La adivina (II relatos)

Relatos que optan al premio popular del concurso.

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julia
La mamma
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La adivina (II relatos)

Mensaje por julia »

Después de que Lucha publicó su primer libro, se le acabaron las
palabras. Más tardaba en decidirse a escribir que en no encontrar cómo
hacerlo. Al principio no le dio importancia y duraba hasta dos horas
sentada frente
al papel, invocando las ideas, las palabras, los personajes que aparecían
sólo a veces y siempre a medias. Miles de hojas quedaron a la mitad de ese
ensayo en que convirtió su vida. ¿Qué me sucede –pensaba—, nunca me había
pasado esto, ciertamente no soy muy elocuente, pero quedarme sin…
Pancho le insinuaba que todo se había quedado en ese primer libro que duró
media vida escribiendo, que primero se vendió muy bien y luego hubo que
ofertarlo en los vagones del metro. “¿Para qué te afanas en escribir?, –le
decía— total, ya llegará algo cuando deba llegar.”
Pero Lucha se desesperaba al ver que los días pasaban y ella seguía en
blanco. Devoraba revistas, periódicos y libros, los programas de
televisión, las películas del Sony, el canal 9, buscando motivos y la muy
perdida inspiración, monstruo sagrado. Ni los comerciales le daban buen
material, aunque fuera para escribir una burla o mínimo, la réplica de
algún producto.
Fue una noche de esas cuando descubrió a la madam, capaz de conceder lo
que se le pidiera, lo que fuera porque “eres tú, divino, el que mueve la
energía hacia aquello que más deseas en este mundo divino, y si quieres
algo, pues eso tendrás.”
Lucha se sorprendió “caray, es como si me hablara a mí”, y de pronto de
sintió llena de seguridad, “esa madam por fin me devolverá la calma, mi
don divino”.
El día que acudió a la cita luego de pensarlo una sola vez, se ocultó tras
unos lentes oscuros y un gran pañuelo en la cabeza, para no ser
descubierta por los envidiosos vecinos, quienes desde el día de la
presentación de su libro, la vigilaban regularmente, a fin de poder prever
lo que se propusiera la “loca de Lucha”.
Bullendo en su disfraz, entró vacilante a aquel lugar que más parecía un
burdel que un consultorio. Todo estaba en penumbras, y entre el humo
brillaban pesadas cortinas que servían para separar pequeñas salas donde
“meditaban los médiums”. Los pisos parecían espejos y en el pasillo pudo
ver sus enormes piernas bajo la falda azul, y en una pared su silueta
apenas dibujada, mientras a su nariz llegaba el olor a cigarro barato.
La madam dominaba la mesa sentada a sus anchas con una llamativa túnica y
un turbante color escarlata; sus manos pesadas de tantas pulseras y
anillos, sus dedos gordos y blancos, rematados con enormes uñas pintadas
de colores.
“Sé a qué has venido, siéntate” le ordenó.
Lucha no comprendía cómo es que aquella mujer parecía saberlo todo,
“seguro es por la experiencia” pensó, y se sentó frente a ella sin hablar,
porque ya la madam entonaba una especie de cántico en una lengua que Lucha
no se molestó en averiguar.
“Quiero que…” trató de decir el motivo de su visita, pero para entonces la
mujer ya barajaba unas cartas, mientras sobaba de vez en cuando una bola
enorme como de sal. “Lo sé todo, a mí no puedes engañarme ni aunque
trataras, tampoco puedes verme la cara porque lo sabría incluso desde
ayer, si fuera tu intención” le advirtió esa señora que parecía haberse
terminado todo el estuche de maquillaje de una sola ocasión y que lanzaba
suspiros débiles como de pajarito.
Lucha con sus casi cien kilos de peso, se sintió flacucha frente aquella
mujerona de cabello oscuro y un lunar enorme pintado de café en medio de
la mejilla derecha, cuyo turbante escarlata le hizo pensar con una sonrisa
