CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos... - Jarg (2º Jurado)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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lucia
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CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos... - Jarg (2º Jurado)

Mensaje por lucia »

Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

—Eleanor, ¿qué tienes? ¿Acaso estás indispuesta?

Eleanor se incorporó. Aún seguían en el interior del carruaje.

—No, madre. Me he quedado dormida por un instante.
—Bueno, pues reponte. No hay que estar somnoliento cuando se va de visita.

Ella bajó la cabeza, como hacía siempre que su madre la reprendía. La verdad es que solían hacer pocas visitas. Eran los demás los que iban siempre a verlas a ellas en su enorme mansión. «Hacer de anfitriones es el deber de las familias prominentes», decía siempre su madre, Elizabeth Goston. Y no había, desde luego, nombre más prominente en toda Nueva Inglaterra que el de ellos. Las fábricas de tejidos del señor Goston producían las mejores telas del país, y la fortuna familiar era tal que, según decían, ni siquiera la señora Goston, que todo lo manejaba, tenía clara la vastedad de su fortuna.

El carruaje entró en la hacienda de los McFenil. Mientras el vehículo recorría el sendero que conducía hasta la entrada de la casa, la madre de Eleanor contempló el jardín sin ocultar su desdén.

—Mira cómo lo tienen. Rosas, rosas, rosas por todas partes. Algunas mujeres se piensan que si abarrotan su casa de algo fino, se volverán más finas ellas. ¡Qué poco saben de estas cosas! ¿Te acuerdas de cuando recorrimos Europa, Eleanor? Allí sí que había jardines bonitos y elegantes.

Ella se mantuvo en silencio y contuvo un estremecimiento. Recordaba Europa, sí, pero no le producía placer. Para muchas jóvenes un viaje así era una aventura, ciudades antiguas y misteriosas repletas de callejuelas intrincadas, tiendas deslumbrantes y gentes refinadas. Para Eleanor, en cambio, Europa no había sido más que un mercado, y ella un pedazo más de carne expuesta en la subasta de la alta sociedad. Carne fresca, exótica, americana y cubierta de oro.

La criada de la señora McFenil las hizo pasar al salón, donde la anfitriona y las demás mujeres del Círculo Cultural de Damas tomaban el té y charlaban.

—Señora Goston, Eleanor, qué placer tenerlas aquí a las dos —comentó la señora McFenil, con exagerada pompa—. Hacía tanto que no venían a nuestras reuniones.
—Ya sabe usted lo ocupadas que hemos estado preparando la boda de Eleanor —respondió Elizabeth Goston, igualando el tono altanero de la anfitriona—. De no ser así, esta reunión se habría hecho en nuestra mansión.

La señora McFenil no replicó y se limitó a mostrar una sonrisa cordial que parecía contener un odio desmesurado hacia la madre de Eleanor.

—¿Qué nos hemos perdido? —preguntó la señora Goston mientras se acomodaba.
—Estábamos comentando la novela del autor que nuestro Círculo va a patrocinar en los próximos eventos —explicó una de las señoras.
—¿Alguien conocido?
—No, es un nuevo autor, pero muy prometedor.
—Más que prometedor —intervino la señora McFenil, con entusiasmo—. Su novela es algo nunca visto.
—¿De qué trata? —Elizabeth Goston mantenía su habitual tono autoritario y desinteresado, pero estaba intrigada.
—Oh, querida, ¿cómo explicarlo? Es un argumento tan complejo… Se ambienta en el futuro y el protagonista es un escritor cuyos personajes cobran conciencia de serlo.
—¿De ser qué?
—Pues eso, personajes de una novela. Y cuando son plenamente conscientes, logran controlar el mundo en el que están escritos.
—¿Y ese es el autor que vamos a patrocinar? ¡Qué cosa tan absurda! ¡Personajes que saben que son personajes! Ese tipo de historias son las que hacen que las jóvenes se trastornen. Espero que nuestras hijas no las lean.

A Eleanor no se le pasó por alto la expresión de regodeo de la señora McFenil por haber sido capaz de conducir el patrocinio del Círculo hacia un escritor que la matriarca Goston no aprobaba. Sin embargo, la discusión se trasladó poco a poco hacia otros asuntos, entre los que no podía faltar el de su propia boda, que se celebraría tres días después.

