atenerme sobre el significado del relato.
Lo que más me gusta del trabajo es lo bien que fluye. Suscita mi interés por saber de quienes estamos hablando, porque la senderista cobra una importancia final inesperada. El final me deja algo confuso.
La referencia a Donato y Stéfano me ha reventado el melón.
Lo que más me gusta del trabajo es lo bien que fluye. Suscita mi interés por saber de quienes estamos hablando, porque la senderista cobra una importancia final inesperada. El final me deja algo confuso.
La referencia a Donato y Stéfano me ha reventado el melón.
--- Pareces atribulado!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
--- ¡Por los dioses! ¡¡¡Necesito un diccionario!!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
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Re: CV10 - Los niños camaleón
Who wants to live forever...? Un remedo de Los Inmortales? O simplemente un ajuste de cuentas con un psicópata. Me gusta el juego de la ambigüedad y las múltiples interpretaciones. Por qué no aceptarlas todas y sería como leer varios cuentos en uno?
El autor se mueve con soltura y desparpajo, yo diría que con un poco de "caradura" también. Acertadísimo relato veraniego, en el que por momentos el autor/a nos lleva por la senda del humor para conducirnos a un momento de terror, y por el camino nos ilumina con piezas de historia-ficción (no pienso ir a comprobar en google cada una de las humoradas).
Aceptamos inmortales, pues no hay verdaderas pistas que apunten en otro sentido, más que en mi imaginación. Y catalogamos el relato como "muy entretenido" sin mayor pretensión. Eso sí, si no me equivocó el autor es de los que escribe lo que le da la gana y como le da la gana. Pero creo que si la cosa apuntara hacia el psicópata-histórico hubiera cambiado de entretenido a sobrecogedor. He de leer de nuevo por si hay pista oculta, o quizá me he vuelto más torpe que Gavalia (con cariño eh)
El autor se mueve con soltura y desparpajo, yo diría que con un poco de "caradura" también. Acertadísimo relato veraniego, en el que por momentos el autor/a nos lleva por la senda del humor para conducirnos a un momento de terror, y por el camino nos ilumina con piezas de historia-ficción (no pienso ir a comprobar en google cada una de las humoradas).
Aceptamos inmortales, pues no hay verdaderas pistas que apunten en otro sentido, más que en mi imaginación. Y catalogamos el relato como "muy entretenido" sin mayor pretensión. Eso sí, si no me equivocó el autor es de los que escribe lo que le da la gana y como le da la gana. Pero creo que si la cosa apuntara hacia el psicópata-histórico hubiera cambiado de entretenido a sobrecogedor. He de leer de nuevo por si hay pista oculta, o quizá me he vuelto más torpe que Gavalia (con cariño eh)
Re: CV10 - Los niños camaleón
Me siento atribulado, afligido, incluso consternado . Qué ataque más gratuito. Soy el puchinball de esta familia.
--- Pareces atribulado!!
--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
--- Corre raudo, pues...
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--- No entiendo... tan sólo me estoy cagando.
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Re: CV10 - Los niños camaleón
Un relato gamberro que juega con lo absurdo y lo cómico. Mira, esto está bien, he encontrado algo que quizás te aporte a través de la voz de los supertacañones. Dicen los gurús de la escritura que muchos buenos relatos florecen en el contraste. El ejemplo más clásico es lo tragicómico, pero también están las afirmaciones y negaciones, los personajes buenos que son injustos, los frágiles a la vez que sólidos. Don Quijote y Sancho. Gollum. En fin, el enfrentamiento entre conceptos opuestos, o dispares. Al parecer ese conflicto genera interés en el lector y lleva a un equilibrio que es interesante de atravesar. En tu caso yo creo que has optado por los conceptos de absurdo y lo cómico, que no está mal, pero que quizás se sitúan demasiado cerca para ofrecer un verdadero contraste. Te invito a que pruebes otras combinaciones como juego, a ver qué resulta.
Dicha la parida del día (me han llamado pedante, tiquismiquis y rancio, FYI), te diré que el relato es entretenido y desenfadado, muy veraniego. Quizás yo hubiera omitido el momento en que Idalia se asoma a los ojos de Estéfano y empieza a ver todo tipo de cosas, porque en ese momento el lector se da cuenta de que el relato se le escapa, que no hay una lógica subyacente. No sé si me explico. El lector cambia la mirada. Ya no son los personajes que se dicen cosas absurdas, el narrador también se ha contagiado.