pícara, que era una extraña mezcla de Paquita la del Barrio y la Tigresa,
sin dejar atrás a Tongolele.
“Mira, divina, si has venido hasta aquí a burlarte de mí y compararme con
esas ‘personajas’ del cine mexicano, puedes tomar tus cosas e irte, no
necesito de tu dinero tanto como tú de mi ayuda, así que…” la mujer hizo
un ademán de correrla, pero Lucha, desesperada por su situación, tuvo que
portarse a la altura.
“No, discúlpeme, no era mi intención, lo que pasa es que…” De nuevo, la
madam no la dejó terminar, le pidió silencio y comenzó a barajar con
fuerza las cartas mientras fingía ponerse en trance, como en las películas
baratas de Hollywood que alguna vez Lucha también espió para encontrar
historias.
“Así que necesitas mi ayuda, ¿no? Divina, toma mi mano, y dame la fuerza
suficiente para encontrar la causa de tu problema, ahhhh, viene, viene a
mí la relevación, ahhh, ya lo escucho…”
Lucha también lo podía oír, “que fregona es esta madam –pensó—, hasta yo
oigo que se acerca”. Pero lo que Lucha tardó un poco en distinguir, fue
que el sonido escuchado eran pisadas, pasos de un hombre que se acercaba
empuñando una pistola, apuntándole mientras le gritaba que ahí mismo se
despojara de las joyas, el dinero y la ropa “también aguanta” le dijo.
Azorada, no hallaba qué hacer, veía a la madam que de pronto perdió el
trance y le pidió que cooperara si quería salir viva de ahí, “si te
resistes, hasta Pancho puede pagar por tu osadía, ¿me entiendes?” Le gritó
con tanta fuerza que a Lucha ya no le quedó duda de lo que se trataba
aquello, demasiado tarde comprendió todo, demasiado esperó encontrar en
ese tugurio del que hasta entonces entendió su giro. Llorando, se despojó
de cuanto pudo, “déjenme la ropa, por favor, ¿cómo me voy a ir a casa?”,
gimió.
“Pero ¿quién te dice que vas a ir a casa, mi divina pendeja?” Se burló la
madam, moviendo su manaza con los anillos bailando. A Lucha le entró
entonces la más grande angustia, no saber cuál sería ahora su destino, la
tenía al borde de la histeria.
“Bueno, divina, para que veas que no soy mala, te voy a dejar tus ropitas,
¿ok?, pero antes me tendrás que dar un autógrafo en este papelito donde me
libras de cualquier denuncia que se te ocurra, es precaución solamente,
divina, tú entenderás.”
Lucha firmó casi sin leer el papel, esperando no perder tanto en esa
salida que le pareció la única posible. “Ah, y también fírmame tu libro,
divina, para presumirlo en mi estante. Ah, se morirán de envidia cuando
vean que la gran Lucha me dedicó un libro, fírmalo y ya te podrás ir.”
Lucha, como estaba, de inmediato lo firmó esmerándose en la dedicatoria,
poniéndole hasta un beso ante la mirada de la madam y el armado guarura
que no le apartaba la vista del relleno cuerpo.
Con la mirada suplicó el cumplimiento de la promesa, y ante un ademán de
la mujer, comenzó a caminar hacia la salida, mientras la madam se burlaba:
“adiós, mi divina, seguramente con esto ya tendrás mucho de qué escribir.
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SLAVE
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Mensaje por SLAVE »

Si que era lista la madam esa, nadie le dijo que lo que Lucha quería era volver a escribir.
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takeo
GANADOR del III Concurso de relatos
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Mensaje por takeo »

vamos a darle otra vuelta a esto
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Protos
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Mensaje por Protos »

Encontró lo que buscaba, una historia. No podrá quejarse. :P

Me ha gustado el toque irónico de pedir el autógrafo.
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