—Va a ser el enlace de la temporada —afirmaba una dama que las miraba con expresión aduladora—. ¡Y con un duque inglés, nada menos! Qué buen partido.
—Debería haber visto usted a las familias nobles inglesas durante nuestro viaje —comentó la señora Goston—. ¡Todas las madres querían a mi Eleanor para sus hijos! Naturalmente, tuvimos que elegir pretendiente con cuidado. Después de todo, mi hija tiene belleza, porte, cultura…

«… y dinero», parecieron pensar todas las participantes de la reunión, aunque ninguna lo dijo en voz alta. Toda la ciudad sabía que el duque pertenecía a una de las familias nobles más importantes de Inglaterra, pero también una de las más empobrecidas.

Ya de regreso a su mansión, la señora Goston se retiró a su habitación para descansar. Eleanor se dirigió a su gabinete. La reunión la había dejado pensativa y no acertaba a adivinar por qué. Se sentó en una butaca mientras intentaba descubrir cuál de las conversaciones la había inquietado. ¿Era la de su boda? No, no podía ser. Ese tema estaba tan fuera de su control que ya ni siquiera se preocupaba por ello. Casi como movida por un mecanismo, dirigió la mirada a la mesita donde descansaban cuatro lémures de marfil que le habían regalado por su inminente matrimonio. Su madre había dicho que eran de una exquisitez única, pero a Eleanor le producían escalofríos.

Sin saber bien cómo, un pensamiento asaltó su mente: la novela del autor que habían mencionado. Eso era lo que había trastocado su calma durante la reunión. Después de todo, ¿no era preocupante la idea de que uno pueda ser solo un personaje de un autor desalmado que con su pluma le haga vivir los sucesos más horribles? ¿Y si ese fuera su propio caso? ¿Y si todo lo que estaba viviendo y pensando en ese momento fuera solo un escrito? No pudo evitar dirigir sus ojos hacia arriba, pero, tras un instante, bajó la mirada, avergonzada. Se sentía estúpida.

Nora, su criada, interrumpió sus pensamientos al entrar en la estancia:

—El duque está aquí, señorita. Ha insistido en verla.

Eleanor no estaba segura de si su madre aprobaría que viera al duque a solas, pero tampoco quería enfurecerla al hacer un desplante a su prometido, así que le dijo a Nora que le hiciera pasar. El noble entró con paso orgulloso y gesto afable, aunque ella creyó vislumbrar tras sus ojos una avidez calculadora. Casi como si ya considerara suyo todo lo que había en la sala.

—No sabía que tenía usted intención de visitarnos hoy, duque —dijo Eleanor, aplicando los modos que su madre le había enseñado.
—Lo sé, ha sido una decisión repentina. Le confieso que esta ciudad me aburre soberanamente. Estoy deseando que nos casemos para poder regresar a Inglaterra cuanto antes.

Eleanor pasó por alto el desdén que él mostraba hacia el país de su prometida y dirigió la conversación hacia otros temas, que el duque despreció de la misma forma. No era un hombre mal parecido, pero el matrimonio no sería armonioso si no lograban disfrutar mientras charlaban, pensó ella.

—Desde luego, no es usted fea —dijo él, de repente.

La joven no supo qué decir. Aquello sonaba como un cumplido, pero el duque lo había dicho con el mismo tono con el que se valora un caballo que se piensa comprar. Por si fuera poco, su prometido se dirigió hacia la butaca de ella y se sentó en el brazo, tan cerca de Eleanor que esta no tuvo ninguna duda de lo inapropiado del gesto. Estaba decidiendo el modo más cortés de levantarse cuando él colocó una mano sobre su pierna y, con la otra, le sujetó la cara mientras acercaba sus labios a los de ella.

—No pasa nada, pronto seremos marido y mujer —susurró él, al notar la resistencia de ella.

Eleanor sabía que no debía ceder. Hasta que no estuvieran casados, cualquier desliz sería su perdición y la de su familia. Además, pensó, quizás el duque me esté poniendo a prueba. A lo mejor quiere saber si soy una mujer decente. Giró la cabeza para evitar el beso, pero él sujetó su rostro con más fuerza. Cuando Eleanor movió todo su cuerpo hacia un lado para separarse, el duque la empujó hacia el respaldo con un movimiento brutal y le dio una bofetada. Ella ahogó un grito mientras sentía que su ojo ardía. Temió que volviera a pegarle y se protegió con los brazos, pero, para su sorpresa, él la soltó y se levantó de la butaca. Eleanor no quiso mirarlo, pero adivinó la cólera que lo invadía por la fuerza de sus pasos y el portazo que dio al salir del gabinete.

