CPVII: Confesión - Moskita
Publicado: 12 Abr 2012 16:25
Confesión
Todos me conocéis. Sabéis quién soy, las formas que adopto. Podéis consultar en muchos libros los diferentes nombres por los que me han bautizado. Soy más antiguo que cualquiera de vosotros, y más fuerte que todos juntos.
Por mi se han escrito hermosas canciones, y muchos poetas han caído rendidos a mis pies. Me han alabado y adorado, y al mismo tiempo me han temido. He posado para los más célebres pintores y me han fotografiado bajo innumerables puestas de sol.
Aún así, no me conocéis. Creéis que formo parte de una maravilla más de vuestro mundo. Pensáis que soy hermoso, tranquilo y apacible. Y os equivocáis. Soy cruel. Despiadado. Y no tengo corazón. Soy implacable. Indestructible. Nunca muero: soy inmortal.
He acabado con incontables vidas, y no me han amedrentado sus ahogados gritos de auxilio. He aprisionado sus cuerpos inertes y me he negado a devolverlos. Morarán para siempre en mis recónditas mazmorras, y sus cuerpos se consumirán bajo el ímpetu de mi espíritu.
Me he aliado con piratas y corsarios, y he enterrado tesoros que jamás encontraréis. He colaborado para hundir vuestros barcos y he invocado al trueno, al rayo y al viento para que no pudierais escapar de mí. Ellos son mis aliados, y cuando estamos juntos no hay nada que pueda detenernos.
Soy fuerte y perseverante; ni siquiera las rocas se me resisten. Puedo moldearlas a mi antojo y crear hermosas esculturas de arena y sal. Ni el calor ni el frío hacen mella en mí: sólo alteran mi forma.
He ocupado territorios y me he retirado de otros. Incluso en las montañas más recónditas de cualquier continente encontraréis un pedazo de mí. He invadido ciudades enteras en las que no ha quedado nadie para contarlo. Ni siquiera me vieron llegar.
He sido amigo de amantes clandestinos, y los he visto amarse y fusionarse en la oscuridad de la noche. También los he visto despedirse, agitando él un pañuelo blanco, lanzando ella una lágrima al aire. Muchos no han vuelto a reencontrarse.
He llevado mensajes de amor de una punta a otra del mundo, pero os equivocáis al tomarme por mensajero: pocos han sido encontrados, y siempre a destiempo, siempre por un extraño.
Hay algo de mí en el llanto de aquellos que han perdido a un ser amado. Hay algo de mí en vuestros corazones, en vuestros cuerpos. Compartimos la sal y el agua de nuestros fluidos. Pero no me toméis por un amigo, por un igual. Soy compañero de los dioses, indestructible e inmortal como ellos. He dado morada a Poseidón, el más implacable de los dioses griegos.
Han nacido de mi seno temibles sirenas, cuyos hermosos cuerpos y seductores cantos han supuesto la perdición de muchos marineros. He puesto miles de trampas para cazaros, y me alié con los dioses para que Ulises no llegara a buen puerto en largos años.
Escondo dentro las visiones más hermosas del universo. Todos soñaréis alguna vez con mis corales, con mis recónditos parajes de algas y peces. Guardo todo un universo en parte desconocido para el hombre.
Cualquiera que escuche este soliloquio se preguntará el por qué de esta declaración de intenciones. Y es que he de confesaros una cosa. El fin de mi confesión no es el perdón de mis pecados, pues al fin y al cabo, nada os debo. Nada podéis reprocharme. Nada, porque solo soy el espejo en el que os miráis. Sólo soy un mero reflejo de vuestra maldad.
Esta confesión es un mero instrumento de terapia. Sólo recreo estas palabras como un método de autoconsuelo. Porque en mi soledad sólo me tengo a mí mismo, sólo puedo hablar con mi propia conciencia. Y a veces me siento enloquecer y me enfurezco, y mi ruido y mi furia son tan inmensos que no caben en mi interior, y los desprendo por cada partícula de mi piel translúcida.
Cada día que amanece mi vida tiene el mismo fin. Mis olas van y vienen. En unas zonas me congelo, en otras me evaporo, formo nubes y os doy la vida en forma de ese tesoro líquido al que llamáis lluvia. Pero nada más. La soledad transpira por cada gota de agua que me inunda.
En mi estoy todo, y sin embargo, ¡que sin mí estoy, qué sólo, qué lejos siempre de mí mismo! Dejad que plagie una vez más estos bellos versos onubenses. Sé que peco de presuntuoso, pero el espejo de ese cielo inalcanzable, tan lejano, tan inmenso, refleja cada parte de mi anatomía y me muestra eternamente mi hermosura. Incluso en las zonas de este mundo donde no me hallo me encontraréis en el extenso azul del cielo.
Eternamente atraído por esa diosa luminosa en las alturas, bailo al son de mis mareas, atado por un lazo invisible a ese astro blanco y radiante hasta el fin de mis días.
¡Qué poderoso me siento cuando aparece entera y redonda, allá en el cielo! Mas ese poderío viene de su influjo, y realmente soy entonces una marioneta que se mueve a su son en una danza eterna.
Y qué solo estoy cuando desaparece por el horizonte, para dar paso a ese amante suyo que la borra de mi vista, celoso del modo en que la reflejo.
Y qué mal me siento cuando se ausenta por días, y la noche es más oscura que nunca, y ni las estrellas, tan lejanas, podrían dar calor a mi alma helada.
Cuando miréis al horizonte infinito en el que me pierdo, recordad siempre mi confesión. Recordad mi soledad, que es la vuestra. Recordad que estoy hecho de agua y sal, como vosotros. Somos partes de un mismo todo. Vuestra naturaleza y la mía son almas gemelas cuya única diferencia radica en el tiempo: yo soy eterno.