En fin, ya no sé ni lo que iba diciendo. Me ha recordado un poco a aquella historia de Gaiman con un cambiaformas inmortal, solo que aquel era trágico y este absurdo. Me parece original. Me gusta.
pd. El que inventa las sandalias en el fondo es Gavalia, no Sandalio
Dicha la parida del día (me han llamado pedante, tiquismiquis y rancio, FYI), te diré que el relato es entretenido y desenfadado, muy veraniego. Quizás yo hubiera omitido el momento en que Idalia se asoma a los ojos de Estéfano y empieza a ver todo tipo de cosas, porque en ese momento el lector se da cuenta de que el relato se le escapa, que no hay una lógica subyacente. No sé si me explico. El lector cambia la mirada. Ya no son los personajes que se dicen cosas absurdas, el narrador también se ha contagiado.
En fin, ya no sé ni lo que iba diciendo. Me ha recordado un poco a aquella historia de Gaiman con un cambiaformas inmortal, solo que aquel era trágico y este absurdo. Me parece original. Me gusta.
pd. El que inventa las sandalias en el fondo es Gavalia, no Sandalio
- Rey Tomate
- Lector voraz
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- Registrado: 04 Oct 2018 19:22
Re: CV10 - Los niños camaleón
El relato tiene cosas buenas, lo que pasa es que yo no las encuentro. Lo leo otra vez y vuelvo.
#ramonslifematters.
No me ralles.
No me ralles.
Re: CV10 - Los niños camaleón
Es el primero que leo y me ha gustado cómo juega con la historia, al igual que el sentido del humor, lo de Sandalio ha estado genial El final también mola, otra de los niños camaleón:
me gusta mucho, suerte autor/a
pero quién es esta última voz?La que vio el sol, a Claudia, a Hypatia, a Agripina, a Zenobia de Palmira, a Micaela Bastidas, a Golda Meir…, y oír una voz tal vez más antigua que la suya repitiendo una y otra vez: Roma no paga traidores.
me gusta mucho, suerte autor/a
Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias. Eduardo Galeano
Recuento 2024
Recuento 2024
Re: CV10 - Los niños camaleón
Muy bueno. Otro ejemplo en el que se nota rápidamente la experiencia del autor/a. Muy cuidado y detallista. Me gustaría saber escribir diálogos así, sin duda.
La segunda vez que lo terminé de leer (a la primera no lo pillé del todo) me di cuenta de lo planificado y documentado que está. No sé si todos los datos tienen base real, hay alguna broma, pero se ve que detrás hay mucha Historia, con H de asignatura troncal o de carrera universitaria.
El protagonista, después de una vida haciendo el bien y el mal, es ajusticiado. Me ha recordado a "Diles que no me maten" de Rulfo, porque también se ha pasado la vida ocultándose.
Altísimo nivel. Suerte al autor/a y gracias por compartir. Intuyo que estará en el podio general.
La segunda vez que lo terminé de leer (a la primera no lo pillé del todo) me di cuenta de lo planificado y documentado que está. No sé si todos los datos tienen base real, hay alguna broma, pero se ve que detrás hay mucha Historia, con H de asignatura troncal o de carrera universitaria.
El protagonista, después de una vida haciendo el bien y el mal, es ajusticiado. Me ha recordado a "Diles que no me maten" de Rulfo, porque también se ha pasado la vida ocultándose.
Altísimo nivel. Suerte al autor/a y gracias por compartir. Intuyo que estará en el podio general.
Una tarde, Kafka me visitó y atravesó impensadamente una pieza donde estaba recostado mi padre. Este se despertó y Kafka murmuró al pasar:
— Le ruego, considéreme un sueño.
Max Brod.
Rec. 2024
— Le ruego, considéreme un sueño.
Max Brod.
Rec. 2024
Re: CV10 - Los niños camaleón
El concurso (y todo el foro) está de lo más parado.
Creo que es habitual que opinéis de forma suave sobre los relatos, con ese método indirecto del tipo "Este mensaje es de Rita la Cantaora" y tal. Esos mensajes no los suelo leer, la verdad.
También creo que a todos nos gusta mejorar y sé que de los "errores" es de lo que más se aprende. Voy a dar unas pinceladas adicionales que completan mi opinión sobre este relato. Sin paños calientes ni acritud:
- Más que un relato me parece el diálogo de un tráiler para una serie de TV.
- Hay muy poca narración y mucho diálogo. El estilo queda relegado a un segundo plano.