Por la noche, el ojo de la joven estaba tan hinchado que apenas podía abrirlo. Le dijo a su madre que había chocado contra la puerta del armario. No quiso contarle los verdaderos detalles de la visita del duque, pues temía que, de alguna forma, lo ocurrido hubiera sido culpa suya.

—¿Contra la puerta del armario? ¡Mira que eres torpe! —la reprendió la señora Goston—. Y ahora, ¿cómo harás con ese ojo morado en la boda? —tras unos instantes de silencio, la matriarca decidió—: Bueno, pues irás cubierta con el velo todo el tiempo. Si alguien pregunta, diremos que una novia decente no se quita el velo hasta que acaba la celebración, y ya está.

Eleanor apenas logró dormir las noches sucesivas. El dolor en su ojo era un constante recordatorio de lo que podría ser su vida si se casaba con el duque. Se sentía suspendida en un frágil puente sobre un abismo, y era su propia madre quien la empujaba a él.

El día de la boda contempló su imagen en el espejo. El vestido de novia y el velo le daban un aspecto fantasmagórico, casi como si no tuviera rostro. A través de la nívea blancura del tejido, ella creyó distinguir el oscuro carmesí sobre su ojo. Se preguntó si los invitados lo notarían.

Durante la ceremonia intentó mantener la mirada baja. No quería dirigirla hacia su prometido ni al sacerdote que hablaba sin cesar frente a ambos. Por algún motivo, la visión de las frías losas de la iglesia le hizo pensar otra vez en la novela patrocinada por el Círculo. Si ese fuera su caso, si ella no fuera más que un personaje de un libro, odiaría a su autor. Un autor que, aun pudiendo ponerla en un cuento bonito y tranquilo, había decidido casarla con un bruto que le amorataba el ojo.

No supo cómo, pero algo en su mente se encendió como una mecha. Se dio cuenta entonces de que nada de lo que la rodeaba era real. No eran más que palabras elegidas y puestas en orden para contar una historia. Se concentró en el cura, quien continuaba predicando con frases que Eleanor ya no escuchaba. La joven fijó su mirada en él y, en apenas un instante, los rasgos del anciano, su ropa y su silueta se desdibujaron, transformándose en un amasijo de palabras de tinta negra que parecían escritas en el aire. Todos los presentes emitieron un suspiro ante tal metamorfosis, que fue muy breve, pues en pocos segundos las palabras que antes habían sido sacerdote se desvanecieron como el humo de una vela al apagarse.

Los invitados murmuraron con preocupación, sin saber bien si sus miradas les habían engañado. Eleanor se giró hacia el duque. Esta vez ya no tenía miedo. Sus ojos estaban encendidos por la furia. El noble entreabrió la boca para decir algo, pero no pudo hacerlo. Todo su cuerpo se convirtió en ensortijadas palabras de tinta que, a continuación, formaron volutas en el aire y desaparecieron.

Ante la transfiguración del duque, varios invitados se levantaron y se dirigieron hacia las puertas con celeridad. Los que aún estaban sentados dudaban qué hacer, pero no tardaron en seguirlos tras presenciar a Eleanor levantando su velo y dirigiendo la vista hacia la señora Goston, quien, mientras ahogaba un chillido de terror, sufría el mismo destino que los otros dos.

Hubo gritos, empujones e imprecaciones entre los que se apresuraban por salir de la iglesia. Eleanor, sin embargo, no les prestaba atención. No sentía nada hacia ellos, pues eran solo palabras y descripciones vagas. A quien de verdad quería herir era al responsable de su suerte. Levantó la cabeza hacia el techo del templo y, mientras acariciaba la ira que cabalgaba en sus pensamientos, dijo:

—Ya verás cuando salga de estas paredes de papel, escritor. Ya verás.
***
El sonido del teléfono despertó a Carrie. Se había quedado dormida sobre la máquina de escribir.

—¿Carrie? ¿Estás bien? —dijo la voz al otro lado del aparato—. Llevo un rato llamándote.
—Kass, hola —respondió ella, con la voz adormilada—. No lo he oído, lo siento.
—¿Estabas durmiendo? ¿Qué tal va el relato?