Todos me conocéis. Sabéis quién soy, las formas que adopto. Podéis consultar en muchos libros los diferentes nombres por los que me han bautizado. Soy más antiguo que cualquiera de vosotros, y más fuerte que todos juntos.
Por mi se han escrito hermosas canciones, y muchos poetas han caído rendidos a mis pies. Me han alabado y adorado, y al mismo tiempo me han temido. He posado para los más célebres pintores y me han fotografiado bajo innumerables puestas de sol.
Aún así, no me conocéis. Creéis que formo parte de una maravilla más de vuestro mundo. Pensáis que soy hermoso, tranquilo y apacible. Y os equivocáis. Soy cruel. Despiadado. Y no tengo corazón. Soy implacable. Indestructible. Nunca muero: soy inmortal.
He acabado con incontables vidas, y no me han amedrentado sus ahogados gritos de auxilio. He aprisionado sus cuerpos inertes y me he negado a devolverlos. Morarán para siempre en mis recónditas mazmorras, y sus cuerpos se consumirán bajo el ímpetu de mi espíritu.
Me he aliado con piratas y corsarios, y he enterrado tesoros que jamás encontraréis. He colaborado para hundir vuestros barcos y he invocado al trueno, al rayo y al viento para que no pudierais escapar de mí. Ellos son mis aliados, y cuando estamos juntos no hay nada que pueda detenernos.
Soy fuerte y perseverante; ni siquiera las rocas se me resisten. Puedo moldearlas a mi antojo y crear hermosas esculturas de arena y sal. Ni el calor ni el frío hacen mella en mí: sólo alteran mi forma.
He ocupado territorios y me he retirado de otros. Incluso en las montañas más recónditas de cualquier continente encontraréis un pedazo de mí. He invadido ciudades enteras en las que no ha quedado nadie para contarlo. Ni siquiera me vieron llegar.
He sido amigo de amantes clandestinos, y los he visto amarse y fusionarse en la oscuridad de la noche. También los he visto despedirse, agitando él un pañuelo blanco, lanzando ella una lágrima al aire. Muchos no han vuelto a reencontrarse.
He llevado mensajes de amor de una punta a otra del mundo, pero os equivocáis al tomarme por mensajero: pocos han sido encontrados, y siempre a destiempo, siempre por un extraño.
Hay algo de mí en el llanto de aquellos que han perdido a un ser amado. Hay algo de mí en vuestros corazones, en vuestros cuerpos. Compartimos la sal y el agua de nuestros fluidos. Pero no me toméis por un amigo, por un igual. Soy compañero de los dioses, indestructible e inmortal como ellos. He dado morada a Poseidón, el más implacable de los dioses griegos.
Han nacido de mi seno temibles sirenas, cuyos hermosos cuerpos y seductores cantos han supuesto la perdición de muchos marineros. He puesto miles de trampas para cazaros, y me alié con los dioses para que Ulises no llegara a buen puerto en largos años.
Escondo dentro las visiones más hermosas del universo. Todos soñaréis alguna vez con mis corales, con mis recónditos parajes de algas y peces. Guardo todo un universo en parte desconocido para el hombre.
Cualquiera que escuche este soliloquio se preguntará el por qué de esta declaración de intenciones. Y es que he de confesaros una cosa. El fin de mi confesión no es el perdón de mis pecados, pues al fin y al cabo, nada os debo. Nada podéis reprocharme. Nada, porque solo soy el espejo en el que os miráis. Sólo soy un mero reflejo de vuestra maldad.
Esta confesión es un mero instrumento de terapia. Sólo recreo estas palabras como un método de autoconsuelo. Porque en mi soledad sólo me tengo a mí mismo, sólo puedo hablar con mi propia conciencia. Y a veces me siento enloquecer y me enfurezco, y mi ruido y mi furia son tan inmensos que no caben en mi interior, y los desprendo por cada partícula de mi piel translúcida.
Cada día que amanece mi vida tiene el mismo fin. Mis olas van y vienen. En unas zonas me congelo, en otras me evaporo, formo nubes y os doy la vida en forma de ese tesoro líquido al que llamáis lluvia. Pero nada más. La soledad transpira por cada gota de agua que me inunda.
En mi estoy todo, y sin embargo, ¡que sin mí estoy, qué sólo, qué lejos siempre de mí mismo! Dejad que plagie una vez más estos bellos versos onubenses. Sé que peco de presuntuoso, pero el espejo de ese cielo inalcanzable, tan lejano, tan inmenso, refleja cada parte de mi anatomía y me muestra eternamente mi hermosura. Incluso en las zonas de este mundo donde no me hallo me encontraréis en el extenso azul del cielo.
Eternamente atraído por esa diosa luminosa en las alturas, bailo al son de mis mareas, atado por un lazo invisible a ese astro blanco y radiante hasta el fin de mis días.
¡Qué poderoso me siento cuando aparece entera y redonda, allá en el cielo! Mas ese poderío viene de su influjo, y realmente soy entonces una marioneta que se mueve a su son en una danza eterna.
Y qué solo estoy cuando desaparece por el horizonte, para dar paso a ese amante suyo que la borra de mi vista, celoso del modo en que la reflejo.
Y qué mal me siento cuando se ausenta por días, y la noche es más oscura que nunca, y ni las estrellas, tan lejanas, podrían dar calor a mi alma helada.
Cuando miréis al horizonte infinito en el que me pierdo, recordad siempre mi confesión. Recordad mi soledad, que es la vuestra. Recordad que estoy hecho de agua y sal, como vosotros. Somos partes de un mismo todo. Vuestra naturaleza y la mía son almas gemelas cuya única diferencia radica en el tiempo: yo soy eterno.