- En el diálogo hay bromas que pueden despertar o no el interés del lector. En mi caso no lo despiertan. Ej: lo de Nnnn..turalesa
- Es como si el autor quisiera sacar partido a sus apuntes de historia.
Un saludo.
PS: Haré lo mismo con otros luego.
Creo que es habitual que opinéis de forma suave sobre los relatos, con ese método indirecto del tipo "Este mensaje es de Rita la Cantaora" y tal. Esos mensajes no los suelo leer, la verdad.
También creo que a todos nos gusta mejorar y sé que de los "errores" es de lo que más se aprende. Voy a dar unas pinceladas adicionales que completan mi opinión sobre este relato. Sin paños calientes ni acritud:
- Más que un relato me parece el diálogo de un tráiler para una serie de TV.
- Hay muy poca narración y mucho diálogo. El estilo queda relegado a un segundo plano.
- En el diálogo hay bromas que pueden despertar o no el interés del lector. En mi caso no lo despiertan. Ej: lo de Nnnn..turalesa
- Es como si el autor quisiera sacar partido a sus apuntes de historia.
Un saludo.
PS: Haré lo mismo con otros luego.
Una tarde, Kafka me visitó y atravesó impensadamente una pieza donde estaba recostado mi padre. Este se despertó y Kafka murmuró al pasar:
— Le ruego, considéreme un sueño.
Max Brod.
Rec. 2024
— Le ruego, considéreme un sueño.
Max Brod.
Rec. 2024
- Jarg
- No tengo vida social
- Mensajes: 2117
- Registrado: 10 Jul 2018 13:27
- Ubicación: En un Gran Ducado...
Re: CV10 - Los niños camaleón
Me ha gustado, es un buen relato que mezcla fantasía, historia y comedia en pocos párrafos. Al principio me chirrió que un romano dijera "bella signora", pero luego cuando cuenta sus andanzas durante milenios se entiende. Y ese final es esencial para que el relato no cojee. La historia del inmortal Estéfano se complementa con la de Idalia, que lo persigue.
Gracias por compartirlo y buena suerte, autor/a
Gracias por compartirlo y buena suerte, autor/a
Yo amo a la humanidad. Es la gente lo que no soporto.
Linus Van Pelt
Linus Van Pelt
Re: CV10 - Los niños camaleón
El título está en plural, ¿eso quiere decir que paseando por los alrededores del Monasterio de Montserrat, además de a La Moreneta, me puedo encontrar un sujeto enjuto como una pasa que me va a meter la lengua por la oreja mientras me susurra nnnn...turalesa? ¿Y que me va a contar, mientras me hipnotiza con el púrpura de sus ojos, que regentaba unos baños en Pompeya y luego, cambiando el color de la pupila al gris charco infecto, me confesará entre suspiros que mi cabeza es más perfecta que la de María Antonieta? Mi parte razonable quiere pensar que se trata de un profesor de historia, sin casa y sin cordura, con mucho tiempo libre y muchos conocimientos que ya nadie escucha, pero a mi parte de gato, esa parte que se puede tirar tres horas mirando un punto en una esquina donde aparentemente no hay nada, le gusta más este sujeto que tiene un hatillo de lino desvencijado por el que sobresale la hoja de un pugio.
Muy chulo, en serio.
Muy chulo, en serio.
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
Re: CV10 - Los niños camaleón
Me ha parecido una historia muy divertida y entrentenida, aunque a ratos me ha recordado a este gag
Enlace
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"Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano" (Friedrich von Schiller)
Re: CV10 - Los niños camaleón
"¿Y quien es este loco?" Es lo que cualquier persona con sentido común pensaría. Pero ya al final se entiende por qué la chica dejó que el matasiete le siguiera dando a la húmeda. Se deja entrever que algo chungo le hizo a Idalia, y que son mutantes de la misma cepa. Un poco a lo Doctor Who, pero sin maquinas del tiempo, cambio de aspecto exagerados (Hasta donde entendí la adaptación es muy "sutil"), y mucho más gamberro. Ta' guapo.
Re: CV10 - Los niños camaleón
Es un relato simpático y con muchas menciones importantes, que hacen que el diálogo del protagonista invada a la chica que lo escucha. Son más de dos mil años, ha visto de todo, y no para de recordarlo. El modo en que está escrito no es el que más me gusta, pero como comedia queda bastante bien.
Mucha suerte y gracias por compartirlo, .
Mucha suerte y gracias por compartirlo, .