Carrie maldijo en silencio. Eran las dos de la mañana, pero eso no era un impedimento para que su jefa Katya, o Kass, como la llamaban todos, la telefoneara para recordarle la fecha límite.

—Va bien, lo tengo terminado —mintió Carrie—. Lo estoy revisando.
—Entonces, ¿mañana lo traes a la oficina?
—Dame un día más, Kass. Quiero repasarlo bien, ya sabes que siempre hay algún error inadvertido.
—Vale —respondió su jefa, tras varios segundos de silencio—. Pero solo un día más. Si no lo tengo en mi mesa pasado mañana, sacamos el número sin ti.

Después de asegurarle que lo tendría listo, Carrie colgó el teléfono y se desperezó. Iba muy retrasada con el trabajo, pero no era culpa suya. La revista había decidido dedicar un número a la pintora Leonora Carrington y a ella le habían encargado escribir un relato inspirado en sus cuadros. La primera dificultad que había hallado era la de encontrar una foto de las pinturas, pues la mayoría de libros de arte que consultó no la mencionaban.

Por fin, en una librería cerca de Piccadilly, había dado con una guía artística que tenía fotografías de algunos cuadros, aunque eso no la ayudó demasiado. Las imágenes eran tan surrealistas que apenas le venían ideas. Solo uno de los cuadros, el de El Ancestro, la había inspirado para escribir sobre Eleanor, una joven americana rica del siglo XIX casada contra su voluntad con un duque inglés sediento de dinero. En realidad, ni siquiera esa historia la convencía demasiado, pues Carrie era consciente de que se estaba basando en la vida real de Consuelo Vanderbilt, una aristócrata cuya biografía había leído meses atrás.

Sacó la última hoja de la máquina de escribir y releyó lo escrito. Le pareció extraño el giro que el relato daba en los últimos párrafos, con Eleanor que cobraba conciencia de su existencia como personaje. De hecho, Carrie ni siquiera recordaba haberlo escrito así. Debió de ser poco antes de quedarse dormida. A veces, cuando estaba somnolienta, escribía cosas sin sentido que al día siguiente tenía que corregir. Necesitaba dormir, estaba claro. Decidió que había poco que pudiera hacer esa noche para arreglar el relato, por lo que dejó los folios sobre la mesa y se fue a la cama.

Cuando despertó eran casi las diez. Se preparó una taza de té con unas tostadas y desayunó mientras escuchaba la radio. Los locutores comentaban que la huelga de mineros se recrudecía, pero que Margaret Thatcher no daba muestras de ceder. La mayor parte del informativo trató sobre ese tema y solo al final dieron otras noticias. Entre estas, mencionaron de pasada la de una extraña plaga de lémures en Estados Unidos. Nadie sabía de dónde habían salido, pues no era una especie autóctona, pero al parecer eran numerosos y agresivos. La voz de una mujer entrevistada narraba, con ansiedad, el terror que pasó al ser atacada por dos de esas criaturas mientras paseaba a su perro por la calle.

Carrie apagó el aparato. Recordaba haber escrito algo sobre lémures en su relato de la noche anterior. Los había incluido porque aparecían en el cuadro en el que se había inspirado. ¿Tendría algo que ver? No, qué tontería, pensó mientras sacudía la cabeza. La plaga en Estados Unidos habría surgido de algún criadero ilegal que traficaba con animales exóticos.

Se dirigió con desgana hacia el escritorio para retomar la tarea. Había decidido que eliminaría la última parte del relato, esa en la que Eleanor descubría ser un personaje ficticio. Lo finalizaría con la triste boda. No sería su mejor relato, pero Kass lo aceptaría, pues no quedaba tiempo para rehacerlo. Además, quién sabe, igual a los lectores les gustaba. La gente solía preferir un final dramático, pues, en el fondo, no creían merecer uno feliz.

Pero cuando se sentó frente a la máquina de escribir, algo la sorprendió: los folios que había dejado a un lado la noche anterior abultaban más de lo que deberían. Recordaba a la perfección que el relato ocupaba seis páginas, pero allí había muchas más, todas ellas escritas. Cogió el montón de hojas y calculó que, por lo menos, serían treinta. ¿Cómo era posible aquello? ¿Las contó mal, o quizás era sonámbula y había seguido escribiendo mientras dormía? Asustada, las dejó sobre la mesa, sin querer leerlas siquiera.

Empleó el resto de la mañana haciendo recados y postergando el trabajo todo lo que podía. En el supermercado oyó a dos señoras que comentaban:

—Pues parece que la plaga esa de lémures ha llegado hasta aquí, han avistado varios en Escocia.
—¡Ay, Dios! Como lleguen hasta Londres, no sé qué vamos a hacer. Como si no tuviéramos ya bastantes problemas con los ratones en esta ciudad.

De camino a casa, Carrie estuvo cavilando sobre la plaga. No era normal que se hubieran expandido de un lado a otro del Atlántico tan rápido. Y luego estaba lo del fajo de folios que seguía aumentando junto a su máquina de escribir. Dos hechos sobrenaturales el mismo día, no podía ser una coincidencia. Recordó entonces las palabras de venganza que Eleanor había sentenciado en la iglesia. Venganza contra quien escribió su historia. ¿Y si los lémures eran el castigo que la señorita Goston preparaba para Carrie?

Al entrar en el apartamento, volvió la vista hacia la mesa. Había por lo menos un centenar de hojas junto a la máquina. Se dirigió hacia el otro lado del salón, donde descansaba el viejo piano de pared. Ya estaba allí cuando ella se mudó, pero el casero se negaba a retirarlo pese a que Carrie le había repetido una y otra vez que no lo necesitaba, pues no sabía tocarlo. Ahora, sin embargo, se sentía más segura junto al piano que junto a la máquina de escribir. Encendió la radio para distraerse, pero no logró dejar de pensar en lo que su escrito estaba haciendo. Se le pasó por la cabeza la idea de quemar las páginas, pero la desechó de inmediato. Quién sabía cómo respondería Eleanor ante tal provocación.

De repente se le ocurrió que Eleanor podría no ser el único ser ficticio que allí había. ¿Y si la propia Carrie era un personaje en un relato escrito por una tercera persona? Miró de forma instintiva hacia arriba, pero solo por unos segundos, pues se sintió estúpida al hacerlo. «¿Quién querría escribir sobre mí, con lo aburrida que es mi vida?», pensó, aunque ese argumento no la convenció. A fin de cuentas, la mayoría de los personajes literarios llevaban vidas comunes hasta que su historia comenzaba.

Y aunque así fuera, ¿por qué iba a ser algo malo? Daba lo mismo ser un personaje ficticio creado por un escritor que ser un personaje real creado por una deidad. Es más, en el primer caso podría hacer como Eleanor y controlar su propia existencia, ¿qué más podía pedir? Claro que Carrie no quería dominar el universo ni transformar a las personas en palabras de humo. A decir verdad, no tenía claro lo que quería.

El programa de música se interrumpió para dar un informativo especial: la plaga de lémures se había extendido por todo el Reino Unido y eran cada vez más agresivos. La primera ministra había decretado el estado de excepción y se recomendaba a la gente quedarse en casa y tapiar las ventanas.

Carrie apagó la radio. Ya sabía lo que quería: tocar el piano. El instrumento la había mirado desafiante durante años y ella jamás se había atrevido a posar los dedos sobre sus teclas. No tenía claro cómo hacerlo, pero si el suyo era un universo ficticio, tocar el piano no debía ser una tarea imposible.

«Retrocontinuidad», dijo en voz alta. Recordaba que su profesor de escritura les había explicado ese concepto. Se trataba de modificar un momento pasado de una historia, reinterpretándolo o matizándolo. También les había dicho que era un recurso barato de escritor, pero a Carrie eso no le importaba. Su vida no tenía por qué ser una obra maestra.

«Yo nunca he tocado este piano», reflexionó. «O mejor, yo he dicho a todo el mundo que nunca he tocado este piano. Pero, ¿y si no fuera verdad? Quizás este piano perteneciera a mi padre, un valiente marino que navegaba los océanos llevándome con él y sin más equipaje que este instrumento. Él me enseñó a tocarlo, nuestro compositor favorito era Rachmaninoff. Tocábamos todas las noches, sin más espectadores que la luna y las olas. Habríamos seguido así durante años de no haber sufrido un naufragio. Mi padre pereció y los únicos supervivientes de la tragedia fuimos el piano y yo misma».

Parecía una historia sacada del romanticismo, pero tenía una cierta plausibilidad. Carrie se dijo que podía servir. La repitió en voz alta una vez, y luego otra y otra más. A partir de la cuarta repetición le pareció vislumbrar los rasgos de su padre y la silueta imponente de la nave, y tras la décima ya no supo distinguir qué versión de su vida era real.

Un ruido en la ventana la sacó del trance. Un lémur se había encaramado a la rama de un árbol y estaba golpeando los cristales mientras enseñaba los dientes. Carrie no le hizo caso y se sentó en la butaca del piano. Sin prisa, levantó la tapa con ademán ceremonioso y alzó las manos sobre el teclado como si cada una fuera una pantera a punto de atacar a su presa.

No se extrañó al notar sus dedos que se deslizaban por las teclas con la fuerza y fluidez del caudal de un río. Mientras arrancaba del viejo instrumento el sonido del concierto número dos de Rachmaninoff, pensó que su música tenía el poder de transformar a los lémures en estatuas. No había acabado de formular esa idea en su cabeza cuando oyó un chillido junto a la ventana. El lémur había dejado de golpearla para transformarse en una figura de marfil. Carrie no se inmutó, a fin de cuentas ella lo había decidido. Tampoco dejó de tocar. Mientras el mundo a su alrededor colapsaba, siguió golpeando las notas con una pasión e ímpetu que no había sentido desde aquel naufragio que ella misma había esculpido en sus recuerdos.
***
El zumbido de un mensaje en el móvil me despierta. Me he quedado dormido sobre el portátil. ¿Qué hora es? Casi las cuatro. Llevo horas trabajando en este relato sin que salga nada que me parezca lo bastante bueno como para presentarlo. ¿En qué momento se me ocurrió participar en el concurso de un foro de Internet sobre literatura? Ni siquiera conocía a Leonora Carrington hasta que leí las bases.

Parece que no soy el único despierto en el edificio. El vecino de arriba está tocando el piano. ¿A estas horas se pone con Rachmaninoff? En fin, cada loco con su tema. Releo las últimas páginas de lo que llevo escrito. Un personaje de un relato que descubre que es ficticio y se revela contra su autora, quien llega a la misma conclusión. Qué cosa más rara, ¿de verdad lo he escrito yo?. Cierro el procesador de textos con frustración. Lo mejor será no presentar nada. Durante unos segundos mantengo el cursor del ratón con ánimo amenazante sobre el archivo de veintidós kilobytes. ¿Debería borrarlo?

El vecino parece volcarse cada vez más sobre el instrumento, casi diría que la música viene de mi casa. De repente, me viene a la cabeza un detalle inquietante: ninguno de mis vecinos toca el piano. Quisiera detenerme a reflexionar sobre ese particular e intentar buscarle una explicación, pero algo más acuciante llama mi atención: el tamaño del archivo que he cerrado hace unos instantes ha cambiado a veinticinco kilobytes. Y después a veintisiete, veintinueve, treinta y uno…

Cierro el portátil. ¿Será posible? No, no puede ser. Entonces, ¿Eleanor y Carrie están...? Una idea cruza mi mente, lacerante como un relámpago. Casi como por instinto, miro hacia arriba, pero solo durante un momento. Me he sentido estúpido mientras lo hacía.

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Berlín
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Re: CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

Mensaje por Berlín »

Una magnífico bucle Unamuniano. sí señor:

Sin saber bien cómo, un pensamiento asaltó su mente: la novela del autor que habían mencionado. Eso era lo que había trastocado su calma durante la reunión. Después de todo, ¿no era preocupante la idea de que uno pueda ser solo un personaje de un autor desalmado que con su pluma le haga vivir los sucesos más horribles? ¿Y si ese fuera su propio caso? ¿Y si todo lo que estaba viviendo y pensando en ese momento fuera solo un escrito?

Los que hayan leído Niebla, de Unamuno ya saben de lo que hablo. Me gusta muchísimo la idea y me gusta que uno tras otro miren hacía arriba, buscando al autor de sus días, como si al fin y al cabo todos fuéramos marionetas movidas por una mano invisible, llámese autor, llámese Dios.

Te felicito, ¡este también me gusta mucho!
Si yo fuese febrero y ella luego el mes siguiente...
Snorry
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Re: CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

Mensaje por Snorry »

Imaginación desbocada. Un saludo versallesco para alguien que mantiene bien vivo su niño interior y juega a jugar, sin complejos. Muy de agradecer como lector. Me ha resultado divertida la interpretación del cuadro remitiendo al ojo hinchado de la novia, qué guasa. Creo que detrás hay uno de los autores con más talento del foro. No obstante hay cosas en el texto, debilidades, poco habituales en este autor. Me tomaré mi tiempo para detallar esto.
Muy buen cuento de todas formas. Rachmaninov? Jajajaja venga ya
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Tolomew Dewhust
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Re: CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

Mensaje por Tolomew Dewhust »

El cuadro del fantasmita es el que más me gusta de todos los que le he visto a la artista. Sin duda, de haber participado en el concurso me hubiera inspirado también en este...

Ahora sigo, que lo voy a volver a leer.
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Re: CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Sentimientos encontrados. Esperaré a leer los comentarios del respetable para plasmar mi opinión.
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Re: CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Quiero decir que cuando el resto se pronuncie, haré lo propio. Si la corriente es favorable pondré al texto por las nubes. Si, por el contrario, dos o tres compañeros manifiestan su contrariedad, haré sangre.
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Re: CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Sin acritud.
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Re: CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Mientras inundo este hilo de chorradas varias, una idea cruza mi mente lacerante cual relámpago. De manera inconsciente miro hacia arriba, es solo un segundo, pero mi cuerpo se estremece pensando que, tal vez, solo tal vez, Tolomew Dewhust no exista sino en la mente de un turbado personaje que me imaginó tal y como me conocéis... Me siento estúpido por albergar estos pensamientos, pero...
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Re: CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Escucho a la niña venir corriendo desde la cocina, phoskito en mano. Me dice que se lo abra. Despierto de mi ensoñación. Contemplo la pantalla del portátil y compruebo que no le di a enviar, y el comentario de mi alter ego, Tolomew Dewhust, sobre el relato del concurso queda en un limbo indefinido... La niña me ofrece el phoskito. ¿Envío el comentario o es demasiado absurdo incluso para mi otro yo, para ese Tolomew al que todos ven como un tipo charlatán, medio payaso, pero que se defiende en esto de juntar palabras? Retiro el plástico del phoskito pero el phoskito no está, la pequeña bolsa está llena de aire, de una aire gris, casi diría una niebla, un humo rabioso... Una idea me golpea como el caballo aquel que pisoteó el pastel que, metafóricamente, representaba a la ciudad de Berlín en ese otro relato... ¿Y si...? Miro hacia arriba, es solo un segundo y me siento absurdo por ello, pero...
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Re: CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

Mensaje por Tolomew Dewhust »

Tu relato:

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Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
Snorry
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Re: CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

Mensaje por Snorry »

Eso es un desayuno saludable, coñe. :D
Ah qué tiempos! Mi madre me metía un phoskito en la cartera del cole, que no llegaba al colegio, claro. Comíamos con Mirinda o Casera cola, para merendar bracitos de gitano.
Sí ha de haber solipsismo, que sea dulce al menos.
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Re: CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

Mensaje por Tolomew Dewhust »

@lucia, tienes que poner pronto orden en esta esquina. Entre el deus ex machina de ayer y el silopsismo de hoy..., esto no es lo que era. ¡Moderación! ¡Moderación!
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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Re: CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

Mensaje por Tolomew Dewhust »

No entiendo cómo hay relatos -como este- con 12 comentarios, y otros con uno o dos...
Hay seres inferiores para quienes la sonoridad de un adjetivo es más importante que la exactitud de un sistema... Yo soy uno de ellos.
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lucia
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Re: CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

Mensaje por lucia »

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Ginebra
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Re: CO LC - Palabras de humo, lémures rabiosos y un concierto de Rachmaninoff

Mensaje por Ginebra »

madre mía, tolo :noooo:
en fin :D un bucle infinito que no lo escribe cualquiera, tres historias en una, toma ya! con lo que nos cuesta al resto de mortales hacer una :cunao: me ha encantado el relato y me gusta mucho cómo has resuelto el cuadro. Felicidades, y mucha suerte! (aunque no creo que la necesites 8) ) :60:
Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de historias. Eduardo Galeano


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